9
No había terminado de cruzar el umbral cuando sentí que una mano poderosa me agarraba del pecho.
—¿Quién es? —tronó una voz—. ¿Amigo o enemigo? ¡Responda!
—¡Que es uno de los nuestros, de los nuestros! —gritó ahí mismo la voz aguda de Liputin—. Es el señor G-v, joven que posee una educación clásica y que está relacionado con la mejor sociedad.
—Me gusta eso de la sociedad clási…, es decir, que está muy bien e-du-ca-do… capitán de reserva Ignat Lebiadkin, al servicio de todo el mundo y de los amigos…, si son leales, leales, ¡granujas!
El capitán Lebiadkin, hombre de más de seis pies de altura, grueso, carnoso, de pelo rizado, colorado de tez y extraordinariamente ebrio, apenas podía tenerse de pie ante mí y articulaba las palabras con dificultad. Yo, sin embargo, ya lo había visto antes desde lejos.
—¡Ah, y ése también! —rugió de nuevo al ver a Kirillov, que todavía no se había ido con su farol. Levantó el puño, pero lo bajó al momento—. Lo per-do-no por su educación. Ignat Lebiadkin es hombre edu-ca-dísi-mo…
Una bomba que pasión la inflama
Ambos brazos a Ignat arrancó;
Con un doble dolor ahora mismo
llora el sino de Sebastopol. [1]
—Aunque no estuve en Sebastopol, ni soy manco. ¡Pero hay que ver qué ritmo, qué ritmo! —dijo avanzando hacia mí su jeta de borracho.
—¡Pero ahora está apurado! ¡Se va a su casa! —le decía Liputin intentando persuadirlo—. Mañana se lo dirá a Lizaveta.
—¡Lizaveta…! —volvió a tronar—. ¡Espera, no te vayas! Aquí va una variante:
Y una estrella que pronto desfila
Cabalgando entre otras beldades
me sonríe con toda dulzura
y me obliga a pensar… necedades. [2]
¡Este sí que es un himno! ¡Un himno, pedazo de burro! ¡A una Estrella-Amazona! ¡Los gandules lo entienden! ¡Alto ahí! —me agarró del gabán, aunque yo forcejeaba por escaparme por la puerta—. Dile que soy un paladín del honor; y en cuanto a Dasha…, esa sinvergüenza…, a Dasha, si llego a atraparla…, la sierva miserable…, no se atreverá…
En ese momento se cayó al suelo porque yo, haciendo un esfuerzo supremo, logré zafarme de sus garras y salir corriendo a la calle. Liputin salió conmigo.
—Aleksei Nilych lo levantará. ¿Sabe usted lo que acaba de decirme? —cotorreó con vivacidad—. ¿Ha oído usted los versitos? Pues bien, esos versos a la Estrella-Amazona los ha metido en un sobre y mañana se los envía a Lizaveta con su firma y todo. ¡Qué hombre!
—Apuesto a que ha sido usted quien se lo ha sugerido.
—¡Pierde usted la apuesta! —dijo con una carcajada—. Está enamorado, enamorado como un gato. Y, ¿sabe usted?, el enamoramiento empezó siendo odio. Al principio detestaba a Lizaveta porque se paseaba a caballo. Estuvo a punto de decirle palabrotas en la calle; mejor aún, se las dijo. Anteayer se las dijo cuando ella pasaba a su lado; afortunadamente no las oyó… ¡Y hoy, de pronto, los versos! ¿Querrá usted creer que piensa declararse? ¡En serio, en serio!
—Me asombra usted, Liputin. Dondequiera que hay un bribón de esa ralea, allí está usted azuzándole —dije con encono.
—¡No me diga! ¡Ya va usted un poco lejos, señor G-v! ¿A que lo que ocurre es que le pica a usted un poco el tener un rival?
—¿Qu-é-é dice usted? —grité haciendo alto.
—¡Pues para castigarlo no le voy a contar más cosas! ¡Y bien quisiera usted oírlas! Sólo le diré que ese tío imbécil ya no es un simple capitán, sino todo un propietario de nuestra provincia. Y de bastantes campanillas, por cierto, porque Nikolai acaba de venderle toda su finca, la que antes tenía doscientos siervos. ¡Bien sabe Dios que no miento! Acabo de enterarme, y de fuente absolutamente fidedigna. Bueno, ahora entérese usted del resto por su cuenta. No le digo más. ¡Adiós!