CAPÍTULO 34
Lo único que me duele
de morir, es que no sea de amor.
(Gabriel García Márquez)
Durante la noche, Kristen le estuvo dando vueltas en la cabeza a la idea de dar clase a los hijos de los empleados de la hacienda, ya que ellos no contaban con medios económicos suficientes para escolarizarlos. De ese modo ejercería su vocación y la carrera que con tanto ahínco se había sacado en Madrid, y tendría una distracción. Podría enseñarles a leer y a escribir; matemáticas y algo de geografía. Así Harper aprendería dónde estaba exactamente Grecia.
Reflexionó: sí, era una buena idea, se afirmó a sí misma con una sonrisa.
Hablaría con Liam y le pediría que le dejara algún lugar, por pequeño que fuera, para montar una pequeña clase. Ya se las apañaría. Estaba convencida de que él estaría de acuerdo. Además, los gastos serían mínimos.
De pronto se vio sumergida en el interior de un torbellino de ideas que se movían como una espiral por su cerebro. Los criados podrían hacer una mesa grande y bancos con tablones de madera para que se sentaran los niños; no eran necesarios pupitres individuales. Ella se encargaría de ir a Birmingham y comprar pizarras y tizas y algunos cuentos infantiles para cuando comenzaran a leer.
La idea la tenía cada vez más excitada, tanto, que aquella noche fue incapaz de conciliar el sueño.
—Te hacía de viaje a Irlanda del Norte —dijo Bryan—. No esperaba recibir un mensaje tuyo citándome de este modo casi clandestino —alegó con su habitual humor, mientras se acomodaba en la silla.
—Parto en un par de días —apuntó Liam, que permanecía de pie al lado del escritorio.
—¿No deberías, entonces, estar con tu esposa?
La pregunta de Bryan estaba llena de aticismo, incluso se podría decir que de burla. Liam alzó una ceja y dirigió a su amigo una mirada mordaz.
—¿Quieres un whisky? —le ofreció, sin responder a su interrogante.
—Sí, por favor.
Liam se dio la vuelta, se encaminó hacia la licorera, cogió dos vasos de cristal y los llenó con un par de dedos de whisky.
—El mío que sea doble —especificó Bryan.
Liam vertió en el vaso de su amigo dos dedos más. Asió los vasos y tendió el suyo a Bryan.
—Gracias.
Bryan dio un trago.
—¿Qué tal está Caperucita? —preguntó.
—Empezando a tomar consciencia de lo que le espera conmigo —contestó Liam, llevándose pausadamente el vaso a los labios y bebiendo.
—¿Ya has comenzado a hacer de las tuyas?
Liam hizo en silencio un ademán de afirmación con la cabeza.
—Ni siquiera me he despedido de ella —dijo en un tono ligeramente desdeñoso.
Hasta sus oídos llegó la carcajada ahogada de Bryan.
—No estás perdiendo el tiempo —afirmó.
—¿Para qué? —preguntó Liam con voz triunfante—. Cuanto antes empiece mi vendetta, antes disfrutaré con ella.
—Pobre Caperucita… —se lamentó satíricamente Bryan.
—Gilliam Lancashire tiene que estar ya revolviéndose en su tumba —dijo solamente Liam.
Levantó el vaso de whisky y fijó los ojos verdes en el líquido ambarino que reposaba en su interior. La expresión que reflejaba su rostro es como si estuviera ausente. A miles de millas de su casa de Trafalgar Square en Londres.
Era lo único que le importaba: Gilliam Lancashire y vengarse de su memoria a través de Kristen. Lo demás parecía no tener sentido. Liam apenas pensaba en algo más que no fuera eso. Toda su vida giraba, y había girado durante los últimos quince años, en torno a su particular vendetta. Una vendetta que lo cegaba y que no le permitía valorar ni medir las consecuencias. No existía nada más allá que no fuera hacerle pagar a Kristen Lancashire, en quien había volcado todo su odio, cada uno de los pecados que había cometido su padre.
