¡Tenacidad, Tenacidad, Tenacidad[137]!
14 de junio de 1929
Las vacilaciones de Radek y otros personajes de la cúpula, evidentemente, alientan a Zinoviev. Los diarios dicen —y aparentemente no mienten— que Zinoviev le sugirió a Stalin una novísima consigna: «Con los trotskistas, pero sin Trotsky». Dado que Zinoviev en el momento en que capituló perdió no sólo los últimos restos de honor político sino también a sus partidarios, ahora trata de persuadir a Stalin de que incluya a los «trotskistas» en el partido para que éstos, como todos los grupos y grupúsculos capituladores, se autocondenen a la nulidad política. Piatakov se convirtió en un vulgar funcionario. Ya no se oye hablar del famoso grupo de Safarov[138] (los zinovievistas de izquierda); como si se hubieran ahogado. Zinoviev y Kamenev golpean en vano a las puertas de Molotov, Orjonikije y Voroshilov: confunden las puertas de las oficinas del partido con las puertas del partido. Pero los funcionarios no los reciben con los brazos abiertos. Según sabemos por cartas llegadas desde Moscú, Kamenev estuvo a punto de decirle su último adiós a la política y ponerse a escribir un libro sobre Lenin. ¿Por qué no? Un libro malo es siempre mejor que una política impotente. Pero Zinoviev hace todo lo posible por fingir que está vivo. Cada nueva capitulación significa para este venerable capitulador una inyección estimulante.
Esta gente habla del partido, jura por el partido, capítula en nombre del partido. Es como si esperaran que el partido acabe por reconocer su cobardía política y les dé acceso a la dirección. Grotesco, ¿no es así? Es cierto que la prensa informa que las angustias partidarias de los capituladores recibirán como premio la figura notable de Maslow. Se dice que Maslow será elegido «dirigente». ¿Por quién? No por el partido, sino por el aparato stalinista, que necesita un cambio en Alemania. Pero Stalin no tiene la menor intención de remplazarse a sí mismo. La paradoja está en que los Maslow sólo pueden llegar a su nueva «gloria» en el aparato traicionando a Zinoviev, aunque la política de Maslow era una sombra del modelo zinovievista. Stalin puede necesitar a Maslow únicamente para oponerlo al infeliz de Thaelmann, pero no necesita para nada a Zinoviev y a Kamenev. Necesita al funcionario Piatakov, al funcionario Krestinski[139]. Radek, en cambio, difícilmente podría ubicarse en el sistema de Molotov. Para controlar la Comintern necesitan ahora gente de la calaña de Gusev y Manuilski[140].
Radek y algunos más creen que llegó el momento más favorable para capitular. ¿Por qué? Porque, vean ustedes, Stalin ya liquidó a Rikov, Tomski y Bujarin. ¿Acaso nuestra tarea consistía en lograr que una parte del grupo dominante liquidara a otra? ¿Acaso cambió la posición principista sobre los problemas políticos fundamentales? ¿Cambió el régimen partidario? ¿No sigue en vigencia el programa antimarxista de la Comintern? ¿Hay algo realmente seguro para el futuro?
Los golpes aplastantes dirigidos contra la derecha, formalmente severos pero superficiales desde el punto de vista del contenido, son sólo un subproducto de la política de la Oposición. Bujarin acierta plenamente cuando acusa a Stalin de no haber inventado nada, de utilizar retazos del programa de la Oposición. ¿Cuál es la causa del barquinazo hacia la izquierda del aparato? Nuestro ataque, nuestra actitud intransigente, el crecimiento de nuestra influencia, el coraje de nuestros cuadros. Si en el Decimoquinto Congreso nos hubiéramos hecho el hara-kiri junto con Zinoviev, Stalin no tendría ningún motivo para renegar de su propio pasado y adornarse con las plumas que le arrancó a la Oposición.
