CAPÍTULO 19

 

 

El amor es una pieza de teatro

en la que los actos son muy cortos,

y los entreactos muy largos.

¿Cómo llenar los intermedios

sino mediante el ingenio?

(Ninon de l´Enclos)

 

 

 

 

 

 

 

El sol brillaba en lo alto del cielo y emitía un halo de luz que barnizaba las fachadas de los monumentos de Londres de oro líquido. El Palacio de Buckingham, la Abadía de Westminster, la Iglesia de Saint Martin, o la Catedral de Saint Paul, parecían estar bañados en una solución dorada que arrancaba un centenar de destellos a las piedras.

Las aguas del Támesis formaban una superficie acerada. Un espejo que reflejaba perfectamente cada una de las construcciones de la ciudad.

Liam dejó atrás Trafalgar Square y tomó Whitehall. Alzó la vista y observó el imponente reloj del Big Ben. Las largas manecillas señalaban rigurosamente las cuatro en punto de la tarde. Giró a la izquierda para coger Vauxhall Bridge Road y alargó los pasos hasta la conocida taberna del Viejo Sabio, situada en esa misma calle.

El lugar era un espacio amplio y relativamente limpio. Los suelos y las mesas eran de madera tipo escocés. Las paredes mostraban una excelsa y cuidada colección de artilugios marineros, compuesta de timones, anclas, redes de pescar, cuerdas con un millar de nudos y un largo etcétera más fijados con clavos. En el aire flotaba una mezcla de alcohol, humo de tabaco y un desinfectante que parecía que habían vertido a granel.

Liam abrió la puerta. Se detuvo en el umbral y la mirada repasó el perímetro de la taberna tratando de localizar a Scott Russell. Los ojos verdes se toparon con su figura sentada en una de las mesas cuadradas con bancos de madera del fondo, bajo la ventana del tragaluz.

—Ha habido suerte —siseó para sí mientras avanzaba hacia él.

Scott levantó la vista del solitario de cartas que estaba haciendo cuando lo vio llegar.

—¿Puedo? —preguntó Liam.

Scott dio una calada a la pipa y lo invitó a sentarse con un gesto de la mano.

—Gracias —dijo Liam.

El tabernero, un tipo tosco y calvo, con rasgos de ave carroñera, se acercó a la mesa al mismo tiempo que se secaba las enormes manos con el delantal.

—Un whisky para mí y sírvale al señor Russell otro vaso de lo que estuviera tomando, por favor —se adelantó a pedir Liam.

El tabernero dio media vuelta en silencio y se metió detrás de la barra para preparar las bebidas. A su espalda, decenas de botellas de licor se extendían perfectamente organizadas a lo largo de varias repisas.

—¿A qué le debo el honor? —dijo Scott en tono seco, hablando por primera vez.

—A Kristen —respondió concisamente Liam, sin ningún tipo de ambigüedades.

Scott afirmó ligeramente con la cabeza.

—Me lo imaginaba… —dijo, sin dejar de hacer el solitario que había empezado unos minutos antes de que Liam lo abordara—. Sé que la otra tarde quedó con usted.

—¿Le supone algún problema? —preguntó directamente Liam.

Scott apuró la copa de absenta.

—Ninguno —afirmó.

El camarero dejó las consumiciones sobre la mesa con una mirada rapaz y acompañado del mismo silencio con el que se había ido.

—No voy a andar con rodeos, señor Russell —comenzó a decir Liam—. Creo que a ninguno de los dos nos gusta perder el tiempo, así que voy a ir directamente al grano. Quiero casarme con su hijastra.

—¿No cree que va un poco rápido, señor Lagerfeld? —preguntó Scott, sin dejar en ningún momento de prestar atención a las cartas.

—Con algunas mujeres hay que darse prisa —respondió Liam con aplomo—. Antes de que otro hombre se adelante. Es… algo así como una carrera. No es difícil adivinar que el regreso de Kristen ha de haber revolucionado el panorama de solteros de la ciudad. Pronto van a comenzar a acumulársele las peticiones de mano. Los hombres más acaudalados de la ciudad revolotearán a su alrededor como moscas en torno a una jarra de miel. ¿Me equivoco?

—En absoluto —afirmó Scott.

—Entonces, entenderá el porqué de mi premura —dijo Liam.

—La entiendo. Mi hijastra es uno de los mejores partidos de Londres.

Liam sonrió sutilmente. Un viso de mordacidad se delineó en sus labios mientras jugueteaba con el contenido del vaso.

—No creo que se refiera a dinero —apuntó Liam sin deshacer la sonrisa—. Tal vez soy el único que, aun conociendo las circunstancias económicas por las que atraviesa el patrimonio que le legó Milena Lancashire, sigue queriendo casarse con Kristen.

Liam asió el vaso de whisky, se lo acercó a la boca y bebió un trago largo. Scott paró en seco de hacer el solitario, levantó los ojos y los clavó en el hombre que estaba sentado frente a él. En la expresión de su rostro había un irreverente aire de suficiencia que no había visto al principio.

