El conflicto sino-soviético y la posición de la Oposición belga[241]
30 de setiembre de 1929
Creo que el artículo del camarada Van Overstraeten[242], publicado en Le Communiste N° 25, merece una respuesta especial. Esto, por tres razones: a) el problema en sí reviste una importancia decisiva para la definición de la orientación de la Oposición; b) la Oposición belga ocupa un lugar de gran importancia en nuestras filas internacionales; c) el camarada Van Overstraeten ocupa por derecho propio un puesto de dirección en la Oposición belga.
En un momento en que tanto en Francia como en Alemania o en Checoslovaquia la Oposición de Izquierda no puede ni debe ser más que una fracción, la Oposición belga puede constituirse en partido independiente, en oposición directa a la socialdemocracia. La Oposición Internacional tiene el deber de ayudar a la Oposición belga a ocupar el lugar que le corresponde y a publicar su semanario.
De ahí la gran importancia que tiene para toda la Oposición Internacional la línea que adopten nuestros amigos belgas respecto de cada cuestión especifica. El error de Contre le Courant fue de una significación meramente sintomática. Un error de Le Communiste puede tener importancia política. Por eso considero necesario dedicar un análisis especial a la posición de Van Overstraeten sobre el conflicto sino-soviético. Lo haré en la forma más breve que sea posible, tomando algunos puntos por separado, ya que desarrollé los lineamientos principales del problema en mi trabajo La defensa de la república soviética y la Oposición.
1. Dice Van Overstraeten: «Afirmar que el termidor es un hecho consumado sería, desde nuestro punto de vista, una absurda monstruosidad. No sólo daría lugar a tremendos errores. Significaría además desechar toda posibilidad de realizar una actividad revolucionaria».
Este principio es muy importante, y nos separa irreconciliablemente de los ultraizquierdistas. En esto existe un acuerdo total entre Van Overstraeten y nosotros.
Pero Van Overstraeten se equivoca al pensar que el problema del termidor no guarda relación directa con el conflicto sino-soviético. El camarada Patri (en La Lutte de classes) demostró con todo acierto dónde reside el error fundamental de Louzon, cuya concepción del imperialismo no es la de Marx y Lenin sino la de… Dühring[243]. Desde el punto de vista marxista el imperialismo es la etapa superior del capitalismo y sólo es concebible sobre bases capitalistas. Para Louzon, el imperialismo es una política de «intervención» y «conquista» en general, independiente del régimen, circunstancias y objetivos que motivan dichas «intervenciones» y «conquistas». Por eso la definición de clase del régimen soviético es un postulado fundamental en todo el argumento. Louzon, el formalista, no lo ve. Pero Van Overstraeten es marxista. El respaldo que le brinda a Louzon en esta cuestión es claramente un malentendido.
2. El camarada Van Overstraeten apoya otro de los errores de Louzon. Cuando yo demuestro que el mantener al Ferrocarril Oriental de China en manos de los soviets es importante no sólo para la seguridad de la Revolución Rusa sino también para el desarrollo de la revolución china, Van Overstraeten responde: «R. Louzon afirma correctamente que esa actitud en realidad le impone a la URSS el deber elemental de librar una lucha implacable para liberar a Manchuria de todo tipo de opresión reaccionaria».
En otras palabras, la república soviética debe entregar voluntariamente el ferrocarril al peor opresor de Manchuria o tiene la obligación de liberar de un golpe a Manchuria de toda opresión. Esta alternativa no tiene nada que ver con la realidad. Si la república soviética contara con la fuerza suficiente, es evidente que tendría la obligación de acudir, armas en mano, en ayuda de las masas oprimidas de Manchuria y de toda China. Pero la república soviética no cuenta con la fuerza suficiente.
Sin embargo, esta situación no le impone la obligación política diametralmente opuesta de entregar voluntariamente el ferrocarril al reaccionario opresor de Manchuria, agente de Japón, quien —es oportuno recordarlo— se opone en realidad a la unificación de China, aun bajo el régimen de Chiang Kai-shek.
