CAPÍTULO 28
Te dejaré estar en mis sueños
Si tú me haces un sitio en los tuyos.
(Bob Dylan)
Liam llegó por detrás de improviso y aferró a Kristen por la cintura cariñosamente. En esos momentos ella estaba despidiéndose de los últimos invitados.
—¿Nos vamos, señora Lagerfeld? —preguntó—. Todavía tenemos un largo camino hasta Birmingham.
«Señora Lagerfeld», repitió Kristen para sus adentros. Le resultaba aún extraño a los oídos, pero sonaba magníficamente bien.
—Sí, señor Lagerfeld —respondió sin dudar un instante después—. Voy a coger mis cosas.
Kristen subió al segundo piso deprisa y recogió el equipaje de mano que iba a llevarse a Birmingham. Un pequeño bolso con algunos artículos de tocador y el camisón de encaje que iba a ponerse para la noche de bodas. El ajuar que había comprado y el resto de cosas para la casa, así como sus vestidos y enseres personales, los había transportado ya Ludwig a la hacienda de Liam días antes.
—Lista —dijo sonriente.
Liam asió la pequeña bolsa de su mano y ambos, con los dedos entrelazados, se dirigieron al carruaje que les esperaba en la puerta de la casa de Trafalgar Square.
Liam acomodó el equipaje en la parte trasera del coche y se sentó frente a Kristen. Mirándola fijamente a los ojos le preguntó:
—¿Cómo te encuentras?
—Muy bien —respondió ella con sinceridad. Se la veía pletórica—. Un poco cansada, pero muy bien—. Y tú, ¿Cómo estás?
—Perfectamente —dijo Liam.
La voz del cochero se oyó fuera arreando a los caballos, que se pusieron en marcha de inmediato al escuchar el tono recio de la orden y el chasquido de las riendas. Durante el tiempo que duró el trayecto hasta Birmingham, Kristen no podía apartar la mirada de Liam. Su rostro permanecía inmerso entre los claroscuros que emitía el pequeño candil que colgaba del techo de la berlina, confiriéndole un aire más atractivo, si cabía. Su imagen le resultaba sorprendente.
En silencio y con ojos devotos, contempló su profunda mirada verde, perdida en algún punto impreciso del paisaje, su nariz recta, sus pómulos marcados, su mandíbula cuadrada y la simetría casi perfecta de los labios.
Cuando llegaron a Birmingham era noche cerrada. La oscuridad se cernía sobre ellos como un manto de sombras negras. Liam se apeó del carruaje primero y ofreció su mano a Kristen, que la tomó con la sonrisa de enamorada que la acompañaba a todas partes.
La hacienda era una construcción alargada de dos plantas, de líneas sencillas y hermosas, con una fachada de piedra rojiza y grandes ventanas marrones. Estaba situada en mitad de un extenso jardín que se prolongaba mucho más allá de donde los ojos alcanzaban a ver y al que habían accedido a través de un gran arco de piedra. La brisa que corría suave movía las ramas de los árboles que había a su alrededor y traía una fragancia a tomillo y madera que se colaba indiscreta hasta el interior de la casa.
—Es preciosa —opinó Kristen, aunque Liam no le había preguntado.
Avanzó detrás de él y juntos subieron la escalinata de diez peldaños que ascendía hasta el porche. Antes de que Liam introdujera la llave en la cerradura, la puerta se abrió. De detrás de ella surgió una mujer enlutada, de unos sesenta años, delgada y con rostro afable. El cabello, salpicado de hebras plateadas, pero que se presumía que en otros tiempos había sido negro, permanecía recogido con método en un moño sujeto a la altura de la nunca.
—Bienvenido, señor Lagerfeld —dijo en tono formal—. Señora Lagerfeld —saludó a Kristen a la vez que hacía una leve inclinación de cabeza.
—Gracias, Silvana —dijo Liam, al mismo tiempo que le entregaba a una de las criadas el pequeño equipaje de Kristen.
—Gracias —respondió Kristen sin dejar en ningún momento de sonreír.
Silvana se echó a un lado para cederles el paso al interior de la casa.
—Tienen la habitación preparada —comentó—. Tal y como lo pidió, señor Lagerfeld.
—Perfecto —asintió él.
Liam tomó la mano de Kristen y la condujo a través de una ancha escalera enmoquetada con una alfombra granate. La balaustrada de madera, una obra de ingeniería ornamental, se curvaba como una elegante serpiente en mitad del recorrido.
Kristen miraba en derredor intentando captar todos los detalles: las pesadas y viejas cortinas de terciopelo, las lámparas de araña, las poltronas, los cojines adamascados, los candiles, la vajilla que languidecía en los aparadores… Aunque la casa estaba decorada con gusto, no podía negarlo, le hacía falta un toque femenino y algo más actualizado que diera la sensación de hogar.
Atravesaron un hall y se adentraron en una larga galería cubierta de hermosas vidrieras de color ámbar que salía de frente. Tras pasar por delante de varias puertas, Liam se detuvo en la que había al final del pasillo. Giró el pomo de metal y la abrió.
Kristen esperaba que la cogiera en brazos para cruzar el umbral, como requería la tradición. Sin embargo, Liam no hizo nada.
—Pasa —dijo únicamente.
Kristen se recogió el vestido para no tropezarse y entró en la habitación. Era una estancia amplia con un balcón que daba al patio interior que había detrás de la casa. Estaba muy ordenada y desprendía un aire visiblemente romántico bajo el resplandor anaranjado que la inundaba. La cama, doselada y con unas rosas labradas en la cabecera, tenía ese toque principesco tan de moda en la época. La cómoda, el armario, la mesita, el dosel y el escritorio de consola cerrado en el extremo de la alcoba, estaban finamente tallados en madera marrón oscuro y las paredes revestidas de papel con llamativos patrones florales.
Kristen se acercó a la cama lentamente y pasó la mano por la tela color hueso del dosel. Tenía un tacto suave, fluido y ligero y favorecía la intimidad.
—Al fondo está el cuarto de baño —señaló Liam, dirigiéndose a él.
Se adelantó unos pasos, abrió la puerta y se lo mostró a Kristen. Era espléndido. Estaba equipado con todo lujo de detalles; lavabo, bidé, tocador y una gran bañera con capacidad para dos personas. Durante la fugacidad de un instante, Kristen se imaginó bañándose con Liam y una oleada de calor le ascendió hasta el rostro, tiñendo sus mejillas de un ligero rubor que trató de disimular malamente con un carraspeo.
—Es muy bonito —afirmó, volviendo de nuevo a la realidad—. Todo. La casa, la habitación, el cuarto de baño… Gracias.
Se giró hacia Liam con expresión dulce, buscando su mirada y un beso. Pero Liam se dio la vuelta y salió del cuarto de baño con cierta indiferencia. Kristen lo siguió.
—Tengo que terminar de hacer unas cosas y dar unas instrucciones a Silvana —dijo en un tono neutro—. Puedes ir preparándote mientras regreso.
Kristen afirmó con un leve asentimiento en silencio, apocada.
Liam salió de la habitación, dándole un escueto beso que depositó en su frente, y la dejó sola.