El desarme y los Estados Unidos de Europa[248]

4 de octubre de 1929

¿Cómo se puede unificar a Europa?

Briand considera necesario elevar el patrimonio histórico de trescientos cincuenta millones de europeos, portadores de la civilización más avanzada, que pese a ello no pueden vivir un solo siglo sin una docena de guerras y revoluciones. En función de la pacificación de nuestro planeta, Macdonald cruzó el Atlántico[249]. En el orden del día figuran los estados unidos de Europa, el desarme, la libertad de comercio, la paz. La diplomacia capitalista cocina en todas partes un guisado pacifista. Pueblos de Europa, pueblos de todo el mundo, preparad grandes cucharas para meterlas en la olla.

¿Por qué tanto alboroto? Después de todo, ¿los socialistas no están en el poder en los países más grandes de Europa, o preparándose para asumirlo?

¡Sí, ésa es la razón! Ya es evidente que el plan de Briand y el de Macdonald persiguen la «pacificación» de la humanidad desde posiciones diametralmente opuestas. Briand quiere unificar a Europa como medida defensiva contra Norteamérica. Macdonald quiere ganarse la gratitud de Norteamérica ayudándola a oprimir a Europa. Los dos trenes corren al encuentro uno del otro para salvar a los pasajeros… del descarrilamiento.

Un gesto de Estados Unidos bastó para cancelar el acuerdo naval anglo-francés del 28 de julio. Este hecho demuestra plenamente cuál es en la actualidad la relación de fuerzas a nivel mundial. «¿Acaso se hacen la ilusión —preguntó Norteamérica— de que yo me voy a adaptar a los acuerdos que puedan hacer ustedes a uno u otro lado del Canal? Si quieren discutir en serio, tómense el trabajo de cruzar el Atlántico». Y Macdonald corrió a reservar un camarote. Ésta fue la parte más concreta del programa pacifista.

En Ginebra los supuestos «unificadores» de Europa se sintieron casi tan molestos como los contrabandistas de alcohol al otro lado del Océano. Contemplaban cautelosamente la política norteamericana. Briand comenzó y terminó todos sus discursos declarando que la unificación de Europa no puede, de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, estar dirigida en contra de Norteamérica. Dios no lo permita. La lectura de estas proclamas debe haber producido una doble satisfacción a los políticos norteamericanos: «Briand nos tiene bastante miedo… pero de todos modos no nos echará encima ninguna carga».

A la vez que repetía las palabras de Briand respecto a Norteamérica, Stresemann entabló una velada polémica con aquél. Henderson[250] polemizó con los dos, especialmente con el primer ministro francés. En el curso de su desarrollo, la discusión en Ginebra asumió estas características:

Briand: «De ninguna manera contra Estados Unidos de Norteamérica».

Stresemann: «Totalmente de acuerdo. Pero algunas personas ocultan sus planes… Norteamérica sólo puede confiar en Alemania».

Macdonald: “Juro por la Biblia que la amistad leal es un patrimonio exclusivo de los británicos, especialmente de los escoceses”.

Así se creó en Ginebra “el nuevo clima internacional”.

La debilidad de la Europa actual se origina fundamentalmente en el desmembramiento económico. Por el contrario, la fuerza de Estados Unidos deriva de su unidad económica. El problema reside en cómo encarar las cosas de manera que la unificación de Europa no esté dirigida contra Norteamérica, es decir, no cambie la relación de fuerzas en perjuicio de Norteamérica.

El 10 de setiembre de 1929, el Daily Herald —periódico semioficial de Macdonald— caracterizó como “grotesca”, e incluso como una provocación, la idea de los estados unidos de Europa. No obstante —argumenta esta publicación—, si esta fantasía se concretara, los estados unidos de Europa erigirían una monstruosa tarifa aduanera contra USA, y en consecuencia Gran Bretaña se vería atrapada como con un torniquete entre los dos continentes. Y el Daily Herald agrega: “¿cómo se puede esperar ayuda de Norteamérica si se tiende hacia la unificación de Europa? Actuar de este modo seria una locura o algo peor”. Más claro, imposible.

