CAPÍTULO 20

 

 

No pido mucho:

un olvido a prueba de caricias.

(Andy Escárcega)

 

 

 

 

 

 

 

Kristen salió de la biblioteca, el santuario donde las horas pasaban etéreas como un suspiro, cruzó la galería, bajó las escaleras con la elegancia innata que poseía y enfiló los pasos directamente hacia el salón, acompañada del sonido tenue que la pesada tela del vestido producía contra el suelo. Cuando entró, la luz que emitía la centenaria lámpara de araña iluminaba todo con un resplandor acaramelado. Un reloj envejecido por el tiempo repiqueteaba las nueve en punto como banda sonora de fondo en algún punto indeterminado de la casa. La noche estaba sorprendentemente serena, o quizá era Kristen que se sentía así.

—Buenas noches —saludó con sencilla deferencia.

—Buenas noches —respondió Scott en tono seco.

Se encontraba sentado con semblante adusto en uno de los extremos de la alargada y ornamentada mesa de roble situada en medio de la estancia. Kristen se dirigió hacia donde estaba su padrastro y se sentó a su derecha. Casi seguidamente detrás de ella, entró Bertha portando una gran sopera en las manos.

—Buenas noches, nana —dijo Kristen, con su siempre acostumbrada amabilidad.

—Buenas noches, mi niña —dijo Bertha, brindándole una sonrisa cómplice.

Apoyó la vasija en la mesa y comenzó a servir en silencio. A Scott no le gustaba que hablara mientras servía, y el ama de llaves acataba sus disposiciones con un rigor aristocrático.

Kristen cogió la cuchara, la llenó de sopa y se la llevó a la boca mientras Bertha abandonaba el salón.

—Mañana me gustaría ir a la fábrica —comentó, limpiándose las comisuras de los labios con la servilleta.

—¿Y tiene que ser precisamente mañana? —preguntó Scott de mala gana.

Kristen se dio cuenta de que su padrastro tenía un humor de perros; más del que ya gastaba habitualmente.

—Bueno… no necesariamente tiene que ser mañana. Pero me gustaría hacer una visita los próximos días. Quiero ver cómo están las instalaciones, cómo se encuentran los empleados…

A Scott le molestaba sobremanera aquel interés que Kristen mostraba hacia la fábrica. ¿Por qué no podía sentarse al lado de una ventana a bordar y a cotillear con sus amigas sobre los chismes del momento, como hacían el resto de mujeres?, pensó con denotado fastidio.

—Quiero hablar contigo —anunció Scott sin prestarle más atención a la petición de Kristen.

—Usted dirá…

—¿Te acuerdas de Sir Roger Sullivan?

Kristen hizo memoria. Sir Roger Sullivan era un hombre de mediana edad de rasgos afilados y elegantes y porte distinguido, con una barba sembrada de hebras plateadas, cortada cuidadosamente con método.

—Sí. Recuerdo haberlo visto alguna vez en el despacho de mi padre —contestó.

—Está muy interesado en ti —dijo Scott—. Quiere pedir tu mano, y yo estoy de acuerdo en entregársela. Ya tienes edad de desposarte y Sir Roger Sullivan será un buen esposo.

Kristen levantó los intensos ojos azules y miró fijamente a su padrastro, incrédula. El rostro le demudó en menos de lo que dura un latido en una expresión mezcla de sorpresa y estupefacción.

—No voy a casarme con Sir Roger Sullivan —replicó contundentemente, dejando la cuchara sobre el plato.

—No veo por qué no.

—Porque podría ser mi padre —cortó Kristen—. Y porque no lo amo —añadió como algo evidente—. Ni siquiera lo conozco…

—El amor vendrá después, no te preocupes —alegó Scott como si fuera el hombre más sabio del mundo.

—¿Después?

Kristen no daba crédito a lo que le estaba proponiendo su padrastro.

—Sí, después —volvió a decir Scott—. Con el tiempo… Como sucede en todos los matrimonios. El amor es una emoción tan voluble que es mejor no tenerla en cuenta.

—Me da igual lo voluble o no que sea el amor. No voy a casarme con alguien a quien no amo —insistió Kristen con terquedad.

Scott frunció el ceño con gesto grave.

—Te recuerdo que soy tu tutor legal… —dijo, dejando la frase suspendida en el aire.

Kristen entornó los ojos. En ellos había una nota de aprensión.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó.

—Que te desposarás con Sir Roger Sullivan si así lo dispongo —aseguró Scott—. Es un hombre honorable; culto, comprometido, trabajador y ha conseguido amasar una importante fortuna.

Kristen negó con la cabeza obstinadamente.

—Lo siento. Pero ya le he dicho que no voy a casarme con Sir Roger Sullivan, por muy honorable, culto, comprometido y trabajador que sea, o por todo el dinero que tenga. Antes me meto monja —añadió, tirando la servilleta al lado del plato.

—¡Deja de comportarte como…! —comenzó Scott.

Pero Kristen ya se había levantado de la mesa, interrumpiendo la exclamación de su padrastro. No estaba dispuesta a seguir escuchándolo más tiempo.

—Estoy seguro de que tu padre estaría de acuerdo en desposarte con él. 

Kristen lanzó un suspiro al aire, exasperada.

—Mi padre jamás hubiera consentido que me casara con un hombre al que no amara.

—Yo no estoy tan convencido de eso —apuntó Scott con una nota de malicia en la voz.

Kristen lo fulminó con la mirada.

—Tú no conocías a mi padre…

«Sí, sí que lo conocía. Más de lo que te imaginas… —rumió Scott para sus adentros—. Todo Londres conocía bien a Gilliam Lancashire y sabía lo implacable que era con sus enemigos».

—Sir Roger Sullivan… —comenzó a decir Scott de nuevo, hablando en alto.

—Sir Roger Sullivan puede quedarse con su petición de mano ahí dónde se encuentre —espetó Kristen sumamente enfadada.

Instantes después dio por terminada la conversación dándose media vuelta. Bufó. Se subió ligeramente la falda del vestido y se marchó del salón a grandes zancadas.

Scott giró la cabeza con un movimiento de indiferencia cuando Kristen desapareció de su vista, cogió la cuchara lánguidamente y se dispuso a cenar como si no hubiera pasado nada. Ya había cumplido con su parte, como le había pedido Liam Lagerfeld. No entendía del todo qué pretendía ese hombre obligando a su hijastra a casarse con Sir Roger Sullivan. Era una de esas cosas incomprensibles que no alcanzaba a explicarse. Pero fuera por la razón que fuera, no era asunto suyo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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