CAPÍTULO 60

 

 

No existe hombre tan cobarde,

como para que el amor

no pueda hacerlo valiente

y transformarlo en un héroe.

(Platón)

 

 

 

 

 

 

 

Ludwig arreaba a los caballos por el camino de tierra que atravesaba con un suave serpenteo la extensa pradera que se prolongaba más allá de donde alcanzaba la vista.

—¿No crees que deberíamos haber avisado nuestra visita con un mensajero? —preguntó Tommy.

—¿Y quedarnos sin el factor sorpresa? —dijo Bertha sonriente—. No —se respondió a sí misma—. Por nada del mundo me perdería la cara de Kristen cuando nos vea.

Tommy se retrepó en el asiento, impaciente por ver a Kristen. No podía negar que estaba algo nervioso. Hacerlo sería engañarse a sí mismo.

El carruaje atravesó el gran arco de piedra que daba entrada a la hacienda y enfiló el sendero de gravilla que conducía hasta la casa. Tommy descorrió la cortina de la ventanilla con la mano y contempló las fuentes y las hermosas estatuas que salpicaban el jardín con el asombro pintado en el rostro.

Liam vio llegar la berlina desde su despacho. Cuando Tommy descendió de ella los músculos de la mandíbula se le tensaron como las cuerdas de una guitarra. ¿Cómo se atrevía a ir a ver a su esposa?, se preguntó. Dejó lo que estaba haciendo y se apresuró a bajar.

—Yo los atiendo, Silvana —dijo, antes de que la criada pudiera siquiera pronunciar palabra cuando les abrió la puerta.

—Buenas tardes, Liam —saludó Bertha en el hall.

—Buenas tardes, Bertha —cumplió Liam en tono neutro. Miró a Tommy, pero no le dijo nada.

—¿Puedes decirle a Kristen que hemos venido? —preguntó Bertha.

—Kristen no está —respondió Liam—. Uno de los criados la ha llevado a Birmingham —mintió—. Ha ido a comprar unas cosas para la casa y a encargar a la modista unos vestidos para ella.

El rostro de Bertha reflejó una expresión de desilusión.

—¿Y tardará mucho? —sondeó con voz decepcionada—. Podemos esperarla si…

—Se acaba de ir —afirmó Liam, interrumpiéndola amablemente—. Me ha dicho que regresaría a última hora de la tarde. —Sonrió, tratando de resultar convincente—. Conociendo cómo sois las mujeres cuando vais de compras, seguro que se demora hasta la cena.

—Que inoportuna casualidad —se lamentó Bertha—. Queríamos darle una sorpresa.

—Lo siento —dijo Liam, que quería que se marcharan cuanto antes.

Tommy lo observaba en silencio, con los ojos entornados y una mirada recelosa en ellos. ¿Por qué no creía a Liam? ¿Qué era exactamente lo que le hacía pensar que les estaba mintiendo? No era raro que Kristen hubiera ido de compras a Birmingham, ni que se pasara toda la tarde en la ciudad. Sin embargo, había algo en la actitud de Liam que lo hacía dudar. Echó un vistazo al interior de la casa por encima de su hombro. Todo parecía estar en orden. Aunque tampoco esperaba que no lo estuviera.

Su vista quedó atrapa por la muchacha rubia y de piel pálida que bajaba las escaleras en esos momentos. Kamelia descendía los peldaños cargada con la ropa sucia de Kristen, ajena a la presencia de Tommy. Cuando levantó los ojos, sus miradas se encontraron. Tommy sonrió ligeramente, o trató de sonreír, pero Kamelia no le devolvió la sonrisa, aunque permaneció unos segundos mirándolo, como si fuera la primera vez que veía a un hombre. Cuando reaccionó, puso una mueca algo altanera en el rostro, elevó la barbilla y enfiló los pasos hacia la cocina. 

—Tommy, nos vamos. —La voz de Bertha lo devolvió a la realidad.

—Está bien, como quieras  —respondió, mirando a Liam, que lo observaba a su vez con expresión ladina.

—Le diré a Kristen que habéis venido a verla —dijo Liam con toda la amabilidad que fue capaz de reunir.

—Sí, por favor —le pidió Bertha. Se sentía desalentada por no poder haber visto a su niña. Le hubiera gustado estar un rato con ella y darle unos cuantos mimos. La echaba tanto de menos… —Si vais algún día a Londres, pasaros por casa —indicó.

—Iremos —dijo Liam—. No te preocupes. Pronto os haremos una visita.

 

 

 

Kristen salió de la biblioteca. Se dirigía a su habitación cuando oyó relinchar a un caballo en el jardín. Curiosa, se acercó a la ventana del pasillo de la planta de arriba y se asomó. El rostro reflejó una expresión mezcla de incredulidad y confusión al ver a Ludwig al mando de las riendas y a Tommy subiendo al viejo carruaje de la familia. Seguro que Bertha se encontraba en su interior, pensó. Trató de abrir la ventana para gritarles que no se fueran, pero, para su desesperación, el pestillo estaba atrancado y no pudo por más que tiró.

Cesó en su intento; echó a correr por la galería y bajó las escaleras rápidamente. Cuando salió al jardín y descendió los peldaños del porche el carruaje ya había emprendido la marcha.

