CAPÍTULO 5

 

 

Cuando te acaricié,

me di cuenta de que había vivido toda mi vida

con las manos vacías.

(Alejandro Jodorowsky)

 

 

 

 

 

 

 

—Has llegado pronto —dijo Bertha, que pasaba en esos momentos por el hall de la entrada—. No son ni siquiera las doce de la noche.

—Me estaba aburriendo soberanamente —comentó Kristen.

—¿Has venido andando?

La voz del ama de llaves sonaba con un viso de alarma. Acababa de ver a Ludwig, el cochero, en la cocina. Era imposible que hubiera ido a buscar a Kristen.

—No —se adelantó a responder ella—. Me ha traído un hombre.

—¿Un hombre?

Bertha parecía extrañada.

—Liam Lagerfeld.

Cuando Kristen desveló la identidad de la persona que la había acercado hasta casa, Bertha frunció el ceño. A Kristen su gesto no le pasó desapercibido.

—¿Y esa expresión?

—Desde hace décadas, los Lagerfeld y los Lancashire son… No sé cómo decirlo… enemigos.

—¿Enemigos? —repitió Kristen, reflejando un indisimulado asombro en el rostro—. ¿Cómo los Montesco y los Capuleto de Shakespeare?

—No tan novelescos —dijo Bertha con una sonrisa—. Pero sí, algo así. Su enemistad es legendaria.

Kristen enarcó los ojos.

—Pero, ¿por qué?

—Nadie lo sabe a ciencia cierta, la verdad. Es algo que se remonta muchas generaciones atrás. —Bertha hizo una pausa, trayendo a su memoria la información que sabía sobre la enemistad entre las familias—. ¿Por qué mejor no vamos a la cocina y nos tomamos un té?

—Buena idea —afirmó Kristen—. Un té cae bien a cualquier hora.

Se dirigieron a la cocina. Bertha se quitó el chal negro que llevaba echado sobre los hombros y se lo pasó a Kristen, que había comenzado a tener frío.

—Gracias, nana.

El ama de llaves vertió agua en la tetera y la puso sobre el fogón.

—Como te iba diciendo —tomó de nuevo la palabra—, no se sabe a ciencia cierta por qué los Lagerfeld y los Lancashire son rivales. Tu madre  me contó que hubo un tiempo en que eran las familias más poderosas de Londres. Fue en aquella época cuando nació su animadversión. Ambas emprendieron una feroz competencia por ser mejor que la otra, por superarse la una a la otra.

—¿A qué era debido ese afán de ser mejor que la otra? —Kristen seguía sin dar crédito a lo que escuchaba.

Bertha se encogió de hombros, al tiempo que levantaba la tapadera de la tetera. El agua había comenzado ya a hervir en su interior.

—Supongo que para proteger el prestigio que tenían.

—Y yo supongo que también para adquirir más privilegios en la sociedad de los que ya contaban. Más dinero, más influencias, más poder… Todo se reduce casi siempre a lo mismo —concluyó Kristen. Miró a Bertha mientras ponía dos tazas de porcelana sobre la mesa de madera—. ¿Por qué yo no estaba al tanto de esto? —preguntó.

El ama de llaves retiró la tetera del fogón, se acercó a la mesa y sirvió un poco de té a Kristen.

—Porque todavía eras una niña cuando te fuiste a vivir a España —respondió el ama de llaves, dibujado una sonrisa condescendiente en los labios—. Hace muchos años que estás fuera.

Se llenó la taza de té, que humeaba tibiamente.

—No creo que Liam Lagerfeld sepa que su familia y la mía han sido enemigas —dijo Kristen—. Me lo hubiera comentado; aunque solo fuera como anécdota.

—Bueno, los tiempos han cambiado —alegó Bertha—. Ahora las generaciones sois distintas a las de antes. No estáis tan pendientes del dinero, de la posición… Preferís divertiros.

Kristen aferró la taza con las dos manos y dio un trago de té. Agradeció infinitamente el calor con que el líquido templaba su garganta.

—Esa supuesta enemistad tampoco tendría mucho sentido, de todos modos —anotó Kristen—. Liam Lagerfeld es huérfano, al igual que yo.

—Sí, sus padres fallecieron hace ya algunos años. En apenas unos meses murieron los dos. Fue un suceso terrible. La muerte de Bernard Lagerfeld sumió en la tristeza a Myriam.

—¿Cómo falleció exactamente el padre de Liam? —preguntó Kristen, mientras movía el té con la cucharilla—. Él me dijo que murió en un accidente.

—Nadie sabe exactamente qué tipo de accidente sesgó la vida de Bernard Lagerfeld —comentó el ama de llaves.

—¿No? —Kristen estaba extrañada ante esa respuesta.

Bertha negó con la cabeza.

—No —repitió—. La familia tenía gravísimos problemas económicos en esos momentos y los rumores que corrían de boca en boca no dejaban ninguna hipótesis libre.

—¿Y nadie pudo ayudarlos? No sé, pedir un préstamo, algo…

—Según cuentan las malas lenguas, fue precisamente la imposibilidad de devolver un préstamo privado lo que les llevó definitivamente a la ruina.

—Que asunto más espinoso —comentó Kristen.

—Mucho. Para Bernard Lagerfeld eso fue poco menos que un deshonor a su familia y a su apellido. Porque los Lagerfeld siempre han sido muy poderosos en Londres.

—¿Hace cuánto que Bernard falleció?

—Hace quince años más o menos.

—Entonces Liam tendría…

—Diez años —se adelantó a decir el ama de llaves.

—Solo era un niño —dijo Kristen. Un escalofrío recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies. El vello se le erizó. Ella sabía lo que se sufría cuando te quedabas huérfano, el vacío que se instalaba en el interior del pecho y que no se llenaba con nada—. Pobre Liam…

—Si no recuerdo mal, embargaron la mansión en la que residían, una centenaria construcción que había pertenecido a los Lagerfeld desde tiempos inmemorables, y Liam y Myriam, como se llamaba su madre, se trasladaron a vivir a casa de la hermana mayor de Milena, Josephine. Unos meses después Myriam murió.

—Liam dice que fue de pena.

El ama de llaves hizo una mueca con la boca.

—Está claro que el fulminante declive económico que sufrió la familia desencadenó una serie de tragedias que acabó con los Lagerfeld.

—¿Qué ocurrió con la mansión de la familia? —curioseó Kristen, que de repente sentía mucho interés por aquella historia.

—El prestamista que se la quedó, la vendió de inmediato. Creo que la compró un terrateniente alemán.

Kristen miró en derredor. Había una especie de ensoñación en sus intensos ojos azules.

—Me da igual el dinero, con tener para vivir me es más que suficiente. Pero no me gustaría perder la casa. Aquí están todos mis recuerdos, y la mitad de mi vida. Me dolería mucho deshacerme de ella. Sería como si me arrancaran un trozo de corazón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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