25
El mismo día que tenían previsto regresar a Madrid, Mazeres sufrió un ataque de lumbalgia tan fuerte que fue incapaz de ponerse los pantalones. Paloma le ayudó a vestirse, le administró dos comprimidos de Robaxisal y, a trancas y barrancas, llegaron a la Gare du Nord, tomaron el RER al aeropuerto Charles Degaulle, y allí el avión de regreso. Al llegar a casa, el dolor era tan insoportable que hubo que llamar al médico de urgencias. Resultado: sus días de "vacaciones" se alargaron por causa mayor; pero, esta vez, acostado en cama y sin moverse. Así transcurrió más de una semana. Por fortuna, Paloma se quedó a cuidarle. Pasados los primeros apuros, el inspector, impaciente, telefoneó a Marc para saber si se habían producido novedades; daba por supuesto que sus amigos, desobedecidas sus recomendaciones, habrían seguido con el caso.
—¡Importantísimas! —le dijo casi sin interesarse por su salud— Si te parece, Jorge y yo pasamos luego por tu casa y te ponemos al corriente
Mazeres, en vez de quedarse en cama como le había prescrito el doctor, se instaló en el sofá del salón, lugar mucho más agradable para recibir las visitas. Mientras esperaba la llegada de sus amigos, trató de adivinar por dónde habrían ido sus pesquisas y qué nuevas tan importantes le traerían. No tuvo tiempo de elucubrar; a poco, ya estaban allí. Abrazos y bromas. Ellos mismos, sin esperar a que Paloma se las ofreciera, pasaron a la cocina y tomaron unos botellines de cerveza.
—Antes de entrar en materia —Marc a duras apenas contuvo a Jorge, ansioso de soltar la noticia—, contadnos vosotros qué tal os ha ido por París. Mucho cachondeo y strip-tease, supongo.
—¿Es que no lo veis? —el inspector se hizo el desvalido.
—Pero eso fue el último día, ¿y el resto?
—Conciertos, iglesias, museos... Ah, y promenades por parques y jardines, que París tiene muchos y maravillosos, cosa que los turistas desconocen.
Paloma llegaba en ese momento con una bandeja con cosas para picar.
—Dejando a parte la mala pata que tuvimos a última hora con la lumbalgia de Julián —respondió ella que, al inclinarse sobre la mesita para depositar los cuencos, dejó ver dos pechos juguetones—, nos lo hemos pasado muy bien. Una noche fuimos al Moulin Rouge, para que no se dijera, y poco más —y cambió de conversación—. Temíamos encontrarnos con una ola de calor como la que sufrieron el año pasado, pero no; el tiempo ha sido muy agradable. En cambio, en Madrid hemos encontrado el mismo bochorno que habíamos dejado.
—Bueno — Mazeres, ávido por conocer las novedades que le traían, cortó—. París, muy bien. Ya sabéis: monumentos, paseos, restaurantes... Sin embargo, lo más interesante para mí ha sido la entrevista que mantuvimos con el inspector Mansart, un colega amigo —y les hizo un breve resumen del suceso de las catacumbas y de las posibles vinculaciones que pudiese tener con el caso del muerto de san Pantaleón.
—¿Hasta París ha llegado el caso de san Pantaleón? Veo que la reliquia va a dar mucho de sí —Jorge cogió el botellín por el gollete y bebió a morro.
—De eso, ya os pondré al corriente en otro momento. Ahora, contad, contad, vosotros —el inspector se removió inquieto en el sofá y trató de acomodarse la almohadilla eléctrica—. Me estoy asando vivo.
Jorge y Marc se miraron para ver quién de los dos comenzaba.
—Recordarás —le refrescó Jorge la memoria— que de casa de Muño-Fierro nos llevamos un CD.
—Sí, sí, lo recuerdo —le respondió lacónico Mazeres— ¿Habéis descubierto alguna cosa interesante?
—Puede que algunos datos lo sean. Habrá que analizarlos despacio —sentenció Marc.
—Hemos encontrado —siguió Jorge— una lista de webs que Muño-Fierro solía visitar con frecuencia —al ver el inspector que sacaba su libreta supuso que esas visitas de Muño-Fierro a Internet las llevaba anotadas—. Para no hacerlo largo, me concentraré sólo en una: la web clonejesus.com.
—¿Clonejesus.com? —repitió el inspector— Suena a algo misterioso.
—Se trata de una web californiana —dijo Jorge—. Hace algunos años, abrió una colecta con el fin de recaudar fondos para intentar la clonación de Jesucristo.
