CAPÍTULO 35

 

 

Te quiero como se quiere

a ciertos amores, a la antigua,

con el alma y sin mirar atrás.

(Jaime Sabines)

 

 

 

 

 

 

 

Los días siguientes Kristen habló con los criados y les consultó lo referente a las mesas y los bancos. Le dijeron que no había ningún problema, que siempre tenían tablones de sobra en el cobertizo situado detrás de la casa y que si no, se podrían hacer de los pinos secos de la arboleda.

—En una tarde podemos tenerlo listo —afirmó Jerry, uno de los empleados de Liam. Un hombre entrado en la cuarentena de mediana estatura, pelo caoba, ojos marrones y tez pálida como un panal de cera.

—Estupendo —exclamó Kristen, que comenzaba a estar entusiasmada—.  Si tenéis hijos, podrán venir también. Será totalmente gratuito, por supuesto —dijo.

Los criados parecían desconcertados ante la buena voluntad de Kristen. La esposa del patrón tenía la intención de enseñar a leer y a escribir a sus hijos gratuitamente. ¿Dónde se había visto algo semejante? ¿No debería quedarse en casa y bordar? ¿Ir de tienda en tienda de la ciudad a comprarse los últimos modelos de ropa proveniente de París o Italia?

No obstante, aunque en un primer momento la iniciativa los extrañó, por lo inusual de la misma, no dejaron de reconocer que era una de las mejores ideas que les habían planteado en los últimos tiempos. Aunque el señor Lagerfeld era generoso con los sueldos, y tenían suerte por ello, no era menos cierto que las escuelas de Birmingham eran reticentes a admitir a los hijos de los criados y a juntarlos con los retoños de la gente de clase media o alta. En tales circunstancias, estaban dispuestos a colaborar con Kristen en todo aquello que fuera necesario y que estuviera en sus manos.

 

 

 

Silvana tocó ligeramente con los nudillos en la puerta de la habitación.

—Adelante —permitió Kristen.

—Tienes visita —anunció Silvana, adentrándose unos pasos en la estancia.

—¿Visita?

Kristen frunció el ceño.

—Sí. Han venido a verte Bertha y Ludwig.

El rostro de Kristen se iluminó súbitamente y un segundo después dibujaba en él una amplia sonrisa.

—Bertha y Ludwig… —musitó, sin poder contener la emoción—. Gracias, Silvana —dijo mientras salía por la puerta a toda prisa.

—De nada —respondió la criada, que apenas le había dado tiempo de darse la vuelta.

Pero Kristen no la oyó. Bajaba ya rápidamente por las escaleras como alma que llevara el diablo, con el rostro radiante de alegría.

—¡Nana! —exclamó entusiasmada al verla sentada en el sofá del enorme salón, junto a Ludwig.

El cochero se mantenía estoica y protocolariamente de pie, con las manos cruzadas por delante.

—¡Mi niña…! —dijo Bertha, levantándose al mismo tiempo.

Kristen corrió hacia ella y ambas se fundieron en un caluroso abrazo. Después también abrazó a Ludwig. Lo hizo como si tanto Bertha como él acabaran de venir de la guerra. Pero ver rostros familiares en medio de tanto desconocido era una suerte de bendición.

—¿Cómo estás? —se interesó el ama de llaves.

Kristen se esforzó por mostrar su mejor sonrisa.

—Bien, nana —respondió.

—¿Qué tal tu vida de casada?

—Muy bien —mintió.

No quería que su nana, la persona que era como una madre para ella y que sufría como tal, supiera el repentino e inexplicable cambio de actitud de Liam y el giro que habían dado las cosas. No quería que supiera lo sola que se sentía, lo terriblemente sola que, en definitiva, estaba.

—Pero sentaos, por favor —les pidió, aprovechando el momento para evitar seguir dando explicaciones.

Kamelia entró en el salón, aunque había estado unos minutos antes escuchando la conversación desde el otro lado.

