20

 

PORTOCARRERO la zarandeó violentamente hasta despertarla. Su cabello rubio brillaba a la luz de la vela. Era la quinta guardia pero iba completamente vestido. Le indicó con un gesto que debía acompañarle. Malinalli se puso la falda y la camisa, y le siguió hasta el claustro iluminado por las teas sujetas a las paredes. Llegaron a los aposentos de Cortés. Portocarrero abrió la puerta y la hizo entrar de un empellón.
Malinalli miró en derredor, mientras hacía un esfuerzo por despertarse del todo. Vio los rostros barbudos de los soldados españoles, muchos de ellos vestidos con armadura completa, y armados con picas y espadas que reflejaban con un brillo mortecino la luz de las antorchas. Cortés se encontraba sentado detrás de una mesa de madera en el centro de la habitación, con varios de sus oficiales a cada lado y Aguilar a su espalda. El capitán general le dirigió una sonrisa de aliento que se desvaneció con la misma rapidez con que había aparecido, para dejar paso una vez más a Cortés el dios, la serpiente.
Tres de los recaudadores de impuestos mexicas permanecían de pie delante de la mesa, con pesados yugos de madera alrededor del cuello. «Ya no son tan altivos», pensó la joven. Tenían las manos amarradas a la espalda, y mantenían la cabeza gacha. ¿Qué estaban haciendo allí? ¿Qué estaba pasando? Aguilar, con una expresión pía en su rostro pálido, fue el primero en hablar.
—Mi señor Cortés quiere que preguntéis a estos hombres quiénes son, de dónde vienen y por qué los totonacas los han hecho prisioneros.
—Pero si él conoce la respuesta a todas esas preguntas.
—¡Haced sólo lo que se os dice!
Malinalli, sorprendida, acató la orden. Se volvió hacia los mexicas, y decidió dirigirse a uno que recordaba del día anterior, a quien por el lujo de la capa y los adornos que llevaba había tomado por d de mayor rango.
—Mi señor, Quetzalcóatl desea saber quiénes sois y por qué estáis aquí. También pregunta por qué los totonacas os han hecho prisioneros.
El mexica levantó la cabeza y la contempló por encima de su nariz de loro. «Todavía demasiado arrogante para su propio bien», pensó Malinalli.
—Somos calpixqui, recaudadores de impuestos, del gran Moctezuma. En cuanto a por qué se nos ha hecho prisioneros, y todos vosotros pagaréis diez veces por nuestras humillaciones, se hizo por orden y voluntad de vuestro señor.
Malinalli se preguntó cuál sería el objetivo de aquella pantomima: Cortés sabía todo lo ocurrido, pero le tradujo fielmente a Aguilar la respuesta del calpixqui. El hermano conferenció con Cortés.
—Mi señor Cortés responde que él no sabía absolutamente nada de las intenciones de los totonacas. Pero cuando se enteró de que se disponían a sacrificar a los prisioneros mexicas a sus dioses, decidió intervenir. Decidle que esto lo hizo porque Cortés considera a Moctezuma como un amigo, porque sabe que es un gran señor como él mismo y que le ha enviado muchos regalos.
Malinalli no conseguía adivinar qué deseaba obtener Cortés con todas aquellas tonterías. Pero no le correspondía a ella comprender la mente de un dios. En cambio, disfrutó muchísimo al ver cómo palidecían los mexicas cuando mencionó el supuesto «sacrificio» organizado por los totonacas. «¡Qué hermoso sería veros a todos amarrados a la piedra del sacrificio!»
—Los totonacas nos dijeron que nos capturaron por orden de vuestro señor —replicó el mexica, pero con un cierto tono de duda.
Aguilar tradujo la respuesta, y Cortés se las arregló para mostrar usa expresión de desconcierto.
—Mi señor dice que los totonacas deben de ser personas pérfidas y mentirosas, porque él no sabía absolutamente nada de todo esto.
Malinalli miró a Cortés. Su expresión era inescrutable. Buscó alguna comunicación secreta en sus ojos, pero el capitán general rehuyó su mirada. ¿Por qué mentía? Sin embargo, tradujo las palabras tal como se las había dicho Aguilar. Los mexicas se mostraron tan desconcertados como ella.
—Quizá —opinó uno de ellos— dice la verdad. ¿Si no es así, por qué iba a querer salvarnos?
—¿Qué está pasando aquí? —le preguntó Malinalli a Aguilar.
No es algo que os incumba —respondió d hermano, sin siquiera mirarla—. Os han llamado para que traduzcáis.
«¡Así te pinche un erizo leproso! ¡No te atrevas a hablarme de esa manera! ¡Ambos sabemos que soy mucho más que una traductora para la Serpiente Emplumada!»
