20. Más allá de la tumba

—¿Señor Pashin? ¿Señor Silva?

Aquellas palabras les dieron un susto de aúpa, por razones evidentes. En primer lugar, se suponía que nadie conocía sus auténticas identidades. En segundo, los habían abordado dos completos extraños: un sujeto alto y de pelo corto, bien trajeado, con pinta de ejecutivo, acompañado de una adolescente rubia, menuda y muy delgada, que recordaba a una colegiala. Y en tercero, a pesar de que los escuchaban nítidamente, ninguno de ellos movía la boca al hablar.

Calímaco sonrió, disimulando, mientras el pánico amenazaba con invadirlo. Trataría de entretenerlos mientras Ogoday preparaba una de sus drogas para dejar a los intrusos fuera de combate. Miró disimuladamente a su alrededor. ¿Y si había más, apuntándolos con armas de fuego? ¿Qué estaba pasando? ¿Quiénes eran aquellos tipos?

Había transcurrido apenas un día desde que Peláez los puso firmes y envió su informe al C.S.C. Durante ese tiempo, procuraron no aburrirse revisando los datos del modelo del asteroide y saliendo a tomar algo de vez en cuando. La posibilidad de que otros se hicieran cargo de la misión, para qué negarlo, era un alivio, sobre todo para Calímaco. Y ahora, justo a las puertas del éxito, los descubrían. A no ser que fueran aliados, claro.

La chica sonrió con aire inocente y les habló de nuevo. Un escalofrío recorrió el espinazo de Calímaco cuando se fijó en que los sonidos no se correspondían con el movimiento de los labios. Éstos parecían decir: «¿Les importa si nos sentamos a su lado, amigos?» Pero lo que en realidad oyeron fue:

—No se moleste en tocarnos, señor Pashin. Somos androides de combate. Nos han enviado para tomar Base Faulkner.

El mut se relajó.

—Dicen la verdad, Silva —avisó la conciencia—. Acabo de recibir confirmación de sus identidades por medio de un comunicador cuántico implantado en nuestro encéfalo.

—Y yo sin enterarme… —replicó mentalmente el aludido.

—Motivos de seguridad, hazte cargo. Ah, no te alarmes por su desincronización al hablar. Es una precaución rutinaria, por si hubiera algún dispositivo lector de labios grabándonos.

Los dos androides disimulaban perfectamente. Parecían estar platicando acerca de lo bonita que era aquella terraza en el Taj Mahal, aunque en realidad se encargaban de informar a sus aliados humanos. Debían de tener altavoces en la garganta, o algo así. Calímaco no podía evitar sentirse incómodo. Conocía lo que era un androide de combate: una máquina de matar de precisión, diseñada para sustituir a los seres humanos en operaciones de alto riesgo. Toparse con ellos no era una buena noticia, por más que la esperaran. Había visto alguno en su estado natural: un maniquí gris, con músculos sintéticos de extrema eficacia. Claro, cuando les aplicaban prótesis y los disfrazaban, como ahora, ganaban mucho.

—Mi número de serie es ACM-708 —seguía explicando la jovencita— y el de mi camarada, ACG-91. Pueden dirigirse a nosotros como Beatriz y Abel, para abreviar. Debo informarles que el asalto a Base Faulkner tendrá lugar de inmediato, y que ustedes participarán en él. Sus habilidades nos resultarán muy útiles.

A Calímaco se le cayó el alma a los pies. Por un momento, creyó que había llegado el relevo, y que sus servicios ya no se requerían. Miró de reojo a Ogoday. El mut encajó la noticia con naturalidad, al menos en apariencia. En cualquier caso, ninguno estaba tan loco como para llevarle la contraria a un androide.

