CAPÍTULO 40

 

 

Un mundo nace

cuando dos se besan.´

(Octavio Paz)

 

 

 

 

 

 

 

Las calles del laberíntico Londres estaban atestadas de gente, aún cuando no era día de mercado ni había ninguna celebración especial. Pero el fulgente sol de verano y el buen tiempo hacían que todo el mundo saliera en tropel a comprar a las tiendas, a pasear a Regent´s Park o a Hyde Park, a visitar la National Gallery, o a merendar a las orillas del Támesis…

—¿El viernes por la tarde estarás ocupado con alguno de tus clientes o alguno de los asuntos de mi padre? —le preguntó Anabella a Bryan mientras se tomaban un té frío en la terraza del Delicatessen.

—Tengo cuestiones y papeles que terminar; burocracia más bien. Pero nada importante—respondió Bryan—. ¿Por qué?

—¿Por qué no hacemos una visita a Kristen y a Liam? —propuso Anabella—. No veo a Kristen desde el día de la boda, y de eso hace ya más de un mes.

—Me parece una buena idea —dijo Bryan, conforme—. Yo tampoco veo a Liam desde la boda —mintió, ya que había estado con él en su casa de Trafalgar Square antes de irse de viaje a Irlanda del Norte—. Seguro que se alegran de vernos.

—Tengo muchas ganas de que me cuente cómo le va en su vida de casada —comentó Anabella—. Me imagino que tiene que estar radiante. Yo me sentiría feliz si estuviera casada contigo. —Le dirigió una mirada suspicaz a Bryan, que sonrió.

—En primavera llegará nuestro momento —dijo.

—Estoy deseando ser la señora Cooper —señaló Anabella con un entusiasmo manifiesto—. Hasta luego, señora Burford —saludó, curvando los labios en una sonrisa de cortesía a la mujer de mediana edad que había pasado por su lado.

—Y yo estoy deseando que lo seas —aseguró Bryan.

Se acercó a Anabella lentamente y le dio un casto beso en la mejilla.

—Y después vendrán los niños —continuó Anabella, sin que su exaltación decayera.

Bryan arrugó ligeramente la frente.

—Bueno, los niños pueden esperar…

Anabella se lo quedó mirando.

—Mi amor —dijo con voz melosa—, yo quiero tener muchos hijos. Un montón de pequeños Bryan y de pequeñas Anabella correteando por el jardín de nuestra casa.

—Y yo también —indicó Bryan, aunque no parecía estar convencido del todo—. Pero podemos esperar un tiempo. No tenemos que ponernos a ello inmediatamente.

—Pero si queremos tener muchos hijos, tenemos que darnos prisa —arguyó Anabella, tenaz como solo ella podía serlo.

—Cielo, solo tienes veinte años. Tenemos toda la vida por delante para tener cuantos renacuajos queramos —comentó Bryan tratando de persuadirla con sus argumentos.

—Tienes razón —dijo Anabella—. Pero es que yo quiero ser madre…

—Buenas tardes, señor Cooper —dijo una voz femenina detrás de Anabella, interrumpiendo la conversación. Bryan la reconoció al instante.

Anabella giró el rostro, curiosa, y se encontró con la esbelta figura de una mujer de cabellos rubios y ojos de color gris, engalanada con un descocado vestido rojo y negro que dejaba a la vista, en su opinión, demasiada carne.

Bryan carraspeó.

—Buenas tardes, señorita Simmons —respondió al saludo, intentando mantener a raya el ritmo de su respiración. No esperaba ver a la cabaretera que se follaba Liam en el Delicatessen.

—¿Todo bien? —preguntó Leslie.

Las comisuras de la boca se elevaban dibujando una sonrisa de medio lado. Por un momento Bryan temió que Leslie le preguntara por Liam, o que le dijera algo comprometido sobre él.

—Todo bien, gracias —dijo en tono templado.

Anabella notó una pizca de nerviosismo en su prometido. ¿A qué era debido?

—Veo que está muy bien acompañado —apuntó Leslie, echando una mirada a Anabella.

Bryan volvió a carraspear.

—Sí. Ella es mi prometida, Anabella Cromwell. Anabella, ella es Leslie Simmons.

—Encantada —dijo Leslie, dedicándole una amplia sonrisa.

—Encantada —contestó Anabella con cierta descortesía mal disimulada en la voz.

¿Quién era aquella mujer tan atrevida?, se preguntó. ¿Y de qué conocía a su prometido?

Para alivio de Bryan, Leslie Simmons se despidió.

—Que tengan una buena tarde —dijo, mirando a uno y a otro.

—Igualmente —contestó Bryan.

Anabella mantuvo silencio. Por alguna razón que desconocía, aquella mujer de escote prominente y cinturilla de avispa no le daba confianza.

—¿Quién es? —preguntó cuando se aseguró de que no podía oírla.

—Leslie Simmons —repitió Bryan, observando a la cabaretera entrar en el Delicatessen—. Ya te la he presentado.

—Sí, lo has hecho. Pero a juzgar por la manera en que la miras, creo que hay mucho más detrás de su simple nombre —observó Anabella. A quien no le hacía gracia que su prometido se relacionara con ella.

Bryan se giró hacia Anabella.

—No te pongas celosa —dijo en tono dulce, acariciándole la curva de la mandíbula con los dedos—. Ya sabes que yo solo tengo ojos para ti, mi amor. —Al ver que el rictus de Anabella seguía serio, dijo—: Es la cabaretera que trabaja en uno de los bares a los que… solíamos ir Liam y yo.

—¡¿Una cabaretera?! —Anabella lo preguntó como si nunca antes hubiera escuchado esa palabra.

—Baja la voz —le pidió Bryan.

—¿No teníais otros bares a los que acudir? —interrogó con actitud fiscalizadora—. ¿Bares en los que no trabajaran cabareteras rubias, altas y con cinturilla de avispa, por ejemplo?

—Vamos, Anabella —dijo Bryan, conciliador—. Eran otros tiempos y estábamos solteros.

Anabella miró a Bryan de reojo y suspiró, resignada. ¿Qué otra cosa podía hacer más que ser condescendiente con ese tipo de asuntos? No podía negar que tanto Liam como su prometido tenían pasado. Daba igual si este poseía piernas esbeltas, melena morena o un cuerpo de escándalo. Eran hombres.

Sonrió.

—¿Entonces el viernes vamos a ver a Kristen y a Liam? —preguntó, cambiando de tema.

—Sí —afirmó Bryan—. Dejaré todo resuelto a la hora de comer y por la tarde nos acercaremos a Birmingham a hacer una visita de la parejita feliz. Además, tengo que hablar con Liam de unos asuntos pendientes de la fábrica.

Anabella sonrió como si nada hubiera pasado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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