—¿Clonar a Jesús? No sé si calificarlo de barbaridad, de descomunal despropósito o de quimera de mentes trastornadas.
—O de desaprensivos — intervino Paloma—. Siempre hay gente que se las ingenia para sacar los cuartos a los pardillos —partió con sus dientes una almendra crujiente y añadió—: Supongo que se tratará de una broma.
—En el mundo hay gente muy loca. Pero intentar una cosa así —dijo Mazeres, y se dirigió a sus amigos—. Por otra parte, si mal no recuerdo, esa cuestión no es nueva; ya se planteó hace años, a finales del 2000.
—¿De quién habláis? —intervino de nuevo Paloma, intrigada al ver que ellos se lo tomaban muy en serio.
—De una secta de chiflados —le respondió Mazeres—. Pusieron en marcha un proyecto de clonación llamado The Second Coming Project. Su objetivo era clonar a Jesús y adelantar su segunda venida.
—¿Clonar a Jesús? —ahora era ella la que prestaba atención— ¿Y cómo pretendían hacerlo?
—Intentaban reproducirlo a partir de alguna de sus reliquias. Ya sabes que el mundo está lleno de ellas. Y utilizar para el caso la misma tecnología genética que se empleó en la clonación de la oveja Dolly.
—En el Museo Nacional de la Edad Media de París —Paloma tomó de nuevo la palabra, y se dirigió a Marc y Jorge—, Julián y yo, ¿recuerdas?, vimos una que nos llamó mucho la atención, y que para el caso hubiera sido la más idónea para extraer su ADN —los otros la escuchaban muy en serio, sin advertir el tono cínico de su relato—. Se trataba nada menos que del cordón umbilical del Niño Jesús.
Paloma se refería al reliquaire de l'ombilic du Christ, pequeña joya de orfebrería del sigo XV que representaba a la Virgen sentada sobre un trono y sosteniendo de pie a su hijo, en cuya barriguita llevaba empotrada una cápsula de cristal traslúcido con la siguiente inscripción: De umbilico Domini Nostri J.C.
—¡No me digas! —exclamo Jorge entre estupefacto y burlón.
—No sabía que ya en la antigüedad se guardasen los cordones umbilicales —comentó incrédulo Marc.
—Bromas aparte —siguió Paloma, dirigiéndose a Jorge—, ¿qué han conseguido esos lunáticos? ¿Han logrado clonar algo?
—Que yo sepa, no —le contestó—. Pero los intentos de clonación de humanos no cejan. Ahí está los raelianos del francés Claude Vorhilon volcados en el empeño.
—Los raelianos —convino el inspector— están emperrados en la clonación de seres humanos, cosa que, según ellos mismos aseguran, ya han conseguido. Pero no creo que tengan nada que ver con The Second Coming Project. No creo que se hayan propuesto la clonación de Jesús.
Paloma, nerviosa, se puso a mordisquear almendras como otros pudieran haber hecho con sus uñas. Aquella conversación le resultaba novedosa y no acababa de comprender.
—¿Seríais tan amables de explicarme de qué va todo este rollo, por favor?
—Desde 1997 —tomó la palabra el inspector—, es decir desde la clonación de la oveja Dolly, los raelianos mostraron gran interés por la clonación de seres humanos... Según sostiene Claude Vorhilon, el fundador de esa secta esotérica o pseudorreligiosa, una especie de raza superior de alienígenas nos creó hace 25.000 años, utilizando, precisamente, las técnicas de la clonación.
—¡Todo eso es ciencia ficción! —afirmó Paloma con desdén.
—Como toda religión, mira tú —metió Jorge su cuña de incrédulo.
—No me interrumpáis —les cortó Mazeres y prosiguió—. Todos sabemos que el mundo está lleno de locos. Pero son locos como esos raelianos los que mueven el mundo. En el 2001, si no me equivoco, los científicos Antinori, italiano, Zavos, estadounidense, y Brigitte Boisselier, la bióloga francesa, anunciaron su determinación de experimentar la clonación con humanos.
—Los raelianos —le cortó la palabra Jorge en un intento de aclarar las cosas a Paloma— creen que la clonación es el medio de crear la vida eterna. El medio para alcanzar la inmortalidad.
—Incluso —retomó el inspector su discurso— fundaron la empresa Valiant Venture Ltd., cuya filial Clonaid, dirigida por la raeliana Brigitte Boisselier, se dedica a la clonación humana, utilizando las mismas técnicas del Roslin Institute.
