CAPÍTULO 7
El amor no mira con los ojos,
sino con el alma.
(William Shakespeare)
Tommy se giró y abrió los ojos de par en par, sin dar crédito a la imagen que dibujaba su cerebro.
—¿Eres tú?
Kristen asintió esbozando una sonrisa cómplice en los labios.
—Dios mío, estás… estás… preciosa —dijo Tommy entrecortadamente cuando la vio de pie en la puerta del establo. Soltó las bridas del caballo que estaba atendiendo, corrió hacia ella y le dio un fuerte abrazo que Kristen correspondió efusivamente.
—Te he echado de menos —señaló Kristen.
—Yo también. No sabes cuánto…
Ambos deshicieron el abrazo y se escrutaron mutuamente durante un rato.
—Te has convertido en toda una mujer —comentó Tommy.
No sabía por qué, pero de pronto se sentía extrañamente intimidado por Kristen. A pesar de que aquel chico esbelto de enmarañado pelo rubio ceniza y pícaros ojos de color cobalto había sido en su infancia su mejor amigo.
Aunque a Gilliam Lancashire no le gustaba que su hija compartiera juegos y travesuras con uno de los mocosos del encargado del establo, Kristen siempre se las arreglaba para desobedecerlo. Tommy le encantaba porque eran iguales; alegres, intrépidos, vivarachos, y porque era el único chico capaz de trepar los nogales del jardín tan rápidamente como ella.
—Y tú en todo un hombre —dijo Kristen en tono cómplice.
—Los dos hemos cambiado mucho —alegó Tommy, quitándose la gorra de pana y rascándose la cabeza—. ¿Qué tal te ha ido por España?
—Bien —respondió Kristen—. Aunque como en casa no está en ningún lado. —Hizo una pausa y miró a Tommy a los ojos—. ¿Qué tal todo por aquí? —preguntó con cierta nota de confidencia en la voz—. Bertha me ha dicho que Scott ha hecho recortes en la plantilla y temí que tú fueras uno de los que hubiera despedido cuando no te vi aquí.
—No, yo me quedé. El que corrió peor suerte fue mi padre…
—¿Estáis bien? Si necesitáis dinero yo puedo echaros una mano. Sobra decir que puedes contar conmigo para lo que sea.
Tommy sonrió. Pese a que Kristen se había transformado en una señorita elegante y refinada, seguía siendo la misma: generosa, atenta, sencilla; humana. A años luz de la sordidez de su padre y el egoísmo de su padrastro.
—Estamos bien. No te preocupes. Con mi sueldo nos da para vivir. De todas formas, gracias —añadió Tommy sumamente agradecido.
Kristen le cogió amistosamente por el brazo y se lo llevó fuera del establo. En el exterior, el cielo lucía azul claro y la brisa de mediodía corría suave entre las ramas de los árboles.
—Y bueno, cuéntame qué tal todos estos años…
—Con sus más y sus menos, pero bien.
—¿Qué tal con Scott?
—Ya conoces a Scott… —Tommy dejó la frase suspendida en el aire. Cualquier explicación sería insuficiente.
—Sí, lo conozco —dijo Kristen con resignación. Nadie parecía estar contento con él.
—¿Has venido para quedarte? —cambió de tema Tommy mientras caminaban por el jardín.
—Sí —respondió Kristen—. Mi tiempo en España ya concluyó.
—Me alegra mucho oír eso —comentó Tommy sin disimular su alegría—. Las cosas van a cambiar estando tú aquí. —Tommy se detuvo frente a Kristen y habló de nuevo—. Nunca debiste marcharte —dijo rotundo.
Kristen hizo una mueca con los labios. Tommy la observaba con los ojos llenos de admiración y de esa otra emoción que creía olvidada después de tantos años. Su belleza era asombrosa. Como cuando era niña y bebía los vientos por ella.
—Tú mejor que nadie conoce las razones por las qué me fui. La muerte de mi madre fue un golpe durísimo para mí y mi relación con Scott nunca fue todo lo buena que debería ser. Siempre me ha visto como un estorbo; aunque sigo sin saber para qué exactamente.
—Las sé. Todas y cada una de ellas. —Tommy estaba al tanto de lo mal que lo había pasado Kristen cuando falleció su madre y se quedó huérfana—. Pero te hemos echado tanto de menos… —Sus rasgos se dulcificaron como cuando era un niño y quería que lo perdonaran por haber cometido alguna fechoría.
—Y yo a vosotros —afirmó Kristen en un arranque de sinceridad—. A Bertha, a ti, incluso a Ludwig. Vosotros sois la única familia que tengo. Además, aproveché mi estancia en Madrid para obtener el título de magisterio. Sabes cuánto quería estudiar…
—Sí, también lo sé. —Tommy tampoco desconocía la pasión que Kristen tenía por los estudios—. Te encantaba leer —añadió unos segundos después, emprendiendo de nuevo la marcha.
—Y tú lo detestabas. Nunca dejaste que te enseñara —Kristen dibujó una sonrisa en los labios y fingió un tono de reproche.
—Eso es cosa de señoritos —apuntó Tommy—. Y yo soy un chico de campo. No hay más que verme.
—Uno es lo que cree que es —dijo Kristen—. Pero no hay reglas fijas. Tampoco es muy común que una mujer tenga una carrera, y yo la tengo. Bien podrías haber aprendido a leer. Yo te hubiera enseñado con mucho gusto.
—No lo dudo —afirmó Tommy—. Siempre corrías detrás de mí tratando de leerme un fragmento de un libro llamado… —Hizo memoria con expresión reflexiva en el rostro—. Homles.
—Hamlet —lo corrigió divertida Kristen.
—Sí, eso. Hamlet.
—En ese sentido, no has cambiado nada —señaló Kristen casi a punto de soltar una risotada.
—Nada en absoluto —le confirmó Tommy—. Tampoco han cambiado mis gustos. Me sigo chupando los dedos con el chocolate que hace Bertha —dijo, recordándole viejos tiempos.
—Dios mío, ¡cómo olvidarlo! —exclamó Kristen—. Es el mejor chocolate que he probado jamás. —Miró a Tommy con ojillos brillantes—. ¿Todavía lo hace? —le preguntó. La boca, involuntariamente, había comenzado a salivarle.
—Y mejor que antes, si cabe.
—¿Nos hará uno, si le insistimos, como cuando éramos pequeños?
—Estoy convencido de ello —respondió Tommy—. Acuérdate de que éramos muy persuasivos.
Kristen rio abiertamente.
—Lo que éramos es muy pesados. Nos lo hacía para que nos callásemos y le dejáramos en paz.
—Es verdad —señaló Tommy, riendo con Kristen.
—¿Vamos?
—Vamos —la animó Tommy con un movimiento de cabeza.