CAPÍTULO 23

 

 

No fuiste antes ni después,

fuiste a tiempo.

(Jaime Sabines)

 

 

 

 

 

 

 

Kristen abrió el sobre que le entregó el mensajero y extrajo la respuesta de Liam con cierta ansiedad. Los dedos le temblaban ligeramente. No había conseguido pegar ojo en toda la noche. El pensamiento de que su padrastro concediera su mano a Sir Roger Sullivan la había atormentado durante las largas horas de insomnio.

Había pasado buena parte de la madrugada con la mirada fija en el reloj situado encima de la cómoda. Era su imaginación, pero en algún momento hubiera jurado que las manecillas giraban de forma invertida, porque le parecía que no avanzaban por la ornamentada esfera de color bronce.

Respiró aliviada cuando Liam la citó bajo la torre del Big Ben a las cinco de la tarde de ese mismo día. Kristen le había pedido verse, sugiriéndole que no fuera a recogerla a casa. Se encontrarían en algún lugar de la ciudad. Quería evitar problemas con Scott, y si veía que Liam iba a buscarla, lo más probable, pensaba ingenuamente Kristen, es que se creara uno.

Terminó de leer la nota y levantó la vista.

—Dígale al señor Lagerfeld que sí —respondió.

El mensajero asintió conforme.

—Muy bien, se lo diré.

Se dio la vuelta.

—Gracias —agradeció Kristen cuando el muchacho salió por la puerta.

 

 

 

Liam giró la cabeza y echó un vistazo al Big Ben. Las enormes manecillas del reloj registraban con exactitud dos minutos menos de las cinco. Cuando bajó la mirada de nuevo, vio que Kristen Lancashire se dirigía hacia él por Buckingham Palace Road. La contempló con detenimiento mientras se acercaba. Llevaba un vestido de seda de color rosa palo elegantemente adornado con brocados blancos. El parasol iba a juego. La prenda se ceñía a su esbelto cuerpo como un guante de seda, perfilando una cinturilla de avispa y unos senos perfectamente proporcionados. Liam entornó la mirada con aire felino y se preguntó cómo estaría desnuda.

—Seguro que preciosa —siseó en un tono inaudible—. Pronto lo descubriré —se dijo con astucia a sí mismo.

A medida que Kristen avanzaba hacia él y su rostro iba cobrando nitidez, se dio cuenta de que había algo en ella que no tenía nada que ver con las damiselas pálidas y frágiles de la sociedad londinense. Una determinación férrea, algo que se traducía en un claro denuedo y que se reflejaba en cada uno de sus rasgos.

—Buenas tardes —saludó Liam con voz dulce cuando Kristen lo alcanzó. Le tomó la mano y se la besó delicadamente, como un caballero.

—Buenas tardes —dijo Kristen, sin evitar que aflorase una sonrisa tímida al borde de sus labios.

—¿Sucede algo grave? —se adelantó a preguntar Liam, fingiendo intranquilidad—. Tu nota me ha dejado muy preocupado.

Kristen lo miró con aprensión en los ojos.

—¿Te apetece dar un paseo por Hyde Park? —sugirió.

—Sí, claro. Siempre que sea contigo… —expresó Liam ofreciéndole una mirada seductora.

Kristen volvió a sonreír. Liam Lagerfeld era tan cautivador…

Hyde Park era junto a Regent´s Park uno de los pulmones de Londres. Estaba considerado el parque más antiguo de la ciudad y desde que se había abierto oficialmente al público en el siglo XVII había sido testigo de duelos, protestas y centenares de eventos musicales. Así como el escenario del amor y de las promesas que se hacían las miles de parejas que paseaban entre sus verdes senderos, buscando la intimidad de los enamorados.

Kristen y Liam atravesaron una alameda de árboles altos y copas frondosas con paso leve y dejaron atrás una hermosa fuente donde las figuras de tres querubines expulsaban de sus manos un chorro de agua cristalina. Caminaron en silencio hasta la orilla del Serpentine, un oasis habitado por una variada fauna acuática, situado en el centro del parque.

Una docena de viejas barcas de madera enmohecida languidecían atadas en el costado este del lago, custodiadas por su dueño, un hombre escuálido y de aire hambriento de avanzada edad, con pelo canoso y barba descuidada, que iba ataviado con unos pantalones de pana arremangados con varias vueltas a la altura del tobillo.

Hyde Park no ha cambiado desde la última vez que estuve aquí hace siete años —comentó Kristen. De pronto volvió a sus ojos esa nostalgia que la hacía añorar tiempos pasados—. Y el viejo Jimmy tampoco —añadió con una sonrisa agridulce.

Liam advirtió de inmediato el cambio de expresión en el rostro de Kristen. Se giró, cortó una rosa blanca de un rosal que tenía al lado y se la dio. Ella la cogió emocionada.

—Gracias —dijo.

—¿Damos un paseo en barca? —le propuso Liam en un intento por animarla.

Kristen alzó los ojos y se encontró con la animosa mirada verde de Liam fija en ella. Inclinó varias veces la cabeza, afirmando en silencio, entusiasmada como una niña pequeña.

—Vamos —dijo Liam.

Se acercó hasta el viejo Jimmy, sacó un billete de un penique del bolsillo y se lo ofreció.

—Quédese con el cambio —habló de nuevo.

—Gracias, señor —le agradeció el hombrecillo con una dilatada sonrisa en la boca.