—¿Y han conseguido clonar personas? —preguntó de nuevo Paloma.
—¡Qué sé yo! Tan pronto lo afirman como lo desmienten. No hay pruebas indiscutibles —y siguió— Lo cierto es que desde la clonación de la oveja Dolly existe todo un zoo de duplicados genéticos: cabras, vacas, cerdos, gallinas, ratones, hasta un gato. Las técnicas de clonación reproductiva están muy adelantadas y podrían experimentarse en seres humanos aunque muchos científicos tienen serias dudas. Por otra parte, este tipo de clonación ha suscitado numerosas controversias morales.
—Sería no sólo inmoral sino una locura —dijo Marc.
—Llegará de todos modos. Es cuestión de tiempo —reflexionó Jorge—. Nadie puede poner puertas al campo y menos a la ciencia, por mucho que se empeñe la Iglesia.
—Como digo —siguió Mazeres sin replicar a Jorge—, ni creo que los raelianos hayan clonado a nadie ni que vayan detrás de clonar a Cristo.
—Si los raelianos están o no están detrás del The Second Coming Project, no lo sé —volvió Jorge—. Pero estoy seguro —y acompañó sus palabras con un gesto rotundo de su mano— de que ahora mismo, en alguna parte, hay algún grupo de cristianos chiflados que lo intentan.
—¿Quizá la secta de los Adamitas? —sugirió Paloma, acordándose de los sucesos de París.
—No había pensado yo en la secta de los Adamitas. La verdad es que sabemos muy poco de sus ideas y menos si todavía hoy está en activo.
—¿La secta de los Adamitas?
—La verdad es que hemos descuidado la pista del holandés —reconoció Mazeres.
A continuación puso al corriente a sus amigos del hallazgo de la cueva subterránea de París, de su posible relación con la pintada de El Bosco y de la verosímil interrelación de todo ello con Pieter Breitner, el muerto del monasterio.
—Aun en el supuesto de que las técnicas de la clonación estuviesen disponibles —volvió Marc a la conversación inicial—, haría falta encontrar material genético de Jesús en buen estado de conservación. Ese cordón umbilical del museo de París, en el supuesto impensable de que se hubiese conservado...
—Por favor, Marc, seamos serios —le reprochó Jorge.
—Si los científicos han encontrado material genético de animales congelados hace miles de años en los glaciares o encapsulados en gotas de ámbar, pienso que no es absurdo plantearse, al menos como hipótesis, que también se pueda encontrar material genético de Jesús —le respondió Marc y añadió—. No será por falta de reliquias suyas, que las hay a montones por todas partes.
—En el supuesto de que sean auténticas. No creo que exista una sola reliquia verdadera de Jesús. Todas son falsas, pura invención de la Edad Media —afirmó tajante Mazeres y retomó el hilo—. Así y todo, como ha dicho Marc, haría falta que ese material genético fuera válido para el experimento o lo que es lo mismo que las células de Jesús se conservasen vivas. Sólo así podría extraerse su ADN.
—Cosa más que improbable, por no imposible —reconoció Marc.
—No seáis tan pesimistas —Jorge, por darse ese gusto, les llevó la contraria, aunque en el fondo compartía su opinión—. Quizá no todas las reliquias sean falsas. Ahí tenéis, sin ir más lejos, la Sábana Santa de Turín que destacados científicos la dan por auténtica.
—Nos perdemos en disquisiciones de ciencia ficción —trató Paloma de reconducir la tertulia—. Dejémonos de si hay alguna reliquia de Jesús que sea verdadera o de si todas son falsas. Aquí lo cierto es el robo de la reliquia de san Pantaleón y las muertes que lo han acompañado. Eso es lo que importa de verdad.
Los tres estaban sentados delante de Mazeres a quien le resultaba incómodo mantener la conversación tendido sobre su espalda y con frecuencia cambiaba de postura.
—Volvamos, pues, al CD de Muño-Fierro —cerró la digresión Jorge—. En una de sus carpetas hemos encontrado un e-mail enigmático por dos conceptos. Por su contenido y por el destinatario, que no hemos logrado identificar —y se dirigió al inspector—: Si puedes desplazarte hasta tu despacho para verlo en la pantalla de tu ordenador...
—Ardo en deseos.
