6

En este momento damos ingreso a la circunstancia, en un punto divertida, con la que propiamente empieza mi crónica.

A fines de agosto regresó por fin la familia Drozdov. Su regreso precedió en breves días a la llegada, largo tiempo aguardada por toda la ciudad, de su pariente, nuestra nueva gobernadora, y en general produjo una notable impresión en los medios sociales. De estos curiosos acontecimientos hablaré, sin embargo, más tarde; aquí me limitaré a decir que Praskovya trajo a Varvara, que con tanta impaciencia la esperaba, sólo un enigma enojoso: Nikolai se había separado de ellas en julio y, habiéndose reunido en el Rin con el conde K., había ido con éste y su familia a Petersburgo. (N. B.: las tres hijas del conde estaban en edad de casarse).

—Dado el orgullo y la obstinación de Liza, nada pude sacar de ella —dijo Praskovya—, pero pude ver con mis propios ojos que entre ella y Nikolai algo había ocurrido. Desconozco la causa, pero a mi parecer, querida Varvara, debe usted preguntársela a su protegida Daria. Si no me equivoco, Liza estaba ofendida. Estoy muy contenta de devolverle al fin a su protegida. Se la entrego en propia mano y buen provecho le haga.

Estas palabras cargadas de ponzoña fueron pronunciadas con gran irritación. Era obvio que «la floja» las había ensayado de antemano y anticipaba con gusto el efecto que habían de producir. Pero no era Varvara mujer que se dejase aturdir por enigmas y efectos sentimentales. Exigió con severidad aclaraciones más precisas y satisfactorias. Praskovya en seguida amainó velas y acabó por romper a llorar y a deshacerse en las efusiones más amistosas. Al igual que Stepan, esta señora, tan irascible como sentimental, precisaba de amistades sinceras, y la principal queja que tenía de su hija Liza era que ésta «no era para ella una amiga».

Pero de todas sus explicaciones y efusiones lo único que se puso en claro fue que, efectivamente, había habido una desavenencia entre Liza y Nikolai, pero ¿de qué género? De eso Praskovya no tenía, al parecer, idea cabal. En cuanto a las acusaciones que había hecho contra Daria, no sólo acabó por retirarlas, sino que rogó que se desestimaran sus palabras anteriores porque las había pronunciado «en un momento de irritación». En resumen, había en todo ello algo oscuro, acaso sospechoso. Según sus comentarios, el problema había sido causado por ese carácter «terco y sarcástico» de Liza; «y el orgulloso Nikolai, aunque muy enamorado, no pudo aguantar el sarcasmo de ella y se puso sarcástico a su vez».

—Poco después conocimos a un joven que, por lo visto, es sobrino del «profesor» ése de usted y que tiene el mismo apellido…

—Hijo y no sobrino —corrigió Varvara.

Praskovya nunca podía recordar el apellido de Stepan y le llamaba siempre «el profesor».

—Bueno, hijo, mejor; da lo mismo. Un joven como cualquier otro, muy desenvuelto y vivaz, pero nada del otro mundo. Pues bien, Liza no se portó bien y trató de atraérselo para dar celos a Nikolai. No creo que fuera nada serio: una cosa de chicas, lo corriente, algo incluso bonito. Lo malo fue que, en vez de ponerse celoso, Nikolai hizo amistad con el joven, como si no se diera por entendido o no le importara. Liza se puso furiosa. El joven se marchó poco después (tenía que irse corriendo a no sé dónde) y Liza empezó a hostigar a Nikolai en toda ocasión oportuna. Notó que él hablaba algunas veces con Dasha y le entró una rabieta fenomenal. A mí me hizo la vida imposible. Los médicos me han prohibido que me enfade, y yo ya estaba tan harta de aquel dichoso lago que me dolían las muelas por causa de él, además de que cogí un reumatismo tremendo. He leído, sí, en alguna parte, que el lago de Ginebra causa dolor de muelas; parece ser una de sus peculiaridades. Y cabalmente entonces Nikolai recibe una carta de la condesa, hace en un día los preparativos para el viaje y se va. Se despidieron amistosamente, y Liza, al decirle adiós, estaba alegre y casquivana y riéndose a carcajadas. Aunque todo era para despistar. Cuando él se marchó, se quedó muy ensimismada. Dejó de hablar por completo de él y a mí tampoco me permitía hacerlo. Yo aconsejo a usted, mi querida Varvara, que no diga de momento nada a Liza sobre este asunto, porque lo echaría todo a perder. Guarde silencio y ella misma será la primera en hablar con usted. Así se enterará usted de más cosas. Si no me equivoco, volverán a hacer pareja, con tal que Nikolai no tarde en venir, como ha prometido.

—Le escribiré en seguida. Si así están las cosas, ha sido un enfurruñamiento sin importancia, una fruslería. Y lo de Daria también. La conozco demasiado bien.

