CAPÍTULO 14

 

 

Eres la manera

que tiene el mundo

de decirme

qué bonita es la vida.

 

 

 

 

 

 

 

El local estaba muy concurrido. Todos los ojos se dirigían atentamente hacia el escenario, donde Leslie Simmons, una esbelta rubia de piernas esculturales, ojos grises y cintura de avispa realizaba su número de cabaret subida a unos altísimos zapatos de tacón. Algo para lo que parecía que había nacido.

Se sentó a horcajadas sobre la silla, dada la vuelta en mitad del tablado, y lanzó una mirada de ojos provocativos a Liam, acomodado en una mesa de la primera fila. Liam alzó la copa de vino en su dirección, inclinó ligeramente la cabeza y en silencio brindó por ella.

—La señorita Simmons siempre ha sentido debilidad por ti —comentó Bryan en tono irónico.

Liam sonrió.

—Y yo por ella —respondió. Se giró y miró a su amigo—. ¿Tienes envidia? —preguntó en broma.

Bryan suspiró teatralmente.

—He de reconocer que sus piernas me vuelven loco. Pero ella solo las abre para ti.

Liam le lanzó una mirada por encima del borde de la copa.

—No te quejes. Tú ya tienes quien te consuele. —Bryan alzó una ceja—. Lady Anabella es muy hermosa —añadió Liam.

—No lo discuto. Pero las piernas de Leslie no tienen igual. Aunque sigo sin saber qué ve en ti.

Liam soltó una estrepitosa carcajada.

—Los celos no te sientan nada bien, amigo.

—Tú tampoco deberías ver a la señorita Simmons más que como una simple amiga, o acabarás teniendo problemas con Lady Kristen Lancashire —le recordó Bryan.

—En eso tienes razón —dijo Liam, dando un trago de vino—. Voy a tener que cuidarme más, pero no dejaré de disfrutar de las piernas de Leslie.

—De la entrepierna —corrigió Bryan con mordacidad. Liam hizo todo lo que pudo para no echarse a reír—. Por cierto, ¿qué tal fue el picnic?

—A pedir de boca —contestó Liam.

—Nadie puede resistirse al carismático Liam Lagerfeld —observó Bryan. En su rostro había una expresión de divertida resignación—. Ni siquiera la mismísima hija de Gilliam Lancashire.

Liam pasó por alto su comentario.

—Tenías razón —anunció.

—¿Acaso lo dudabas? —bromeó Bryan—. ¿Y en qué tenía razón esta vez?

—En que es pura y virginal.

Bryan se irguió en la silla.

—¿Ya la has estrenado? —preguntó.

—No seas ordinario —dijo Liam—. ¿Crees que me la cepillaría en medio de Regent´s Park?

—Cosas más raras he visto —apuntó Bryan.

—Simplemente la besé.

—¿Era su primer beso? —Liam asintió en silencio, sin decir nada—. ¿Y cómo fue?

—¿Y cómo quieres que fuera? No me saltaron chispas ni nada de eso, y las mariposas de mi estómago no dieron ninguna señal de vida. Pero tengo que reconocer que a nadie le amarga un dulce.

—Seguro que ella se sonrojó hasta las raíces del cabello.

—Así fue.

—Pobre Caperucita… —se permitió ironizar Bryan, a quien todo aquello le resultaba la mar de divertido—. No sabe con qué clase de lobo feroz ha dado. Gilliam Lancashire tiene que estar maldiciéndote desde el infierno.

Liam alzó la copa.

—Brindo por ello —dijo, chocando el borde con la de Bryan.

Bebió, saboreando a conciencia el vino.

—Ahora estoy disfrazado de cordero —comentó Liam en un tono tan frío que resultaba estremecedor—. Tengo que ser el hombre más cariñoso y atento del mundo. Después de casarme con ella, conocerá una parte de mí que dista mucho de ser cariñosa o atenta.

La expresión de Bryan se tornó grave.

—¿No vas a tener piedad de ella? —preguntó.

—Ninguna —respondió Liam, inquietantemente tranquilo—. Igual que su padre no la tuvo con mi familia.

Un silencio espeso y tenso gravitó sobre sus cabezas.

—Supongo que ya te habrás encargado de asegurarte un nuevo encuentro con Kristen.

—Por supuesto. —Dadas las circunstancias, era algo obvio—. El lunes voy a llevarla a ver la exposición de Van Gogh, en la National Gallery. Según me ha dicho, le encanta la pintura postimpresionista.

En esos momentos, las manos suaves y delicadas de Leslie Simmons pasaron habilidosamente alrededor del cuello de Liam, interrumpiendo la conversación.

—Mmmm… Estás muy tenso, corazón —dijo. La voz era sugerente.

Liam le cogió los brazos, le dio la vuelta y la sentó en su regazo. El generoso escote, apenas capaz de contener los pechos, quedó tentadoramente a la altura de sus ojos.

—Precioso número —comentó.

—Pero si no has terminado de verlo —se quejó Leslie—. Estabas muy concentrado hablando con Bryan. —La cabaretera lo señaló con la barbilla. En su boca había dibujado un mohín. Bryan le lanzó al aire un sonoro beso.

—Lo siento  —se disculpó Liam, sin dar muchas más explicaciones.

—¿Va todo bien? —preguntó la cabaretera.

—Sí, todo va perfectamente —contestó Liam.

Aferró el rostro de Leslie y la besó apasionadamente mientras los dedos buscaban los pechos por encima del corsé, sin importarle que la taberna estuviera atestada de gente. Leslie correspondió con la misma vehemencia de Liam. Cuando las bocas se separaron, la cabaretera lo miraba con ojos ardientes, transmitiendo sin pudor que podía hacer lo que quisiese.

Liam era consciente de la desvergüenza de Leslie y de su deseo, así que metió una mano por la blusa que sobresalía por el corsé y le acarició un pecho. La cabaretera se retorció contra él.

—¿Has terminado por hoy? —le preguntó Liam.

—Sí —dijo Leslie, complacida.

—¿Qué te parece si nos vamos a mi casa?

—Sabes que no puedo negarte nada, corazón. —Fue la respuesta de Leslie, acompañada de una sonrisa pícara—. Me cambio y nos vamos.

La cabaretera se levantó y con pasos concisos y provocativos se abrió paso entre las mesas de la taberna, al tiempo que los espectadores que habían ido a verla babeaban por ella y le decían toda clase de galanterías.

Liam se giró y miró a Bryan.

—¿Cómo demonios lo haces? —exclamó Bryan.

—Vamos, no te quejes. Aquí el seductor siempre has sido tú —arguyó Liam, extrayendo un billete del bolsillo del pantalón y dejándolo sobre la mesa para pagar la cuenta—.  ¿Por qué no vas a buscar a Anabella?

—¿A estas horas?

Liam miró el reloj. Las agujas punteaban las dos de la madrugada.

—¿Qué les pasa a estas horas? —preguntó con tono mordaz.

—Que las niñas buenas duermen —contestó Bryan—. Seguramente como tu Caperucita…

—Por eso yo me voy con Leslie. —Liam guiñó el ojo a su amigo, que bufó.

En esos momentos llegó Leslie.

—¿Nos vamos, corazón? —dijo.

Liam asintió.

Bryan los siguió con la mirada hasta que sus figuras desaparecieron detrás de las puertas de madera de la taberna. La noche era joven aún. Levantó el brazo y llamó al camarero haciendo una ligera señal con los dedos.

—Dígame, señor…

—Tráeme un whisky… doble.

—Enseguida, señor.

 

 

Vendetta
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