37

 

LA llanura entera parecía estar cubierta de naturales«con las plumas ondeando al viento como las hojas del maíz en un maizal. Estaban los otomíes, con las pinturas de guerra roja y blanca, y los tlaxcaltecas pintados con las rayas amarillas y blancas de la tribu de las Garzas. Los generales llevaban los grandes estandartes de guerra de su señor, Xicoténcatl (Aguijón de Avispa). El sol arrancaba destellos en miles de hojas de obsidiana.
El ruido de los preparativos bélicos crecía por momentos: los toques de los silbos y las caracolas, el aullido de los gritos de guerra, el redoblar de los tambores teponaztli. Cortés hizo formar a su diminuto ejército en un cuadrado, con la artillería en los flancos y los jinetes en las puntas. Luego avanzó sobre su caballo; él mismo dio lectura al Requerimiento. Su voz se perdió en el estruendo a medida que los aborígenes comenzaban su avance a través de la llanura.
Cortés continuó con la lectura del documento redactado en latín, tal como se le exigía que hiciera, y luego hizo girar a su cabalgadura para mirar a sus tropas.
—Caballeros, la caballería hará las cargas en grupos de tres. Mantened las lanzas altas.
Los tlaxcaltecas prosiguieron el avance. El ruido de los silbos y los tambores era ensordecedor. Cortés alzó la voz para hacerse oír.
—Recordad que os quieren cautivos y no muertos, y que sus lanzas de vidrio se romperán contra vuestras armaduras. Que no os preocupe veros superados en número porque sólo la primera línea de los indios entrará en combate y no os enfrentaréis a más de un natural por vez. Vuestro único enemigo es la fatiga.
Los indios estaban casi a tiro de arco.
—Los arcabuceros y los ballesteros mantendrán segura la artillería. —Cortés hizo girar a su cabalgadura una vez más para enfrentarse ahora al enemigo y desenvainó la espada—. ¡Por Dios y por Santiago!
La Malinche, apostada junto a una de las piezas de artillería, se dio cuenta de que los aliados totonacas no habían entendido ni una sola palabra del discurso de Cortés. Así que se volvió hacia ellos y les gritó en náhuatl:
—¡La Serpiente Emplumada os promete la victoria! ¡No moriréis! ¡Él os hará invencibles!
Los totonacas alzaron las armas y gritaron de entusiasmo.
—¿Qué les habéis dicho? —le preguntó Aguilar entre el griterío.
La muchacha no le hizo caso.
—¿Qué les habéis dicho? —chilló Aguilar, pero sus palabras se perdieron en la barahúnda. Una lluvia de flechas, dardos y piedras comenzó a caer sobre ellos a medidas que los tlaxcaltecas entraban en la batalla.

 

Los indios cargaron un grupo cada vez, mientras el resto del ejército esperaba al margen de la batalla. Eran un blanco perfecto para la artillería de Mesa. Los proyectiles de treinta libras que disparaban las culebrinas diezmaban sus filas. Una y otra vez, los jinetes españoles acababan con los naturales que insistían en retirar a los muertos y heridos del campo.
Así y todo, no cejaban en el empeño. La muerte en el campo de flores significaba la gloria y les garantizaba un lugar en el cielo,
Pero a medida que pasaban las horas, la superioridad numérica hacía mella en el pequeño ejército español. Una compañía de guerreros tlaxcaltecas, con los cuerpos y los rostros pintados a rayas blancas y amarillas, rompió las líneas. La Malinche vio cómo Guzmán, uno de los artilleros, resbalaba y caía. El español se encontró indefenso, tendido de espaldas, junto a una de las culebrinas. Un guerrero tlaxcalteca se acercó, levantado su macuáhuitl por encima de la cabeza.
—¡No! —gritó Guzmán.
El natural descargó la macana contra el cañón y su arma se hizo pedazos al golpear contra el hierro.
Un soldado de infantería se arrastraba, sujetándose la pierna herida, La Malinche le arrebató la pica y se lanzó contra el tlaxcalteca, apuntándole al pecho con el arma.
Fue como clavar un cuchillo en madera. La punta de la pica se enganchó y no pudo sacarla. Miró el rostro del guerrero; era más joven incluso que ella. Todavía llevaba el piochtli, el mechón de pelo en la nuca como prueba de que aún no había capturado a su primer prisionero. El muchacho, tambaleante, se apoyó en el cañón de la culebrina, boqueando como un pez fuera del agua.
Guzmán se levantó de un salto, la ayudó a arrancar la pica del pecho del guerrero y luego la apartó de un empellón.
La Malinche trastabilló. Un grupo de españoles corrieron a proteger las preciosas culebrinas. Al volverse, vio que Aguilar la miraba, estupefacto. «¿Por qué me mira tan espantado? —se preguntó—. Todos estos hombres están luchando para salvar sus vidas, ¿por qué no puedo defender la mía?»

