CAPÍTULO 64

 

 

El amor no puedes ocultarlo

cuando existe, ni puedes fingirlo

cuando no existe.

(Alejandro Jodorowsky)

 

 

 

 

 

 

 

 

Kristen se levantó y se echó la bata. Se dirigía al cuarto de baño con pasos perezosos cuando vio la carta de Anabella sobre la mesa. Se apresuró a sacar unas conclusiones rápidas: Liam la había dejado allí; por eso había ido a su habitación. Cogió el sobre y extrajo la nota de Anabella.

Al terminar de leerla tenía una extraña expresión de desilusión en el rostro. Si bien era cierto que ya sabía el motivo por el qué Liam se había casado con ella y de su trato esquivo, no era menos cierto que tenía la esperanza de que las pesquisas de Anabella arrojaran algo de luz sobre el motivo por el que su padre odiaba a Bernard Lagerfeld de aquella forma tan visceral como lo había hecho. Sin embargo, la carta no decía absolutamente nada al respecto.

Unos nudillos golpeando la puerta la sacaron de sus pensamientos.

—Adelante —dijo Kristen, levantando el rostro de la nota.

Silvana entró con la bandeja del desayuno.

—Buenos días —saludó.

—Buenos días —correspondió Kristen.

La criada se adentró en la habitación y dejó la bandeja encima de la mesa.

Kristen oyó fragmentos de una conversación que iba y venía en la planta baja.

—¿Con quién está el señor? —preguntó.

—Con el señor Bryan Cooper —respondió Silvana.

El rostro de Kristen se iluminó por momentos.

—¿Ha venido Anabella con él? —dijo impaciente.

—No lo sé —contestó Silvana en tono neutro—. Le ha recibido Kamelia.

—¿Me ayudas a vestirme? —De pronto Kristen tenía prisa.

—Sí, claro. Pero, ¿no va a desayunar? —pregunto Silvana.

—Después. Ahora ayúdame a vestirme, por favor.

 

 

 

Kristen bajó las escaleras precipitadamente. Atravesó el vestíbulo y entró en el salón con su elegante vestido de organza amarillo. Liam y Bryan estaban conversando de pie, de espaldas a ella. Ambos se giraron cuando la sintieron llegar.

—Buenos días, Bryan —dijo, mirando a su alrededor, buscando a Anabella con los ojos.

Bryan se adelantó un par de pasos, tomó su mano y se la llevó a los labios.

—Buenos días, Kristen —dijo, besándosela cortésmente.

—¿No ha venido Anabella contigo? —preguntó ella, con expresión de decepción en el rostro al no verla por ningún lado.

Bryan hizo una mueca con la boca.

—Se ha quedado en Londres. Tenía que elegir los arreglos florales para la ceremonia de la boda —respondió en tono despreocupado, tratando de sonar convincente. Aunque en realidad ni siquiera le había dicho que iba a Birmingham a ver a Liam—. Ya sabes cómo son estas cosas… Tú has pasado por ello.

—Sí, lo sé —dijo Kristen. Esforzó una sonrisa, pero en su voz había una visible nota de decepción.

Bryan intercambió una mirada con Liam. En esos momentos Kamelia hizo entrada en el salón con el desayuno.

—Aquí tienen —dijo con voz coqueta, mientras colocaba las tazas encima de la mesa y le ponía ojitos a Bryan.

«¿Es que no se detiene ante nada ni nadie?», pensó Kristen con repugnancia.

—¿Quieres desayunar con nosotros? —le preguntó Bryan a Kristen, tratando en cierto modo de animarla, cuando Kamelia se fue.

—No, gracias. No tengo apetito —declinó la invitación ella—. Dale recuerdos a Anabella de mi parte, por favor —dijo después.

—Sí, por supuesto —respondió Bryan en tono dócil.

Kristen cogió la falda del vestido y la alzó ligeramente, se dio media vuelta y salió del comedor. Cuando su esbelta figura despareció tras las ornamentadas puertas de madera, Bryan giró lentamente el rostro hacia Liam y le lanzó una mirada interrogante.

—¿Va algo mal? —dijo.

—Todo —contestó categóricamente Liam, pasándose la mano por la cabeza. Se dirigió a la enorme mesa y se dejó caer en una de las sillas.

—¿Qué sucede con Caperucita? —dijo Bryan en el tono sarcástico que utilizaba cuando se refería a Kristen con ese apodo.

—No le llames así, Bryan —se apresuró a decir Liam.

Bryan enarcó una ceja, asombrado por la actitud de su amigo.

—Como quieras… —dijo, sentándose en la silla de al lado.

—No sé lo que me está pasando, Bryan —se arrancó a decir Liam con voz seria y confusa al mismo tiempo—. Te juro que no sé lo que me está pasando.

—¿Es por Kristen?

Liam hizo un ademán de afirmación con la cabeza.

—Ya sabe todo —dijo.

—Bueno, era lógico que más tarde o más temprano acabara enterándose.

—Sí, lo que no es lógico es que cada día que pasa me desprecie más a mí mismo —aseveró Liam.

Aquella revelación causó una extraña sorpresa en Bryan.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó a su amigo.

