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¿Quién mató al padre capellán? Era una nueva incógnita que, como las otras muertes, quedaría sin resolver. No porque el inspector no tuviese deseo y voluntad sino por falta de tiempo y, sobre todo, a causa del miedo, que cada vez le atenazaba con más fuerza y se hacía más espeso. Al inspector no le cabía la menor duda, aunque no lo pudiese probar, que el padre Méndez, como el holandés Pieter Breitner y Muño-Fierro, había sido una víctima más de la misma trama. El comisario Ortiz, por acción u omisión, debía de estar detrás, pero ese personajillo no era sino el último eslabón de una larga cadena. ¿Quién, pues, manejaba los hilos de la tenebrosa trama? ¿Quién era esa mano negra? La muerte del capellán afectó muchísimo al inspector. Recordó las palabras del comisario Ortiz cuando lo visitó en su casa, que no cabía interpretar sino como una grave advertencia. ¿Sería Paloma la próxima en caer, como ya le amenazó?. El caso san Pantaleón, de día en día, se tornaba más vidrioso y oscuro y se enredaba como tela de araña. Habría que abrir bien los ojos e ir con pies de plomo para no meterlos donde no debiera y verse atrapado, o corriendo la misma suerte que los otros. ¿Valía la pena correr tantos riesgos? A punto estuvo de desistir.

Aunque la relación con el capellán había sido corta, fue lo suficiente intensa para que entre ellos surgieran lazos de afecto y amistad. La diferencia de edad, tantas veces un obstáculo, en este caso fue todo lo contrario. Mazeres y los chicos siempre lo consideraron uno más del equipo.

—¿Vamos al entierro? —preguntó Marc.

Su corazón le decía que sí, sin embargo, en fría lógica, no debían hacerlo.

—No hemos de olvidar que nuestra relación con el padre Méndez ha sido casi clandestina —objetó el inspector—. Presentarse en los funerales llamaría demasiado la atención, los de la comisaría se enterarían. ¿Qué hacen éstos ahí?, se preguntarían. No hemos de incordiar al comisario y poner en peligro algo más que nuestras propias averiguaciones.

Después de valorar pros y contras, pensaron que la mejor honra que le podían rendir al amigo era su ausencia y silencio.

Mazeres, aún caliente el cadáver del capellán, como quien dice, se puso a analizar el papel que le sustrajo. A nadie, ni siquiera a Paloma, habló de este asunto. Esa noche, después de cenar con poco apetito, se encerró en su estudio, desplegó la hoja bajo el flexo de su mesa y se puso a estudiar las anotaciones que lo llenaban.

—¿Cómo es posible que este hombre pudiera leer letra tan menuda? Es casi ilegible.

Hacía tiempo que Mazeres no escuchaba música clásica. Sintió necesidad de crear un ambiente religioso que de alguna manera honrase al muerto. Puso para la ocasión los Concertos de Telemann.

—Espero que le guste —dijo como si el capellán estuviese allí presente.

El padre Méndez, como el inspector advirtió desde el primer momento, había estudiado el criptograma de Jorquera a conciencia. El papel estaba lleno de anotaciones, correcciones, tachones.

Diez son las casillas del triángulo, dispuestas en cuatro niveles —había dejado escrito, y a continuación exponía—. El 10 es el número de la TETRAKTYS pitagórica, suma de los cuatro primeros números (1+2+3+4), que no son sino la representación de los cuatro elementos del universo: fuego, tierra, agua y aire...En la cúspide del triángulo, la primera letra del alfabeto hebreo Aleph, cuyo signo numérico es el 1, símbolo del hombre de pie. La verticalidad, más que la racionalidad, es la característica específica del hombre. El 1 se asocia también con el falo erecto, distintivo del hombre activo, asociado a la obra creadora de Dios que es el 1 por antonomasia. Del UNO deriva toda actividad y al UNO retorna. Es, pues, el principio y el fin de todas las cosas. El 1 es asimismo el símbolo de la revelación, del conocimiento, de la gnosis, mediante la cual el hombre se eleva a un nivel superior. El sujeto capaz de asumir toda la energía psíquica simbolizada por ese número alcanzará la armonía absoluta, el equilibrio dinámico de los contrarios, la cohabitación de lo racional e irracional, del intelecto y de lo imaginario, de la carne y el espíritu...