—¿Quieren tomar algo? —preguntó, haciendo gala de una servidumbre que no sentía.

—Un té, por favor —dijo Bertha.

—Yo, otro, Kamelia. Gracias —dijo Kristen.

—¿Tenéis limonada?  —dijo Ludwig.

—Sí —respondió Kamelia.

—Un vaso de limonada, entonces, por favor.

Kamelia asintió y salió del salón, dejando sola a Kristen con su visita.

 

 

 

—¿Por qué la señora Kristen miente a esa tal Bertha y al cochero? —dijo Kamelia nada más de entrar en la cocina. Silvana arrugó la frente—. ¿Por qué no dice que su amantísimo esposo la ignora? ¿Qué ni siquiera pasó con ella la noche de bodas?

Había un viso de íntima satisfacción en la voz de Kamelia mientras lanzaba aquella retahíla de preguntas al aire. Silvana dirigió una mirada reprobatoria a su hija.

—¿No te he enseñado que es de muy mala educación escuchar conversaciones ajenas detrás de las puertas? —dijo.

—Vamos, madre, no sea anticuada —espetó Kamelia.

—¿Anticuada? —repitió Silvana, indignada con su hija—. La educación no es una moda, y la falta de ella tampoco —la reprendió.

Kamelia hizo una mueca burlona con los labios al mismo tiempo que se daba la vuelta y cogía la tetera de la estantería.

—Además —continuó Silvana—, lo que haga el señor Lancashire y su esposa no es de nuestra incumbencia.

—Pero no puede negar que es extraño que unos recién casados no duerman juntos, que no…

—¡Kamelia! —la amonestó su madre.

Kamelia ocultó tras la mano una pequeña risilla. Que Kristen y su adorado Liam no durmieran juntos, que no hubieran pasado la noche de bodas juntos, era una indiscutible señal de que algo no iba como debería entre los dos, y ella, por supuesto, se aprovecharía de lo que fuera que los distanciara.

 

 

 

—Aquí tienen —dijo Kamelia, apoyando los tés y la limonada de Ludwig sobre la mesita.

—Gracias, Kamelia —agradeció Kristen.

—¿Dónde está tu esposo? —se interesó Bertha al no verlo por la casa.

Kristen carraspeó.

—En Irlanda del Norte —dijo.

—¿En Irlanda del Norte? —repitió el ama de llaves.

—Sí. Han surgido unos problemas con unos importantes exportadores de la fábrica y ha tenido que ir a resolverlos para asegurarse de no perderlos como clientes —explicó Kristen.

En realidad no estaba mintiendo. Pero algo la hacía sentirse incómoda. Quizá porque debería de estar disfrutando de una maravillosa luna de miel con su esposo. Sin embargo, la realidad distaba mucho de lo que debería ser.

—Primero es la obligación y después la devoción —intervino Ludwig, justificando a Liam.

El cochero se bebió la limonada casi de un trago y salió fuera a dar un poco de agua y algo de avena a los caballos. Era necesario que se repusieran para el largo camino de vuelta.

—¿Va todo bien, Kristen? —insistió Bertha con un toque de alarma en la voz cuando se quedaron a solas.

—Sí, nana —afirmó ella, tratando por todos los medios de sonar convincente. No quería preocuparla.

—Entonces, ¿por qué te noto la mirada triste?

—Es cansancio, nana —se excusó Kristen—. Me he pasado todos estos días redecorando la casa…

Bertha paseó la mirada por el salón.

—Ha quedado preciosa, mi niña —opinó.

—Gracias. Y ahora tengo la cabeza puesta en una idea… —prosiguió Kristen.

Bertha entornó los ojos, cómplice con Kristen.

—¿Una idea? Mira que te conozco, mi niña… —dijo.

Kristen sonrió y vio una oportunidad de oro para desviar el tema del porqué de sus ojos tristes.

