CAPÍTULO 72

 

 

La calma en medio de la quietud

no es verdadera calma.

Mantenerse tranquilo

en medio de la turbulencia,

esa es la verdadera calma.

(Huanchu Daoren)

 

 

 

 

 

 

 

Las tres y media parecían no llegar nunca. Quizá debido a la impaciencia de Kristen, que se restregaba los dedos de las manos mientras caminaba de un lado a otro de la habitación, esperando a Kamelia. Las manecillas del reloj giraban parsimoniosamente en la esfera sin ninguna prisa y aquella calma la desesperaba.

Algo le decía que esa era su última oportunidad para dejar atrás la hacienda y escapar de Liam.

—Adelante —dijo, cuando unos nudillos tocaron la puerta.

Kamelia entró.

—¿Estás lista? —preguntó.

—Sí —respondió Kristen—. ¿Liam se ha ido a la fábrica?

Kamelia asintió, afirmando.

—A las tres.

—Bien.

Ambas salieron de la habitación y Kristen cerró la puerta tras de sí. Bajaron la escalinata y enfilaron los aposentos del personal de servicio.

—Por aquí —la guió Kamelia, atravesando un pasillo—. Pasa —dijo, cuando llegaron a una habitación humilde con un camastro, un armario y una mesilla.

Kristen miró a su alrededor. Sobre la colcha de la cama descansaba un vestido sencillo de algodón de color verde, un abrigo y una pañoleta negra.

—No es la ropa a la que estás acostumbrada pero… —empezó a decir Kamelia.

—Es perfecta —cortó Kristen. Se dirigió hacia el camastro y comenzó a desvestirse apresuradamente—. Ayúdame con los botones —pidió a Kamelia.

Cuando se puso el abrigo, cogió el pañuelo y frente a un pequeño espejo que colgaba de la pared se envolvió la cabeza con él, dejando al descubierto únicamente los ojos, que destellaban con un brillo de esperanza. Giró el rostro y consultó el reloj. Eran las cuatro menos cinco.

—Deprisa —dijo Kamelia.

Kristen dio un par de zancadas hasta alcanzar la puerta, en el umbral, antes de salir, se dio la vuelta.

—Gracias —le agradeció a Kamelia.

Con independencia de las intenciones por las que la criada la ayudaba, tenía que reconocer que era gracias a ella que en aquella ocasión podía huir.

Kamelia asintió ligeramente con la cabeza.

Kristen salió de la habitación con el corazón latiéndole con fuerza en las sienes. Atravesó el pasillo con pasos cautelosos y cruzó la cocina. Abrió la puerta y emergió al jardín.

Respiró aliviada cuando comprobó que el cochero que sustituía a Joseff la esperaba pacientemente junto al coche de caballos. Kristen bajó los peldaños de dos en dos, saludó rápidamente al hombre sin apenas mirarlo, y se introdujo en el carruaje conteniendo la respiración.

Solo cuando el cochero puso en marcha la berlina soltó el aire que tenía retenido en los pulmones. Cerró los ojos con fuerza y por tercera vez elevó una plegaria al cielo.

El camino se le hizo interminable. Cada minuto parecía ser una hora y cada hora un día. A veces, descorría la cortina de la ventanilla y se exasperaba al ver el paisaje que formaban los bosques, las explanadas y los campos, bajo el color grisáceo y melancólico que le conferían a la atmósfera los crudos días de invierno. ¿Cuándo llegarían a Londres?, se preguntaba una y otra vez, mientras lanzaba quedos suspiros al aire y se restregaba los dedos con nerviosismo.

El sonido de los cascos de los caballos se acentuó. Ya no sonaba amortiguado por la tierra. ¿Iban por un suelo empedrado? Kristen volvió a descorrer las cortinas con un brillo de emoción en los ojos azules. El corazón le dio un vuelco cuando advirtió que estaban entrando en Hampstead Road, después de lo que le había parecido una eternidad. A su derecha se extendía Regent´s Park.

Pese a la emoción del momento, Regent´s Park le trajo a la mente un torrente de recuerdos de Liam. El picnic, la tortilla de patatas española que le hizo, el beso… Su primer beso… Como una autómata se llevó los dedos a los labios. El vello se le puso de punta cuando evocó lo que había sentido, aunque para Liam no hubiera significado nada. Su mente proyecto de manera traicionera la imagen de sus profundos ojos verdes y su sensual boca.

—¿Dónde la llevo, señorita? —La voz del cochero la devolvió a la realidad.  

—Al final de New Kent Road —respondió, todavía algo ausente.

Cuando la mansión Lancashire apareció en el hueco de la ventanilla, la esperanza renació en Kristen. El mundo le pareció de nuevo un lugar lleno de posibilidades, lejos del odio y la sed de venganza de Liam. Ahora nada ni nadie la sacarían de allí, de su hogar.

Se apeó del carruaje con la emoción prendida en el corazón. Subió la enorme escalera de piedra y tocó la campanilla de la puerta. Estaba a punto de llorar. Al ver que no le abrían, volvió a llamar.

Oyó pasos al otro lado y el ruido del cerrojo descorriéndose.

—¿Qué haces aquí? —dijo Scott con expresión entre sorprendida y hosca cuando la vio de pie en el porche.

Kristen se extrañó que fuera él quien hubiera abierto la puerta, pero no dijo nada.

—¿No está Bertha? —interrogó, ignorando su pregunta mientras se quitaba el pañuelo de la cabeza.