3. Dice Van Overstraeten: «Bastaría con ofrecer la devolución del Ferrocarril Oriental para demostrarles a las masas chinas la falsedad de la acusación de imperialismo rojo levantada por Chiang Kai-shek contra la Unión Soviética».
Aquí se encara la devolución del ferrocarril al enemigo desde el punto de vista de la propaganda y de cuál es el mejor método para desenmascarar a Chiang Kai-shek. Pero siguiendo esta línea argumental, llegamos a la conclusión de que, si la Unión Soviética quiere refutar la acusación de imperialismo rojo, lo mejor que puede hacer es entregar sus armas a sus vecinos burgueses. La mejor manera de demostrar que uno no se prepara para atacar a nadie es degollarse a sí mismo.
4. Van Overstraeten explica mi «error» de la siguiente manera: «El [Trotsky] sustituye la verdadera defensa de los intereses económicos de la URSS por la defensa ficticia de los intereses revolucionarios del proletariado manchuriano».
Aquí se combinan dos ideas falsas. En primer lugar, en ningún momento encaré la cuestión desde el punto de vista de los intereses fundamentales del proletariado manchuriano. Para mi se trata de los intereses de las revoluciones de Rusia y China como una totalidad. Manchuria es una de las cabezas de puente principal y más sólidas de la contrarrevolución china. Ni siquiera el Kuomintang de Chiang Kai-shek podría adueñarse de Manchuria —ni formalmente ni en los hechos— sin librar una guerra contra el Norte. De estallar esa guerra, el ferrocarril en manos de Chang Tso-lin sería un arma colosal contra la unificación, aún burguesa, de China. En la eventualidad de una tercera revolución china, Manchuria cumpliría el funesto papel que les correspondió al Don y al Kuban en la Revolución Rusa o a la Vendée en la Revolución Francesa. Sobra decir que el ferrocarril sería parte de ese proceso.
La frase citada contiene un segundo error: por alguna razón, sólo habla de los intereses económicos de la república soviética en Oriente, que en realidad juegan un papel de tercer orden. Se trata de la situación de la URSS en el marco internacional. El imperialismo está sondeando el poder de resistencia de la república soviética en varios puntos. Cada «sondeo» de este tipo plantea o puede plantear la pregunta: ¿Vale la pena ir a la guerra por el ferrocarril chino? ¿Vale la pena por Mongolia? ¿Por Karelia, quizás? ¿Por Minsk o Bielorrusia? ¿Tal vez por Georgia? ¿Vale la pena emprender una guerra por el pago de las deudas norteamericanas? ¿Por la devolución de las fábricas a sus dueños norteamericanos? ¿Por el reconocimiento de los derechos del Russo-Asiatic Bank? Y así sucesivamente. Sólo un formalista puede encontrar diferencias de principios entre estos problemas. En esencia se trata de variantes prácticas de la misma pregunta: En las circunstancias imperantes, ¿hay que combatir contra el ataque del imperialismo o conviene más batirse en retirada? Las circunstancias pueden obligar a la retirada (sucedió muchas veces). Pero, en ese caso, es necesario explicar que el abandono de una posición es una capitulación obligatoria, parcial, y no escudarse tras el principio de la «autodeterminación nacional», o sea, no hacer de la necesidad virtud, como dicen los alemanes.
5. Para Van Overstraeten, mi error principal consiste en «anteponer el problema de la defensa de la URSS al de la defensa de la paz».