—He pensado dar clases a los hijos de los criados de la hacienda —anunció.

Bertha abrió mucho sus redondos ojos.

—¡Es una idea estupenda! —exclamó, cogiendo las manos de Kristen y apretándolas afectuosamente con las suyas—. Pero, ¿cómo se te ha ocurrido? —preguntó.

—Por Harper, el hijo de uno de los empleados —dijo Kristen—. Si lo vieras, nana. Es un niño despierto y vivaracho y ha revelado una inclinación innata hacia la lectura. Quiere leerse todos los cuentos de dragones y héroes que existan.

—¿Y quién mejor que tú para enseñarle? —comentó Bertha.

—Me recuerda mucho a Tommy cuando eramos pequeños —observó Kristen—. Solo que Tommy echaba a correr cada vez que le enseñaba un libro.

El ama de llaves estalló en sonoras carcajadas.

—Recuerdo verte perseguirle por el jardín —evocó en su memoria sin dejar de reír—. Tommy huía de ti como de la peste.

—Yo también lo recuerdo —dijo Kristen, carcajeando distendidamente.

Bertha se mantuvo unos instantes en silencio, sopesando si contarle a Kristen las sospechas que Tommy tenía acerca de Liam Lagerfeld. No, mejor no sacaría el tema, pensó, negando con la cabeza. ¿Para qué? Ella estaba segura de que Liam era un hombre íntegro y de que cuidaría de su niña como le correspondía a un esposo. Además, Tommy le había dicho que él mismo le había confesado a Kristen lo que pensaba sobre él. De nada servía a esas alturas dar pábulo a las suspicacias solo fruto de los celos infundados de un enamorado, ni de alimentar dudas que lo único que harían sería entorpecer la confianza de Kristen hacia su marido y, en definitiva, su felicidad.

—Entonces, ¿lo de dar clases a los hijos de los criados es algo definitivo? —preguntó animosamente, dejando a un lado de su mente las sospechas de Tommy y retomando el tema inicial de la conversación.

—Bueno, tengo que preguntarle a Liam…  —respondió Kristen—. Necesito un lugar donde poder impartir las clases. Un cuarto, una habitación, un cobertizo, no sé… Pero sí, es definitivo. Además, es algo que me tiene muy ilusionada, nana —concluyó entusiasmada.

—Me lo imagino  —afirmó Bertha—. Vas a poder desarrollar tu vocación. Siempre te ha gustado la enseñanza.

Al filo de la última hora de la tarde, cuando el crepúsculo se presentó con sus vivos escarlatas, azules y púrpuras sobre la capa del cielo, Bertha y Ludwig emprendieron el camino de regreso a Londres.

En el porche de la casa, bajo la luz tenue de un sol debilitado, Kristen se despidió de ambos, muy a su pesar. Mientras se aferraba a Bertha, cerró los ojos para impedir que las lágrimas asomasen a ellos. No quería que la viera llorar. No quería que supiera lo terriblemente sola que se sentía. No quería que leyera en su mirada que lo que más deseaba en esos momentos era irse con ella, volver a casa…

—Te quiero, nana  —dijo en un impulso.

—Yo también te quiero, mi niña  —aseguró el ama de llaves, cogiéndole el rostro entre las manos y dándole un beso en la frente.

Kristen bajó la cabeza un instante, tratando todavía de dominar las lágrimas. Respiró hondo.

—Hasta pronto —dijo.

—Hasta pronto —dijo Bertha.

Ludwig levantó el brazo desde lo alto del carruaje y volvió a despedirse con un suave movimiento de la mano. Kristen imitó su gesto con expresión triste.

Cuando el coche desapareció de su vista, Kristen entró en la casa y echó a correr por el vestíbulo.

Kamelia emergió del pasillo como una sombra adherida a la pared al percibir los rápidos pasos de Kristen subir apresuradamente la escalera. Sonrió para sí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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