—¡Esperad! —gritó Kristen, sin dejar de correr detrás de él mientras se recogía el vestido con las manos—. ¡No os vayáis! ¡Esperad, por favor! ¡No os vayáis! ¡Ludwig! ¡Ludwig! —vociferó impotente—. Tommy… —susurró en un hilo de voz, con los ojos atestados de lágrimas—. Volved… Volved…

Pero la silueta de la berlina se fue haciendo cada vez más pequeña, hasta que se convirtió en un punto difuminado en el camino. Kristen se rindió al cansancio y se detuvo en mitad del sendero, respirando entrecortadamente por el esfuerzo, mientras las lágrimas se precipitaban sin freno por sus mejillas.

Se dio la vuelta sorbiendo por la nariz y volvió a la casa con el alma en los pies. Cuando entró, Liam la esperaba de pie en el hall con una mirada impertérrita en los ojos verdes.

—¿Por qué no me has avisado de que Bertha, Ludwig y Tommy han venido a verme? —le preguntó Kristen sin poder contener el llanto—. ¿Es que no te cansas de hacerme daño?

—¿Cómo se atreve Tommy a venir a verte? —dijo Liam, enfadado—. ¿No entiende que estas casada y que ya no tiene ningún derecho a visitarte?

—¿Por qué diablos te pones así con él, Liam? —protestó Kristen, elevando el tono de voz—. ¿Por qué? ¿Qué más te da si está enamorado de mí o no? Tú no me quieres. No entiendo por qué actúas como un esposo celoso…

Liam reflexionó sobre aquellas palabras. La verdad es que él tampoco comprendía por qué sentía esos celos irracionales, por qué le molestaba que Tommy quisiera ver a Kristen, por qué le hervía la sangre cuando un hombre se interesaba por ella… Se sintió repentinamente desconcertado.

—Además —prosiguió Kristen—, tú tienes una amante, ¿no? —le reprochó—. Entonces que no te extrañe que yo me busque...

—¡Yo soy un hombre! —exclamó Liam, interrumpiéndola—. ¡Tengo necesidades!

Kristen alargó la mano y le pegó una bofetada. Liam la fulminó con la mirada mientras apretaba las mandíbulas con fuerza. Kristen casi pudo oír el rechinar de los dientes.

—Eres un miserable —dijo Kristen, que apenas podía articular palabra. Su pecho subía y bajaba con rapidez—. ¿Por eso te has acostado conmigo? —le preguntó—. ¿Simplemente para satisfacer tus necesidades de hombre? ¿Para asegurarte de ser el primero?

La profunda decepción que expresaban los cristalinos ojos azules de Kristen hizo mella en Liam, que no sabía qué le sucedía. ¿Por qué le ponía tan débil? Tragó saliva, tratando de mantenerse firme. Su fuerza de voluntad empezaba a flaquear.

—¡Me engañaste! —le escupió Kristen con rabia—. ¡Me mentiste deliberadamente para casarte conmigo sin estar enamorado de mí, mientras que yo lo hacía de ti como una boba! ¿Sabes cómo me hace sentir eso? ¿Lo sabes?

Liam dio un paso hacia adelante, dejando que su mirada actuase antes de acercarse a Kristen.

—¿Sabes cómo me sentí yo cuando vi a mi padre colgado de la viga de su despacho? —preguntó Liam a su vez—. Amoratado, con los ojos casi fuera de las órbitas en una mueca de horror, balanceándose de un lado a otro… —Kristen notó que se le formaba un nudo helado en la garganta—. ¿Lo sabes, Kristen? —repitió Liam con voz pausada, pronunciando cada palabra como si le doliera—. ¿Sabes cómo me sentí cuando nos echaron a mi madre a mí fuera de nuestra propia casa? ¿Cuando ella falleció pocas semanas después? ¿Lo sabes, Kristen? —dijo de nuevo—. Y todo por cortesía de tu padre —concluyó con una ironía excesivamente ácida.

El silencio se prolongó. Kristen no sabía qué decir. Liam lo había perdido todo por culpa de su familia. Sin embargo, ella no tenía la culpa. Solo era una niña cuando todo eso ocurrió. Alzó los ojos y observó la mueca amarga que cruzaba el rostro de Liam.

—Soy consciente de que mi padre no actuó bien —dijo en tono franco—. Os hizo mucho daño…

—Más del que te puedes imaginar —farfulló Liam.

—Pero yo no tengo la culpa —terminó de decir Kristen suavemente—. Yo no soy responsable de nada. Yo… —Su voz se fue apagando. No sabía de qué modo podía convencer a Liam. Estaba segura de que nada de lo que le dijera le haría entrar en razón—. No es justo que me hagas pagar los errores de mi padre.

—La vida es injusta —dijo Liam, indiferente.

Kristen se quedó mirándolo unos instantes. Tembló ante la crudeza de sus palabras. Los ojos de Liam transmitían una marabunta de sentimientos. Kristen reconoció ira, rabia, resentimiento y odio.

—En estos momentos no eres mejor que mi padre —aseveró con contundencia—. Tu sed de venganza no solo me va a destruir a mí, también te va a destruir a ti —dijo, y sin dar lugar a réplica, se recogió la falda del vestido, pasó al lado de Liam y se fue para su habitación.

La rabia que asomaba a los ojos de Liam se apagó de golpe, dejando en su mirada una expresión indescifrable. La afirmación de Kristen lo había descolocado profundamente. ¡Por todos los santos! ¿Era posible que él se hubiera convertido en un hombre tan despreciable como Gilliam Lancashire? ¿Y si Kristen tenía razón? ¿Y si sus ansias de venganza acababa destruyéndolos a los dos?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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