CAPÍTULO 18

 

 

No ser amados es una simple desventura;

la verdadera desgracia es no amar.

(Albert Camus)

 

 

 

 

 

 

 

Liam apuraba el vaso de whisky mientras sostenía en la mano la nota de embargo que pesaba sobre la mansión de los Lancashire. Observaba el papel fijamente, repasando con los ojos entornados cada una de las palabras escritas en él.

Se haría con la casa a cualquier precio. Estaba dispuesto a pagar la cantidad que fuera necesaria con tal de hacerse con ella, de ser el nuevo propietario. ¿Quién se lo iba a decir? Quién le iba a decir que un día él sería el dueño de la casa que perteneció durante décadas a la familia Lancashire. Una de las más acaudaladas y poderosas del país, y de las más arrogantes y desdeñosas también.

Si algo caracterizaba a sus miembros era esa soberbia y esa suficiencia que parecían congénitas. Le había sorprendido que Kristen no fuera así, y a ciencia cierta no lo era. Desde luego había salido a Milena, su madre, más humilde y sencilla. Pero poco importaba cómo fuera Kristen a esas alturas; pagaría igualmente por lo que Gilliam Lancashire le había hecho a su padre, a su madre, a él mismo.

Gilliam Lancashire, con su soberbia y su odio desmedido, había destrozado a su familia. Se las había ingeniado para que la fábrica de Bernard Lagerfeld se viniera silenciosamente abajo, le había hecho un préstamo avalado por la mansión, a sabiendas de que no podría pagarlo y, finalmente, le había embargado. Todo estaba urdido desde el principio a sangre fría. Con la misma sangre fría con la que Liam iba a vengarse. Lo había jurado quince años atrás sobre la tumba de su padre, con el corazón lleno de dolor y tristeza y las lágrimas surcando sus tiernas mejillas.

—Pobre Kristen… —dijo con mordacidad a media voz, mientras daba el último trago de whisky y miraba la nota de embargo de la mansión Lancashire con una fijeza obsesiva. Liam estaba lejos de sentir algún tipo de empatía por Kristen. Tenía el alma demasiado envenenada como para compadecerse de la hija de Gilliam Lancashire—. Es una pena que tengas que expiar los aberrantes pecados que cometió tu padre contra mi familia. Pero así es la vida —sentenció.

Dejó el vaso encima del escritorio y miró la hora. Eran casi las nueve. En ese momento tocaron a la puerta de su despacho.

—Adelante —dijo.

—El señor Cooper lo espera abajo, señor —anunció el mayordomo. Un hombre de mediana edad, con el pelo canoso y una expresión de extrema formalidad en el rostro.

—Gracias. Dígale que enseguida bajo.

—Sí, señor.

El mayordomo hizo una reverencia y se marchó. Liam guardó la nota de embargo en la carpeta de cuero negro que había abierta sobre su escritorio y se levantó. Había quedado con Bryan para cenar. Esa misma tarde su amigo le había mandado un mensaje diciendo que tenía que contarle algo, al parecer muy interesante, sobre Kristen. Liam no podía negar que le picaba la curiosidad. Apagó las luces y salió del despacho.

—Querido amigo… —saludó Bryan.

—Te noto muy contento —dijo Liam a medida que bajaba los peldaños de la escalinata.

—No es para menos. Te traigo unas noticias que creo que te van a gustar —dijo, guiñándole cómplice un ojo.

—La verdad es que desde que he recibido tu mensaje me tienes en ascuas —comentó Liam cuando llegó al pie de la escalera. Liam le dio unas palmaditas en la espalda a Bryan a modo de bienvenida—. ¿Qué es eso tan interesante que tienes que contarme?

—La cena está servida —anunció el mayordomo.

—¿Qué te parece si mejor te lo cuento mientras cenamos? —preguntó Bryan a Liam.

Liam asintió y le cedió el paso al comedor.

—¿A qué no sabes quién es la mejor amiga de tu querida Caperucita? —dijo Bryan en tono misterioso, al tiempo que partía un trozo del delicioso bistec que había preparado la cocinera.

—No —respondió Liam—. Pero apuesto a que tú sí.

—Por supuesto —afirmó Bryan, haciéndose el interesante. Liam esperaba impaciente. Pero de nada le serviría meter prisa a su amigo. Bryan necesitaba de vez en cuando recrease en su faceta teatral—. Mi querida Anabella —reveló finalmente.