—Según nos informaron —prosiguió Beatriz—, el local que imita la tumba de Seti I abrirá dentro de tres horas. Usted, Silva, se encargará de anular el sistema de vigilancia. El enemigo no debe enterarse de nada. Usted, Pashin, usará sus habilidades químicas para que nadie se fije en nosotros o, en su caso, que los civiles se marchen sin armar escándalo. A continuación aguardaremos a que llegue el suministro de alimentos, lo interceptaremos y averiguaremos cómo se entra en la zona oculta. Después deberán acompañarnos. Creo que han recibido instrucciones básicas de combate. ¿Me equivoco?

—Más que nada, nos enseñaron a agacharnos y no estorbar. —Calímaco procuró no mover mucho los labios mientras hablaba, ocultándolos con el vaso del cubata.

—Sabia actitud. Mientras llega el momento, comportémonos al estilo de turistas ociosos. Es la hora del almuerzo, así que busquemos un restaurante.

—Ustedes dos no necesitan comer, y creo que yo he perdido el apetito —musitó Calímaco.

La chica lo miró con expresión fingidamente divertida.

—Estamos en guerra, por si no se había dado cuenta. Cumplamos lo que se espera de nosotros. Además, tomar unos bocados no me parece un sacrificio excesivo, teniendo en cuenta que todos somos prescindibles en aras del bien común.

Calímaco se limitó a poner buena cara, mientras soportaba una patriótica arenga por cortesía de su conciencia. Sonriendo, pero experimentando el presagio de que aquello iba a acabar malamente, siguió a los demás.

★★★

En su versión original, la tumba de Seti I consistía en una galería inclinada, excavada en la roca viva, de paredes ornadas con maravillosos jeroglíficos y frescos policromos. Después de sortear un profundo pozo, se desembocaba en dos salas cuyos techos estaban soportados por columnas de sección cuadrada. Una escalera comunicaba con una segunda galería que se abría por debajo de la anterior. Finalmente, se llegaba a la morada del sarcófago y recintos anejos, bajo un techo pintado de estrellas, majestuoso y sereno.

En el Nido de Amor se habían tomado unas cuantas libertades a la hora de reproducir el venerable monumento. Las galerías fueron ensanchadas y acortadas, y les añadieron unos cuantos nichos laterales para albergar cubículos reservados. Además, ampliaron las dimensiones de la sala del sarcófago más allá de lo decoroso o lo creíble. El propio sarcófago, una mole de piedra artificial, había sido desplazado a una esquina, junto a la barra. Dentro de él, la momia rojiza de Seti I animaba el cotarro seleccionando discos de moda y marcándose un baile sincopado de vez en cuando.

El local no figuraba entre los más concurridos, y a una hora tan temprana prácticamente los únicos parroquianos eran Calímaco, Ogoday y los androides. Poco a poco fueron llegando más clientes.

—Es posible que varios de ellos sean androides de combate —señaló la conciencia—. Por cierto, Silva —admitió a regañadientes—, me han pedido que te felicite por tus programas espía. Han sembrado tantas identidades falsas en la Red de Algol que ahora resultan de suma utilidad para infiltrar unidades de asalto.

—Pues qué alegría —replicó en silencio Calímaco, mirando fijamente el combinado sin alcohol que había pedido. No podía quitarse de encima el presentimiento de que fracasarían, de que algo se torcería en el último momento.

—Arriba ese ánimo, Silva —le arengó su conciencia, con voz firme—. Debo advertirte una cosa. En cuanto comience la acción, no abras la boca hasta que se te indique. Los androides se comunicarán entre sí por radio, y con el señor Pashin mediante el lenguaje militar de signos, que conoce a la perfección. Yo recibiré instrucciones y te las transmitiré. Obedécelas sin rechistar y todo saldrá bien.

—Ojalá…

—Base Faulkner será nuestra, tenlo por seguro. De surgir imprevistos, los androides llevan en sus cuerpos explosivos suficientes como para reducir el Nido de Amor al estado gaseoso. Pero no creo que sea necesario. El factor sorpresa está de nuestro lado.

Calímaco se iba deprimiendo por momentos, aunque no dispuso de mucho rato para sumirse en la autocompasión.