—En cuanto a la buena Dasha, confieso que me he sobrepasado. No fueron más que conversaciones corrientes y hasta en voz alta. Pero todo eso me trastornó mucho entonces. Yo misma vi que hasta Liza volvió a estar con ella tan afectuosa como antes…

Ese mismo día Varvara le escribió a Nikolai pidiéndole que llegara un mes antes de lo que éste había propuesto. En todo caso, quedaba aún algo que le resultaba oscuro e inexplicable. Estuvo devanándose los sesos toda esa tarde y esa noche. El parecer de Praskovya se le antojaba demasiado inocente y sentimental. «Praskovya ha sido toda su vida demasiado sensible, desde los días del pensionado —pensaba—. No es Nikolai de los que escurren el bulto a causa de las burlas de una chicuela. Aquí hay otro motivo si, efectivamente, hubo un disgusto entre ambos. Ese oficial, sin embargo, está aquí, ha venido con ellas y en casa de ellas vive como miembro de la familia. En lo de Daria, Praskovya se disculpó demasiado de prisa. Lo probable es que se dejara algo dentro, algo de lo que no quería hablar…».

Bien temprano a la mañana, Varvara maduró el proyecto de poner fin a una perplejidad, proyecto digno de consignar aquí, por lo inesperado. ¿Qué sentimientos albergaba en su corazón cuando lo formuló? Difícil es decirlo, amén de que no me comprometo a elucidar de antemano todas las contradicciones de que estaba compuesto. Como cronista, me limito a presentar los acontecimientos con fidelidad, exactamente como ocurrieron, y no tengo la culpa de que parezcan improbables. Sin embargo, debo certificar una vez más que de las sospechas acerca de Dasha no quedaba huella alguna en la mañana; a decir verdad, nunca las había tenido, de tan segura que estaba de ella. Además, no le cabía en la cabeza que su Nicolas pudiera enamorarse de ella…, de Dasha. Cuando ésta, en la mañana, servía el té, Varvara la estuvo mirando larga y fijamente, y tal vez por vigésima vez desde la víspera se dijo con firmeza para sí: «¡Tonterías!».

Llegó a notar que Dasha parecía algo cansada y que estaba más sosegada que antes, más apática. Después del té, según costumbre establecida de una vez para siempre, ambas se sentaron a coser. Varvara le ordenó que le diera cuenta detallada de sus impresiones en el extranjero, sobre todo del paisaje, los habitantes, las ciudades, las costumbres, el arte, la industria, etc., en suma, de todo lo que había tenido ocasión de ver. No hizo una sola pregunta sobre la familia Drozdov o su vida con ella. Dasha, sentada a la mesa de trabajo con su señora, ayudaba a ésta con el bordado y llevaba ya contando media hora con su voz igual, monótona y algo opaca cuando, de pronto, Varvara la interrumpió:

—Daria, ¿algo para contarme?

—No, nada —dijo Dasha después de cavilar un momento y mirando a Varvara con sus ojos claros.

—¿No hay nada en tu alma, en tu corazón, en tu conciencia?

—Nada —repitió Dasha con calma, pero con firmeza algo sombría.

—Yo sabía ya que no. Has de saber, Daria, que nunca dudaré de ti. Siéntate ahora y escucha. Múdate a esta silla y ponte enfrente de mí, que quiero verte de cuerpo entero. Así, oye, ¿quieres casarte?

Dasha contestó con una larga mirada interrogante, pero no muy atónita.

—Debes esperar y callar. Para empezar, hay una diferencia de edad y muy grande, pero tú sabes mejor que nadie que eso es insignificante. Eres una muchacha juiciosa y en tu vida no debe haber errores. Además, es aún un hombre guapo… en una palabra, se trata de Stepan, a quien tú siempre has respetado. Bueno, ¿qué?

Dasha la miraba con ojos aún más inquisitivos, y esta vez no sólo mostró asombro, sino que se ruborizó un tanto.

—Debes esperar y callar. No apurarte. Aunque te dejo dinero en mi testamento, cuando yo muera ¿qué va a ser de ti aunque tengas dinero? Te engañarán, te quitarán lo que tienes y te dejarán sin nada. Con él serás la mujer de un hombre famoso. Mira ahora el asunto desde otro punto de vista. Si yo muriera ahora, aunque le he asegurado su porvenir, ¿qué sería de él? Yo pongo mi esperanza en ti. Espera, que aún no he terminado. Él es frívolo, irresoluto, insensible, egoísta, de costumbres ruines, pero debes apreciarle, sobre todo porque los hay mucho peores que él. No pienses que quiero deshacerme de ti casándote con cualquier sinvergüenza. ¿O es que así lo piensas? Pero lo principal es que lo apreciarás porque yo te lo pido —dijo, cortando con irritación su prédica—, ¿me oyes? ¿Por qué me miras con ese pasmo?

Dasha seguía callada y escuchando.

—Aguarda un poco más. Él es una comadre, pero tanto mejor para ti; una comadre que da lástima. No merece ni tanto así que una mujer lo quiera. Pero sí merece que se lo quiera por su vulnerabilidad, y tú lo querrás porque es vulnerable. ¿Qué, me entiendes? ¿Entiendes?