—¿Qué es lo que quiere? —preguntó. De pronto se sintió amenazado.

—Ya se lo he dicho: casarme con su hijastra.

—¿Y qué más?

La voz de Scott había adquirido un claro tono de gravedad.

—Que le sugiera, la aconseje, la persuada… la presione para que acepte mi propuesta de matrimonio —propuso Liam.

—¿De qué modo podría hacerlo? —dijo Scott, que ya se había olvidado por completo del solitario y de las cartas—. Kristen no se va a dejar convencer…

—No tiene que convencerla de que se case conmigo —cortó Liam—. De eso ya me encargo yo. Lo que quiero es que la presione para que me acepte cuanto antes. Scott cogió el vaso de absenta y se lo bebió de un trago—. Me conviene a mí y le conviene a usted —continuó Liam—. Conozco a Kristen lo suficiente para saber que no tardará mucho en pedirle que le muestre la contabilidad de la fábrica y las cuentas de los gastos de la mansión, si no lo ha hecho ya…

Scott solo necesitó un segundo para saber que Liam tenía razón. Kristen no lo pasaría por alto. Ella no. Estaba seguro de que revisaría las cuentas de un lado y de otro y entonces se daría de bruces con la penosa situación económica en que se encontraba el patrimonio familiar.

—¿Por qué debería acceder a su petición? —preguntó—. Sir Roger Sullivan también desea casarse con Kristen.

Liam dio otro trago de whisky, descansó el vaso sobre la superficie desgastada de madera y trazó media sonrisa de suficiencia en el rostro.

—¿Sabe Sir Roger Sullivan que Kristen Lancashire no tiene un penique? —espetó a Scott—. Dígame… ¿lo sabe? ¿Le ha informado de que usted la ha dejado prácticamente en la ruina?, ¿que se ha lapidado toda su fortuna en los años en que ha estado viviendo en España?

Scott dio un puñetazo sobre la mesa. Varias personas se sobresaltaron, giraron la cabeza y lo miraron.

—No le voy a permitir que hable así de mí —masculló entre dientes. Los ojos, que se clavaban como puñales en Liam, destellaban furia.

—Sí que me lo va a permitir —interrumpió de golpe Liam, sosteniéndole la mirada sin inmutarse ni demudar la expresión impasible que había dibujada en su rostro—. Me lo va a permitir porque sabe que lo que estoy diciendo es cierto.

Scott echó un vistazo a su alrededor con las mandíbulas apretadas. La gente aún le observaba. Incluso el camarero, que estaba secando jarras tras el mostrador, tenía los ojos clavados en él. Respiró hondo y trató de tranquilizarse.

—Está bien… —capituló al fin.

Bien pensado, ¿qué más daba con quién se casara Kristen Lancashire? A él le era indiferente, y las razones por las que Sir Roger Sullivan, Liam Lagerfeld, o cualquier otro quisieran que fuera su esposa, también. Eso era problema de ellos y, en todo caso, de su hijastra, pero no suyo. Él de lo único que tenía que preocuparse es de que Kristen no se enterara del modo en que había acabado con la fortuna de su padre. Y lo mejor era casándola. Con quien fuera.

—¿Qué quiere que haga? —le preguntó Scott a Liam en tono confidencial.

Liam, por su parte, había estado dando vueltas en su mente a una idea de última hora.

—Me alegro de que esté de mi parte —dijo. Scott intuyó que ese era el precio que tenía que pagar por el silencio del hijo de Bernard Lagerfeld. Liam se echó hacia adelante—. Quiero que obligue a Kristen a casarse con Sir Roger Sullivan.

Scott frunció el ceño con gravedad y sacudió la cabeza. Estaba totalmente confundido con la nueva petición de Liam.

—¿Qué?

—Haga lo que le pido —dijo Liam, sin dar más explicaciones—. Coméntele que Sir Roger va a pedir su mano y que usted, como su tutor legal, está dispuesto a concedérsela.

—No entiendo qué pretende…

—No necesito que usted entienda qué pretendo. Solo que haga lo que le pido. —Liam hablaba de forma rotunda.

Un silencio espeso y ciertamente hostil cayó sobre ellos.

—Como quiera —concedió Scott de mala gana unos segundos después.

—Bien… —Liam echó la silla hacia atrás y se levantó—. Ahora, si me disculpa… Tengo que irme —dijo en tono cordial. Ya no tenía que hacer nada más allí—. Sacó unas cuantas monedas del bolsillo de la librea y las dejó encima de la mesa. Antes de irse, se volvió por última vez hacia Scott y le dijo—: Ah, vaya empezando a mirar un traje bonito. Dentro de poco va a tener que llevar a su hijastra al altar.

Scott lo miró desconcertado. Liam sonrió con ese gesto tenue de la boca que parecía burlar el mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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