CAPÍTULO 65

 

 

La profundidad y el sueño de mi deseo,

Las amargas sendas en las que me pierdo.

(Rudyard Kipling)

 

 

 

 

 

 

 

Kristen entró en la cocina y se sentó con rostro abatido en una de las viejas sillas de madera.

—¿Qué le ocurre, señora?  —preguntó Silvana, que no se había acostumbrado a llamarla solo por su nombre, aunque Kristen se lo hubiese pedido—. Si me permite preguntárselo… —añadió, esbozando una sonrisa formal en los labios.

Kristen apoyó el codo izquierdo en la mesa y dejó que su barbilla descansara sobre la mano.

—Estoy cansada, Silvana —dijo en tono apático—. Muy cansada. Las cosas no están siendo como yo pensaba que serían.

—Bueno, a veces no es fácil… —señaló la criada, haciendo gala de experiencia—. El matrimonio lleva una parte de resignación y de sacrificio, que se enmienda con el amor que se siente por la pareja.

Kristen dibujó en sus labios una sonrisa amarga.

—¿Y si tu pareja te odia? —dijo.

Silvana dejó de pelar la patata que tenía entre las manos y mostró una expresión de sorpresa.

—¿Odiar? —repitió, sin dar crédito a las palabras de Kristen.

—Sí —ratificó Kristen—. Odiar.

—¿Qué le hace pensar que el señor Lagerfeld la…? —Silvana no fue capaz de terminar la pregunta. La palabra tenía demasiado peso.

—¿Qué me odia? —Kristen finalizó la frase por ella—. Me lo ha dicho él mismo.

—¿Entonces por qué se ha casado con usted? —preguntó la criada.

—Para vengarse.

La respuesta de Kristen dejó perpleja a Silvana.

—¿Qué motivos tiene el señor Lagerfeld para vengarse de usted?

—Es una historia muy larga, Silvana —dijo Kristen desanimada—. Demasiado larga…

La puerta que daba al jardín se abrió, interrumpiendo su conversación.

—Hola, Kristen —saludó Harper.

El rostro infantil se iluminó cuando la vio. Kristen giró la cabeza al escuchar su voz. Harper tenía la nariz y las mejillas coloradas, por el frío que hacía afuera.

—Hola, cielo —respondió cariñosamente Kristen.

—Señora Silvana, esto es para usted —dijo Harper, dirigiéndose a ella y entregándole un saquito lleno de verduras que acababan de recoger él y su padre en el huerto.

—Muchas gracias, granujilla —dijo la criada en tono alegre. Cogió el saco de las verduras y lo puso encima de la mesa.

—¿Te apetece una taza de chocolate? —le preguntó Kristen.

Harper asintió entusiasmado. Miró a su padre, pidiendo permiso. Edmond, que permanecía de pie en el umbral de la puerta, inclinó lo cabeza ligeramente.

—Estate solo un rato —advirtió al pequeño.

—Sí, papá.

—Y no molestes a la señora.

—Tranquilo, Edmond —comentó Kristen con una sonrisa afable en los labios—. Harper nunca molesta. Todo lo contrario.

—Me portaré bien, papá —dijo Harper con todo la buena intención del mundo.

—Silvana, ¿nos haces un poco de chocolate, por favor? —dijo Kristen amablemente.

—Por supuesto, señora.

La criada se levantó, se limpió las manos en el delantal y se dirigió a los fogones.

—¿Tú también vas a tomar chocolate? —preguntó Harper, dirigiéndose a Kristen mientras se sentaba en un taburete de madera que había frente a ella.

—Claro que sí. A mí me encanta el chocolate —contestó ella—. Cuando era pequeña, como tú ahora, Tommy y yo convencíamos todos los días a mi nana para que nos preparara una enorme taza.

—¿Tommy? —dijo Harper, arrugando la nariz—. ¿Era tu novio?

—No. —Kristen sonrió ante la ocurrencia del niño—. Tommy es mi mejor amigo. Con él cazaba ranas en la charca y trepaba a los nogales del jardín.

Harper abrió los ojos con mucho asombro.

—¿Tú cazabas ranas y trepabas a los árboles? —preguntó, extrañado. Kristen le parecía tan elegante y delicada que no se la imaginaba haciendo esas cosas.

—Sí, y era muy buena —afirmó Kristen.

—Vaya… A mí también se me da muy bien trepar a los árboles.

—¿En serio?

Harper asintió repetidamente con la cabeza.

—Sí, siempre gano a todos los demás niños de la hacienda. Menos a Rod, pero porque él hace trampas…

 

Kristen se echó a reír.

—Un día podemos hacer una competición —comentó en broma—. Tú, yo y ese tal Rod.

—Aquí tenéis —interrumpió Silvana, poniendo a cada uno una taza hasta arriba de chocolate y un plato de pan frito.

—Gracias, Silvana —le agradeció Kristen.

—Gracias —dijo Harper. Impaciente y con la boca a punto de hacérsele agua, se acercó la taza, cogió un trozo de pan y lo hundió en el chocolate. Kristen hizo lo mismo.

—Está riquísimo —se adelantó a decir.

Uno de los criados de la hacienda llamó a Silvana desde el jardín.

—Voy —vociferó ella.

Abrió la puerta y salió.

—Siento que no pudieras escaparte —dijo Harper en voz baja.

—No te preocupes —comentó Kristen, aunque en el fondo ella era quien más sentía no haber podido llevar a buen puerto sus planes.

—He oído que Calipsa te tiró.

—La tormenta la asustó, se encabritó y me caí al suelo —explicó Kristen a medio tono—. Pero me desplomé sobre un montón de hojas y afortunadamente no me hice daño.

—Mi padre la encontró horas después —dijo el niño, pringando otro trozo de pan en el chocolate—. Estaba desorientada al borde del despeñadero que hay al norte de la hacienda.

—Me alegro de que apareciera, a pesar de que yo no haya podido escapar —afirmó Kristen con una mezcla en la voz de alivio y tristeza a la vez—. Si no hubiera sido por la tormenta que se desencadenó, me hubiera llevado hasta Londres.

—Sí, lo hubiera hecho sin problemas —corroboró Harper mientras masticaba—. Calipsa es una yegua muy buena. —Hizo una pausa y se quedó pensando unos segundos, dejando el bocado del pan con el chocolate a medio camino de la boca—. ¿Todavía sigues con la idea de escaparte? —le preguntó a Kristen, en el mismo tono bajo que había utilizado durante toda la conversación.

—Ahora más que nunca —respondió ella con anhelo—. Pero es muy difícil, Harper. Liam me tiene vigilada más que antes, incluso creo que los criados y la servidumbre controlan cada unos de mis movimientos.

Harper torció el gesto. Si lo que decía era cierto, ayudarla a huir iba a ser tarea imposible.

—Creo que nunca voy a poder irme de aquí —dijo Kristen llena de frustración. De repente se había quedado sin apetito—. Esto es como estar en una cárcel —añadió, apartando hacia un lado la taza de chocolate.

—Encontraremos la forma para que puedas escaparte, no te preocupes —la animó Harper. Kristen alzó la vista y lo miró. Harper era la única persona en esa casa que le proporcionaba algo de alegría. El pequeño le regaló una sonrisa, como si hubiera leído su pensamiento—. Ya lo verás —concluyó, dando un bocado al trozo de pan frito que tenía en la mano.

Kristen suspiró resignada. Ella no estaba tan convencida.

 

 

 

Vendetta
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