 

Los ejércitos indios comenzaron a retirarse hacia el desfiladero.
—¡Santiago y cierra España! —gritó Cortés para ordenar después a la caballería que persiguiera a los rezagados.
Benítez espoleó a su cabalgadura. La yegua cojeaba y no podía mantenerse al mismo nivel que los demás. Desde su posición en la retaguardia del grupo, Benítez observó lo que estaba ocurriendo pero se vio impotente para hacer nada.
Los tlaxcaltecas los habían llevado a una trampa. Había mantenido como tropas de reserva a millares de otomíes, ocultos a ambos lados del desfiladero. Ahora bajaban las laderas como una avalancha rojiblanca. Cortés ordenó la retirada, pero sus gritos se perdieron en el tremendo estrépito de los tambores, los silbos y las caracolas.
Benítez se vio rodeado. Los naturales intentaban sujetarle por las piernas y desmontarle de la silla. Comenzó a repartir espadazos a diestro y siniestro hasta que consiguió hacer retroceder a los atacantes. Entonces, uno de los naturales dio un salto prodigioso, enarbolando la macana con cuchillas de obsidiana, y descargó un golpe tremendo contra el animal. La macana casi decapitó a la yegua que cayó al suelo como fulminada por un rayo.
«Dejadme morir ahora —rogó Benítez mientras caía a tierra—. Dejad que me maten, no permitáis que me tomen prisionero.»
La violencia del choque le hizo soltar la espada y le dejó sin aliento. Intentó levantarse, pero se le echaron encima sin perder un instante. Notó el contacto de las manos que le sujetaban para llevárselo. Se defendió como un animal salvaje, mientras escuchaba sus propios alaridos.
La princesa azteca
titlepage.xhtml
index_split_000.xhtml
index_split_001.xhtml
index_split_002.xhtml
index_split_003.xhtml
index_split_004.xhtml
index_split_005.xhtml
index_split_006.xhtml
index_split_007.xhtml
index_split_008.xhtml
index_split_009.xhtml
index_split_010.xhtml
index_split_011.xhtml
index_split_012.xhtml
index_split_013.xhtml
index_split_014.xhtml
index_split_015.xhtml
index_split_016.xhtml
index_split_017.xhtml
index_split_018.xhtml
index_split_019.xhtml
index_split_020.xhtml
index_split_021.xhtml
index_split_022.xhtml
index_split_023.xhtml
index_split_024.xhtml
index_split_025.xhtml
index_split_026.xhtml
index_split_027.xhtml
index_split_028.xhtml
index_split_029.xhtml
index_split_030.xhtml
index_split_031.xhtml
index_split_032.xhtml
index_split_033.xhtml
index_split_034.xhtml
index_split_035.xhtml
index_split_036.xhtml
index_split_037.xhtml
index_split_038.xhtml
index_split_039.xhtml
index_split_040.xhtml
index_split_041.xhtml
index_split_042.xhtml
index_split_043.xhtml
index_split_044.xhtml
index_split_045.xhtml
index_split_046.xhtml
index_split_047.xhtml
index_split_048.xhtml
index_split_049.xhtml
index_split_050.xhtml
index_split_051.xhtml
index_split_052.xhtml
index_split_053.xhtml
index_split_054.xhtml
index_split_055.xhtml
index_split_056.xhtml
index_split_057.xhtml
index_split_058.xhtml
index_split_059.xhtml
index_split_060.xhtml
index_split_061.xhtml
index_split_062.xhtml
index_split_063.xhtml
index_split_064.xhtml
index_split_065.xhtml
index_split_066.xhtml
index_split_067.xhtml
index_split_068.xhtml
index_split_069.xhtml
index_split_070.xhtml
index_split_071.xhtml
index_split_072.xhtml
index_split_073.xhtml
index_split_074.xhtml
index_split_075.xhtml
index_split_076.xhtml
index_split_077.xhtml
index_split_078.xhtml
index_split_079.xhtml
index_split_080.xhtml
index_split_081.xhtml
index_split_082.xhtml
index_split_083.xhtml
index_split_084.xhtml
index_split_085.xhtml
index_split_086.xhtml
index_split_087.xhtml
index_split_088.xhtml
index_split_089.xhtml
index_split_090.xhtml
index_split_091.xhtml
index_split_092.xhtml
index_split_093.xhtml
index_split_094.xhtml
index_split_095.xhtml
index_split_096.xhtml
index_split_097.xhtml
index_split_098.xhtml
index_split_099.xhtml
index_split_100.xhtml
index_split_101.xhtml
index_split_102.xhtml
index_split_103.xhtml
index_split_104.xhtml
index_split_105.xhtml
index_split_106.xhtml
index_split_107.xhtml
index_split_108.xhtml
index_split_109.xhtml
index_split_110.xhtml
index_split_111.xhtml
index_split_112.xhtml
index_split_113.xhtml
index_split_114.xhtml
index_split_115.xhtml