Liam asió la mano de Kristen y la ayudó a subir a la barca de tablas medio ennegrecidas que había alquilado. Seguidamente dio un salto con agilidad y montó él. Cogió los palas y comenzó a remar, adentrándose en el lago Serpentine, cuyas aguas, de un azul imposible, se mantenían inmóviles bajo ellos como si fueran una gran balsa de aceite. Cuando llegaron al centro, Liam detuvo la barca. La brisa corría suave, aleteando los rizos sueltos que caían por las mejillas de Kristen. En el aire flotaba un agradable aroma a flores y vegetación.

—La tarde está maravillosa —dijo Liam, intentando entablar conversación.

Pero Kristen estaba taciturna, reservada, callada… No sabía de qué manera abordar el tema sin que Liam se sintiera decepcionado. Tenía miedo de que lo que había empezado mágicamente entre ambos acabara en el mismo momento en que le dijera que pretendían obligarla a casarse.

—¿Va todo bien? —la animó a hablar Liam, posando sobre ella una mirada tierna.

Kristen se mordió el labio inferior, nerviosa. Las pupilas le vibraban cuando se encontró de nuevo con los ojos de Liam.

—No —respondió escuetamente.

Pasados unos segundos, Liam dijo en tono comprensible:

—Seguro que no es tan grave. Si me lo cuentas, quizá podamos ponerlo solución juntos. —Sonrió con una ternura infinita.

Kristen respiró hondo.

—Mi padrastro quiere obligarme a desposarme con otro hombre. —Liam frunció el ceño, fingiendo un gesto de gravedad—. Es mi tutor legal —continuó Kristen—, así que tiene pleno derecho a tomar decisiones por mí.

—¿Y quién sería el… afortunado? —quiso saber Liam.

—Sir Roger Sullivan, un viejo amigo de mi padre.

—Lo conozco —intervino Liam, que trataba por todos los medios de hablar de modo convincente. Miró fijamente a Kristen—. ¿Tú quieres casarte con él?

—¡No! —exclamó rápidamente ella—. Ni siquiera lo conozco. Solo lo he visto un par de veces en el despacho de mi padre, y de eso hace ya muchos años. No… No lo amo. —Liam sonrió para sus adentros—. He amenazado a mi padrastro con meterme a monja si me obliga a casarme con Sir Roger Sullivan —murmuró.

—¿A monja?

Liam no pudo evitar sorprenderse ante la ocurrencia de Kristen. Era increíble.

—Sí —se reiteró ella, enfatizando el monosílabo—. Prefiero la vida espartana de las cuatro paredes de la celda de un convento, consagrada a nuestro Señor, a pasarla junto a un hombre al que no amo.

Liam brindó por ello en silencio. Tenía que reconocer que Kristen Lancashire era una mujer de armas tomar, con las ideas claras, desde luego. Los convencionalismos no se habían hecho para ella.

Él sabía que no aceptaría de ninguna manera casarse con Sir Roger Sullivan y que, como ella misma había dicho, sería capaz de ingresar antes en un convento. Durante unos segundos Liam hizo como que reflexionaba. Después miró a Kristen. Era su momento.

—Yo tengo una solución —anunció.

Kristen clavó sus intensos ojos azules en los de Liam. Por un momento, aunque fuera fugaz, notó que la esperanza nacía en su corazón.

—¿De veras? —preguntó con un asombro manifiesto.

—Cásate conmigo —soltó Liam como si acabara de ocurrírsele, sin apartar la vista de su rostro.

—Liam… —alcanzó únicamente a decir Kristen, boquiabierta.

—Cásate conmigo —repitió él.

Kristen supo que Liam no estaba bromeando. Su expresión circunspecta y su voz llena de aplomo así lo aseguraban. Es cierto que Anabella le había dicho que Liam había confesado a Bryan, su prometido, que estaba muy interesado en ella y que no demoraría mucho en pedir su mano. Pero Kristen se había tomado aquella afirmación con cierto escepticismo, aduciendo que quizá era fruto de la ilusión del comienzo, en que todo es maravilloso entre los enamorados. No se le ocurrió pensar que pudiera ser verdad.

—Si te casas conmigo no tendrás que hacerlo con Sir Roger —aseveró Liam—. Ni con ningún otro hombre, y tampoco tendrás que coger los hábitos.

—Dios mío…

Kristen apenas tenía en esos momentos capacidad para reaccionar. Si había alguien en el mundo con quien quisiera contraer matrimonio ese era sin duda con Liam Lagerfeld. Sonrió presa de la emoción.

—No tenemos por qué casarnos mañana. Podemos esperar un par de meses, en lo que preparamos la ceremonia de la bod…

—Sí —prorrumpió Kristen de repente, entusiasmada—. Sí, sí, sí… —Se incorporó y se echó en los brazos de Liam, que acogió su abrazo con una cariñosa carcajada. La barca se tambaleó de un lado a otro peligrosamente.

—Adoro tu espontaneidad y tu falta de formas —dijo Liam, sentándola en su regazo.

La miró unos instantes a los ojos, serio. De cerca eran aún más extraordinarios, pensó. Aproximó su rostro al de Kristen y rozó su nariz con la suya en un gesto que pretendía ser tierno.

—Quiero ser tuya —dijo Kristen.

—Lo serás —afirmó Liam.

Después los labios de ambos se fundieron en un beso cálido y húmedo que sonrojó las mejillas de Kristen. Azorada y con una ingenuidad encantadora, volvió a abrazar a Liam. Necesitaba sentir su protección, esa seguridad que desprendía por cada poro de su piel.

¿Podían haber salido mejor las cosas?, se preguntó él. Sonrió para sus adentros.

 

 

Vendetta
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