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EL chistido de un búho. Un
sombra se deslizó por la pared, una silueta se dibujó por un
momento en una de las ventanas.
El rostro de Flor de Lluvia, pintado con los
colores de los guerreros mayas.
Se oyó el crujido de una tabla; por un
instante, la hoja de un puñal de obsidiana reflejó la luz de la
luna. Un suave soplo apagó la vela.
La Malinche sólo tuvo tiempo de reaccionar
con el corazón. Se echó sobre el cuerpo del hombre, esperando el
impacto del golpe y el dolor. Pero la brusquedad del movimiento,
despertó al hombre que se sentó en el lecho. La muchacha oyó el
ruido del puñal cuando chocó contra el suelo.
El hombre la apartó, vio el movimiento en
las sombras, corrió desnudo a través de la habitación para coger la
espada al tiempo que daba voces para que acudieran los
guardias.
Los centinelas aparecieron en el acto. Uno
de ellos sostenía una tea por encima de la cabeza, que alumbró toda
la estancia.
Las miradas de todos se centraron en el
puñal con la empuñadura tallada con la forma de un guerrero águila
y tachonada con turquesas y madreperla que estaba en el
suelo.
El capitán general miró a La Malinche.
—Me has salvado la vida —murmuró.
La muchacha estaba tan asombrada que le fue
imposible contestar.
—¿Viste quién era? —preguntó Cortés.
Ella recordó el rostro de Flor de Lluvia
antes de que apagara la vela, las rayas rojas y blancas. Negó con
la cabeza.
—Sólo vi una sombra —respondió con un hilo
de voz.
Por la mañana, cuando Benítez se despertó,
Flor de Lluvia había desaparecido. La buscó por todo el palacio
pero no encontró ni rastro de su paradero.