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AL día siguiente, todos los
hombres que aparecían en la lista de Escudero fueron enviados al
norte, de regreso a Cempoallan. Alvarado iba al mando de la
columna. Cortés les dijo que se trataba de una misión de
rutina.
—Quiere que vayáis con ella al río —susurró
Norte.
Benítez miró a Norte con expresión ceñuda y
después clavó la mirada en Flor de Lluvia.
—¿Por qué? —preguntó en tono de
desconfianza.
—Para daros un baño.
—Bañarse no es sano. Así es como se pillan
las fiebres.
—Los naturales se bañan todos los días y no
enferman.
Habían acabado la construcción del techado
de la iglesia. Benítez, en mangas de camisa, contemplaba cómo fray
Bartolomé consagraba el templo. Los sacerdotes y sus tonterías. Un
gran número de trabajadores totonacas se apiñaban en el interior
del edificio, mirando con expresión bobalicona al padre Díaz y al
hermano Aguilar, que recoman los pasillos entre los bancos con los
incensarios de copal. Las palabras latinas eran incomprensibles
incluso para la mayoría de los españoles, excepto el puñado de
oficiales. Benítez cogió a Norte por el brazo y se lo llevó hacia
la salida. —¿Por qué quiere que me bañe?
Norte se encogió de hombros.
—No os dais cuenta de vuestro olor. Hasta un
buitre se sentiría ofendido.
Benítez, en un súbito arranque de furia,
agarró a Norte por la garganta.
—Me meo en la tumba de vuestra madre
—masculló.
—No pretendía ofenderos —afirmó Norte, con
voz ahogada—, Los españoles no nos damos cuenta de nuestro olor.
Estas gentes se bañan todos los días para limpiarse el sudor del
cuerpo. Flor de Lluvia sólo desea que hagáis lo mismo.
Benítez lo soltó, aunque tenía sus dudas. Se
preguntó sí no se estarían burlando de él, o se tratase acaso de
alguna treta.
—No es asunto mío si vais o no con ella
—añadió Norte, como si hubiese leído los pensamientos del otro. Se
masajeó el cuello dolorido—. Es lo que ella quiere.
Flor de Lluvia escuchaba la conversación sin
entender ni una palabra, esperando el resultado. Benítez la miró, y
ella le dirigió una sonrisa de aliento. «¡Por el culo de Satanás,
esto es ridículo! —pensó—. Sin embargo, si no acepto, la
alternativa es quedarse aquí y aguantar las letanías de fray
Bartolomé el resto de la tarde.» Asintió. La muchacha salió del
templo y atravesó la plaza, seguida por el español, y juntos
dejaron atrás Veracruz.
Flor de Lluvia se quitó las prendas y se
metió en el estanque. El agua brillaba sobre su piel como una
pátina de rocío. Hacia fresco en la sombra verde y los pezones de
la muchacha estaban duros y erectos. De pronto, Benítez dejó de
sentirse tan seguro de él mismo.
La joven se volvió y le gritó algo en su
propio idioma que él no consiguió entender. Al ver que no respondía
a su llamada, Flor de Lluvia se acercó a la orilla y le ayudó a
quitarse la ropa. A Benítez le dio verguean estar desnudo con una
mujer a la luz del día. Se imaginó a sus camaradas, espiándoles
ocultos entre los arbustos y riéndose de ellos. ¿Era éste el primer
paso de su degeneración para convertirse en un salvaje como
Norte'
Entró con ella en el estanque. Flor de
Lluvia tenía un trozo de palo de jabón. Lo frotó entre las manos
hasta hacer espuma y después enjabonó el cuerpo del hombre,
mientras murmuraba palabras mayas, palabras que Benítez deseó
entender. La muchacha recogió agua en el cuenco de las manos para
echársela sobre los hombros y el pecho; luego, lo llevó hada una
parte más profunda para quitarle el jabón.
En cuanto acabó de bañarle, Flor de Lluvia
nadó hasta una piedra llana y bastante amplia. Aquella parte del
estanque ya no estaba en sombras y el sol calentaba la piedra. La
muchacha se acostó, llamando al hombre con un gesto.
—Eres grande y feo —le dijo en su idioma, a
sabiendas de que él no podía entenderle—. Pero también eres
bondadoso y justa Lo que hiciste por Norte fue algo bueno.
Benítez chapoteó en el agua y se encaramó a
la piedra. El agua le chorreaba por el pecho y el vientre. Flor de
Lluvia se fijó en que el vello mojado parecía la piel de un animal.
El español se estremeció. La joven le tocó. Tenía la piel
fría.
—¿Qué voy a hacer? —le preguntó Flor de
Lluvia—. Mi amante es hermoso, es una persona y conoce a nuestros
dioses. Tú eres torpe pero bondadoso. Los españoles te han hecho mi
marido. ¿Qué voy a hacer?
La muchacha le dio un beso, mientras él la
rodeaba con sus fuertes brazos. Permanecieron tendidos en la piedra
al calor del sol. Flor de Lluvia estiró los miembros, imaginándose
que estaba en un altar de Moctezuma y que ella era el sacrificio.
¿Era esto lo que se sentía?, se preguntó, con la mirada puesta en
el cielo azul.
La barba dura le raspaba la piel. Acercó la
boca del hombre a uno de sus pechos.
—Mírate —susurró—. Eres peludo. Tu
macuáhuitl es como un puño púrpura que se abre paso a golpes en el
bosque.
Le sujetó con los brazos y las piernas, y
hundió los dedos en el pelo de Benítez.
—Ahora ya no hueles a sudor. Ya puedes
entrar en la cueva oliendo a agua y a bosque, y yo también
disfrutaré con tu contacto.
—Querida —susurró el español—. Querida
mía.
Flor de Lluvia se preguntó cuál sería el
significado de sus palabras. Se lo preguntaría a Malinalli. Las
palabras no eran un obstáculo con Norte. Pero no la habían
entregado a Norte.
En cambio, la habían entregado a Benítez.
Por lo tanto, sólo le quedaba enseñarle las cosas que le gustaban,
a ser más gentil, a oler mejor, e incluso conseguir que aprendiera
unas cuantas palabras de su propio idioma. Quizás entonces, con el
paso del tiempo, ella podría llegar a quererle un poco.
Veracruz
Alvarado y los velasquistas regresaron de
Cempoallan para encontrarse con la muy desagradable sorpresa de que
la bahía estaba desierta. Sus camaradas no tardaron en informarles
de que durante su ausencia, toda la flota había sido desguazada y
que los restos de las naves habían sido hundidos.
Ahora ya no había manera de regresar a
Cuba.