Dasha hizo con la cabeza un gesto de asentimiento.

—Ya lo sabía yo; no esperaba menos de ti. Él te querrá porque debe quererte. Debe quererte. ¡Debe adorarte! —gritó Varvara con redoblada irritación—. Pero es que, aun sin obligación de hacerlo, se enamorará de ti; lo conozco bien. Además, yo misma estaré allí. No te preocupes, que allí estaré siempre. Él se quejará, te calumniará, murmurará de ti con el primero que se presente, gimoteará…, gimoteará todo el santo día, te escribirá cartas de una habitación a otra, hasta dos cartas al día, pero no podrá vivir sin ti, y eso es lo principal. Haz que te obedezca; si no lo haces eres una tonta. Dirá que quiere ahorcarse, amenazará con hacerlo; no le creas, son tonterías suyas. No le creas, pero, por si acaso, ten los ojos bien abiertos, porque a lo mejor se ahorca. Con hombres así pasa eso: se cuelgan por debilidad, no porque son fuertes. Por eso conviene no llevar las cosas demasiado lejos; ésa es la primera regla del matrimonio. Por encima de todo, me darás una gran satisfacción, y eso es lo principal. No pienses que hablo por hablar; sé lo que me digo. Soy una egoísta; sélo tú también. Pero no quiero violentarte, todo está en tus manos. Lo que digas se hará. ¿Qué haces ahí mano sobre mano? ¡Di algo!

—A mí me da igual, Varvara, si es absolutamente necesario que me case —dijo Dasha con firmeza.

—¿A qué te refieres? —preguntó Varvara mirándola fijamente.

Dasha callaba, rayando con la aguja el marco del bastidor.

—Tú, aunque eres inteligente, dices muchas tonterías. He pensado, sí, que es ahora cuando debes casarte, pero no es por necesidad, sino sólo porque se me ha ocurrido, y únicamente con Stepan. Si no fuera por él no hubiera pensado en casarte, aunque ya tienes veintidós años… Bueno, ¿qué?

—Como usted diga, Varvara.

—Con eso se da por entendido que aceptas. Espera, calla, ¿por qué tanta prisa? Todavía no he concluido. En mi testamento te dejo quince mil rublos que te daré el día de tu boda. De esa cantidad le darás a él ocho mil; mejor dicho, no a él, sino a mí. Él tiene una deuda de ocho mil; yo se los pagaré, pero es preciso que sepa que el dinero es tuyo. Te quedarán siete mil, y de ésos nunca debes darle un céntimo. No le pagues nunca una deuda, porque si lo haces una vez tendrás que hacerlo siempre. De todos modos, yo estaré allí siempre. Cada uno de vosotros recibirá de mí una pensión anual de mil doscientos rublos, más un suplemento de mil quinientos, sin contar casa y comida, que seguiré pagando igual que hasta ahora. La servidumbre correrá de vuestra cuenta. El dinero anual te lo entregaré a ti, en propia mano y todo de una vez. Pero sé buena con él: dale algo de vez en cuando. Déjale recibir a sus amigos una vez por semana, pero mándalos de paseo si vienen más a menudo. Pero yo estaré allí.

»Y si muero seguiréis recibiendo la pensión hasta la muerte de él, ¿me oyes?, sólo hasta la muerte de él, porque la pensión es de él y no tuya. Y a ti, además de los siete mil ahora, que si no haces tonterías seguirán intactos, te dejaré en mi testamento ocho mil más. No recibirás un céntimo más de mí; te lo digo para que lo sepas. ¿Qué, de acuerdo? ¿Tienes algo que decir?

—Lo dijo ya, Varvara.

—Sabes que se trata de tu voluntad. Se hará lo que tú quieras.

—Déjeme preguntarle una cosa, Varvara. ¿Es que Stepan ya le ha dicho a usted algo?

—No, no me ha dicho nada, ni nada sabe… ¡Pero bien pronto hablará!

Se levantó de un salto y se echó por los hombros el chal negro. Una vez más Dasha se ruborizó ligeramente y siguió con mirada interrogante a Varvara. De improviso ésta se volvió y con el rostro rebosante de enojo, dijo:

—¡Eres tonta! —y cayó sobre Dasha como un halcón—. ¡Una tonta ingrata! ¿En qué estás pensando? ¿Crees por ventura que yo te comprometería por cualquier cosa? ¿Por lo más mínimo? ¡Pero si él mismo vendrá arrastrándose a pedir tu mano! ¡Si debería morir de felicidad! ¡Si es así como se va a arreglar la cosa! ¡Si tú bien sabes que siempre cuidaré de ti! ¿O es que crees que él carga contigo por esos ocho mil rublos y que yo quiero venderte cuanto antes? ¡Tonta, más que tonta, todos sois unos tontos ingratos! ¡Dame el paraguas!

Salió corriendo hasta la casa de Stepan, tropezando en las aceras enladrilladas cubiertas de humedad, subiendo y bajando por los puentes de madera.

Los demonios
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