Radek, con su capitulación, sólo logró automarginarse de las filas de los vivos. Caerá en esa categoría que encabeza Zinoviev, integrada por personas semisuspendidas, semiperdonadas. Esta gente teme decir una sola palabra en voz alta, tener opiniones propias, y vive contemplando su sombra. Ni siquiera se les permite apoyar públicamente a la fracción dominante. Stalin les dio por intermedio de Molotov la misma respuesta que Benkendorf, general de Nicolás 1, le dio al director de un diario patriota: el gobierno no necesita su apoyo. Si Radek pudiera ser, como Piatakov, cajero del Banco del Estado, otra sería la situación. Pero Radek persigue los más elevados objetivos políticos. Quiere acercarse al partido. Al igual que otros como él, ya no ve que la Oposición es precisamente la fuerza más viva y activa en el partido. Toda la vida del partido, todas sus decisiones y acciones, giran en torno a las ideas y consignas de la Oposición de Izquierda. En la lucha entre Stalin y Bujarin, ambos bandos, como payasos en el circo, se arrojan recíprocamente la acusación de trotskista. No poseen ideas propias. Nosotros somos los únicos que tenemos una posición teórica y capacidad de previsión política. Sobre estas bases estamos formando cuadros nuevos, la segunda camada bolchevique. Pero los capituladores destruyen y desmoralizan a los cuadros oficiales, les enseñan a fingir, a acomodarse, a postrarse ideológicamente, en una situación y una época que exige un coraje revolucionario inflexible para garantizar la claridad teórica.
Una época revolucionaria agota rápidamente a la gente. No es tan fácil soportar la presión de la guerra imperialista, la Revolución de Octubre, la serie de derrotas internacionales y la reacción a que éstas dan lugar. Las personas se desgastan, los nervios fallan, la conciencia decae y se desintegra. Siempre es posible observar este fenómeno en una lucha revolucionaria. Tenemos el ejemplo trágico de cómo se desgastó la generación de Bebel, Guesde, Victor Adler y Plejanov[141]. Pero ese proceso duró varias décadas. El ritmo se aceleró enormemente después de la Revolución de Octubre y de la guerra imperialista. Algunos murieron en la Guerra Civil, otros fueron físicamente incapaces de resistir; muchos, demasiados, capitularon ideológica y moralmente. Cientos y cientos de bolcheviques de la Vieja Guardia viven ahora como funcionarios dóciles, critican al jefe a la hora del té y hacen su trabajo rutinario. Pero por lo menos éstos no participaron en los complicados juegos de prestidigitación, no fingieron ser águilas, no se lanzaron a la lucha en la oposición, no escribieron plataformas; simplemente, degeneraron, lenta y silenciosamente, pasando de revolucionarios a burócratas.
Que nadie crea que la Oposición está libre de influencias termidorianas. Tenemos toda una serie de ejemplos de bolcheviques de la Vieja Guardia que, después de bregar por mantenerse fieles a la tradición del partido y a la suya propia, quemaron sus últimas fuerzas en la Oposición: algunos en 1925, otros en 1927 y en 1929. Pero todos se fueron: sus nervios no podían soportarlo. Radek es ahora el ideólogo apresurado y ruidoso de esa clase de elementos.
La Oposición se habría suicidado vergonzosamente si hubiera intentado adaptarse a los estados de ánimo de los cansados y los escépticos. En el transcurso de seis años de intensa lucha ideológica surgió y se educó una nueva generación de revolucionarios, que por primera vez enfoca las grandes tareas históricas apoyándose en su propia experiencia. La capitulación de los más viejos produce la selección que esta generación necesita. Tal es el verdadero fermento de las futuras luchas de masas. Estos elementos de la Oposición hallarán el camino hacia el núcleo proletario del partido y hacia toda la clase obrera.
¡Tenacidad, tenacidad, tenacidad!: ésta es la consigna del momento. Que los muertos entierren a sus muertos.