21. Fiat Lux

La consciencia regresó lenta y dolorosamente, en oleadas pulsantes. A juzgar por el mal sabor de boca, Calímaco debía de haber vomitado hasta la última papilla. Estaba tumbado en el suelo y alguien trataba de incorporarlo. La náusea remitió un poco.

—Te he inyectado un cóctel de fármacos —dijo Ogoday—. Procura abrir los ojos.

Calímaco lo intentó, pero una punzada de dolor le atravesó los globos oculares. Se le saltaron las lágrimas, aunque al cabo de un minuto ya se había restablecido lo bastante como para sentarse. Estaba hecho una pena.

—¿Qué demonios…?

No necesitó terminar la pregunta. Ogoday se le anticipó.

—Yo también quedé fuera de combate, pero me recobré antes. Supongo que será cosa de mi sistema endocrino modificado. Seguimos en la lanzadera, y poco más puedo decirte. La salida está bloqueada. Tal vez se haya puesto en marcha, pero no hay sensación de movimiento. Tampoco percibo ruidos en el exterior.

Calímaco revisó el interior de la lanzadera. Seguía ofreciendo el mismo aspecto destartalado que al principio, aunque ahora estaba un poco más sucia. Aparte del cadáver y los vómitos, quedaban restos de Beatriz que salpicaban los mamparos junto al lugar que debía ocupar la puerta. Ahora que se fijaba, el interior de la cabina parecía mucho menor de lo normal, si se tenía en cuenta el tamaño del vehículo. «¿Cómo no se percataron los androides de estas anomalías?».

—Bien, ¿qué hacemos ahora? —preguntó.

—Se admiten sugerencias. ¿Qué dice tu conciencia?

—¿Peláez? ¿Sigues ahí? Nada. Con un poco de suerte, la impresión habrá sido demasiado para él.

—Estoy tratando de captar algún mensaje mediante el receptor cuántico que llevas implantado en tu cerebro de mosquito —la voz de la conciencia sonó exasperada—. Mientras, explorad el lugar.

Tardaron bien poco. Estaba la cabina de pasajeros, bodega o lo que fuese, y punto. No había puertas, ventanas, puertos de ordenador ni nada semejante. Tan sólo unos paneles en el techo emitían una luz azulada. En verdad, la situación pintaba muy mal. ¿Fue un accidente, o se habían metido de cabeza en una trampa? ¿Iban a dejarlos morir de hambre junto a un cadáver decapitado? En el peor de los casos, Ogoday podría facilitar una muerte dulce, pero Calímaco aún no se había hecho a la idea de la extinción personal. Fue todo tan repentino, que no había tenido tiempo de sumirse en el terror y la autocompasión.

Y de repente se hizo la luz. Una parte de la pared se tornó de un blanco brillante, vibró y un rostro sonriente los miró con atención. Lo reconocieron enseguida. Su foto fue una de las primeras cosas que les enseñaron los chicos de los servicios secretos corporativos.

—Moone —se le escapó a Calímaco en un susurro.

—En efecto, señores míos —la voz sonó alta y clara, sin desfase con la imagen.

Calímaco era consciente de que se le debía de haber quedado cara de bobo, pero en momentos como aquél uno no sabía muy bien qué decir. El alivio de escuchar a otro ser humano, de comprobar que no los habían olvidado, quedaba neutralizado por el hecho de hallarse ante el enemigo número uno de la Corporación.

—Es un placer charlar con ustedes —siguió diciendo Moone, en tono desenfadado y cordial—. Permítanme felicitarles por haber llegado tan lejos. Me siento tentado de ficharlos para mi equipo.

—Se agradece, pero lo veo un poco difícil —replicó Calímaco—. Cuestión de conciencia, no sé si me explico.

—Muy noble por su parte. En fin, vayamos al grano. Antes de continuar, será mejor disipar dudas. Si creen que dándome conversación ganarán tiempo para hallar una vía de escape, desengáñense. Yo también he leído el Manual del Perfecto Tirano. No haré como esos villanos de opereta que se ponen a vanagloriarse o a soltar un discurso al final de la película, permitiendo que el héroe los mate, salve a la chica, destruya la base y todo acabe en un beso apasionado mientras desfilan los títulos de crédito. Si me tomo la libertad de hablar con ustedes, es porque no existe posibilidad de escapatoria. Estaban más muertos que mi abuelita, que en paz descanse, desde el momento en que entraron en la lanzadera. Por cierto, no se les ocurra tratar de abandonarla, en el muy improbable caso de que encuentren la puerta. Bajarse en marcha de un vehículo espacial es malo para la salud. La descompresión, ya me entienden.