—¿Cuándo regresas? —quiso saber Bryan, cambiando de tema.
—Dentro de un par de semanas —respondió Liam, volviendo en sí—. Quiero que sigas pendiente del embargo de la mansión de los Lancashire. Si por casualidad se resolviera estos días; cómprala al precio que sea.
—Pierde cuidado —lo tranquilizó su amigo—. Estoy pendiente de ello.
—Perfecto —asintió Liam—. ¿Cómo va lo de los empleados para la fábrica de Birmingham? —preguntó—. Me gustaría que estuviera resuelto a mi regreso de Irlanda del Norte.
—Lo estará —afirmó Bryan—. Mañana Steve, el capataz, empieza con las entrevistas. En los próximos días tendrás aumentada la plantilla.
—Muy bien —dijo Liam, satisfecho—. Encárgate de los contratos y demás transacciones necesarias.
—Ya estoy en ello —le adelantó Bryan.
Liam sacó el reloj del bolsillo de su chaleco gris y consultó la hora.
—He de irme —anunció. Repentinamente parecía tener prisa—. Leslie Simmons me espera.
Bryan dejó escapar una risotada.
—Las viejas costumbres no se pierden, ¿verdad?
—Yo no tengo ninguna intención de que se pierdan —aseveró Liam.
—¿De ella sí que te vas a despedir?
—Por supuesto —dijo Liam, como si fuera algo obvio—. Te aseguro que estos días que estaré fuera, voy a echar mucho de menos sus esbeltas piernas.
—Su entrepierna —corrigió Bryan como siempre hacía—. Estás hecho un truhán, mi querido amigo. —Liam se encogió de hombros—. Anda con cuidado —le advirtió Bryan, sin abandonar el matiz irónico de la voz—. No vaya a ser que te vea alguien cercano a tu esposa y le vaya con el cuento. No olvides que ahora eres un hombre casado.
—De noche, todos los gatos son pardos —dijo Liam con una sonrisa—. Podría ser yo, o podría ser cualquier otro.
—¿Qué tal fue tu boda? —preguntó Leslie Simmons a Liam, con la misma naturalidad que si le hubiera preguntado qué había desayunado.
—No quiero hablar de eso —fue la seca respuesta de Liam.
Pero Leslie insistió entre caricias melosas. Tenía curiosidad por saber qué pasaba por la cabeza de Liam para haberse casado con una mujer a la cual no amaba. No era una cuestión de dinero, eso sin duda, porque él tenía todo el del mundo. Entonces, ¿por qué razón se había casado con esa tal Kristen Lancashire?, se preguntaba una y otra vez.
—¿Y tu esposa? —siguió la cabaretera con la batería de preguntas mientras le pasaba las suaves manos por el cuello.
—Te he dicho que no quiero hablar de eso —repitió Liam en el mismo tono hosco.
—¿Pero…?
Liam asió las muñecas de Leslie y le apartó las manos de su cuello, haciendo que ella interrumpiera su pregunta de golpe. La echó sobre la cama con un ligero empujón y se puso encima de ella. Los ojos entornados de Liam ardían como brasas incandescentes. Sin mediar más palabra, la besó apasionadamente, hundiendo su lengua en la boca entreabierta de la cabaretera, que soltó un ligero gemido ante su arrebatada pasión.
¿Qué le pasaba?, se dijo extrañada. Lo notaba enrarecido. Le constaba que era muy apasionado y vehemente entre las sábanas. Pero en esos momentos la penetraba como si estuviera lleno de desesperación, como si quisiera olvidarse de algo y no lo consiguiera de ninguna manera, como si necesitara aplacar una especie de fuego invisible y silencioso que lo carcomiera por dentro.
Las embestidas a su cuerpo eran cada vez más profundas, incluso dolorosas. Leslie trató de ajustarse a su ritmo mientras los jadeos de uno y de otro llenaban la habitación, hasta que finalmente culminaron en un intenso orgasmo que los dejó extasiados.