Nadie sabe con precisión qué significarían en la práctica los estados unidos de Europa. Stresemann redujo toda la cuestión a una unidad monetaria y a un franqueo comunes. Es muy poca cosa. Briand propone «estudiar» este problema, cuyo contenido nadie conoce.

El objetivo fundamental de la unificación tiene que ser de carácter económico, no sólo en el sentido comercial sino también en el productivo. Es necesario un régimen que elimine las barreras artificiales entre el carbón y el hierro europeos. Hay que permitir que el sistema de electrificación se expanda de acuerdo con las condiciones naturales y económicas, no con las fronteras de Versalles. Hay que unificar el sistema ferroviario de Europa, y así hasta el infinito. A su vez, todo esto es inconcebible si no se destruye en Europa el ancestral sistema chino de fronteras internas para el intercambio de mercancías. Y esto implicaría una única unidad de distribución de mercancías paneuropea… contra Norteamérica.

No puede caber ninguna duda de que, si se eliminaran las tarifas aduaneras internas, la Europa capitalista, después de un período de crisis de reagrupamiento y readaptación, lograría un nivel más alto en base a la nueva distribución de las fuerzas productivas. Esto es tan indiscutible como el hecho de que, dadas las condiciones económicas necesarias, las empresas a gran escala son decididamente superiores a las pequeñas. Todavía se dan casos de pequeños capitalistas que por esta razón renuncian voluntariamente a sus empresas. Para salir de la crisis el gran capitalista tiene que arruinar primero al pequeño. Las relaciones entre los estados son similares. Las tarifas aduaneras, a pesar de que retrasan el desarrollo de la economía en su conjunto, se erigen precisamente porque resultan beneficiosas e indispensables a cada una de las burguesías nacionales en detrimento de las otras.

Después de la conferencia económica convocada por la Liga de las Naciones para restaurar en Europa el reino del libre comercio, hubo un alza ininterrumpida de las tarifas aduaneras. El gobierno británico propuso recientemente una «tregua aduanera» de dos años, es decir, ningún aumento en las tarifas durante los próximos dos años. Ésa es su modesta contribución a los estados unidos de Europa. Pero ni siquiera en eso pasaron de los papeles.

Para defender las tarifas aduaneras, que aumentaron sin pausa desde la guerra, están los ejércitos nacionales, cuyo presupuesto también se incrementó respecto del nivel de preguerra[251]. Esto demuestra cómo aprecia cada una de las burguesías nacionales de los treinta países europeos sus tarifas aduaneras. Así como el gran capitalista tiene que arruinar al pequeño, el estado fuerte tiene que conquistar a los más débiles para derribar sus barreras aduaneras.

Comparando la Europa actual con la vieja Alemania, en la que docenas de pequeñas naciones alemanas tenían sus propias fronteras comerciales, Stresemann trató de hallar en la unificación económica de Alemania el antecedente de la federación económica europea y mundial. La analogía no es desdeñable. Pero Stresemann olvida señalar que para lograr su unificación —y únicamente sobre una base nacional— Alemania tuvo que atravesar una revolución (1848) y tres guerras (1864,1866 y 1870), para no mencionar las guerras de la Reforma. Mientras tanto, todavía hoy, después de la revolución «republicana», la Austria alemana sigue fuera de Alemania. En las condiciones actuales, resulta difícil creer que unos cuantos almuerzos diplomáticos bastarán para lograr la unificación económica de todas las naciones europeas.

