Prefacio
Este libro abarca desde febrero de 1929, cuando Trotsky llegó a Turquía exiliado de la Unión Soviética hasta octubre del año 1930.
Durante este período sus principales objetivos políticos fueron difundir la lucha que se desarrolló en el Partido Comunista de la Unión Soviética y en la Internacional Comunista entre 1928 y 1929; combatir la tendencia de algunos dirigentes importantes de la Oposición de Izquierda rusa a capitular ante la burocracia stalinista y consolidar, sobre bases revolucionarias, de distintos grupos de la Oposición de todo el mundo en una fracción internacional de la Comintern.
Las primeras deserciones de la Oposición se produjeron a fines de 1927, cuando los militantes de la Oposición de Izquierda fueron expulsados del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS); Zinoviev y Kamenev rompieron inmediatamente su bloque con Trotsky y renunciaron a sus ideas para obtener su reincorporación al partido. Luego, en febrero de 1928, un mes después del exilio de Trotsky a Alma-Ata, comenzó una «segunda ola» de capitulaciones con las deserciones de Piatakov, Antonov - Ovseenko, Krestinski y otros. A pesar de ello, y del arresto y exilio de Trotsky y otros militantes, las filas de la Oposición se mantuvieron firmes, e incluso crecieron en 1928. Stalin hizo todo lo posible por revertir este proceso y romper la Oposición de Izquierda; su carta de triunfo fue el «viraje a la izquierda» que su régimen inició en 1928, el cual muchos ex militantes de la Oposición de Izquierda consideraron como una aceptación del programa de ésta. En julio de 1929 Radek, Preobrashenski y Smilga encabezaron la tercera oleada de capitulaciones, continuada en octubre por otros ex oposicionistas de izquierda encabezados por Smirnov. Cristian Rakovski encabezó el foco principal de resistencia a este proceso con un importante grupo ligado a él en los campos de prisioneros y los lugares de exilio.
Más de una docena de artículos y cartas contenidos en este libro responden los argumentos de los capituladores, analizan el significado y los alcances del viraje a la izquierda stalinista, tanto en la Unión Soviética como en la política mundial, y tratan de mantener la moral política y la tenacidad de los oposicionistas acérrimos como Rakovski.
Si bien las circunstancias que rodeaban a los militantes de la Oposición en Rusia eran tan adversas que ponían en peligro su existencia como tendencia organizada, Trotsky opinaba que las perspectivas de la Oposición en otros países eran buenas, siempre que se lograra la claridad y la homogeneidad ideológicas necesarias. Con esta idea comenzó a escribir una serie de artículos y cartas dirigidos a sus correligionarios de diversos países, en los que planteó los problemas políticos y teóricos que consideraba apremiantes para su movimiento.
Lo primero que los militantes de la Oposición de Izquierda deben tener claro, escribió, es que sus posiciones son irreconciliables con las de la Oposición de Derecha, representada en la Unión Soviética por Bujarin, Rikov y Tomski, en Alemania por Brandler y Thalheimer y en Estados Unidos por Lovestone. Las posiciones de Trotsky al respecto —expuestas, por ejemplo, en Seis años de los brandleristas y en Una vez más sobre Brandler y Thalheimer— fueron aceptadas por la mayoría de los oposicionistas de izquierda; pero había otros que pensaban que las cifras son más importantes que los principios y que todos los oposicionistas debían formar un bloque contra el stalinismo, a pesar de las diferencias que tenían entre ellos.
En segundo lugar, Trotsky recalcó la necesidad de que la Oposición de Izquierda tuviera una posición clara sobre los fundamentales problemas planteados en las polémicas recientes en la Comintern: revolución china de 1925-1927, el Comité Anglo-Ruso de 1925-1927 y la táctica económica y política empleada en la Unión Soviética a partir de la muerte de Lenin, acaecida en 1924. Ninguna tendencia podía considerarse seria ni arrogarse el nombre de internacionalista si no tomaba posición respecto a los problemas básicos de la lucha de clases, que habían puesto a prueba a las distintas corrientes comunistas antes de 1929. Ése fue el eje principal de artículos tales como Los grupos de la oposición comunista y Tareas de La Oposición.
Trotsky consideraba también que muchos de los que llevaban el rótulo de la Oposición de Izquierda lo hacían por casualidad o a raíz de un malentendido; la adhesión de estos grupos era más perjudicial que provechosa, razón por la cual cuanto antes se los separara de la Oposición de Izquierda, antes empezaría ésta a avanzar entre los obreros de los partidos comunistas. Este trabajo de esclarecimiento y delimitación se refleja en sus cartas sobre Francia, donde en 1929 existían varios grupos que se autotitulaban oposicionistas de izquierda pero no podían hallar una base para el trabajo en común. También mantuvo correspondencia con el Consejo de Redacción de The Militant [El militante] (que se había comenzado a publicar en 1928); con los dirigentes de la Leninbund (Liga leninista) alemana, que en 1929 se consideraba simpatizante de la Oposición de Izquierda; y con oposicionistas chinos, italianos, belgas, checoslovacos y de otros países.
