CAPÍTULO 57

 

 

El amor es mejor maestro

que el deber.

(Albert Einstein)

 

 

 

 

 

 

 

La tormenta no tenía ninguna intención de amainar. Por el contrario, había adquirido mayor virulencia, si cabía. Liam sabía que quedaban bastantes millas hasta la hacienda. Lo mejor era refugiarse en algún lugar y esperar a que remitiera. Si la memoria no le fallaba, recordaba que había una cabaña, abandonada desde hacía años, en el límite sur del bosque.

Torció las riendas y condujo al caballo por el sendero de arena que salía a la derecha. Poco después el contorno de una choza apareció ante ellos.

Liam se detuvo frente a la puerta, descendió del caballo en el pequeño porche que tenía la casita, y ayudó a Kristen a bajarse de él, que se lo permitió de mala gana. Durante un minuto Liam forcejeó con el candado, pero no logró abrir la puerta. Echó atrás un paso y la dio una fuerte patada mientras Kristen aguardaba detrás. La madera chascó y la puerta cedió al impulso.

—Entra —dijo.

Kristen cruzó el umbral y se adentró en la cabaña mientras Liam cogía las alforjas del caballo.

Las paredes estaban revestidas de moho y humedad y había polvo y montones de paja por todas partes. Pero al menos allí dentro no llovía. Al fondo, una chimenea languidecía entre las sábanas que formaban las telas de araña.

Liam dejó las alforjas a un lado, miró a su alrededor y advirtió una pila de leña en el otro extremo. Se acercó y cogió algunos trozos secos. Fue hasta la chimenea, quitó la ceniza y colocó la leña en la base. En silencio sacó una caja de fósforos de las alforjas, encendió uno y prendió la madera bajo la atenta mirada de Kristen, que no podía apartar los ojos de él. Era tan resuelto…

Liam se levantó y se dio la vuelta hacia Kristen.

—¿No tenías otra noche mejor para escaparte? —preguntó, lanzándole una mirada reprobatoria. Kristen no respondió nada.

Liam se quedó mirándola en silencio durante unos instantes. Estaba calada hasta los huesos y desprendía un aire de vulnerabilidad capaz de derretir el corazón del más duro. El pelo negro le caía suelto y mojado sobre los hombros. La ropa estaba pegada al cuerpo, resaltando sus formas, y los ojos se habían agrandado por el temor. Estaba temblando como una hoja a merced del viento. Liam no supo si de frío, o de miedo, o de ambas cosas a la vez.

—Acércate al fuego —dijo mientras se quitaba la capa de cuero y la dejaba sobre una vieja silla que tenía el respaldo astillado.

Kristen se aproximó lentamente a la chimenea. Extendió los brazos y dejó que el fuego le calentara las manos. Al girarse de nuevo hacia ella, Liam vio que tiritaba. De pronto quería abrazarla; tenía la imperiosa necesidad de protegerla, de arroparla, de... Se dio la vuelta para dejar de verla. Sacó las mantas que había metido en las alforjas antes de salir de la hacienda y tendió una a Kristen.

—Gracias —le agradeció ella, cogiéndola con mano temblorosa. Los dientes le castañeteaban.

Se ruborizó cuando reparó en que Liam tenía el torso desnudo, aunque se había dejado puestos los pantalones y las botas. Los ojos repasaron involuntariamente la forma definida de la musculatura de arriba abajo.

—Quítate la ropa, Kristen —dijo Liam mientras se echaba una de las mantas sobre los hombros.

Kristen alzó la vista hacia él con expresión de desconcierto y lo miró como si lo que tuviera delante fuera un nido de víboras.

—No voy a quitarme la ropa —respondió tajante.

—Te vas a helar si te quedas con ella puesta —explicó Liam, tratando de convencerla—. Vas a coger una pulmonía con tanta humedad. Estás empapada. Lo mejor será que te la quites y la dejes secando en la chimenea.

—Me da igual si cojo una pulmonía o no —refutó Kristen con malas pulgas.

—¿Quieres que te la quite yo? —preguntó Liam con voz determinante.

—¿No te atreverías? —dijo Kristen en tono indignado.

—¿Crees que no me atrevería? —preguntó a su vez Liam, retándola con la mirada—. Ponme a prueba.

«¿Por qué no puedo mantener la boca cerrada?», se reprochó Kristen a sí misma.

—Date la vuelta, por favor —le pidió transcurridos unos segundos. 

—Eres mi esposa, Kristen. Estamos casados —alegó Liam como si fuera algo obvio.

—Sí, estamos casados, pero no por las razones que deberíamos estarlo —lo contradijo ella con un viso de reproche—. Tú solo quieres veng… —Se calló de golpe. Una punzada de dolor le atravesó el corazón. Aquella afirmación la hacía daño, la hería en lo más profundo del alma—. Es igual —dijo, sacudiendo la cabeza resignada—. Por favor, date la vuelta —dijo de nuevo con voz casi suplicante.

Liam hizo lo que le demandó sin decir nada. ¿Cómo iba a negarse si se lo pedía de esa forma? Debía darle una tregua, pensó en silencio mientras Kristen trasteaba detrás de él con la ropa. Kristen la necesitaba. Y él también. Aunque se mostraba dura, podía sentir su angustia y su temor. El temor que él le infundía.

—Ya está —anunció unos minutos después.

Liam se volvió lentamente hacia ella. Kristen respiraba de manera entrecortada por los nervios y el pudor y los ojos lo miraban con una inocencia que en esos momentos le resultó adorable. Kristen trataba de evitarlo, pero el cuerpo le seguía temblando sin parar.

En un impulso y sin pensar mucho en ello, Liam abrió su manta, dio un paso hacia adelante y envolvió a Kristen con ella. El corazón de Kristen estaba a punto de desbocarse cuando los brazos de Liam la rodearon con ternura. De un momento a otro iba a salírsele del pecho.

—¿Mejor? —le preguntó Liam en tono suave, buscando su mirada.

Kristen simplemente asintió un par de veces con la cabeza. Consciente de la cercanía de Liam y arrullada por la cadencia de su voz, apenas era capaz de articular palabra.

Liam no sabía por qué tenía la necesidad de estar junto a ella, de protegerla del mundo, y menos de las emociones que había sentido mientras la buscaba en el bosque: rabia, ira, desasosiego, desesperación, y miedo, un profundo miedo a que le hubiera pasado algo malo, a perderla. La sola idea de que le ocurriera algo…

La apretó más contra sí, mientras la mirada se perdía en el fuego chisporroteante de la chimenea. Una sensación reconfortante lo invadió al sentir la calidez de su cuerpo desnudo contra el suyo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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