Sus amigos cruzaron sus brazos formando la silla de la reina y de ese modo lo llevaron hasta el sillón de su escritorio. Paloma lo arrebujó con almohadones para evitar involuntarios movimientos dolorosos. Encendieron el PC e insertaron el CD. Pronto apareció en pantalla el documento que ya habían seleccionado.
basileuz
—Aquí tenéis la única frase del e-mail que Muño-Fierro envió días antes de su muerte a un destinatario fantasma —se apresuró a hablar Marc que siempre se quedaba con las ganas.
—¿Por qué dices destinatario fantasma? —se apresuró Paloma.
—Por la sencilla razón de que detrás de zitro@hotmeil.com no hemos encontrado una identidad verdadera. Ya sabes que cualquiera puede abrir una dirección de correo electrónico con datos falsos; y éste parece ser el caso.
—Sin embargo, "zitro"... —dijo Mazeres, fijándose bien— Yo juraría que he visto esa dirección de correo en alguna parte.
—¡No me digas! Sería definitivo —exageró Jorge sin ningún convencimiento.
Paloma, sentada apenas en la orilla de la butaca, su brazo sobre el hombro de su pareja, seguía con gran interés la conversación, si bien sus intervenciones habían sido pocas. Desde el primer día, Mazeres la tuvo informada sobre el caso de san Pantaleón más que nada por la necesidad que sentía de hablar con alguien. Ella, sin entrar en el fondo del asunto, se limitaba a escucharle con paciencia, la mejor medicina que un psicoterapeuta puede recetar a su paciente para descargarle del estrés. Sin embargo, desde que en la cueva de París apareció reproducido el cuadro de El jardín de las delicias, cuyos diminutos desnudos, llenos de misterio, la fascinaban, comenzó a interesarse de verdad por el caso de san Pantaleón. ¿Qué tendría que ver El Bosco con el embrollo de robos y muertes, de sectas y reliquias, que Julián y sus amigos traían entre manos? Paloma y el capellán de la Encarnación, casi sin darse cuenta, picados por la curiosidad, se habían metido de lleno en semejante aventura.
—Yo afirmaría —se centró el inspector en aquel e-mail de una sola palabra— que son caracteres griegos.
—¿No son similares a los que encontré yo en el bolsillo del arzobispo Sutherland? —preguntó Jorge.
—Me parece que sí —corroboró Mazeres—. Habrá que hablar de todas estas cosas con el padre Méndez a ver cuál es su opinión.
—No hace falta —saltó eufórico Jorge—. Ya nos hemos ocupado de ello. Es el padre Méndez quien nos ha ilustrado sobre el particular. Basileus es una palabra griega sacada de los evangelios y quiere decir rey. Se trata de la inscripción que se colocó sobre la cruz: "Jesús, nazareno, rey de los judíos". Muño-Fierro utilizó sólo esa palabra: Ò basileuz (basileus), el rey.
—De acuerdo, de acuerdo. Ya veo que sois no sólo diligentes sino eficaces —les alabó Mazeres—. Pero ¿por qué solo esa palabra griega en un correo?
—Ahí entra la imaginación y el olfato —respondió Marc y, al ver al inspector y Paloma expectantes, continuó—. Jorge y yo hemos cavilado mucho. Haciendo y deshaciendo hipótesis. Al fin nos hemos decidido por ésta —hizo una pausa para aumentar el suspense—. Muño-Fierro, mediante esa palabra-clave, dio a la persona o sociedad destinataria del e-mail el número de su cuenta bancaria dónde debería de ingresarse la suma de la transacción.
—No entiendo nada —cortó irritado Mazeres—. ¿Muño-Fierro, según vuestra teoría, habría vendido por Internet la cápsula de san Pantaleón, es decir la supuesta "sangre" de Jesús, a una de esas sectas que la buscan para clonarlo? ¿Y esa sociedad debería ingresarle la suma estipulada?
—¡Millones de euros! —dijo Jorge y siguió— Esa es la hipótesis que nosotros hemos barajado. Pensamos que los hechos se desarrollarían, más o menos, de ese modo.
—Imaginación no os falta; pero lo que es olfato —Sin pretenderlo, el inspector hizo un rictus de guasa que a ellos no les sentó bien.
—No nos tomes por tontos —se defendió Marc—. Tú sabes que muchos códigos secretos son tan simples que sólo consisten en reemplazar las letras por el número que ocupan en el abecedario.
—¡Por el amor de Dios, Marc! —dio un salto a causa del dolor que le había producido su propio aspaviento— Ese truco lo has leído en las novelas. En novelas mediocres, si me apuras.