Lo dijo en el mismo tono que si fuera el hombre del tiempo leyendo un parte meteorológico. Calímaco experimentó la urgente necesidad de ir al baño. Muertos. No podían acabar así. Era injusto. Por su parte, Ogoday permanecía inexpresivo. ¿Entereza, aceptación o estupor? Y Moone seguía hablando:

—Créanme, no estoy dándole a la lengua por sadismo —sonrió y compuso una expresión de disculpa—. Bueno, les confieso que un poco sí. Resulta un placer de dioses poder presumir de los logros propios frente a alguien que no sea un subordinado. Sin embargo, la finalidad principal de este intercambio verbal es práctica. Considérenla parte de un experimento crucial para mis fines. El hecho de que podamos mantener la comunicación en tiempo real en circunstancias tan especiales supone un rotundo éxito.

Hubo otra pausa efectista. Ninguno de los prisioneros parecía querer hablar. A Moone no le importó demasiado.

—Reconozco su valor personal, amigos míos. Por ello merecen saber dónde se han metido realmente y lo que les aguarda. Para lo que les va a servir… Ante todo, permítanme informarles de que Base Faulkner nunca estuvo en Algol. Les tendimos una elaborada trampa y picaron como atunes. Para mí, ha sido en extremo doloroso tener que perder buenos hombres para mantener la ficción. Ay, amigos míos, cometieron el mismo error que nosotros cuando nos enfrentamos a la Corporación. Han combatido tanto tiempo a enemigos a los que consideran inferiores, que tienden a subestimarlos.

»Tardamos diez años en prepararles el cebo. Construimos una base falsa en ese asteroide y la camuflamos del modo que ustedes esperarían. Incluso los hombres que destinamos a ella creían que era la auténtica. Fue un sacrificio necesario. Dejamos pistas sutiles, para que fueran descubiertas por sus espías de élite. Por ejemplo, los pulsos de información que captaron en la Red de Algol, y que aún no han logrado descifrar, consisten en simples cadenas de bits sin sentido. Sus mejores ordenadores podrán seguir desencriptándolos hasta el día del Juicio Final.

»Algo sí que deberán agradecerme: los he convertido en héroes. Instantes después de que pasaran a la lanzadera, hicimos volar el Nido de Amor. Y cuando digo volar, me refiero a una explosión que lo redujo a cenizas. No podrán sacar nada en claro de los restos. Por supuesto, dejamos mensajes codificados en la Red. Les costará descifrarlos, pero lo lograrán; ya nos cuidamos de eso. Cuando los lean, sus jefes quedarán convencidos de que ustedes y los androides entregaron sus vidas de forma abnegada para acabar con Base Faulkner, la cual estaba a punto de lanzar un ataque sorpresa contra Vega. También deducirán que yo morí, y que el Imperio no tiene más instalaciones similares. A ustedes les erigirán un monumento y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Dejaremos pasar un tiempo prudencial y, cuando estén confiados, la auténtica Base Faulkner golpeará donde más les duela, una y otra vez. ¿Le sucede algo, caballero?

La conciencia de Calímaco era presa del pánico más abyecto. El saberse corresponsable del fracaso de la misión fue demasiado para un burócrata cumplidor como Peláez. Se volvió loco y, de paso, infligió a su anfitrión la mayor tortura que imaginarse pudiera. Ogoday acudió de inmediato en su auxilio, tratando de paliar a la madre de todas las migrañas. Lo logró con relativo éxito. Había zombis con mejor aspecto que Calímaco una vez finalizada la crisis. Moone asistió al proceso con interés.

—Son ustedes raros de narices. Es lo que yo digo: tanta manipulación genética no puede ser sana. Es una pena que no vayan a salir de ésta; me gustaría estudiarlos a fondo. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. No crean que disfruté dando la orden de volatilizar el asteroide. Por más que se tratase de un antro de turistas degenerados, odio las matanzas inútiles. Desgraciadamente, es algo que debe hacerse. La lógica de la guerra nos ha conducido a ello. También me apenaré cuando Base Faulkner lance las bombas que esterilizarán la Vieja Tierra. Pero doce mil millones de víctimas piden justicia. O venganza; al fin y al cabo, es lo mismo. La fuerza bruta es lo único que la Corporación entiende.

En ese momento, paredes, suelo y techo de la cabina se tornaron transparentes, o tal vez fuera un efecto logrado con proyectores camuflados. La negrura del cosmos se manifestó en toda su gloria, rota por el fulgor de tres estrellas cercanas y un planeta.

—Prosigamos con nuestro interesante experimento, amigos míos. Como deducirán, seguimos en el sistema de Algol. Díganme, ¿no notan nada extraño?

A pesar de su aturdimiento, y de que creía tener un bombo por cabeza, Calímaco se dio cuenta enseguida.

—Está vacío… —miró fijamente a Moone—. ¿Y las estaciones espaciales en torno al planeta? ¿Qué les han hecho?