—Ya viene el tipo de los suministros —le informó su conciencia—. Silva, bloquea las cámaras y mételes las grabaciones preparadas.

Calímaco no se hizo de rogar. Una sutil manipulación en su ordenador de muñeca, y las cámaras que había repartidas por la tumba dejaron de registrar la realidad. Lo que los encargados de vigilancia verían sería una filmación primorosamente generada por ordenador, en la que se mostraba cómo el recién llegado repartía los suministros según la rutina diaria y luego se marchaba. Mientras, Ogoday le había aplicado su famoso suero de la verdad, y el pobre diablo cantaba la Traviata. Los androides se encargaron de neutralizar a los camareros, que yacían tendidos en un rincón. Calímaco quiso suponer que seguían vivos. Los pocos clientes fueron tratados por Ogoday para que se marcharan pacíficamente, sin recordar nada de lo sucedido. Un androide al que no conocían quedó apostado en la puerta de entrada, por si algún turista despistado decidía visitar el local.

La conexión con la zona oculta se hallaba en el panel posterior del sarcófago. Sólo debían pulsar determinados bajorrelieves siguiendo un orden determinado y el paso quedaría franco.

Beatriz se acercó a Calímaco y le entregó un uniforme.

—Póngase esto. Vamos a entrar. Síganos en la retaguardia junto al señor Pashin y no hablen. Puede que requiramos sus servicios.

La muchacha ya no parecía tan encantadora. Se movía con rapidez antinatural, sin gestos superfluos. Ahora se veía a las claras que no era humana.

En total, nueve androides efectuarían la incursión. Los uniformes se activaron en una variante del modo urbano, exhibiendo un patrón de polígonos y franjas grisáceas que los camuflaba de maravilla. Las manchas fluían con cada movimiento, haciendo que resultara francamente difícil fijar la atención de ellos.

—Los trajes están confeccionados con fibras de alta resistencia —le informó su conciencia—. Pueden bloquear un impacto de bala de grueso calibre. Los androides no los necesitan, claro, pero nunca viene mal una protección extra.

Calímaco se apresuró a colocarse bien la capucha del uniforme. Aquello iba muy, pero que muy en serio.

Dieron la vuelta al sarcófago sin hacer caso a la momia, enfrascada en una danza impropia de su regia compostura. Abel tocó los bajorrelieves y un panel se desplazó en el sarcófago, mostrando una rampa y un pasillo de paredes blancas: la zona oculta. El corazón de Calímaco empezó a latir más deprisa. Ogoday le acarició el cogote y de inmediato se sintió mejor. Le había inoculado un tranquilizante, algo muy de agradecer en semejante trance.

Ocho androides entraron como una exhalación, sombras fugaces contra las paredes blancas. Beatriz quedó rezagada, a modo de enlace con los humanos, más lentos.

En ese momento, un hombre acertó a pasar por allí. Seguramente era el encargado de recoger los suministros. Llevaba un uniforme caqui de diseño no corporativo y portaba un subfusil sujeto a la espalda por unas correas. Los androides no le dieron tiempo a reaccionar. Abel movió un brazo y el soldado cayó redondo al suelo.

—Los androides se equipan con armas integradas en el cuerpo. Eso debió de ser una pistola de agujas camuflada en el antebrazo. Son eficientes, ¿verdad, Silva?

Calímaco no se molestó en responder a su conciencia. Cuando pasaron junto al cuerpo, se fijó en que estaba bien muerto. Había caído de espaldas, con los ojos abiertos y una expresión de cómico asombro en la cara. Calímaco tragó saliva. Él, en el fondo, era un ladrón de guante blanco de la vieja escuela, un hedonista que prefería la furtividad a la violencia. Empezaba a tomar cuenta cabal de dónde lo habían metido.