Cortés le dijo algo a Aguilar, quien se volvió hacia Malinalli con una sonrisa relamida. «Sé lo que intentáis hacer —decía la sonrisa—. Pero yo todavía soy su confidente, y vos no sois más que una india.»
—Decidles que mi señor Cortés se siente dolido al ver a sus excelencias en semejantes apuros. Por su condición de representantes del gran Moctezuma y por haber sido arrestados sin causa justa, se les debe dejar en libertad inmediatamente. Además, él mismo se pone a su completa disposición.
Mientras Malinalli traducía, los guardias españoles se adelantaron para cortar las ligaduras que amarraban sus manos y quitarles los pesados yugos de madera. Por segunda vez en el día, los mexicas se vieron pillados por sorpresa. El calpixqui miró a Malinalli.
—Agradeced a vuestro señor su ayuda —manifestó, en tono vacilante, aunque incapaz de explicarse lo que acababa de ocurrir—. Pero decidle que aunque nos ha devuelto la libertad, no podemos marcharnos. Los totonacas volverán a cogernos prisioneros en cuanto atravesemos las puertas de este palacio y nos encontremos fuera de su protección.
Aguilar no se molestó en retransmitir estas palabras a Cortés. Al parecer, ya habían previsto esta contingencia y le habían dicho la respuesta.
—Decidle que no deben tener miedo. Nuestros soldados les llevaran hasta la costa, disfrazados con capas españolas, y después se les sacará del territorio de los totonacas a bordo de una de nuestras naves. Luego podrán continuar con sus asuntos en paz. Lo único que pide mi señor Cortés es que cuando esté una vez más ante la gloriosa presencia de Moctezuma, le recuerde que Cortés es su amigo.
Malinalli tradujo la respuesta aunque tuvo problemas con la última frase. ¿Cómo podía decirle al gran tlatoani de los mexicas que la Serpiente Emplumada, el enemigo tradicional de los dioses de Moctezuma, era en realidad su aliado? Tradujo lo mejor que pudo y dejó que el mexica interpretara sus palabras de la manera más conveniente.
Los tres recaudadores de impuestos abandonaron la habitación. En cuanto se marcharon, los españoles se echaron a reír. Malinalli los miró, desconcertada. ¿Por qué la Serpiente Emplumada no había querido que aquellos monstruos acabaran muertos en el altar del sacrificio? ¿Por qué los había dejado en libertad y había traicionado al Cacique Gordo, que le había dispensado su confianza? ¿Por qué los españoles se mostraban tan contentos pon lo que habían hecho?
Cortés se volvió hacia ella y le dirigió una fugaz sonrisa, que revalidaba la conspiración entre ellos. En aquel momento, Portocarrero la cogió por un brazo y se la llevó de vuelta a la habitación.

 

—Ayer el Cacique Gordo parecía estar muerto de miedo —comentó Sandoval—, pero por los muy santos cojones de san José, que hoy está blanco como la teta de la Virgen.
Todos los oficiales se echaron a reír, excepto Cortés.
—Tened cuidado con lo que decís —manifestó, con voz agria.
Las carcajadas cesaron en el acto.
La verdad era que el Cacique Gordo se había convertido en una triste caricatura del jefe que les había recibido en la plaza hacía sólo unos días «Tiembla ante Cortés como un corazón caliente en el cuenco», pensó la joven.
Tradujo las primeras explicaciones del cacique y esperó a que Aguilar se las repitiera a Cortés. El capitán general se levantó hecho una furia en cuanto escuchó lo que dijo el jefe indio.
—¿Cómo? ¿Los habéis dejado escapar? ¿Es que vuestros centinelas estaban dormidos?
El Cacique Gordo intentó explicarle a Malinalli que no comprendía cómo había podido ocurrir y que los responsables ya habían pagado las consecuencias. Ahora mismo, sus corazones se asaban en los braseros. Cortés no esperó la traducción. Después de todo, se dijo la joven, él sabía mucho mejor que el Cacique Gordo cómo se había producido la fuga. Durante la primera guardia nocturna, Guzmán y Flores se habían acercado a los centinelas totonacas con una jarra de vino cubano, que a los naturales les había parecido delicioso. Cuando los españoles volvieron al cabo de dos horas, los hombres dormían la borrachera. No les hubiera despertado ni el disparo de una culebrina. Abrieron los calabozos y se llevaron a los prisioneros.
Cortés recorrió la habitación como una fiera enjaulada. Gruñía y de— cargaba puñetazos contra la palma de la mano. Malinalli sabía que la cólera era fingida. Se preguntó el motivo de la perfidia.