—¿Nosotros? Nada, se lo aseguro. Esta aparente anomalía tiene una explicación, pero para que la comprendan debemos retroceder en el tiempo. Deduzco que sus jefes les habrán contado nuestros primeros ataques. El de Rígel, por ejemplo. ¿Cómo creen que lo hicimos?

—Teleportación —dijo Ogoday. El mut por fin se decidía a hablar, aunque con un tono neutro, opaco a las emociones.

—No insulte a la inteligencia, mi querido amigo. La teleportación es físicamente imposible, salvo en la ciencia ficción. Nosotros nos valemos de universos alternativos, que queda más elegante.

Los dos corporativos, atónitos, clavaron sus miradas en Moone.

—Sí, como lo oyen —prosiguió el militar—. No voy a cansarles con el fundamento científico que explica la coexistencia de universos paralelos. Se discute si su número es o no infinito, pero sólo unos pocos resultan compatibles con el nuestro. De hecho, parece que sólo hay uno que, en el aspecto topológico, es idéntico. Base Faulkner es el nombre del dispositivo que nos permite saltar hasta él y regresar. La lanzadera estaba preparada para efectuar el tránsito. Adivinen dónde se encuentran ahora.

Calímaco se estremeció. En verdad estaba aterrorizado. Más que la certeza de su muerte inmediata, lo peor era saberse en un universo ajeno, donde seguramente no había seres humanos. Volvió a mirar el planeta. Parecía desnudo, como un cadáver despojado, sin la rutilante telaraña de satélites artificiales y naves que lo circundaba. Aquello era la sede del Antiguo Imperio, pero nunca existió nadie que llevara la corona, ni súbditos que lo adoraran.

—¿Qué tiene eso que ver con…? —empezó a preguntar Ogoday. En apariencia, el mut no se había hecho cargo de dónde estaban realmente. Calímaco pensó que, a su manera, estaba mucho más aturdido que él.

—Piensen un poco. Supongan que nos encontramos en el punto A, y hay un objetivo corporativo inexpugnable en B. Pues bien, saltamos desde A al universo alternativo (el cual, como les dije, físicamente es idéntico al nuestro); navegamos por él hasta el punto B…

—… Y retornamos al universo normal por detrás de las defensas corporativas —concluyó Calímaco—. Madre de Dios…

—No creo que ella tenga nada que ver en esto. En suma, la Corporación está indefensa. Ya pueden blindarse como quieran, que nosotros les iremos encajando bombas donde nos plazca.

—Entonces, ¿por qué interrumpieron los ataques? —preguntó Ogoday—. Algo les falló, ¿verdad?

—Nadie es perfecto. —Moone se encogió de hombros—. En principio, nos era imposible enviar seres vivos en las misiones. Cuando regresaban al espacio normal, comprobábamos que habían fallecido de formas harto desagradables. Tampoco era posible mantener la comunicación. Optamos por lanzar misiles dotados de un programa automático, y funcionó. Por desgracia, la cuarta intentona, que tenía por misión destruir el Cuartel General de la Armada Corporativa en Marte, fracasó. El misil nunca regresó del universo alternativo. Probamos con otros, pero el resultado fue el mismo.

»Desde entonces hemos investigado a destajo, y al final lo logramos. Ustedes son la prueba del éxito: siguen vivos y están hablando conmigo. Nos han servido de conejillos de Indias, algo que nunca podremos agradecerles bastante. Así no he tenido que arriesgar la vida de mis hombres. Por fin verificamos que es factible enviar gente al universo alternativo, tanto como transmitir imágenes, sonidos y datos. A partir de ahora podremos estudiar qué salió mal, y remediarlo. Reciban mis felicitaciones, queridos pioneros. Por cierto, como habrán comprobado, es inútil que busquen la cabina de mando. Controlamos la lanzadera directamente desde Base Faulkner. En cuanto a su destino final…

—Un momento. ¿Qué es eso?

Ogoday señalaba a unos puntos luminosos que se acercaban a gran velocidad, volando en formación. Había docenas de ellos. Nadie habló. El estupor era total, sobre todo cuando aquellas cosas se detuvieron a escasa distancia. A pesar de su debilidad, Calímaco se puso en pie de un salto.

—¡Mierda! ¡Son…!

Una fracción de segundo después, la lanzadera y sus ocupantes se desintegraban, convertidos en una pequeña nova.

★★★

En Base Faulkner, Lord Moone exhaló el aire muy despacio. Estaba impresionado.

—Conque se trataba de eso… ¿Quién iba a imaginarlo?

Ahora sabía, por fin, el motivo del fracaso de los ataques. Era un imprevisto con el que no habían contado. Pero qué demonios, debía tomárselo como un desafío. Lo superaría, vaya que sí. Le llevaría un poco más de tiempo, pero la Corporación lo creía muerto.

—Y los muertos se cobrarán cumplida venganza —dijo, mientras abandonaba la sala de control. Mil ideas y proyectos bullían en su cabeza.

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