Jorge pasó por alto la burla de su jefe y sacó de su bolsillo el papel que habían escrito en el despacho del padre Méndez.
o b a s i l e u z
—Los números —dijo, señalándoselos— corresponden a las letras. La omicrón ocupa el décimo quinto lugar en el alfabeto griego; la beta, el segundo; la alfa, el primero, la sigma, el décimo octavo, etc.
—De acuerdo. De acuerdo. —dijo Mazeres, siguiéndole la corriente—. ¿Qué me quieres decir?
—Ahí tienes catorce dígitos.
—¿Y qué?
—Si, en vez de reírte de nosotros prestases atención quizá verías en esa cifra el número de una cuenta bancaria.
Mazeres se reprimió para no echar una carcajada y herirles aún más en su amor propio.
—Vale. Lo admito —dijo, condescendiente— ¿Y qué?
—Pues bien, para sorpresa nuestra, esa cuenta bancaria existe —ahora fue Jorge quien le miró con ojos desafiantes—. Los últimos dígitos, 2018, corresponden al código de la Caja de Ahorros Municipal de Burgos. Y los diez restantes —tomó un rotulador fluorescente y los subrayó— corresponden al cliente Muño-Fierro. ¿Te ha gustado?
—¿A Federico Muño-Fierro González? —exclamó sorprendido el inspector, sintiendo que el sonrojo le subía a la cara.
—El mismo.
—¿Lo habéis verificado?
—Naturalmente que lo hemos verificado —afirmó Marc—. Ese tal Federico Muño-Fierro es el titular; pero ningún movimiento extraño se ha producido en su cuenta.
Se hizo un silencio embarazoso. Mazeres no sabía qué decir.
—Bueno, esas son las novedades —concluyó Jorge, molesto—. Todo lo que ha dado de sí la nueva línea de investigación.
—Como ha quedado patente —añadió Marc que era siempre el que ponía lubricante cuando se creaba una situación tensa—, no sabemos con quién o con qué secta estaba tratando Muño-Fierro, ni qué cantidad exigía. Tampoco sabemos si el visitante que lo asesinó se llevó consigo la reliquia y el maletín con la pasta, y fue quien borró los correos electrónicos que debieron intercambiarse.
Mazeres se dio cuenta de que su comportamiento con sus colegas no había sido correcto y que el silencio tras las palabras de Marc era la expresión palpable de su malestar.
—Vuestras investigaciones —rompió Mazeres el embarazoso mutismo— me confirman que la pista del Tarot es correcta. La carta que Muño-Fierro, muerto, llevaba en la mano apuntaba hacia el Vaticano. Alguien de allí quiso apoderarse de esa reliquia o intentó comprarla. ¿Cuál, si no, era el papel del arzobispo Sutherland en todo este asunto?
—Eres cabezón —se dirigió Marc al inspector, poco convencido de su hipótesis—. Te empeñas en ver fantasmas donde no los hay. ¿Qué relación puede existir entre el Vaticano y el asunto de la reliquia? ¿Qué intereses...?
—No sé —insistió el inspector en su punto de vista—. No tengo ningún fundamento serio pero me huele mal. Hay algo turbio. Por eso resulta apremiante despejar esa incógnita.
—¿Solo esta incógnita? ¿Cuántas incógnitas más hemos de despejar, si cada vez se enreda más este asunto?
Hubo otro silencio pero esta vez era de reflexión. Lo rompió Paloma.
—Si me permitís opinar —dijo con mucho comedimiento—, creo que en todo este asunto habéis olvidado a Pieter. Quizá habría que volver al principio. Puede que el holandés perteneciese a alguna de esas sectas que, según decís, quieren clonar a Cristo.
—Es cierto. Tienes toda la razón del mundo —reconoció el inspector, contento al comprobar cómo su novia se involucraba en el caso, y, después de cavilar unos instantes, la animó—: ¿Por qué no nos echas una mano y averiguas qué relación existe entre El Bosco del Prado, la secta de los supuestos Adamitas de París y el holandés que apareció muerto en el monasterio de la Encarnación? La tarea que te planteo es muy cómoda; más que trabajo de campo es labor de ratón de biblioteca.
—No dispongo de tiempo —se hizo la remolona.
Paloma, mordida por la curiosidad, ya se había propuesto hacer por su cuenta ese tipo de averiguaciones que ahora le proponía su amante.
—Yo me contentaría —rebajó el inspector sus pretensiones— con que nos averiguaras quién fue en realidad El Bosco.
A partir de aquella tarde, el club de los "pantaleones" contaba con un miembro más.