El pasillo daba a un recinto amplio, que ocupaba la práctica totalidad de la zona oculta. Parecía un hangar mixto, con barracones y cubículos dispersos. Al fondo vieron un silo con varios misiles y, en medio de todo, una nave. Su diseño era extraño. A Calímaco le recordó la veterana lanzadera de la Universidad de Algol, aunque con las alas truncadas y una alta deriva de la que salían varios pares de estabilizadores triangulares. En la popa se abrían cuatro toberas, y a los lados del fuselaje destacaban las barras y estrellas de la bandera imperial. Por el recinto pululaban soldados y técnicos, inmersos en sus quehaceres.

—Base Faulkner, al fin… —la voz de la conciencia sonaba triunfal, casi en éxtasis, aunque pronto adoptó el tono desabrido habitual—. Procura no recortarte en puertas, ventanas o salidas de pasillos, Silva. Los androides van a efectuar una labor de limpieza. Supongo que dejarán a alguien vivo, para que el señor Pashin lo interrogue. Puede que seas necesario para abrir alguna puerta o violar sistemas informáticos, así que procura no hacerte notar.

—En ello estoy, Peláez; te lo juro.

«Labor de limpieza» era un eufemismo para referirse a una matanza pura y dura. Antes de que pudieran darse cuenta de lo que se avecinaba, los imperiales fueron cayendo uno tras otro, abatidos a distancia o liquidados al modo artesanal. Calímaco se estremecía cada vez que veía a uno de los androides agarrar a un infeliz por la espalda y echarle mano a la barbilla. Los cuerpos se ponían rígidos y a continuación caían como guiñapos. No quiso saber si les retorcían el pescuezo o les inoculaban algún veneno de acción fulminante con agujas ocultas. El resultado era el mismo. Al menos, no fluía la sangre. Los cadáveres parecían dormidos.

El asalto fue piadosamente rápido. Los imperiales que pululaban por las pistas o entre los barracones fueron abatidos en menos de un minuto, en completo silencio. Luego llegó el turno de asaltar los edificios. Beatriz les pasó a los humanos unos filtros nasales.

—Procura no respirar por la boca —le advirtió su conciencia—. Van a emplear gases paralizantes. No podemos dejar que algún enemigo pulse el botón de autodestrucción. Si es posible, debemos tomar intacta Base Faulkner.

—¿Podría el sistema de autodestrucción estar conectado a las ondas cerebrales de alguno de estos tipos? —respondió Calímaco, mientras se colocaba los filtros a toda prisa—. Si lo dejamos inconsciente o alteramos sus pautas mentales, igual todo esto hace ¡bum! ¿Y si se les derriten los sesos y no nos valen para nada?

—Supongo que los jefes ya lo habrán previsto a la hora de seleccionar el gas. Si quieres que te sea sincero, no creo que los renegados imperiales dispongan de una tecnología tan avanzada.

—Te recuerdo que han sido capaces de teleportar misiles detrás de nuestras defensas.

—Una afortunada casualidad, como cuando descubrieron el motor MRL.

—No sé. —Calímaco seguía sin tenerlas todas consigo—. Me sigue pareciendo demasiado fácil. ¿Base Faulkner sólo consiste en una nave destartalada, media docena de misiles y unos cuantos barracones?

—Los terroristas no requieren gran infraestructura material para causar un daño desproporcionado. En fin —la conciencia se encogió mentalmente de hombros—, pronto nos enteraremos, so pusilánime.

Los androides no descansaban. Aplicaron unas complejas cargas explosivas a cada barracón. El plástico detonó de forma secuencial. Primero generó un fino chorro de gas que agujereó la pared. Un milisegundo después, varios productos químicos se combinaron y produjeron el gas nervioso, que fue inyectado en el interior de los edificios. Esperaron un minuto a que hiciese su efecto y se neutralizara, y entraron en los barracones abriendo las puertas a patada limpia. Calímaco respiró hondo. Base Faulkner aún no había saltado por los aires. Igual salía todo bien.

Fueron sacando a rastras a los imperiales inconscientes. Como era típico, no había mujeres en su ejército, algo que siempre llamaba la atención a los corporativos.

