CAPÍTULO 4
Me quedé pensando
que allí donde hay alguien a quien se quiere muchísimo y donde hay alguien que nos quiere de veras,
ese sí que es el lugar más bonito del mundo.
(Ann Cameron -El lugar más bonito del mundo)
Liam extendió la mano cortésmente y ayudó a Kristen a subir al carruaje. Mientras el coche de caballos circulaba con un ritmo cadencioso por las calles de la sin par Londres, Liam contemplaba disimuladamente a la mujer que tenía frente a él. Repasó con la mirada sus rasgos marcados, sus pómulos altos y lejos de convencionalismos y sus intensos ojos azules.
Las sombras de la noche que se colaban por la pequeña ventana jugueteaban en su rostro aceitunado. Su ascendencia española quedaba clara, y la alejaba de cualquier canon de belleza inglesa en que se la quisiera clasificar. La hija de Gilliam Lancashire podría enamorar a un rey, si se lo propusiese. Pero sería para él; el instrumento perfecto para llevar a cabo su vendetta.
—Antes me dijo que se había ido a vivir a Madrid huyendo de su padrastro. ¿No se lleva bien con él? —interrogó Liam, rompiendo el silencio.
Kristen volvió el rostro hacia su interlocutor.
—Scott es un hombre… —buscó alguna palabra que lo definiera—… especial —dijo al fin—. Es muy serio y tiene un carácter un tanto hosco. Hay quienes asegurarían que es intratable.
Liam analizó fríamente la información que Kristen acababa de facilitarle. Llegado el caso, si la cosa se ponía difícil, podría hablar con su padrastro. Con el talante que se gastaba podría presionar a Kristen para que se casara con él. Sabía cómo era Scott Russell. Todos en Londres lo sabían. Pero quería conocer la opinión que la hija de Gilliam Lancashire tenía personalmente de él. Y no era muy distinta a la del resto. Estaba claro que Scott no sentía ningún tipo de aprecio hacia Kristen (ni hacia nadie), y seguro que no estaría muy contento de tenerla de nuevo en casa. Lo más probable es que estuviera pensando en buscarle esposo.
—Algo he oído de él —señaló Liam—. Es cierto que los que le conocen hablan de su carácter hosco y desabrido.
—A veces me pregunto por qué mi madre se casó con Scott. —Kristen estaba poniendo voz a sus pensamientos, inconscientemente, como si Liam no se encontrara a un par de metros de ella escuchándola con suma atención—. Eran tan distintos. Polos opuestos…
—Los polos opuestos se atraen —intervino Liam.
—Supongo que sí —dijo Kristen, pensativa.
—O eso dicen…
Kristen alzó la vista.
¿Por qué razón Liam la miraba de aquella inexplicable manera? Parecía guardar un secreto en el fondo de los ojos. Un secreto que por momentos resultaba enigmático; y a ratos oscuro. Movió ligeramente la cabeza: seguro que eran imaginaciones suyas, pensó.
El carruaje traspasó las verjas de lanza del número 9 de New Kent Road. Instantes después se detuvo frente a las majestuosas escalinatas en forma de media luna de la mansión Lancashire.
—Hemos llegado —dijo Kristen, descorriendo la cortinilla de seda de la ventana y mirando al exterior.
Liam sintió un escalofrío descender a lo largo de su espina dorsal. Desde la noche que acompañó a su padre a la mansión Lancashire, no había vuelto a aquel lugar. La imponente construcción le trajo a la mente un torrente de recuerdos que se movían en espiral de un lado a otro. La lluvia empapando su ropa, el viento golpeándolos una y otra vez mientras se alejaban, los velos de niebla a su alrededor, la expresión de suficiencia en el rostro de Gilliam Lancashire, la de desaliento en el de su padre, la de temor en el suyo…
—¿Se encuentra bien?
La voz de Kristen le sacó de su ensimismamiento. Liam volvió en sí y la miró como si fuera la primera vez que la viera, como si nunca antes hubiera estado allí.
—Sí —respondió Liam escuetamente.
—Está un poco pálido —apuntó Kristen.
—No se preocupe, estoy bien.
Liam trató de recuperar la compostura a marchas forzadas. Sonrió. Abrió la puerta y salió de la berlina para ayudar a bajar a Kristen.
—Gracias.
Liam evitó mirar hacia la mansión; evitó que la imagen del cuerpo de su padre colgando dantescamente de la viga del despacho lo hostigara del modo en que lo estaba haciendo. Como pudo se centró en Kristen; su objetivo aquella noche.
—He pasado una velada estupenda —dijo.
—Yo también.
—Ha sido un placer conocerla, señorita Lancashire.
Liam le tomó la mano, la alzó y se la llevó a los labios. Kristen sonrió ligeramente mientras Liam la besaba sin apartar los ojos de los suyos. ¿Había una insinuación en su mirada?
—Igualmente, señor Lagerfeld —dijo.
Liam no propondría un encuentro. A pesar de todo, no se lo pondría fácil. Ni quería que Kristen se lo pusiera fácil a él. Se apostaría el cuello a que a la hija de Gilliam Lancashire no se la conquistaba simplemente con palabritas susurradas al oído. Se notaba a la legua que tenía carácter y que no dudaría en usarlo, si fuera necesario. Eso le gustó, acicatearía el juego. Él era un seductor nato, y aunque el objetivo estaba definido y claro desde el principio, aunque él tenía prohibido enamorarse, no estaba mal divertirse por el camino. Jugar, al fin y al cabo.
Liam se subió de nuevo al carruaje, dio unos toques en el techo para que el cochero pusiera los caballos en marcha y dejó que las sombras de la noche engulleran la berlina mientras se alejaba por el sendero que se abría paso a través del jardín.
Kristen lo contempló hasta que desapareció por completo de su vista. Se giró, subió las escaleras y abrió la puerta de la mansión.