—Aunque parezca absurdo, a veces siento la desesperación de tenerla y no tenerla al mismo tiempo. A veces la odio y otras… —Liam se interrumpió súbitamente —. Las manos me arden si no la toco, Bryan, si no la acaricio. Es como si tuviera fuego debajo de la piel —dijo, bajando los ojos y mirándose las palmas—. Necesito poseerla, estar dentro de ella…

—¿Ya la has hecho tuya? —intervino Bryan.

Liam asintió de nuevo.

—Sí —afirmó después—. Y lejos de que el deseo se apaciguara, ha crecido más.

—Es normal, Liam —opinó Bryan, intentando calmarlo—. Kristen es una mujer preciosa y tú no eres de piedra. A mí me pasaría lo mismo. A cualquier hombre le pasaría lo mismo —dijo, abriendo los brazos.

Liam sacudió la cabeza.

—Me hierve la sangre solo de pensar que puede caer en los brazos de otro hombre. —Apretó los puños mientras hablaba entre dientes—. Que otro pueda tocarla, que otro pueda… ¡Dios! —exclamó, sin poder terminar la frase—. ¡Es una tortura!

Bryan dejó que siguiera.

—Hace unos días intentó escaparse en plena madrugada. Organicé una partida de doce hombres y salí a buscarla —continuó Liam—. Hubo momentos en que estaba desesperado, Bryan. —Miró a su amigo con los ojos entornados—. Desesperado por que le hubiera ocurrido algo, desesperado al pensar en la posibilidad de perderla.  

Liam se levantó del asiento y enfiló los pasos hacia los enormes ventanales del salón.

—Me casé con Kristen Lancashire buscando venganza —dijo, dando la espalda a Bryan—. La traje aquí para hacerla sufrir y el que está sufriendo ahora soy yo.

—Y ella —le recordó Bryan, que de pronto estaba actuando como abogado del diablo.

—Y ella… —murmuró Liam con voz apesadumbrada. Su silueta alta y de espaldas anchas se recortaba contra el resplandor que entraba por la ventana, acentuando su porte regio y señorial—. Y eso es lo que más me duele, su sufrimiento.

—Déjala ir, Liam —dijo Bryan, advirtiendo la angustia que sentía su amigo—. Para acabar con su sufrimiento, y con el tuyo.

—No quiero. —Liam se giró—. No puedo… —dijo en un extraño tono de voz—. Porque entonces solo me quedaran recuerdos.

—¿Estás empezando a sentir algo por Kristen? —le preguntó directamente Bryan.

Preocupado, Liam alzó la vista y miró a su amigo.

—No… No lo sé —respondió dubitativo—. Solo sé que ahora no sería capaz de vivir sin ella. —Se llevó la mano a la frente y se la acarició, como si así pudiera aclarar la maraña de pensamientos y emociones que lo hostigaban—. ¿Cómo ha podido ocurrir? —se preguntó—. Durante quince años he estado planeando mi vendetta. ¡Durante quince años! —exclamó a media voz—. Pero nunca tuve en cuenta las consecuencias ni el daño que podía hacer.

—Ni que pudieras enamorarte de tu víctima —añadió Bryan.

Liam se acercó a la mesa y volvió a sentarse. Se tapó el rostro con las manos. Aturdido, reflexionó acerca de su descubrimiento. Lo que sentía por Kristen era mucho más que deseo, sí, pero no podía ser amor.

—Es la hija de Gilliam Lancashire. Tengo que odiarla —afirmó como si eso fuera una obviedad.

—Sin embargo estás completamente loco por ella —dijo Bryan.

Liam volvió el rostro hacía su amigo y lo miró frunciendo el ceño. Sus ojos se oscurecieron.

—No —negó tajante, moviendo contundentemente la cabeza al mismo tiempo—. Me niego. Me niego —repitió—. Eso sería una traición, Bryan. Una traición a mi padre, a mi madre, a mí mismo. No se me puede olvidar que es la hija del hombre que destruyó a mi familia.

Bryan se inclinó hacia delante y apoyó los codos en la mesa.

—Tienes que tener cuidado, Liam —dijo con voz sensata y expresión seria en el rostro—. Si no lo tienes, lo único que vas a dejar detrás de ti serán lágrimas y desolación, una inmensa desolación.  Si esto se te va de las manos, puede acabar en una tragedia.

Liam contrajo la mandíbula.

—¿Y qué puedo hacer? —preguntó al cabo de unos segundos.

—Déjala ir —le aconsejó de nuevo Bryan.

—¡Ya te he dicho que no puedo! —exclamó Liam—. ¡Que no quiero!

No estaba dispuesto a dejarla marchar. No tenía ninguna duda de que en cuanto la dejara libre, la perdería para siempre. Kristen no se quedaría junto a él, junto al hombre que había convertido su vida en un infierno.

Bryan pudo ver la desazón que atravesaba el rostro de su amigo. Liam parecía haber llegado al borde de su paciencia, batallando entre lo que le decía la cabeza y lo que le decía el corazón.

—Está bien —dijo en tono conciliador.

Liam cogió aire, tratando de calmarse y de liberar la tensión que tenía acumulada. Aquel tema se le estaba yendo de las manos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vendetta
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