Ahora era el turno de Ogoday. Mientras preparaba a sus pacientes para el interrogatorio, Calímaco recorrió las instalaciones ya limpias buscando puertas ocultas u ordenadores a los que trastear. Los androides y Peláez tenían mucha prisa. Aún no sabían si existía otra Base Faulkner por ahí ni dónde demonios estaba el tal Lord Moone. De momento, no figuraba entre los muertos o prisioneros.

El examen de los ordenadores no deparó nada especial. Los interrogatorios tampoco. Los soldados eran unos simples mandados, encargados de labores de seguridad y mantenimiento. Debían vigilar que los científicos y técnicos estuviesen cómodos y cuidar del silo y de la nave. No sabían más; sólo cumplían órdenes. Ogoday les suministró una droga paralizante y los dejó aparcados, por si luego podía sacarles algo más. Calímaco se estremeció. Caramba con Ogoday, tan buen chico que parecía… Estaba descubriendo que el mut era, en el fondo, tan despiadado como los androides de combate.

En cambio, los científicos llevaban un sistema bioquímico de seguridad que funcionó. Ninguno conservaba el cerebro intacto.

—Conque no podían compararse con nosotros, ¿eh, Peláez? —le reprochó Calímaco a su conciencia—. Y ahora, ¿qué?

En ese momento, uno de los androides les llamó la atención desde la lanzadera. Ogoday y Calímaco entraron en ella y se toparon con un cadáver. A diferencia de las víctimas del asalto, éste no había quedado tan presentable, sin derramamiento de sangre. Llevaba una pistola en la mano, y se había volado la cabeza. Literalmente. La cabina de pasajeros estaba hecha un asco. El cuerpo lucía un uniforme de oficial del Ejército Imperial.

—¿Lord Moone? —preguntó Calímaco.

—Cabe la posibilidad —respondió Ogoday—. Tendremos que hacerle un análisis completo.

—Todo encaja —la conciencia sonaba exultante—. Ha preferido suicidarse antes de que lo capturáramos. Eso corroboraría la hipótesis de que sólo hay una base enemiga. En el C.S.C. estarán encantados de saberlo. Las nanocámaras retransmiten el asalto en tiempo real al Alto Mando de la Armada.

—Supones demasiado —le dijo Calímaco—. Bueno, parece que esto ha terminado. Creo que nos hemos ganado unas vacaciones…

—¿Más todavía? —saltó la conciencia—. ¿Después de todas las semanas que llevas de lujuria, gula y despilfarro?

—No confundamos trabajo con ocio, mi estimado Peláez.

Calímaco se iba animando por momentos. Seguía vivo, y el asalto había concluido. Por supuesto, durante bastante tiempo tendría pesadillas al recordar ciertos detalles, como los cráneos abiertos de los científicos, llenos de gelatina gris, o el fiambre que tenía a sus pies. Pero experimentaba un alivio creciente. Aún no podía creer en su suerte. Ojalá la Corporación se apiadara de él y, en premio a los servicios prestados, le extirpara aquella mosca cojonera de Peláez.

—Pues sigue trabajando, Silva —la conciencia no descansaba—. Echemos un vistazo a la lanzadera, por si acaso. Con cuidado, a ser posible; no vaya a haber alguna trampa cazabobos y la fastidiemos a última hora.

—Hay poco que ver —informó Beatriz, como si les leyera el pensamiento; volvía a recordar a una inocente colegiala, a pesar de que se había cargado unos cuantos soldados sin pestañear—. La lanzadera estaba pasando por una revisión, a juzgar por su aspecto. Retiraron los asientos de la cabina, y no detectamos pulsos energéticos en los motores. Por lo demás, está limpia. Tiene que haber un acceso a la cabina de mando por algún sitio. Señor Silva, trate de localizarlo.

—A sus órdenes —respondió Calímaco. Con un poco de suerte, ése sería el último trabajo del día.

—Me quedaré junto a la puerta vigilando —dijo Beatriz—. Avísenme si necesitan algo.

