29

 

AL día siguiente, todos los hombres que aparecían en la lista de Escudero fueron enviados al norte, de regreso a Cempoallan. Alvarado iba al mando de la columna. Cortés les dijo que se trataba de una misión de rutina.

 

—Quiere que vayáis con ella al río —susurró Norte.
Benítez miró a Norte con expresión ceñuda y después clavó la mirada en Flor de Lluvia.
—¿Por qué? —preguntó en tono de desconfianza.
—Para daros un baño.
—Bañarse no es sano. Así es como se pillan las fiebres.
—Los naturales se bañan todos los días y no enferman.
Habían acabado la construcción del techado de la iglesia. Benítez, en mangas de camisa, contemplaba cómo fray Bartolomé consagraba el templo. Los sacerdotes y sus tonterías. Un gran número de trabajadores totonacas se apiñaban en el interior del edificio, mirando con expresión bobalicona al padre Díaz y al hermano Aguilar, que recoman los pasillos entre los bancos con los incensarios de copal. Las palabras latinas eran incomprensibles incluso para la mayoría de los españoles, excepto el puñado de oficiales. Benítez cogió a Norte por el brazo y se lo llevó hacia la salida. —¿Por qué quiere que me bañe?
Norte se encogió de hombros.
—No os dais cuenta de vuestro olor. Hasta un buitre se sentiría ofendido.
Benítez, en un súbito arranque de furia, agarró a Norte por la garganta.
—Me meo en la tumba de vuestra madre —masculló.
—No pretendía ofenderos —afirmó Norte, con voz ahogada—, Los españoles no nos damos cuenta de nuestro olor. Estas gentes se bañan todos los días para limpiarse el sudor del cuerpo. Flor de Lluvia sólo desea que hagáis lo mismo.
Benítez lo soltó, aunque tenía sus dudas. Se preguntó sí no se estarían burlando de él, o se tratase acaso de alguna treta.
—No es asunto mío si vais o no con ella —añadió Norte, como si hubiese leído los pensamientos del otro. Se masajeó el cuello dolorido—. Es lo que ella quiere.
Flor de Lluvia escuchaba la conversación sin entender ni una palabra, esperando el resultado. Benítez la miró, y ella le dirigió una sonrisa de aliento. «¡Por el culo de Satanás, esto es ridículo! —pensó—. Sin embargo, si no acepto, la alternativa es quedarse aquí y aguantar las letanías de fray Bartolomé el resto de la tarde.» Asintió. La muchacha salió del templo y atravesó la plaza, seguida por el español, y juntos dejaron atrás Veracruz.

 

Flor de Lluvia se quitó las prendas y se metió en el estanque. El agua brillaba sobre su piel como una pátina de rocío. Hacia fresco en la sombra verde y los pezones de la muchacha estaban duros y erectos. De pronto, Benítez dejó de sentirse tan seguro de él mismo.
La joven se volvió y le gritó algo en su propio idioma que él no consiguió entender. Al ver que no respondía a su llamada, Flor de Lluvia se acercó a la orilla y le ayudó a quitarse la ropa. A Benítez le dio verguean estar desnudo con una mujer a la luz del día. Se imaginó a sus camaradas, espiándoles ocultos entre los arbustos y riéndose de ellos. ¿Era éste el primer paso de su degeneración para convertirse en un salvaje como Norte'
Entró con ella en el estanque. Flor de Lluvia tenía un trozo de palo de jabón. Lo frotó entre las manos hasta hacer espuma y después enjabonó el cuerpo del hombre, mientras murmuraba palabras mayas, palabras que Benítez deseó entender. La muchacha recogió agua en el cuenco de las manos para echársela sobre los hombros y el pecho; luego, lo llevó hada una parte más profunda para quitarle el jabón.
En cuanto acabó de bañarle, Flor de Lluvia nadó hasta una piedra llana y bastante amplia. Aquella parte del estanque ya no estaba en sombras y el sol calentaba la piedra. La muchacha se acostó, llamando al hombre con un gesto.

 

—Eres grande y feo —le dijo en su idioma, a sabiendas de que él no podía entenderle—. Pero también eres bondadoso y justa Lo que hiciste por Norte fue algo bueno.
Benítez chapoteó en el agua y se encaramó a la piedra. El agua le chorreaba por el pecho y el vientre. Flor de Lluvia se fijó en que el vello mojado parecía la piel de un animal. El español se estremeció. La joven le tocó. Tenía la piel fría.
—¿Qué voy a hacer? —le preguntó Flor de Lluvia—. Mi amante es hermoso, es una persona y conoce a nuestros dioses. Tú eres torpe pero bondadoso. Los españoles te han hecho mi marido. ¿Qué voy a hacer?
La muchacha le dio un beso, mientras él la rodeaba con sus fuertes brazos. Permanecieron tendidos en la piedra al calor del sol. Flor de Lluvia estiró los miembros, imaginándose que estaba en un altar de Moctezuma y que ella era el sacrificio. ¿Era esto lo que se sentía?, se preguntó, con la mirada puesta en el cielo azul.
La barba dura le raspaba la piel. Acercó la boca del hombre a uno de sus pechos.
—Mírate —susurró—. Eres peludo. Tu macuáhuitl es como un puño púrpura que se abre paso a golpes en el bosque.
Le sujetó con los brazos y las piernas, y hundió los dedos en el pelo de Benítez.
—Ahora ya no hueles a sudor. Ya puedes entrar en la cueva oliendo a agua y a bosque, y yo también disfrutaré con tu contacto.
—Querida —susurró el español—. Querida mía.
Flor de Lluvia se preguntó cuál sería el significado de sus palabras. Se lo preguntaría a Malinalli. Las palabras no eran un obstáculo con Norte. Pero no la habían entregado a Norte.
En cambio, la habían entregado a Benítez. Por lo tanto, sólo le quedaba enseñarle las cosas que le gustaban, a ser más gentil, a oler mejor, e incluso conseguir que aprendiera unas cuantas palabras de su propio idioma. Quizás entonces, con el paso del tiempo, ella podría llegar a quererle un poco.

 

Veracruz

 

Alvarado y los velasquistas regresaron de Cempoallan para encontrarse con la muy desagradable sorpresa de que la bahía estaba desierta. Sus camaradas no tardaron en informarles de que durante su ausencia, toda la flota había sido desguazada y que los restos de las naves habían sido hundidos.
Ahora ya no había manera de regresar a Cuba.
La princesa azteca
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