CAPÍTULO 71

 

 

Era mentira,

pero ambos comprendimos

que hacía bien en mentir.

(La Tregua -Mario Benedetti)

 

 

 

 

 

 

 

—Quiero ayudarte a escapar —le dijo Kamelia a Kristen mientras le ajustaba las tiras del corsé a la espalda.

Kristen alzó los ojos y la miró a través del espejo, sorprendida y, en cierto modo, intrigada.

—¿Por qué habría de creerte? —dijo en un visible tono de desconfianza—. ¿Quién me dice que no me estás tendiendo una trampa?

—No es una trampa —alegó Kamelia, contundente. Aunque no tenía muchos más argumentos con los que responder.

—Estoy segura de que tú fuiste quien le dijo a Liam que estaba dando clase a los hijos de los criados en la cabaña que hay cerca del claro de la cascada —siguió Kristen, como si no la hubiera oído—, y la que dio la voz de alarma cuando intenté huir la primera vez.

—No importa lo que pensara antes, o lo que hiciera —se excusó Kamelia, sin confirmar ni desmentir las hipótesis de Kristen—. Ahora creo que lo mejor es que te vayas de aquí.

Kristen curvó los labios en una sonrisa mordaz.

—Así tienes el camino libre con Liam, ¿verdad? —preguntó—. No creas que no me he dado cuenta de que mi esposo te gusta —dijo—.  Todos los días veo como lo miras y como no pierdes oportunidad para insinuarte delante de él.

—¿Y qué si me gusta? —dijo Kamelia con descaro, tirando con fuerza de los lazos del corsé.

—Simplemente por decencia, deberías respetar que es un hombre casado —le aconsejó Kristen, con la mirada entornada. Kamelia hizo una lanzada en la parte baja de la prenda y Kristen se dio la vuelta—. Pero las mujeres como tú no reparáis en nada ni en nadie. Os da igual uno que otro, que esté casado o no. Nada importa mientras tenga dinero, posición o títulos, ¿no es cierto?

Kamelia levantó la mano, pero Kristen paró la bofetada que iba a darle a mitad de camino.

—No se te ocurra pegarme —le dijo a la criada en tono grave mientras sujetaba su muñeca con fuerza. Su cara adquirió una expresión severa. Estaba cansada de la altanería y la desfachatez de Kamelia y ya era hora de cortarle las alas. La criada le lanzó una mirada retadora que Kristen acogió con el mismo desafío—. No vuelvas ni siquiera a intentarlo, o me aseguraré de que esta misma tarde estés despedida. 

Kamelia dio un ligero tirón sin apartar los ojos de Kristen y se soltó de su mano.

—Lo siento —dijo, forzando la disculpa.

Kristen se mantuvo con el rostro impasible frente a ella. No estaba dispuesta a que Kamelia le faltara el respeto en ninguna ocasión más. La criada carraspeó.

—¿Quieres que te ayude a escapar o no? —dijo.

Kristen la miró con recelo, pero relajó la expresión del rostro.

—¿Cómo podrías hacerlo? —preguntó—. Ya ves que apenas salgo de la casa —añadió frustrada.

—Esta tarde tengo que ir a Londres —comenzó a explicar Kamelia. Kristen la escuchaba atentamente—. El señor Lagerfeld ya está al tanto de ello y ya tengo su permiso. Puedes hacerte pasar por mí e ir en mi lugar —concluyó la criada.

Kristen no necesitó preguntarle qué ganaba con todo eso. Estaba claro: quitársela de encima y, como le había dicho, dejarle el camino libre con Liam. Le dolía en lo más profundo del alma pensar en que Kamelia pudiera tener algo con él, que cualquier mujer pudiera tener algo con él, pero no le quedaba otra salida más que irse de allí. Ella no podía continuar a su lado, no sabiendo que solo la quería para vengarse de lo que su padre le había hecho a su familia.

—¿Qué has pensado? —quiso saber.

—Puedes ponerte algo de mi ropa en mi habitación y de allí salir por la puerta de servicio al coche de caballos —indicó Kamelia, que había pensado en todos los detalles—. No te preocupes por el cochero. Joseff está enfermo y le está sustituyendo uno nuevo. No nos conoce. Solo sabe que tiene que esperar a una mujer a las cuatro de la tarde y llevarla a Londres. Así que no habrá problema.

A Kristen la idea no pareció disgustarle. Al contrario. Una brecha de esperanza se abrió en su corazón.

—El frío va a permitirme echarme un pañuelo por la cabeza como si de un turbante se tratara. De ese modo podré ocultar parte del rostro y pasar desapercibida. Además, Liam estará a esas horas en la fábrica —dijo, poniendo voz a sus pensamientos. Alzó los ojos y volvió a dirigir una mirada de recelo a Kamelia—. ¿Cómo puedo saber que no es una trampa? —inquirió.

—No puedes saberlo —respondió Kamelia, encogiéndose de hombros—. Solo puedes confiar en mi palabra.

Su palabra…, pensó Kristen, ¿acaso su palabra valía algo? Probablemente no, se respondió. Pero no le quedaba más remedio que confiar en ella si finalmente aceptaba su propuesta.

De repente se sintió invadida por una temeridad que desconocía y que la impulsó a decir que sí a Kamelia.

—Está bien —dijo al fin—. Confiaré en tu palabra.

En el fondo no se fiaba de ella. Ni de ella ni de nadie en esa casa. Pero, a fin de cuentas, a esas alturas ya no tenía nada que perder.

Kamelia sonrió ligeramente.

—Estate preparada a las tres y media —indicó—. Vendré a buscarte.

Kristen asintió.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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