—Descuide —respondió Calímaco educadamente—. De momento, requiero tranquilidad para usar mis programas. También agradecería que quitaran eso del suelo —señaló al cadáver del oficial.

—Ya se encargarán las…

Varias cosas ocurrieron en apenas unos segundos. De uno de los mamparos de la cabina brotó un haz energético que partió por la mitad a Beatriz; los pedazos salieron disparados escalerilla abajo hasta el hangar. Inmediatamente después, la puerta se cerró. Calímaco sufrió una intensa sensación de náusea y la oscuridad se hizo.

Unicorp - Colección completa
cubierta.xhtml
Khariel.htm
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
capitancebolleta0001.xhtml
capitancebolleta0101.xhtml
capitancebolleta0201.xhtml
capitancebolleta0301.xhtml
capitancebolleta0401.xhtml
capitancebolleta0501.xhtml
capitancebolleta0601.xhtml
capitancebolleta0701.xhtml
capitancebolleta0801.xhtml
capitancebolleta0901.xhtml
capitancebolleta1001.xhtml
capitancebolleta1002.xhtml
capitancebolleta1003.xhtml
capitancebolleta1004.xhtml
capitancebolleta1005.xhtml
capitancebolleta1006.xhtml
capitancebolleta1007.xhtml
capitancebolleta1008.xhtml
capitancebolleta1009.xhtml
capitancebolleta1010.xhtml
capitancebolleta1011.xhtml
capitancebolleta1012.xhtml
capitancebolleta1101.xhtml
capitancebolleta1201.xhtml
capitancebolleta1301.xhtml
capitancebolleta1302.xhtml
capitancebolleta1303.xhtml
capitancebolleta1304.xhtml
capitancebolleta1305.xhtml
capitancebolleta1306.xhtml
capitancebolleta1307.xhtml
capitancebolleta1308.xhtml
capitancebolleta1309.xhtml
capitancebolleta1310.xhtml
capitancebolleta1311.xhtml
capitancebolleta1312.xhtml
capitancebolleta1313.xhtml
capitancebolleta1314.xhtml
capitancebolleta1315.xhtml
capitancebolleta1316.xhtml
capitancebolleta1317.xhtml
capitancebolleta1318.xhtml
capitancebolleta1319.xhtml
capitancebolleta1320.xhtml
capitancebolleta1321.xhtml
capitancebolleta1322.xhtml
capitancebolleta1323.xhtml
capitancebolleta1324.xhtml
capitancebolleta1325.xhtml
capitancebolleta1326.xhtml
capitancebolleta1327.xhtml
capitancebolleta1328.xhtml
capitancebolleta1329.xhtml
capitancebolleta1330.xhtml
capitancebolleta1331.xhtml
capitancebolleta1332.xhtml
capitancebolleta1333.xhtml
capitancebolleta1334.xhtml
capitancebolleta1401.xhtml
capitancebolleta1501.xhtml
capitancebolleta1601.xhtml
capitancebolleta1602.html
capitancebolleta1603.html
capitancebolleta1604.html
capitancebolleta1605.html
capitancebolleta1606.html
capitancebolleta1607.html
capitancebolleta1608.html
capitancebolleta1609.html
capitancebolleta1610.html
capitancebolleta1611.html
capitancebolleta1612.html
capitancebolleta1613.html
capitancebolleta1614.html
capitancebolleta1615.html
capitancebolleta1616.html
capitancebolleta1617.html
capitancebolleta1618.html
capitancebolleta1619.html
capitancebolleta1620.html
capitancebolleta1621.html
capitancebolleta1622.html
capitancebolleta1623.html
capitancebolleta1624.html
capitancebolleta1625.html
capitancebolleta1626.html
capitancebolleta1627.html
capitancebolleta1701.xhtml
capitancebolleta1801.xhtml