Desarme «a la norteamericana»

Pero, después de todo, ¿acaso el problema de la reducción del armamento europeo no figura en el orden del día junto con el de la unificación de Europa? Macdonald declaró que el desarme gradual es la vía más segura para garantizar la paz eterna. Un pacifista podría plantear una objeción a esto. Por supuesto, si todos los países se desarmaran, la paz estaría seriamente garantizada. Pero el autodesarme es tan imposible como el derrumbe voluntario de las barreras aduaneras. Hoy, en Europa hay un solo país importante que está realmente desarmado: Alemania. Pero, como todos saben, ese desarme es la consecuencia de que Alemania haya sido aplastada en una guerra en la que ella misma pretendía «unificar a Europa» bajo su dominio.

Hablando en términos generales, es fácil demostrar que el problema del «desarme gradual», si se lo examina de cerca, no es más que una trágica farsa. La cuestión del desarme dio lugar a la de la reducción del armamento. Y finalmente, esta última quedó reducida al establecimiento de la paridad naval entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Hoy se proclama que esta «conquista» es la mayor garantía de paz. Equivale a afirmar que la manera más segura de suprimir los duelos es reducir el tamaño de las pistolas que usan sus protagonistas. El sentido común basta para darse cuenta de que la situación apunta justamente a lo contrario. Si dos de las potencias navales más poderosas regatean con tanto ahínco por unos cuantos miles de toneladas, lo único que se puede deducir es que no hacen más que maniobrar, a través de la diplomacia, para obtener la posición más ventajosa en el próximo conflicto militar.

Pero ¿qué significa desde el punto de vista de la situación internacional el establecimiento de la «paridad» entre las armadas de Norteamérica y Gran Bretaña? Significa el establecimiento de una colosal disparidad entre ambas… en favor de Norteamérica. Y este proceso lo entienden perfectamente todos los jugadores serios de esta partida, especialmente los almirantazgos de Londres y Washington. Si no dicen nada al respecto, es sólo por consideraciones diplomáticas. No tenemos ninguna razón para imitarlos.

Después de la experiencia de la última guerra cualquiera comprende que el próximo conflicto entre las potencias mundiales será largo. La fuerza productiva relativa de cada uno de los bandos determinará el resultado. Esto significa, entre otras cosas, que se renovarán y complementarán totalmente las flotas de combate de las potencias navales, las cuales además se expandirán y se recrearán en el propio transcurso de la guerra.

Ya vimos el papel excepcional que jugaron los submarinos alemanes en las operaciones militares del tercer año de guerra. Ya vimos cómo Estados Unidos e Inglaterra crearon durante el conflicto ejércitos poderosos, mejor armados y equipados que los viejos ejércitos del continente europeo. Esto implica que los soldados, marineros, barcos, fusiles, tanques y aviones disponibles cuando estalla la guerra no representan más que el stock inicial. La conclusión dependerá de en qué medida un país es capaz, mientras está combatiendo, de producir barcos, fusiles, soldados y marineros. Hasta el gobierno zarista demostró estar en condiciones de preparar algunas reservas para cuando estallara la guerra, pero lo que no pudo hacer fue renovar y reparar estas reservas mientras combatía. En el caso de una guerra con Norteamérica, teóricamente, la condición para el triunfo es que ésta asegure, antes de que se declare el conflicto, una gran preponderancia técnico-militar que compense de alguna manera la increíble preponderancia económica y técnica de Estados Unidos. Pero igualar ambas flotas implica que en los primeros meses de la guerra la preponderancia de Norteamérica será indiscutible. No por nada los norteamericanos amenazaron hace algunos años con producir cruceros como si fueran tortas, en caso de una emergencia.

En las negociaciones entre Hoover y Macdonald no está en juego el desarme, ni siquiera la limitación del armamento naval, sino únicamente la racionalización de los preparativos de guerra. Los barcos se vuelven obsoletos rápidamente. Ahora que se está elaborando en función de las necesidades militares la colosal experiencia de la guerra y todos los inventos y descubrimientos resultantes de ella, los instrumentos de la tecnología militar pierden vigencia en un lapso mucho más reducido que antes del conflicto. Esto significa que la parte fundamental de la flota puede resultar anticuada aun antes de que se la haya puesto en acción. En estas circunstancias, ¿qué sentido tiene acumular barcos de antemano? Una manera racional de encarar el problema exige que la flota sea lo suficientemente grande para el período inicial de la guerra y de un tamaño adecuado para que en tiempos de paz se la utilice como laboratorio experimental de las nuevas invenciones y descubrimientos, con el fin de producirlos en masa en el transcurso del conflicto. Todas las grandes potencias están más o menos interesadas en la «regulación» del armamento, especialmente de un armamento tan costoso como el naval. Pero esta regulación se convierte inexorablemente en una gran ventaja para el país económicamente más poderoso.

