CAPÍTULO 45

 

 

La virtud que infringe no es más que algo mancillado por el pecado; y el pecado que enmienda no es más que algo mancillado por la virtud.

(Shakespeare)

 

 

 

 

 

 

 

Liam abrió la pesada puerta y cedió el paso a Bryan para que entrara en el despacho.

—¿Qué tal estás? —preguntó mientras cada uno se sentaba en un lado del escritorio.

—No me quejaré —respondió Bryan—. ¿Y tú? No tienes buena cara —observó.

—Me gustaría poder decirte que bien.

—¿Y no puedes?

—No —negó Liam.

—¿Es por Caperucita?

Liam arrugó la nariz, levantó los ojos y miró a Bryan.

—Me ha salido más rebelde de lo que pensaba.

—Una mujer con carácter —apuntó Bryan como si saboreara las palabras.

—El otro día tuvimos una discusión muy fuerte —comenzó a explicar Liam.

—¿Y cuál fue el motivo?

—Está empeñada en enseñar a leer y a escribir a los hijos de los trabajadores de la hacienda.

—Vaya… No puedes negar que es generosa. —Bryan se quedó pensativo unos segundos. Estaba ciertamente sorprendido—. Muy generosa —recalcó—. Pocas señoritas de su abolengo se dignarían a compartir espacio y aire con los mocosos de los criados, y menos una Lancashire. Los miembros de su familia siempre han tenido fama de clasistas. Desde luego no se parece a su padre —añadió.

—No lo niego —dijo Liam—. Reconozco que la idea me sorprendió gratamente y estaría de acuerdo en que les diera clase si no fuera porque prohibírselo supone una fuente de sufrimiento para ella. Le frustra no poder desarrollar su vocación y ser una mujer florero.

—Entiendo…

—Aunque me negué —continuó Liam—, se las apañó para que algunos empleados le ayudaran a reformar el viejo cobertizo que hay en el límite norte de la hacienda y dar las clases allí a los niños. Y todo a mis espaldas.

Bryan levantó una ceja.

—Sí que te salió rebelde, sí —dijo en tono socarrón—. ¡Es decidida y desafiante! Me imagino que meterla en cintura tiene que ser toda una experiencia. —Bryan hizo una pausa—. ¿Y cómo te enteraste de que estaba dando clases a los renacuajos sin tu permiso? —curioseó.

—Me lo dijo Kamelia.

—¿La hija de Silvana? —Liam asintió con una leve inclinación de cabeza—. Supongo que Kristen no le debe de caer muy bien que digamos —anotó Bryan—. Si la memoria no me falla, esa muchachita invierte todos los suspiros en ti.

—Me lo contó sin querer —anotó Liam—. Pensando que yo finalmente se lo había permitido.

—O eso es lo que te hizo creer… —intervino Bryan. La expresión de su rostro reflejaba suspicacia—. Con las mujeres hay que tener cuidado. Sobre todo con las despechadas, y esa tal Kamelia lo está.

—Puede que lo hiciera de manera intencionada —admitió Liam indiferente. Los motivos por los que la criada se lo hubiera dicho le eran totalmente indiferentes—. El caso es que me enteré, fui hasta el cobertizo y la traje a rastras del brazo durante todo el camino. No puede salir de la casa y se pasa la mayor parte del tiempo en su habitación o en la biblioteca.

—¡Tienes que estar disfrutando como un enano! —exclamó Bryan. Sin embargo, Liam no se inmutó—. ¿O me equivoco? —dijo después, al advertir que en el rostro de su amigo no se había movido ni un músculo.

—Pensé que me iba a resultar más fácil —confesó Liam en un arranque de sinceridad.

—Explícate —pidió Bryan, tratando de encontrar sentido a aquellas palabras.

—No sé lo que me pasa… Hay veces que la odio con tanta fuerza que incluso me doy miedo a mí mismo y otras… —Liam se interrumpió súbitamente.

—¿Y otras…? —insistió Bryan.

Liam alzó la mirada.