Y así, en ese lenguaje cabalístico, el padre capellán seguía y seguía analizando letra por letra las diez del interior del triángulo según su valor numérico y el lugar que ocupaban, e intentaba encontrar qué mensaje transmitía el conjunto. Por ejemplo, En la segunda línea del triangulo, unía la letra hebrea Yod, cuya equivalente griega era la Iwta con la Ou, y le daba como resultado el genitivo abreviado Iou ='Ihsou. Mazeres recordó que tal abreviación "de Jesús" ya había aparecido en la abrazadera de la ampolla de San Pantaleón, incluso en los documentos vaticanos. Al inspector no le cupo la menor duda de que durante aquel domingo (el último de su vida), el padre capellán estuvo trabajando en el criptograma, que a él siempre le pareció abstruso y difícil de resolver, quizá porque su paciencia era tan escasa que no alcanzaba para descifrar los sudokus más elementales que venían en los periódicos. Después de darle muchas vueltas a las notas del capellán y estudiarlas con detenimiento tuvo que darse por vencido.

—Que mi buen amigo me perdone, pero me parece que esto no tiene pies ni cabeza. No van por ahí las cosas —concluyó, desilusionado—. Quizá mi buen amigo no comprendió que no se trataba de descifrar el mensaje del triángulo, sino de averiguar el uso que de la inscripción hizo Gómez de San Román.

Dejó el papel sobre la mesa, se echó hacia atrás y apoyó la nuca sobre el respaldo de su sillón. Con los ojos cerrados para concentrarse mejor, trató de encontrar una lógica a lo que había leído. Nada. Se quedó dormido.

Al día siguiente, tan pronto como pudo desembarazarse de sus trabajos rutinarios de la comisaría, envió un correo electrónico a su amigo José Corell donde le contaba lo que había sucedido, adjuntándole, escaneado, el escrito del capellán. Al cabo de unos días recibió respuesta.

También yo —le escribía el epigrafista de Valencia—, he reflexionado mucho sobre este criptograma cuyo misterio, por muchas vueltas que le he dado, no logro descodificar. Te envió, no obstante, mis reflexiones, a ver si entre todos, logramos aclarar algo.

La mano, a la izquierda del triángulo, me recuerda aquélla que apareció en el festín del rey Baltasar, del que nos habla la Biblia, y que escribió Mené, Teqel y Fares, las tres palabras misteriosas. Lee, si quieres refrescar tu memoria, el capitulo 5 del libro de Daniel. Aplicando ese relato a nuestra historia, tendríamos que la mano señala de modo imperativo el triángulo lo que nos indica que dentro de él se encierra el misterio cuyo contenido no será difícil de descifrar a aquellos que de veras lo busquen (optantibus non difficilis).

Según el capellán, el triángulo se desdobla en otros tres más pequeños. Puede que a ese triple desdoblamiento aludan las tres cuñas que aparecen al lado derecho del triángulo.

Según me ha dicho un rabino a quien he consultado —concluía después de largas y confusas digresiones—, el criptograma debe de haberlo fabricado un criptojudío. A un verdadero judío no se le hubiese pasado por la cabeza mezclar los tres alfabetos y menos coronar el triángulo con una cruz, por lo que no se le puede aplicar la hermenéutica de la Cábala.

No sé si has advertido que el padre capellán también ha subrayado unas letras de la frase VAE ALIO GLORIANTI que está en la base del triángulo.

V A E. A L I O.G L O R I A N T I

Mazeres no había reparado en ello. Antes de seguir adelante con la lectura, quiso probar suerte y adivinar por su cuenta por qué el capellán habría subrayado esas 7 letras y cuál podría ser su significado. Pronto se rindió y dejó que José Corell se lo explicase.

Si leemos las letras subrayadas en sentido recto nos dan una palabra extraña, VILORIT

Pero, si las trastocamos de sitio, formaremos el acróstico que los alquimistas utilizaban para expresar la síntesis de sus operaciones:

VITRIOL

Visita Interiorem Terrae Rectificando Invenies Obscurum Lapidem

(Visita el interior de la tierra, esforzándote, encontrarás la piedra negra)

—¡Vitriol! —exclamó Mazeres lleno de asombro, al recordar que esa misma palabra se la había dicho de forma repetitiva el opusdeísta Sancristóval, perdida la cabeza, cuando lo visitó en la Cuarta Planta— ¿Era eso lo que el pobre hombre trataba de transmitirme?

De todo lo expuesto —continuaba su amigo Corell—, y habida cuenta de que fue San Juan del Hospital el lugar donde primero estuvo este criptograma, he sacado en conclusión que la piedra negra está escondida en una cueva o cripta de dicha iglesia. En resumen, el "VITRIOL" alquímico de ese triángulo sugiere al iniciado: "Baja al interior de la cripta y encontrarás una piedra negra" ¿A qué piedra negra se refiere? ¿Qué encontraremos después de haberla localizado?

—¡La reliquia de Himmler! —exclamó convencido el inspector como si su amigo estuviera presente.

No sé si mis explicaciones son correctas. De todos modos, te las mando por si te sirven de algo.