Aquí, desgraciadamente, Van Overstraeten cae en el pacifismo total. No existe la defensa de la paz en general, salvo claro está, que tengamos en cuenta los descubrimientos tardíos de Briand sobre la necesidad de educar a los niños en el espíritu de amor a los vecinos (y a las indemnizaciones alemanas). Para el proletariado revolucionario el conflicto sino-soviético no plantea el problema de la defensa de la paz en general —¿qué paz?, ¿en qué condiciones?, ¿en beneficio de quién?— sino precisamente el de la defensa de la república soviética. Éste es el criterio principal. Sólo después surge el segundo interrogante: ¿Cómo garantizar la defensa de la república soviética en las circunstancias concretas imperantes: luchando o batiéndose circunstancialmente en retirada para protegerse del ataque? La solución de este problema es más o menos la que aplican los sindicatos para resolver el problema de si hay que hacer concesiones a los capitalistas que rebajan los salarios o salir a la huelga. El sindicato encabezado por una dirección revolucionaria lo resuelve según la situación global, que determina la relación de fuerzas entre ambos bandos, de ninguna manera de acuerdo al principio de la «paz industrial». Quien enfoque el conflicto sino-soviético de acuerdo a un criterio marxista no puede dejar de reconocer que la defensa de la paz en general es tan inaceptable como la defensa de la paz industrial, ya que en ambos casos se trata de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado a escala nacional o internacional.
Si Van Overstraeten hubiera dicho, sencillamente:
«Abandonemos el Ferrocarril Oriental Chino con tal de mantener la paz», se podría comprender esa posición. Claro que quedaría planteado el interrogante de sí esta concesión no estimulará los apetitos de nuestros (muchos) enemigos y sí no empeorará aún más la situación. Pero ése es un problema práctico de análisis elemental, que no tiene nada que ver con la filosofía del «imperialismo» soviético. En ese caso no se trataría de cumplir un seudodeber para con la seudoindependencia china, sino de comprar la benevolencia del enemigo. No significaría anteponer la defensa de la paz a la defensa de la Unión Soviética, sino considerar que la mejor manera de asegurar la defensa de la Unión Soviética en las circunstancias dadas es entregando parte de su propiedad al enemigo de clase.
Aplastada la revolución china, fortalecida la estabilidad europea, la guerra encontraría a la Unión Soviética en franca desventaja. Es indudable. Pero al enemigo también le resulta difícil declarar la guerra. Chiang Kai-shek no podría emprenderla sin la participación activa del imperialismo mundial. Ahora bien, que esto ocurra o no depende en gran medida de la actitud del proletariado, incluso de sus sectores más aislados. Aquel que grita: entregad el ferrocarril que pertenece a la república soviética al agente japonés Chang Tso-lin o al contrarrevolucionario Chiang Kai-shek, que oculta el significado de la consigna «Fuera las manos de China», que apoya, directa o indirectamente, la acusación de imperialismo rojo, modifica así la relación de fuerzas en favor de Chang Tso-lin, Chiang Kai-shek y el imperialismo mundial y, por consiguiente, dadas las circunstancias, aumenta en la práctica la posibilidad de que se produzca un conflicto militar.
6. En las semanas que siguieron a la toma del ferrocarril, los informes de la prensa, igual que las declaraciones de los representantes del gobierno soviético, permitían creer que el conflicto culminaría con una solución pacífica. Sin embargo, al prolongarse tanto, no sólo se complica enormemente la situación sino que se puede suponer que en el conflicto participa una tercera fuerza cuyo papel casi no conocemos. La diplomacia soviética, ¿maniobró bien o mal?: ésa es la pregunta fundamental. No disponemos de todos los elementos necesarios para responderla. Pero si ha cometido errores tácticos, lo que es muy probable, éstos no se originaron en la violación de los derechos nacionales de China sino en una evaluación errónea de la situación. Si se cumple el vaticinio categórico de l’Humanité del 25 de septiembre y estalla la guerra en el otoño, las consecuencias serían incalculables. No conocemos las fuentes de información de l’Humanité. Pero también la Oposición debe prepararse con firmeza para un viraje abrupto en esta dirección.
Van Overstraeten remata su artículo con dos consignas: «¡Por la defensa de la Unión Soviética!». «¡Contra el stalinismo!». Las dos son enteramente correctas. La Oposición rusa siempre planteó el problema de esta forma. Pero eso significa precisamente que, en caso de guerra, los militantes de la Oposición se ubicarían totalmente y sin reservas en el bando de la república Soviética. Y desde ya deben diferenciarse en forma tajante de aquellos que mantienen una posición ambigua respecto de este problema fundamental.