—Mi señor Cortés dice que esto es un terrible desastre. Decidle a este perro que nos debe entregar inmediatamente a los otros prisioneros porque es obvio que no se puede confiar en él. Los trasladaremos a una de nuestras naves. —El Cacique Gordo asintió. Lo que el gran señor quisiera estaba bien—. Mi señor Cortés insiste —añadió Aguilar, mientras el capitán general rabiaba en el otro extremo de la habitación— en que el Cacique Gordo debe jurar fidelidad ahora mismo a Su Excelencia y al rey de España, su Muy Católica Majestad Carlos I, en presencia del notario real. También debe aceptar unir sus fuerzas con nosotros para luchar contra los mexicas, poniendo a todos los guerreros bajo su mando. Si no acepta hacer estas cosas, le abandonará a su suerte.
Malinalli hizo lo imposible para controlar la risa. Miró a Cortés. «Qué bien finges estar enfadado. De verdad que eres un dios porque puedes usar muchos disfraces. Has manejado al Cacique Gordo como a un muñeco». Tradujo las condiciones de Cortés. El cacique debía someterse a las órdenes de la Serpiente Emplumada. Se produjo un largo y tenso silencio mientras el Cacique Gordo pensaba en las posibles consecuencias si ahora lo dejaban solo para enfrentarse a la ira de Moctezuma. Asintió con tanto vigor que el movimiento de las papadas sonó como un aplauso.
—¿Qué responde? —preguntó Aguilar.
—Está de acuerdo.
La princesa azteca
titlepage.xhtml
index_split_000.xhtml
index_split_001.xhtml
index_split_002.xhtml
index_split_003.xhtml
index_split_004.xhtml
index_split_005.xhtml
index_split_006.xhtml
index_split_007.xhtml
index_split_008.xhtml
index_split_009.xhtml
index_split_010.xhtml
index_split_011.xhtml
index_split_012.xhtml
index_split_013.xhtml
index_split_014.xhtml
index_split_015.xhtml
index_split_016.xhtml
index_split_017.xhtml
index_split_018.xhtml
index_split_019.xhtml
index_split_020.xhtml
index_split_021.xhtml
index_split_022.xhtml
index_split_023.xhtml
index_split_024.xhtml
index_split_025.xhtml
index_split_026.xhtml
index_split_027.xhtml
index_split_028.xhtml
index_split_029.xhtml
index_split_030.xhtml
index_split_031.xhtml
index_split_032.xhtml
index_split_033.xhtml
index_split_034.xhtml
index_split_035.xhtml
index_split_036.xhtml
index_split_037.xhtml
index_split_038.xhtml
index_split_039.xhtml
index_split_040.xhtml
index_split_041.xhtml
index_split_042.xhtml
index_split_043.xhtml
index_split_044.xhtml
index_split_045.xhtml
index_split_046.xhtml
index_split_047.xhtml
index_split_048.xhtml
index_split_049.xhtml
index_split_050.xhtml
index_split_051.xhtml
index_split_052.xhtml
index_split_053.xhtml
index_split_054.xhtml
index_split_055.xhtml
index_split_056.xhtml
index_split_057.xhtml
index_split_058.xhtml
index_split_059.xhtml
index_split_060.xhtml
index_split_061.xhtml
index_split_062.xhtml
index_split_063.xhtml
index_split_064.xhtml
index_split_065.xhtml
index_split_066.xhtml
index_split_067.xhtml
index_split_068.xhtml
index_split_069.xhtml
index_split_070.xhtml
index_split_071.xhtml
index_split_072.xhtml
index_split_073.xhtml
index_split_074.xhtml
index_split_075.xhtml
index_split_076.xhtml
index_split_077.xhtml
index_split_078.xhtml
index_split_079.xhtml
index_split_080.xhtml
index_split_081.xhtml
index_split_082.xhtml
index_split_083.xhtml
index_split_084.xhtml
index_split_085.xhtml
index_split_086.xhtml
index_split_087.xhtml
index_split_088.xhtml
index_split_089.xhtml
index_split_090.xhtml
index_split_091.xhtml
index_split_092.xhtml
index_split_093.xhtml
index_split_094.xhtml
index_split_095.xhtml
index_split_096.xhtml
index_split_097.xhtml
index_split_098.xhtml
index_split_099.xhtml
index_split_100.xhtml
index_split_101.xhtml
index_split_102.xhtml
index_split_103.xhtml
index_split_104.xhtml
index_split_105.xhtml
index_split_106.xhtml
index_split_107.xhtml
index_split_108.xhtml
index_split_109.xhtml
index_split_110.xhtml
index_split_111.xhtml
index_split_112.xhtml
index_split_113.xhtml
index_split_114.xhtml
index_split_115.xhtml