Durante los últimos años los departamentos de guerra y marina de Estados Unidos se dedicaron sistemáticamente a adecuar toda la industria norteamericana a las necesidades de la próxima guerra. Schwab[252], uno de los magnates de la industria marítima de guerra, pronunció recientemente un discurso en la Escuela de Guerra que concluyó así: «Debéis tener claro que en la época actual se puede comparar a la guerra con una gran empresa industrial».

Naturalmente, la prensa imperialista francesa hace todo lo posible por incitar a Norteamérica contra Inglaterra. En un artículo dedicado al problema del acuerdo naval, Le Temps afirma que la paridad naval no significa la igualdad en el poderío marítimo, ya que Norteamérica no puede ni soñar siquiera con asegurarse bases navales como las que adquirió Inglaterra en el transcurso de los siglos. Es absolutamente indiscutible la superioridad de las bases navales británicas. Pero después de todo, si se concluye el acuerdo de paridad naval, ésta no será la última palabra de Norteamérica sobre el tema. Su consigna es «Libertad de los mares», es decir un régimen que ante todo restrinja la utilización por parte de Gran Bretaña de sus bases navales. No menos significativa resulta otra consigna de Estados Unidos: «Puertas abiertas». A la sombra de estas banderas, Norteamérica enfrentará no sólo a China, sino también a la India y a Egipto contra la dominación naval británica. Norteamérica no conducirá por mar su ofensiva contra las bases navales y puntos de apoyo de Gran Bretaña; lo hará por tierra, a través de las colonias y dominios de ésta, y pondrá en acción su flota de guerra cuando la situación esté madura para ello. Por supuesto, todo esto es música del futuro. Pero de ese futuro no nos separan siglos, ni siquiera décadas. Le Temps no tiene por qué preocuparse. Estados Unidos tomará poco a poco todo lo que pueda, alterando la relación de fuerzas en todos los terrenos —técnico, comercial, financiero, militar— en perjuicio de su principal rival, sin perder de vista, en ningún momento, las bases navales de Inglaterra.

La prensa norteamericana se refirió con una sonrisa despectiva al entusiasmo de Inglaterra cuando Snowden ganó en la conferencia de La Haya, ayudándose con gestos terroríficos, veinte millones de dólares, suma que los turistas norteamericanos gastan tal vez en cigarros. ¿Es Snowden el triunfador?, preguntaba el New York Times. ¡No! El verdadero triunfador es el Plan Young[253], es decir el capital financiero norteamericano. Por intermedio del Bank of International Settlements, el Plan Young le permite a Norteamérica mantener firmemente aferrado el pulso de oro de Europa. De los grilletes financieros que atan los pies de Alemania se desprenden sólidas cadenas que llegan hasta las manos de Francia, los pies de Italia y el cuello de Gran Bretaña. Macdonald, que ahora cumple el papel de guardián del león británico, señala con orgullo este collar de perro y dice que es el mejor de los instrumentos de paz. Y vean ustedes, para lograr ese resultado todo lo que tuvo que hacer Norteamérica fue demostrar su magnanimidad «ayudando» a Europa a liquidar la guerra y «aceptando» la paridad naval con Gran Bretaña, más débil que ella.