capitancebolleta1901.xhtml
capitancebolleta2001.xhtml
capitancebolleta2002.htm
capitancebolleta2003.htm
capitancebolleta2004.htm
capitancebolleta2005.htm
capitancebolleta2006.htm
capitancebolleta2007.htm
capitancebolleta2008.htm
capitancebolleta2009.htm
capitancebolleta2010.htm
capitancebolleta2011.htm
capitancebolleta2012.htm
capitancebolleta2013.htm
capitancebolleta2014.htm
capitancebolleta2015.htm
capitancebolleta2016.htm
capitancebolleta2017.htm
capitancebolleta2018.htm
capitancebolleta2019.htm
capitancebolleta2101.xhtml
capitancebolleta2102.xhtml
capitancebolleta2103.xhtml
capitancebolleta2104.xhtml
capitancebolleta2105.xhtml
capitancebolleta2106.xhtml
capitancebolleta2107.xhtml
capitancebolleta2108.xhtml
capitancebolleta2109.xhtml
capitancebolleta2110.xhtml
capitancebolleta2111.xhtml
capitancebolleta2112.xhtml
capitancebolleta2113.xhtml
capitancebolleta2114.xhtml
capitancebolleta2115.xhtml
capitancebolleta2116.xhtml
capitancebolleta2117.xhtml
capitancebolleta2118.xhtml
capitancebolleta2119.xhtml
capitancebolleta2120.xhtml
capitancebolleta2121.xhtml
capitancebolleta2122.xhtml
capitancebolleta2123.xhtml
capitancebolleta2124.xhtml
capitancebolleta2125.xhtml
capitancebolleta2126.xhtml
capitancebolleta2127.xhtml
capitancebolleta2128.xhtml
capitancebolleta2129.xhtml
capitancebolleta2130.xhtml
capitancebolleta2201.xhtml
capitancebolleta2301.xhtml
capitancebolleta2401.xhtml
capitancebolleta2402.xhtml
capitancebolleta2403.xhtml
capitancebolleta2404.xhtml
capitancebolleta2405.xhtml
capitancebolleta2406.xhtml
capitancebolleta2407.xhtml
capitancebolleta2408.xhtml
capitancebolleta2409.xhtml
capitancebolleta2410.xhtml
capitancebolleta2411.xhtml
capitancebolleta2412.xhtml
capitancebolleta2413.xhtml
capitancebolleta2414.xhtml
capitancebolleta2415.xhtml
capitancebolleta2416.xhtml
capitancebolleta2417.xhtml
capitancebolleta2418.xhtml
capitancebolleta2419.xhtml
capitancebolleta2420.xhtml
capitancebolleta2421.xhtml
capitancebolleta2422.xhtml
capitancebolleta2423.xhtml
capitancebolleta2424.xhtml
capitancebolleta2425.xhtml
capitancebolleta2426.xhtml
capitancebolleta2427.xhtml
capitancebolleta2428.xhtml
capitancebolleta2429.xhtml
capitancebolleta2430.xhtml
capitancebolleta2431.xhtml
capitancebolleta2432.xhtml
capitancebolleta2433.xhtml
capitancebolleta2501.xhtml
capitancebolleta2601.xhtml
capitancebolleta2701.xhtml
capitancebolleta2801.xhtml
capitancebolleta2901.xhtml
capitancebolleta3001.xhtml
capitancebolleta3101.xhtml
capitancebolleta3201.xhtml
capitancebolleta3202.xhtml
capitancebolleta3203.xhtml
capitancebolleta3204.xhtml
capitancebolleta3205.xhtml
capitancebolleta3206.xhtml
capitancebolleta3207.xhtml
capitancebolleta3208.xhtml
capitancebolleta3209.xhtml
capitancebolletaO101.xhtml
capitancebolleta05notas.xhtml
capitancebolleta08notas.xhtml
capitancebolleta09notas.xhtml
capitancebolleta10notas.xhtml
capitancebolleta14notas.xhtml
capitancebolleta18notas.xhtml
capitancebolleta19notas.xhtml
capitancebolleta21notas.xhtml
aspectos.xhtml
cronologia.xhtml
obras.xhtml