5
Kirillov caminaba por su cuarto cuando entró Shatov. Estaba tan ensimismado que hasta había olvidado la llegada de Marie. De todas maneras lo escuchó sin entender.
—¡Oh! —se acordó de repente, como si se arrancara a la fuerza, y sólo por un momento, de una idea seductora—. Sí, sí…, una vieja… Una esposa o una vieja. Espere: una esposa y una vieja, ¿no era eso? Ya recuerdo. He ido… Vendrá una vieja, pero no enseguida. Tome la almohada. ¿Algo más? Sí… Espere un minuto, Shatov: ¿tiene usted momentos de armonía eterna?
—¿Kirillov? No debería seguir pasando las noches sin dormir.
Kirillov se recuperó y, extrañamente, empezó a hablar con mucha más coherencia que nunca. Era evidente que venía pensando en el asunto hace rato y que incluso llevaba todo lo que estaba diciendo escrito previamente.
—Hay segundos (sólo cinco o seis a la vez) en que uno logra sentir la plenitud de la armonía eterna. Es algo sobrenatural. No estoy diciendo que sea algo divino, sino que el hombre, en cuanto ser terrenal, no lo puede sobrellevar. Tiene que cambiar físicamente o morir. Es una sensación diáfana e inequívoca. Como si de improviso abarcara uno la naturaleza entera y dijese: Sí. Esto es verdad. Dios, cuando creaba el mundo, decía al fin de cada día de la creación: «Sí, esto es verdad, esto es bueno». Esto…, esto no es ternura, sino sólo gozo. Uno no perdona nada, porque no tiene nada que perdonar. No es amor. ¡Es más que amor! Y lo realmente atroz es que todo es tan claro ¡y qué dicha! Si durase más de cinco segundos, el alma no podría resistirlo y ocurriría la muerte instantáneamente. En esos cinco segundos vivo una vida entera, y por ellos daría toda mi vida, pues lo vale. Para resistir diez segundos tendría uno que cambiar físicamente. Soy de la opinión de que el hombre debe dejar de reproducirse. ¿Para qué tener hijos, de qué sirve el progreso, cuando ya se ha llegado a la meta? Se dice en los Evangelios que en la resurrección los hombres no procrearán y serán como los ángeles del Señor. Es un indicio. ¿Ya está dando a luz su mujer?
—Kirillov, ¿esto le ocurre a menudo?
—Una vez cada tres días o una vez a la semana.
—¿Y sufre ataques?
—No.
—Pues los sufrirá. Tenga cuidado, Kirillov. He oído decir que así empiezan los ataques. Un epiléptico me describió detalladamente la sensación que precede al ataque: en todo punto como lo ha dicho usted. Dijo también que duraba cinco segundos y que era imposible resistirla más tiempo. Recuerde el jarro de Mahoma, del que no se derramaba una gota de agua mientras el Profeta daba a caballo una vuelta al Paraíso. El jarro son los cinco segundos. Eso se parece mucho a la armonía de usted, y Mahoma fue epiléptico. Tenga cuidado, Kirillov; eso es epilepsia.
—No habrá tiempo para ello —dijo Kirillov con sonrisa apacible.