Liam elevó las cejas.

—¿Anabella? —repitió. Su rostro reflejó una expresión entre sorprendido y jubiloso.

—Anabella.

—Esa sí que es una maravillosa casualidad…  y favorecedora.

—Eso mismo he pensado yo —afirmó Bryan, llevándose el trozo de carne a la boca.

—¿Y qué te ha contado Anabella de Kristen?

Bryan terminó de masticar el bocado que tenía entre los dientes, se limpió los labios con la servilleta y respondió a su amigo:

—Que tienes a Caperucita a punto de caramelo. —Las palabras de Bryan hicieron sonreír a Liam con una brizna de malicia—. Kristen le ha contado a Anabella que se está viendo contigo, y según Anabella, está muy ilusionada. Dice que le brillan los ojos cuando habla de ti. En definitiva: que le gustas.

—No sabes cuánto me alegra oírte decir eso —dijo con cierta burla.

—Puedo imaginármelo —aseguró Bryan. Liam cogió la copa de vino blanco con un movimiento elegante, reclinó la espalda en la silla y bebió lentamente—. Le comenté a Anabella que tú estabas interesadísimo en Kristen y le adelanté que no te demorarías mucho en pedir su mano.

Liam alzó los ojos y miró a Bryan por encima del borde de la copa.

—¿Y qué dijo Anabella? —preguntó, curioso y expectante al mismo tiempo.

—Huelga decir que mi prometida es lo primero que le va a contar a Caperucita en cuanto la vea.

—Esa es la intención...

—Exacto. Esa es la intención. Por eso se lo comenté —apuntó Bryan. Tomó en la mano su copa de vino y dio un trago—. Dijo que Kristen se moriría cuando lo supiera.

—Pues espero que no se muera —apuntó Liam, sarcástico—. La quiero vivita y coleando.

—Y vivita y coleando la tendrás, y enamorada. Como te he dicho antes, tu caperucita está a punto de caramelo.

Liam partió un trozo de carne.

—De todas formas, no estará de más que me asegure que será conmigo con quien se casa —dijo. Se metió el pedazo de bistec en la boca y lo masticó.

Bryan dejó su bocado a medio camino, pinchado en el tenedor.

—¿A qué te refieres?

—Voy hablar con Scott Russell, el padrastro de Kristen.

—¿Para qué? —preguntó extrañado Bryan, con el pedazo de carne todavía en el aire.

—Para que presione a Kristen —respondió Liam—. No creo que a Scott le haya hecho mucha gracia el regreso de su hijastra, porque ahora tiene que rendirle cuentas, literalmente. Y las cuentas están prácticamente en números rojos. Eso implica que Scott Russel va a tener que darle muchas explicaciones. Lo más conveniente, y es lo que voy a tratar de hacerle ver, es que se la quite de en medio cuanto antes, y nada mejor que con un buen casamiento.

—No está mal pensado —señaló Bryan, reflexionando sobre ello. Finalmente se metió en la boca el trozo de bistec—. Nada mal. ¿Y cuándo vas a hablar con él? —quiso saber, al tiempo que masticaba.

—Mañana, sin falta. Es asiduo a la taberna del Viejo Sabio —dijo Liam—. Por lo que me han informado, rara es la tarde que no está allí jugando a las cartas. Evidentemente, no puedo ir a la mansión de los Lancashire a hablar con él, pero sí puedo verlo en la taberna.

—Es lo mejor. De eso modo, te vas a asegurar de que Caperucita te dé el «sí, quiero».

Liam cogió la copa, se la acercó a los labios y dio un trago de vino.

—Incluso estoy dispuesto a ofrecerle dinero, si me sale con remilgos —afirmó.

—Lo dudo —se adelantó a decir Bryan, optimista—. Scott Russell no parece un hombre precisamente remilgoso, y menos en asuntos de dinero, y menos si está en números rojos. Y lo está, solo hay que ver la nota de embargo que pesa sobre la mansión de los Lancashire.

—Yo tampoco creo que haya problema con él. Pero es bueno contar con planes alternativos por si alguno no sale bien —comentó Liam.

—Y tú has pensado en todos —afirmó Bryan, blandiendo una sonrisa en la boca—. Tu Caperucita no tiene escapatoria, Lobo Feroz.

Liam miró a su amigo significativamente. No, no tenía escapatoria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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