La dictadura imperialista de Norteamérica

Desde 1923 tuvimos que pelear para lograr que la dirección de la Internacional Comunista se dignara, finalmente, a tomar en cuenta a Estados Unidos y comprender que el conflicto anglo-norteamericano constituye hoy el eje fundamental alrededor del cual giran los agrupamientos y conflictos mundiales. Esto era herejía hasta el Quinto Congreso Mundial (mediados de 1924). Se nos acusaba de «sobrestimar» el papel de Norteamérica. Se inventó la leyenda de que proclamábamos la época de desaparición de las contradicciones capitalistas europeas frente al peligro norteamericano. Osinski, Larin y otros hicieron bastante por «derribar» el mito del poderío de Norteamérica. Radek, a la cola de los periodistas burgueses, demostraba que ante nosotros se extiende una época de colaboración anglo-norteamericana. Se confundió lo temporal, coyuntural y episódico de las relaciones entre esos países con lo esencial del proceso mundial.

Sin embargo, poco a poco la dirección oficial de la Internacional Comunista comenzó a «reconocer» a Norteamérica y a repetir nuestras formulaciones de ayer, sin olvidarse, naturalmente, de afirmar en cada oportunidad que la Oposición de Izquierda sobrestima el papel de aquélla. Como bien se sabe, en ese entonces la caracterización correcta de Norteamérica era prerrogativa exclusiva de Pepper y Lovestone.

En cuanto se tomó el rumbo «a la izquierda», se dejaron de lado todas las reservas. Hoy los teóricos oficiales están obligados a proclamar que Inglaterra y Norteamérica se encaminan directamente a la guerra. En febrero del año pasado les escribí al respecto a mis amigos exiliados en Siberia:

Finalmente se reveló seriamente el antagonismo entre Inglaterra y Norteamérica. Parece que ahora hasta Stalin y Bujarin comienzan a entender de qué se trata. Pero nuestros periódicos simplifican demasiado el problema al presentar las cosas como si el antagonismo se agravara continuamente y debiera conducir directamente a la guerra. No hay duda de que este proceso se interrumpirá todavía muchas veces. La guerra sería una empresa demasiado peligrosa para ambas partes. Todavía harán más de un esfuerzo por llegar a un acuerdo y a una solución pacífica. Pero de conjunto el proceso se acerca a pasos agigantados a un final sangriento.

En la etapa actual se impuso una vez más la «colaboración» militar-naval entre Norteamérica e Inglaterra, y algunos periódicos franceses expresaron incluso el temor de que se imponga una dictadura mundial anglo-sajona. Por supuesto, Estados Unidos puede utilizar —y probablemente lo hará— la «colaboración» con Inglaterra para ajustar las riendas a Japón y a Francia. Pero ésta será una fase de un proceso que no se encamina hacia la dominación anglo-sajona sino hacía la dominación norteamericana de todo el mundo, incluida Gran Bretaña.

En relación con esta perspectiva, los dirigentes de la Internacional Comunista pueden repetir una vez más que somos incapaces de prever algo diferente al triunfo del capitalismo norteamericano. Del mismo modo, los teóricos pequeñoburgueses del narodnikismo[254] acusaban a los primeros marxistas rusos de no prever nada fuera del triunfo del capitalismo. Ambas acusaciones corren parejas. Cuando decimos que Norteamérica marcha hacia la dominación mundial no queremos significar que lo logrará totalmente, ni mucho menos que después de lograrlo en mayor o menor medida la mantendrá por siglos, y ni siquiera por décadas. Estamos discutiendo una tendencia histórica que, en realidad, chocará con otras que la van a modificar. Si el mundo capitalista pudiera aguantar varias décadas más sin paroxismos revolucionarios, estas décadas indudablemente serían testigos del crecimiento ininterrumpido de la dictadura norteamericana sobre todo el mundo. Pero la médula del asunto reside en que este proceso desarrollará inevitablemente sus propias contradicciones, las cuales se ligarán con las demás contradicciones del sistema capitalista. Norteamérica obligará a Europa a luchar por una racionalización cada vez mayor, y al mismo tiempo le dejará una proporción cada vez menor del mercado mundial. Esto agravará continuamente las dificultades de Europa. Inevitablemente se agudizará la competencia entre los mercados europeos por la participación en el mercado mundial. Éstos, a su vez, presionados por Norteamérica, se empeñarán en unir sus fuerzas. Tal es el origen principal del programa de Briand de los estados unidos de Europa. Pero más allá de cuales sean las etapas del proceso, una cosa está clara: en el próximo periodo, la oscilación constante del equilibrio europeo en favor de Norteamérica se convertirá en la fuente principal de crisis y convulsiones revolucionarias en Europa. Los que sostienen que la estabilización europea está garantizada por décadas no entienden nada de la situación mundial y serán inevitablemente los primeros en hundir la cabeza en el pantano del reformismo.

