CAPÍTULO 79

 

 

Quizá nos encontremos frente a frente

algún día… ¿Cuándo ocurra, si ocurre,

sabré yo de suspiros, sabrás tú de respirar?

(Un día -Alfonsina Storni)

 

 

 

 

 

 

 

—La clase ha terminado por hoy —anunció Kristen a los niños—. Podéis salir, pero, por favor, no empujéis al compañero de delante. Hacedlo ordenadamente —dijo con una sonrisa afable en los labios.

Se dio media vuelta, cogió su carpeta de encima de la mesa y salió del edificio donde se emplazaba el colegio en el que había empezado a dar clases unos meses atrás.

En esos momentos se acordó de Harper. ¿Qué estaría haciendo?, se preguntó. ¿Habría leído ya muchos cuentos de dragones y héroes? Quizá un día fuera a Birmingham a verlo. Enseguida cambió de idea. Ir a la hacienda supondría encontrarse con Liam y no le convenía. No le convenía en absoluto. Todavía seguía pensando en él… La primavera estaba a punto de dejar paso al verano y aún no había conseguido olvidarlo. Borrar su imagen de su mente parecía una tarea imposible.

Al otro lado de la calle, Liam la observaba oculto detrás de un árbol. Giró el rostro y la siguió con la mirada entornada, como si fuera un felino. Estaba condenadamente hermosa, más que nunca, con un vestido color vainilla ribeteado de encaje blanco y un recogido en lo alto de la cabeza. Algunos mechones de pelo negro le caían a ambos lados del rostro dándole un aire sofisticado y sensual. La adrenalina comenzó a quemarle la sangre cuando detuvo los ojos en sus exuberantes labios.

—¿La llevo a casa? —preguntó Ludwig a Kristen.

—No, Ludwig —respondió ella, ajustándose el sombrero  —. Llévame a Clerkenwell Road, por favor. Tengo que comprar unos libros en una librería de allí.

—Como quieras —dijo el cochero con expresión afable.

Kristen subió al carruaje con la ayuda de Ludwig y se sentó en el asiento.

Al otro lado de la calle, Liam había escuchado hacia dónde se dirigía. Era su oportunidad.

Mientras se dirigían a Clerkenwell Road, Kristen reflexionó acerca de la suerte que había tenido. Con los ahorros que poseía y el sueldo del trabajo en la escuela podía pagar a Bertha y a Ludwig. Ellos habían renunciado a parte de su suelo con tal de quedarse con ella. De ese modo podía sufragar el alquiler de una pequeña casa al oeste de Londres, y Tommy había entrado como capataz en una de las haciendas del padre de Anabella. De quien no sabía nada era de Scott, aunque le habían dicho que se había ido a Escocia. Pero realmente tampoco tenía mucho interés en saber qué era de su vida.

—Hemos llegado —oyó vociferar a Ludwig.

El carruaje se detuvo. La puerta se abrió y la mano del cochero se extendió para ayudarla a bajar. Kristen la tomó y se apeó de la berlina.

—Gracias…

La palabra se le atascó en la garganta cuando vio por debajo de la línea del ala del sombrero que la mano que la sujetaba era la de Liam. El pulso se le aceleró de golpe.

—Es un placer —dijo él, mirándola fijamente a los ojos. Después le dedicó una de aquellas sonrisas deslumbrantes y pícaras que hacían que Kristen se derritiera. Tragó saliva mientras el corazón se le desbocaba dentro del pecho.

—¿Qué… haces aquí? —tartamudeó Kristen—. Pensé que estabas en Birmingham.

—Asegurarme de que no te caigas al suelo —respondió Liam, y volviendo a sonreír con algo de malicia, añadió—: Recuerda que yo soy tu ángel de la guarda.

—Liam… —El tono de Kristen pretendía ser de reproche, pero no lo logró del todo. La cadencia grave y profunda de su voz la desarmaba. Aún todo, se irguió y elevó ligeramente la barbilla, tratando de mantener la compostura—. Tengo que irme —dijo.

—Tus ojos siguen siendo capaces de robarle el aliento a cualquiera —la halagó Liam, atrapando su mirada con la suya e ignorando su comentario a propósito.

—Liam, por favor… —musitó Kristen en un hilo de voz, ruborizada hasta las raíces del pelo.  

Nunca había conocido un hombre tan seguro de sí mismo como Liam y esa cualidad, lejos de desagradarla, la atraía más si cabía. Siempre la había atraído, incluso después de todos los meses que había estado sin verlo.

El espectro del deseo comenzó a gravitar peligrosamente sobre sus cabezas. Kristen carraspeó, nerviosa. Ante la insistente mirada de Liam, volvió a decir:

—Tengo prisa, Liam. Tengo que irme…

Liam dibujó una pícara sonrisa en sus labios.

—¿Tienes? —repitió, arqueando una ceja—. «Tener» suele ser una obligación. ¿Te quedarías conmigo si no «tuvieras prisa»?

Kristen se tensó. Se le había olvidado lo bien que se le daban a Liam los juegos de palabras.

—No, Liam, no —respondió con cierta exasperación, tratando de salir del atolladero como podía. Estaba azorada—. Me voy porque quiero irme, porque… —Bufó.

¿Por qué Liam seguía teniendo ese efecto sobre ella? ¿Por qué la alteraba de aquella manera? ¿Por qué la ponía en jaque? Sin decir nada más, puesto que sería inútil, se recogió las faldas del vestido y enfiló los pasos hacia la librería.

—Te estaré esperando a la salida —anunció Liam, sin que la sonrisa pícara desapareciera de su rostro. Sabía que eso la pondría más nerviosa todavía. Le encantaba comprobar que aún se ruborizaba con su cercanía.

Kristen se dio la vuelta al oír sus intenciones. Volvió a bufar.

—Ludwig, he cambiado de idea. Llévame a casa, por favor —le pidió.

—Como desee —dijo el cochero, asintiendo al mismo tiempo con la cabeza.

Kristen pasó al lado de Liam, solo a unos cuantos centímetros de él, y puso un pie en el primer escalón del carruaje. Cuando Liam fue a cogerla de la mano para ayudarla a dar el impulso, Kristen dijo:

—Puedo sola.

Aquella frase trajo hasta su mente la ocasión en que Liam tuvo que sujetarla por la cintura en la escalera de la hacienda, para que no caerse de bruces. Acababan de llegar de la fiesta de los Stratford y estaba ebria. Es lo que le había dicho; que podía sola. En esos momentos rezó para no tropezarse. Por nada del mundo quería requerir de la ayuda de Liam. ¿O sí?

Cerró la puerta de la berlina de un portazo y se retrepó en el asiento de cuero. Ludwig arreó a los caballos, que se pusieron en marcha de inmediato. La silueta regia de Liam desapareció del marco que dibujaba la ventanilla del carruaje. Kristen respiró aliviada.

Liam contempló como la berlina comenzaba a circular y se mimetizaba con la gente que iba de un lado a otro de la calle.

Su pequeña estaba condenadamente hermosa y lo mejor de todo: seguía poniéndose nerviosa con su presencia, aunque tratara de disimularlo de todas las formas posibles. Sonrió para sí. Esa era una de las mejores señales de que no le era totalmente indiferente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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