CAPÍTULO 47

 

 

Para que la herida sane,

hay que dejar de tocarla.

 

 

 

 

 

 

 

—La familia Stratford va a dar una fiesta en honor a la reciente graduación de su hijo mayor. Nos han invitado y he pensado que podríamos ir —dijo Liam mientras cenaban en el comedor.

—No me gustan las fiestas de sociedad —contestó únicamente Kristen.

—Lo sé. Pero de todas formas iremos. Los Stratford son buenos amigos míos, aparte de unos de mis mejores clientes.

Kristen dejó los cubiertos sobre el plato y giró el rostro hacia Liam.

—No voy a ir —dijo tajante.

—Sí, sí que vas a ir —contradijo Liam, mirándola con los ojos entornados—. Vamos a ir juntos y vas a venir conmigo porque eres mi mujer. A veces parece que se te olvida que eres mi esposa.

—No se me olvida —aseveró Kristen con expresión poco amable—. Te aseguro que lo tengo presente cada minuto, de cada hora del día.

—Me alegro de que tengas tan buena memoria —comentó Liam en tono socarrón—. Aunque no tienes de qué preocuparte. Si en algún momento se te olvida que eres mía, yo me encargaré de recordártelo.

Kristen levantó la mirada y observó que los ojos de Liam se habían ensombrecido. Bajó la cabeza lentamente y suspiró resignada.

—Mañana mismo les confirmaré nuestra presencia —afirmó Liam.

—Puedes hacer lo que quieras.

La voz de Kristen sonó como si estuviera agotada. Lo estaba. La guerra sin cuartel que mantenía a diario con Liam la cansaba. Iría a la fiesta; tampoco tenía otra opción.

 

 

 

Kamelia entró en la habitación después de que Kristen le diera permiso.

—¿Este es el vestido que te vas a poner para la fiesta que organizan los Stratford? —preguntó.

Kristen se quedó unos segundos mirando la prenda que descansaba sobre la cama.

—No —respondió finalmente.

Kamelia arrugó la frente.

Kristen sonrió para sus adentros. Sí Liam quería guerra, ella no era quién para no dársela. Quizá había llegado el momento de entrar en acción. Estaba segura de que a Liam le gustaba su cuerpo, lo había visto en sus ojos y en su manera de recorrerlo de arriba abajo con la mirada. Así que no estaría mal que él sufriera un poco.

Se giró y con paso decidido se dirigió al armario. Lo abrió y comenzó a buscar un vestido en concreto. Cuando lo vio entre los centenares que colgaban de las perchas, su sonrisa se hizo visible en el rostro. Alargó la mano y lo cogió.

—Este es el vestido que me voy a poner para la fiesta de los Stratford —le anunció a Kamelia, mostrándoselo al mismo tiempo.

La criada abrió los ojos de par en par. La prenda era una obra maestra de sastrería. Estaba confeccionado en tela de color rojo sangre y poseía un ligero brillo satinado que lo hacía muy elegante. El corpiño estaba tejido en un delicado encaje de seda negro y sobre el fondo rojo, dibujaba enormes rosas que se distribuían por todo el torso. El escote era descarado y provocativo, dejando al descubierto los hombros, y la falda caía hasta el suelo en varios pliegues que nacían desde la cintura. A todas luces tenía un sofisticado corte español, alejado en algunos casos de los insípidos vestidos de época ingleses.

—Es… muy bonito —comentó Kamelia.

No solo era bonito, pensaba la criada. Era el vestido más sensual que había visto en su vida. Sintió una punzada de envidia cuando se dio cuenta de que Kristen iba a ser el centro de todas las miradas. Tanto los hombres como las mujeres girarían el rostro a su paso.

—Sí, ¿verdad? —dijo Kristen, que había empezado a relamerse por dentro viendo la cara que pondría Liam—. ¿Me ayudas a ponérmelo?

—Sí… por supuesto —respondió Kamelia.

 

 

 

Liam hacía tiempo caminando de un lado a otro del hall. Cuando sintió el ruido de los tacones de Kristen, se detuvo al pie de la escalera y se giró. Tuvo que mirar dos veces para comprobar que lo que estaba viendo no era una ilusión. ¿Cómo podía estar tan endiabladamente hermosa?

El vestido realzaba sus curvas de un modo prodigioso, estilizando sus formas casi hasta el infinito y acentuando una cinturilla que abarcaría sin problemas con sus enormes manos. Llevaba los hombros al aire y una ligera cinta roja caía graciosamente por los brazos, a la altura del pecho. Los ojos descendieron hasta el escote, era tan tentador que los senos parecía que iban a desbordarse con solo un suspiro.

El rostro estaba enmarcado por un elaborado moño recogido en la parte alta de la cabeza, dejando que una sección de la melena cayera en cascada por la espalda, y el cuello quedaba insultantemente despejado solo con un collar de encaje negro por el que se entrelazaba un lazo de seda roja. El centro estaba coronado por un rubí. El vivo color escarlata de la gema acentuaba de modo sublime su deliciosa piel acaramelada. ¿Por qué de repente le habían entrado ganas de morderle el cuello?

Durante un momento se quedó sin habla, impresionado por la extraordinaria belleza de Kristen. Estaba radiante y exquisitamente sensual con los labios pintados de rojo. Tras unos instantes salió de su ensimismamiento y volvió a la realidad.

Kristen bajó los peldaños aguantando la respiración. Era indiscutible que no podía resistirse al halo arrebatadoramente enigmático que emitía Liam; ni a su potente masculinidad; a su espalda ancha y al modo en que se erguía con esa elegancia desbordante e innata. Verlo vestido con su inmaculado pantalón y levita negros, su camisa de cuello almidonado y sus botas altas lustradas le hizo bajar la guardia. Durante un segundo, la entereza con la que había salido de la habitación la abandonó, pero enseguida endureció de nuevo la expresión del rostro. Aquella noche ella tenía que ganar la batalla.

—Podemos irnos cuando quieras —dijo al llegar al principio de la escalera.

Liam apartó su atención del vestido y, haciendo verdaderos esfuerzos por ocultar su impresión, la miró a los ojos.

—Estás preciosa —dijo por instinto, sin poder contenerse.

Kristen sintió que el corazón le daba un vuelco, incluso hubiera jurado que se ruborizó. Pero respiró hondo y mantuvo la compostura como pudo. No podía dejar que Liam la afectara de aquella forma. Lo miró, intentando disimular los nervios que tenía en la boca del estómago.

—Gracias —agradeció en tono monocorde—. ¿Nos vamos? —preguntó con la mayor indiferencia que fue capaz de reunir.

Liam le ofreció el brazo y Kristen, tras pensarlo unos instantes, finalmente se agarró a él. Liam intuyó que iba a ser una noche muy larga.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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