—No. Me ha pedido unos días de permiso para ir a cuidar a un familiar enfermo. —Kristen sintió cierta desilusión. Tenía tantas ganas de verla. Pero enseguida se repuso; ya tendría tiempo—. Y Ludwig se ha ido a llevarla —se adelantó Scott antes de que Kristen le preguntara por él—. No me has contestado, ¿qué haces aquí? —volvió a decir con expresión ceñuda—. ¿Dónde está tu esposo?

—Me he escapado de casa —soltó Kristen sin ningún tipo de preámbulos.

—¿Qué has hecho qué?

—Mi matrimonio es un infierno. No puedo seguir con Liam.

Intuyendo por dónde iba los tiros, Scott dijo:

—No puedes quedarte aquí.

Kristen lo miró contrariada.

—¿Por qué no? Esta es mi casa —afirmó.

—No, ya no —respondió Scott con una inquietante calma.

—¿De que estás hablando? —preguntó Kristen, entornando los ojos con incredulidad.

Scott no se lo pensó dos veces. Aquel era el momento idóneo para confesarle a Kristen todo. No se le iba a presentar una ocasión mejor.

—La mansión se embargó, salió a concurso hace unas semanas y…

A Kristen se le contrajo el corazón con una punzada de dolor. Ya no escuchaba a Scott; el sonido de sus palabras se transformó en un murmullo en su cabeza. Tenía que ser una broma, un mal sueño. No era posible que la casa donde había pasado su infancia ahora le perteneciera a otra persona. De pronto sintió un mareo. Se sujetó al aparador del hall para no caerse.

—No puede ser… —musitó. Fue lo único capaz de articular. Levantó la vista lentamente y miró a Scott—. ¡Maldito bastardo! —estalló de pronto, abalanzándose sobre él y aporreándole el pecho con los puños—. ¡Todo ha sido por tu culpa! ¡Por tu maldita culpa! ¡Eres un crápula! ¡¿Cómo es posible…?!

Scott la agarró por las muñecas y la zarandeó.

—Déjate de histerias —le ordenó.

Kristen se sintió desfallecer.

—Maldito… —susurró, con el corazón hecho mil pedazos —. Eres un maldito…

—Lárgate de aquí —gritó enfurecido Scott.

—No me voy a ir —aseveró Kristen con fuerzas renovadas—. Esta es mi casa.

—Si no te vas, yo mismo te echaré a patadas —aseguró Scott—, o a latigazos, si es necesario—. Quizá es eso lo que estás buscando: unos buenos latigazos que te enseñen a obedecer a la primera. Desde que eras una niña has sido demasiado rebelde, demasiado indomable. Era imposible manejarte…

Kristen sintió el azote de los ojos llenos de desprecio de Scott. Siempre la había odiado y ahora sabía los motivos.

—¡Suéltame, bastardo! —le dijo, tratando de zafarse de sus manos—. ¡Suéltame!

Scott volvió a zarandearla de un lado a otro.

—Yo te voy a enseñar a ser más dócil…

Le apretó con fuerza el brazo y la arrastró hasta los establos.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Kristen, dando traspiés.

—A darte una lección que no vas a olvidar nunca. —El tono sombrío con que dijo aquello la estremeció.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
titlepage.xhtml
part0000_split_000.html
part0000_split_001.html
part0000_split_003.html
part0000_split_004.html
part0000_split_005.html
part0000_split_006.html
part0000_split_007.html
part0000_split_008.html
part0000_split_009.html
part0000_split_010.html
part0000_split_011.html
part0000_split_012.html
part0000_split_013.html
part0000_split_014.html
part0000_split_015.html
part0000_split_016.html
part0000_split_017.html
part0000_split_018.html
part0000_split_019.html
part0000_split_020.html
part0000_split_021.html
part0000_split_022.html
part0000_split_023.html
part0000_split_024.html
part0000_split_025.html
part0000_split_026.html
part0000_split_027.html
part0000_split_028.html
part0000_split_029.html
part0000_split_030.html
part0000_split_031.html
part0000_split_032.html
part0000_split_033.html
part0000_split_034.html
part0000_split_035.html
part0000_split_036.html
part0000_split_037.html
part0000_split_038.html
part0000_split_039.html
part0000_split_040.html
part0000_split_041.html
part0000_split_042.html
part0000_split_043.html
part0000_split_044.html
part0000_split_045.html
part0000_split_046.html
part0000_split_047.html
part0000_split_048.html
part0000_split_049.html
part0000_split_050.html
part0000_split_051.html
part0000_split_052.html
part0000_split_053.html
part0000_split_054.html
part0000_split_055.html
part0000_split_056.html
part0000_split_057.html
part0000_split_058.html
part0000_split_059.html
part0000_split_060.html
part0000_split_061.html
part0000_split_062.html
part0000_split_063.html
part0000_split_064.html
part0000_split_065.html
part0000_split_066.html
part0000_split_067.html
part0000_split_068.html
part0000_split_069.html
part0000_split_070.html
part0000_split_071.html
part0000_split_072.html
part0000_split_073.html
part0000_split_074.html
part0000_split_075.html
part0000_split_076.html
part0000_split_077.html
part0000_split_078.html
part0000_split_079.html
part0000_split_080.html
part0000_split_081.html
part0000_split_082.html
part0000_split_083.html
part0000_split_084.html
part0000_split_085.html
part0000_split_086.html
part0000_split_087.html
part0000_split_088.html
part0000_split_089.html
part0000_split_090.html
part0000_split_091.html
part0000_split_092.html