Si se encara este proceso desde la otra orilla del Océano Atlántico, es decir desde la perspectiva de la suerte que le espera a Estados Unidos, tampoco las perspectivas que se abren se asemejan en lo más mínimo a un bienaventurado paraíso capitalista. Antes de la guerra el poder de Estados Unidos se afianzó sobre la base de su mercado interno, del equilibrio dinámico entre la industria y la agricultura. Pero la guerra produjo una ruptura en este sentido. Estados Unidos exporta bienes de capital y manufacturados en cantidad cada vez mayor. El avance del poderío mundial de Norteamérica implica que todo el sistema de la industria y la banca norteamericanas —ese inmenso rascacielos capitalista— se basa cada vez más en la economía mundial. Pero este fundamento está minado, y la propia Norteamérica lo desgasta un poco más cada día. Al exportar mercancías y capital, al construir su armada, al hacer a un lado a Inglaterra, al comprar las empresas clave de Europa, al forzar su entrada en China, etcétera, el capital financiero norteamericano está sembrando con pólvora y dinamita su propia base de sustentación. ¿Dónde se encenderá la mecha? El problema de que se encienda en Asia, en Europa o en Latinoamérica —o, lo que es más probable, en varios lugares a la vez— es secundario.

Resulta muy deplorable que la dirección de la Internacional Comunista sea totalmente incapaz de seguir las etapas de este gigantesco proceso. Se aleja de los hechos con discursos y hasta la agitación pacifista en favor de los estados unidos de Europa la sorprendió.

Los Estados Unidos soviéticos de Europa

Ya en septiembre de 1914, a comienzos de la guerra mundial, planteé el problema de los estados unidos de Europa considerado desde el punto de vista proletario. En el trabajo La guerra y la Internacional[255], el autor de estas líneas trató de demostrar que la unificación de Europa está indiscutiblemente planteada en todo el desarrollo económico europeo, pero que los estados unidos de Europa sólo se pueden concebir como forma política de la dictadura del proletariado europeo.

En 1923, cuando la ocupación del Ruhr planteó una vez más con toda agudeza los problemas fundamentales de la economía europea (sobre todo el carbón y el hierro), y en consecuencia también los problemas de la revolución, conseguimos que la dirección de la Internacional Comunista adoptara oficialmente la consigna de los estados unidos de Europa. Pero la actitud hacia esta consigna siguió siendo hostil. Como no podían rechazarla, los dirigentes de la Internacional la consideraron una criatura abandonada del «trotskysmo».

Después de la derrota de la revolución alemana de 1923, Europa se estabilizó. Los problemas revolucionarios fundamentales desaparecieron del orden del día. Se olvidó la consigna de estados unidos de Europa, y no se la incluyó en el programa de la Internacional. Stalin explicó este nuevo zigzag con notable profundidad: dado que no podemos saber en qué orden harán la revolución los distintos países, es imposible prever si serán necesarios los estados unidos de Europa. En otras palabras, es más fácil hacer un pronóstico después de que ocurren los acontecimientos que antes de que sucedan. En realidad, no se trata de en qué orden se harán las revoluciones. Sobre este punto sólo se puede especular. Pero esto no exime a los obreros europeos, ni al conjunto de la Internacional, de dar una respuesta clara a la siguiente pregunta: ¿Cómo se puede arrancar a la economía europea de su actual estado de dispersión, y cómo pueden salvarse las masas populares de Europa de la decadencia y de la esclavitud?

