CAPÍTULO 56
Fíjese que cuando sonríe,
se le forman unas comillas
en cada extremo de la boca.
Esa, su boca, es mi cita favorita.
Liam montó en su semental de pura sangre negro de un salto ágil, cogió las riendas, espoleó sus lomos con fuerza y se lanzó a la noche en busca de Kristen.
—¡Vamos! ¡Vamos! —gritaba enfurecido, al mismo tiempo que picaba espuela—. ¡Deprisa!
Atravesó el jardín a toda velocidad, sorteando fuentes y árboles con una habilidad vertiginosa, salió de los límites de la hacienda y se internó en el bosque dirección sur. La llama de la antorcha bailaba aspaventosamente de un lado a otro a consecuencia del viento.
De vez en cuando tiraba de las riendas y se detenía, mirando con atención a su alrededor y maldiciendo por dentro por no ver ni rastro de Kristen.
—¡Ia!, ¡Ia! —azuzaba al caballo. Avanzó un poco más y volvió a pararse—. Maldita sea, ¿dónde estás? —farfulló con rabia contenida.
Un fuerte trueno volvió a romper el cielo. Calipsa se encabritó, alzó las patas, pifiando. Kristen notó como el cuerpo de la yegua se erguía, como se le resbalaban las manos de las riendas, como perdía el control y como finalmente se precipitaba al suelo. Afortunadamente cayó sobre un montón de hojas y eso impidió que se hiciera daño. El candil se hundió a su lado entre la hojarasca.
—Calipsa —gritó cuando la yegua salió corriendo despavorida, aterrorizada por el estruendo. Pero el animal no se volvió.
En menos de lo que dura un latido, una tromba de agua empezó a caer mientras la oscuridad engullía poco a poco a la yegua, hasta hacerla desaparecer por completo entre las sombras de la noche.
Kristen se levantó, se sacudió la falda y recogió el candil, que para su suerte no se había apagado. Dio una vuelta sobre sí misma y se apartó de la cara los mechones de pelo mojados, tratando de orientarse. Pero la lluvia se abatía con tanta fuerza contra ella que no le permitía ver nada.
—Dios mío, ¿hacia dónde tengo que ir? —se preguntó. De pronto una punzada de miedo le pellizcó el corazón.
Liam se detuvo de golpe.
—Shhh… —silenció al caballo.
¿Había oído una voz? ¿Era la de Kristen? Aguzó el oído intentado captarla de nuevo, pero no tuvo éxito. Se cubrió la cabeza con la capucha de la capa para protegerse de la lluvia, torció las riendas y sin perder más tiempo echó a correr a toda velocidad hacía el lugar de dónde creía que provenía el sonido.
El caballo galopaba tan rápido entre los árboles y las cortinas de lluvia que salpicaba el camino del barro que soltaban los cascos. Liam iba encorvado sobre sí mismo mientras una retahíla de pensamientos negros y amargos invadía su mente.
—¡Ia! ¡Ia! —azuzaba a su semental una y otra vez.
La capa ondeaba al viento como una bandera. En la intersección de dos caminos se paró, por si escuchaba la voz de nuevo. Pero la lluvia abnegaba cualquier sonido. Giró en redondo con el caballo. La oscuridad parecía latir como si tuviera vida propia y fuera a tragárselo.
Durante unos instantes un extraño miedo se le prendió a los nervios. ¿Y si le había pasado algo malo a Kristen? El bosque era un lugar muy peligroso de noche, y más aún con la tormenta que estaba cayendo.
—Maldita sea, ¿dónde estás? —repitió con un viso de preocupación en la voz.
Bajo la simple luz lechosa de la luna —pues con la lluvia la antorcha se había apagado—, captó el reflejo de una sombra moviéndose en el lado derecho. Se giró y miró tratando de distinguir qué era. Sin embargo no vio nada. Quizá le había engañado el ojo, pero decidió ir tras lo que fuera que le había parecido ver. Espoleó al semental y salió al galope, afrontando el viento y contrayendo las cejas en un gesto de preocupación.
Kristen notó que el suelo vibraba bajo sus pies. Alguien galopaba hacia donde estaba. Era imposible que fuera Liam, pensó. Para cuando quisiera darse cuenta de que se había escapado sería por la mañana, cuando Silvana le llevara el desayuno y no la encontrara en la habitación. Pero para ese entonces ya estaría lejos.
El pánico se apoderó de ella. Estaba sola en medio de un bosque del que no sabía salir, en mitad de la noche, y una tormenta de dimensiones de diluvio universal se cernía sobre su cabeza como si no fuera a haber un mañana.
Detuvo en seco sus pensamientos. Tal vez fuera Calipsa…
—Sí —se respondió a sí misma—. Tiene que ser Calipsa. La tormenta la tiene desorientada.
Se dio la vuelta sobre sus talones y trató de ver a través de los velos de agua que formaba la lluvia. El eco de los cascos del caballo se hizo más cercano. Corrió en su dirección. En esos momentos la descarga de un relámpago surcó el cielo, iluminando el bosque con una intensa luz azul y dejando ver los contornos de los árboles. El corazón le dio un vuelvo cuando se topó con Liam y su imponente semental negro delante de ella. Se detuvo de golpe y contuvo la respiración en los pulmones.
—¡Kristen! —dijo Liam al verla. Sus ojos verdes brillaron con una alegría íntima entre el resplandor de los rayos.
El rostro de Kristen estaba pálido y asustado y tenía la ropa pegada al cuerpo como si fuera una segunda piel. Kristen le devolvió la mirada; ¿lo que veía en sus ojos era alivio? ¿Por haberla encontrado?
—Sube —dijo Liam, tendiéndole la mano. Kristen dio un paso hacia atrás instintivamente—. ¡Sube! —la ordenó.
Kristen movió la cabeza lentamente, negando. Vio como Liam contraía las mandíbulas mientras le dejaba unos segundos para que se lo pensara. Sin embargo ella no se movió. Permanecía quieta, con una expresión impertérrita en los ojos, que lo miraban llenos de lágrimas mientras las gotas de lluvia le golpeaban el rostro. ¿Por qué tenía que haberla encontrado? ¿Por qué?, se preguntaba una y otra vez.
—No seas terca y sube —rugió Liam, levantando la voz por encima del estruendo de los truenos.
Quizá tuviera una oportunidad si salía corriendo, pensó Kristen. Rápidamente se giró y echó a correr. Liam chasqueó la lengua. ¿Por qué era tan endiabladamente obstinada?, se preguntó. Espoleó al caballo y cuando le dio alcance la interceptó. Kristen trastabilló al ver al imponente animal frenando su carrera. Los hombros subían y bajaban por el esfuerzo. No tenía escapatoria.
—Sube —volvió a decir Liam.
Al advertir que Kristen no iba a coger su mano, se inclinó sobre su semental, la asió por la cintura y de un fuerte impulso la levantó y la sentó delante de él.
—¡Déjame! —gritó Kristen, intentando zafarse de sus brazos, que la retenían contra su cuerpo con fuerza.
—¿Cómo crees que te voy a dejar aquí? —inquirió Liam—. ¿Has visto cómo está la noche? ¿Te crees que estoy loco? —Su expresión era seria, incluso severa. Kristen tragó saliva —. Sujétate —indicó, sin darle lugar a objeciones.
Kristen se aferró a su cintura. Liam picó espuela y salió galopando a toda velocidad.