—Y otras tengo unas inmensas ganas de follármela, de… —Volvió a detenerse y apretó los dientes. La idea que merodeaba por su cabeza lo turbaba sobremanera.

—¿De abrazarla?

—Sí —reconoció Liam, muy a su pesar.

Bryan se inclinó hacia adelante y apoyó los brazos en el escritorio sin apartar los ojos de su amigo.

—Debes de tener cuidado —dijo entonando una voz seria—. A veces, hay cosas que pesan más que la sed de venganza. —Liam arrugó la frente, sin entender—. El amor —concluyó Bryan—. A veces el amor puede pesar más que el odio.

Liam soltó una risilla socarrona.

—Creo que estás exagerando —dijo apresuradamente—. Que quiera follármela no significa que la ame. Hay una gran diferencia. Es normal que me sienta atraído por ella —afirmó, justificándose. Aunque lo hacía más para él mismo que para Bryan—. Es muy hermosa, y yo soy un hombre. Me preocuparía si una mujer como Kristen no me excitara.

—Estoy totalmente de acuerdo contigo —señaló Bryan—. Pero Kristen no es cualquier mujer.

—Eso ya lo sé —dijo Liam—. No es cualquier mujer, es la mía —aseveró con un deje posesivo en la voz. Bryan lo observaba con los ojos entrecerrados—. No me mires así. —Liam volvió a hacer uso de la palabra—. Ya me conoces… Nunca dejaría que el corazón se interpusiera a la cabeza.

—Entonces, si lo único que quieres es hacerla tuya —dijo Bryan—. Entonces, hazlo.

Liam enarcó una ceja.

—¿Qué quieres decir?

—Justamente eso. Solo hay un modo de calmar el deseo; y es saciándolo —aseguró Bryan—. Si quieres ser el primero, desflorarla… Fóllatela y listo.

Liam no estaba muy seguro de que esa fuera la solución.

—Por cierto, la otra tarde me encontré con Leslie Simmons en el Delicatessen —comentó Bryan seguidamente, cambiando de tema.

—¿Qué hacía allí? —preguntó Liam.

—Me pareció que había quedado con unas amigas —respondió Bryan—. Se paró a saludarme.

—Ya sabes lo amable que es —apuntó Liam.

—Lo peor es que estaba con Anabella.

—Me imagino que después te sometería a un interrogatorio.

—Exacto —confirmó Bryan—. ¿Me preguntó qué quién era? Le dije que la cabaretera de uno de los bares a los que acudíamos cuando estábamos solteros y se quedó conforme. Pero cuando Leslie me saludó temí que me preguntara por ti y que Anabella pudiera llegar a sospechar algo... Las mujeres tienen un sexto sentido que nunca se equivoca.

—Leslie siempre ha sido discreta con nuestros encuentros —señaló Liam—. De todos modos ya no la frecuento con la asiduidad de antes.

Bryan pareció sorprenderse.

—Pensé que ibas a seguir viéndola aunque estuvieras casado con Kristen —dijo.

—Y esa era la intención, pero las fábricas y Kristen me tienen muy ocupado —contestó Liam—. A propósito, ¿está solucionado lo de los empleados? Quiero que ese asunto quede cerrado de una vez.

—Sí —asintió Bryan—. Ya tienes cincuenta hombres más en plantilla.

—Muy bien —dijo Liam, satisfecho.

—Y tú, ¿pudiste convencer a los clientes de Irlanda? —quiso saber a su vez Bryan.

—Sí —afirmó Liam—. Realmente las piezas estaban defectuosas y eran prácticamente inservibles. Les prometí unas nuevas sin coste alguno y accedieron de buena gana. Espero que con el incremento que hemos hecho de trabajadores mejore la producción.

—Yo estoy convencido de ello —dijo Bryan—. Lo único que se necesitaban eran más manos. No has recibido más quejas, ¿verdad?

—No —negó Liam.

—Pues ahí lo tienes. Despreocúpate ya de ese tema y presta toda tu atención a tu esposa.

 

Vendetta
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