El problema, sin embargo, está en que el fundamento económico de la consigna de estados unidos de Europa da por tierra con una de las ideas básicas del actual programa de la Internacional Comunista, la de la construcción del socialismo en un solo país. La esencia de nuestra época reside en que las fuerzas productivas superaron definidamente los marcos del estado nacional y, fundamentalmente en Europa y Norteamérica, asumieron proporciones en parte continentales y en parte mundiales. La guerra imperialista fue un producto de la contradicción entre las fuerzas productivas y las fronteras nacionales. Y la paz de Versalles, que terminó con la guerra, agravó aún más esta contradicción. En otras palabras: debido al desarrollo de las fuerzas productivas, hace mucho que el capitalismo perdió la capacidad de existir en un solo país. En cambio, el socialismo se basará en fuerzas productivas mucho más desarrolladas; de otro modo no significaría un progreso sino una regresión respecto al capitalismo. En 1914 escribí: «Si el problema del socialismo fuera compatible con los límites de un estado nacional, lo sería también con la defensa nacional». La fórmula, estados unidos soviéticos de Europa es precisamente la expresión política de la idea de que el socialismo es imposible en un solo país. El socialismo no puede alcanzar su desarrollo pleno ni siquiera en los límites de un solo continente. Estados unidos socialistas de Europa es la consigna histórica de una etapa en el camino hacia la federación socialista mundial.

Más de una vez sucedió en la historia que, al ser la revolución demasiado débil para resolver una tarea históricamente madura, es la reacción quien se ocupa de hacerlo. Así, Bismarck unificó a Alemania a su manera después del fracaso de la revolución de 1848[256]. Stolipin trató de resolver el problema agrario después de la derrota de la revolución de 1905. Los vencedores de Versalles resolvieron a su manera el problema nacional, que todas las revoluciones burguesas que se habían dado en Europa se demostraron impotentes para resolver. La Alemania de los Hohenzollern trató de organizar a Europa unificándola bajo su escudo. Fue entonces que el vencedor Clemenceau trató de utilizar el triunfo para dividir al máximo a Europa. Hoy Briand, armado con hilo y aguja, se prepara para coserla de nuevo, aun cuando no sabe por dónde empezar.

La dirección de la Internacional, y especialmente la del Partido Comunista Francés, denuncia la hipocresía del pacifismo oficial. Pero con esto no basta. Expresar la tendencia hacia la unificación de Europa únicamente como un medio de preparar la guerra contra la URSS es, por así decirlo, pueril, y perjudica el objetivo de la defensa de la república soviética. La consigna de los estados unidos de Europa no es una astuta invención de la diplomacia. Es un producto de las inmutables necesidades económicas de Europa, que surgen más penosamente cuanto mayor es la presión de Estados Unidos. Justamente ahora los partidos comunistas deben oponer la consigna de estados unidos soviéticos de Europa a las elucubraciones pacifistas de los imperialistas europeos.

Pero los partidos comunistas tienen las manos atadas. La consigna vital, con su profundo contenido histórico, fue eliminada del programa de la Internacional únicamente en función de la lucha contra la Oposición. Ésta, entonces, debe levantar la consigna con mucha más decisión. A través de la Oposición la vanguardia del proletariado europeo les dice a los actuales gobernantes: Para unificar a Europa es necesario, antes que nada, arrancar el poder de vuestras manos. Nosotros lo haremos. Nosotros unificaremos a Europa. Nosotros la unificaremos contra el mundo capitalista hostil. Nosotros la transformaremos en una poderosa base de apoyo del socialismo combativo. Nosotros la convertiremos en la piedra angular de la federación socialista mundial.

Escritos , Tomo I
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