La intervención de Trotsky tuvo el efecto deseado: consolidó un núcleo de dirección cuyos representantes se iban a reunir en abril de 1930 para crear la Oposición de Izquierda Internacional, fracción de la Comintern empeñada en regenerar y reformar a ésta según los lineamientos leninistas. Pero es importante tener en cuenta que hasta 1933 Trotsky se opuso férreamente a la formación de nuevos partidos o de una nueva internacional.
Además de impulsar la publicación de un semanario de oposición en Francia, La Verité (La verdad), Trotsky publicó un periódico en idioma ruso, el Biulleten Opozitsi (Boletín de Oposición), editado por él y por su hijo León Sedov. En el Biulleten y en otros periódicos de la Oposición escribió muchos artículos sobre los hechos más importantes de 1929: el conflicto chino —soviético en torno al Ferrocarril Oriental de China, que casi provocó una guerra en Manchuria; la crisis constitucional que llevó a Austria al borde de la guerra civil; las propuestas y conferencias de «desarme», tan numerosas en la década que precedió a la Segunda Guerra Mundial; la designación por la Comintern del 10 de agosto como «jornada roja internacional»; la derrota y humillación de la Oposición de Derecha rusa; síntomas alarmantes en la economía soviética; la ejecución por los stalinistas de Jakob Blumkin, funcionario de la GPU que visitó a Trotsky en Turquía.
El año 1930, que se inició pocas semanas después del derrumbe de la Bolsa de Comercio de Wall Street —octubre de 1929—, fue testigo de la expansión de la Gran Depresión a todo el resto del mundo. La crisis económica y social más grande de la historia del capitalismo produciría situaciones revolucionarias en todo el mundo durante la década siguiente. Pero la Internacional y sus partidos afiliados no pudieron aprovechar plenamente dichas oportunidades debido a su política, recientemente adoptada, del «tercer período», que se caracterizaba por su retórica ultraizquierdista, su esquematismo, su sectarismo y el negarse a toda actividad que pudiera permitir construir un movimiento Comunista realmente poderoso en los principales países capitalistas. En estas circunstancias Trotsky consideró necesario abandonar otros trabajos para abocarse al análisis detallado del ultraizquierdismo stalinista. En trabajos como El «tercer período» de Los errores de la Internacional Comunista demostró que la línea stalinista era un sustituto hueco y perjudicial del leninismo, y en artículos como El plan quinquenal y la desocupación mundial ofreció al movimiento comunista propuestas audaces y novedosas para movilizar a los obreros en los países capitalistas afectados por la desocupación masiva. La lógica y lucidez de estos escritos aún hoy resaltan en agudo contraste con la pobreza y estupidez de los artículos en los que el Kremlin responde a los mismos.
Pero los acontecimientos que más acaparaban la atención de Trotsky en 1930 eran los que sucedían en la Unión Soviética, que se encontraba en las primeras etapas de lo que Stalin denominaba la revolución desde arriba. Tras haber denunciado encarnizadamente el programa de expansión industrial presentado por la Oposición de Izquierda a mediados de la década del 20, la fracción stalinista había alterado su rumbo y adoptado un ambicioso plan quinquenal de industrialización acelerada. Los éxitos iniciales la llevaron a proclamar rápidamente el cumplimiento del plan en cuatro años. A fines de 1929 acababa de lanzar una campaña de colectivización de la tierra y «liquidación de los kulakis como clase». De acuerdo con la teoría marxista y la práctica leninista, se debía convencer a los campesinos de las ventajas de la colectivización en forma gradual y a través de su propia experiencia, no por coerción. En cambio, la campaña de Stalin, concebida y ejecutada burocráticamente, se basaba casi exclusivamente en el empleo de la fuerza, y se la realizaba a un ritmo vertiginoso, lo que provocó la resistencia masiva de los campesinos —la mayoría de la población—, penurias incalculables debido al desarraigo, deportación y pauperización de millones de personas, el disloque y el caos de la economía, tensión e inestabilidad políticas. Para tener una idea del ritmo de la colectivización coercitiva, basta con dar algunas cifras: en octubre de 1929, aproximadamente un millón de los veinticinco millones de predios del país eran granjas colectivas. Para enero de 1930 esa cifra había alcanzado los cinco millones, y en marzo de 1930 saltó a más de catorce millones. Los resultados fueron tan catastróficos que en marzo Stalin debió dar la voz de alto y luego de retirada; para setiembre de 1930 la cifra había bajado a cinco millones.
La crítica de Trotsky a la línea stalinista —en El nuevo curso de la economía soviética, Carta abierta al Partido Comunista de la Unión Soviética, Un crujido en el aparato, ¿Hacia el capitalismo o hacia el socialismo?— es el hilo conductor de este libro. Si bien lo que más le preocupó durante 1930 fue el proceso interno de la Unión Soviética, y si bien se encontraba abocado a la terminación del primer libro de su Historia de la Revolución Rusa, la gama de los intereses de Trotsky siguió siendo tan amplia como siempre. Estos volúmenes también abarcan, entre otros temas, una crisis en la Leninbund alemana, la naturaleza del internacionalismo, los ardides de un editor inescrupuloso de Dresden, la consigna de la asamblea nacional en China, el papel de las reivindicaciones democráticas en la Italia fascista, una polémica acerca del centrismo en los círculos sindicalistas franceses, las tareas revolucionarias en la India, la revista norteamericana New Masses y las lecciones de la derrota de la revolución húngara.