¿Qué nos depara el 1° de agosto[142]?

26 de junio de 1929

El Buró de Europa occidental de la Internacional Comunista hizo un llamado a los obreros de todo el mundo para que salgan a la calle el 1.º de agosto. Convocó a esta manifestación en respuesta a la sangrienta represión de la vanguardia obrera berlinesa llevada a cabo por los socialdemócratas alemanes. A ningún revolucionario le cabe la menor duda de que el crimen histórico perpetrado el 10 de mayo no debe quedar impune, y no lo quedará. La única pregunta es cuándo y cómo podremos vengarnos de la socialdemocracia y su amo burgués por el sangriento ataque contra la manifestación obrera del Día del Trabajo. El método elegido por la Comintern es absolutamente erróneo. Prepara el camino para una nueva derrota.

La manifestación del Día del Trabajo es una manifestación tradicional del proletariado, que se realiza regularmente en un día específico del año, independientemente de la situación internacional y nacional del proletariado. Pero toda la historia de la celebración del Primero de Mayo demuestra que jamás se elevó por encima de la situación real de la movilización obrera, que siempre estuvo determinada por esta lucha y subordinada a la misma. Para los partidos que realizan un trabajo reformista pacífico, fue siempre una movilización pacífica, y ya antes de la guerra había perdido todas sus características revolucionarias. En los países donde se libraba una lucha enérgica por el sufragio universal, la celebración del Primero de Mayo se transformó en parte integrante de esa lucha. En Rusia esta celebración estaba identificada con la lucha revolucionaria contra el zarismo, y a partir de 1905 reflejó todas las etapas de esa lucha: desde el ataque tempestuoso, a la quietud total. Lo mismo ocurrió en Alemania después de la guerra.

Las últimas celebraciones del Primero de Mayo reflejaron, naturalmente, los procesos más recientes de la vida sindical: las elecciones municipales y parlamentarias, sobre todo en Inglaterra y Bélgica, y muchas manifestaciones triviales de la vida de la clase obrera. La estabilización política de la burguesía en los últimos seis años se ha basado principalmente en la política de la Comintern, que aseguró la derrota del proletariado en Alemania, China, Inglaterra, Polonia y Bulgaria; el debilitamiento de su posición en la URSS, la consiguiente desintegración de la Comintern, y la resurrección de la socialdemocracia. La estabilización política de la burguesía fue la premisa necesaria para su estabilización económica, que a su vez debilitó las perspectivas de la acción revolucionaria directa.

Esta situación se expresó en su forma más concentrada en Inglaterra, donde hace sólo tres años el proletariado realizó su huelga general revolucionaria. En un país en el que el capitalismo atraviesa una colosal crisis de decadencia, donde todos los líderes de las organizaciones obreras se desprestigiaron con su traición sin precedentes, el Partido Comunista demostró en las elecciones que es una organización totalmente insignificante en tamaño. La Comintern y la Internacional Sindical Roja vienen anunciando al mundo entero desde hace años que el Movimiento Minoritario sindical revolucionario agrupa cerca de un millón de obreros que siguen la bandera comunista[143]. Si les sumamos los desocupados y sus familiares adultos, superamos fácilmente los dos millones de votos. Los primeros, que acaban de culminar una huelga prolongada y están obligados a trabajar en peores condiciones que antes, suman casi otro tanto. Diríase que una buena parte de estos tres o cuatro millones de votos tendrían que haber sido para el Partido Comunista. ¿Y qué ocurrió? Con veintisiete candidatos en los distritos donde son mejor acogidos, el Partido Comunista sólo obtuvo un total de cincuenta mil sufragios. Esta tremenda derrota es el precio directo e inmediato de la política desastrosa de la Comintern en el Comité Anglo-Ruso, que ha sido el problema central de su política en Inglaterra los últimos años.

Las últimas elecciones británicas [mayo de 1929] revelaron un indudable giro a la izquierda de las masas obreras. Pero este desplazamiento hacia la izquierda, es decir, el rompimiento de millones de obreros con la burguesía, presenta en la actualidad un claro matiz reformista y pacifista. La derrota del Partido Comunista británico lo demuestra con claridad. Es difícil imaginar una broma más cruel que la que le gastó la Comintern al comunismo británico. Durante varios años obligó al Partido Comunista a aferrarse al faldón de Purcell y a sostener una corona revolucionaria sobre la cabeza de Cook[144]. La dirección de Moscú formó durante un año entero un bloque con los rompehuelgas manifiestos del Consejo General. En estas circunstancias el Partido Comunista no existía políticamente. La minoría revolucionaria de los sindicatos quedó sumida en la impotencia intelectual y política de la Internacional Comunista ayudó a Thomas[145] y a Purcell a destrozar, desalentar y absorber a esa minoría. Después, el partido británico recibió la orden de efectuar un giro de ciento ochenta grados. En consecuencia, confirmó el hecho de que la clase obrera simplemente no lo conoce como partido revolucionario independiente.

El Partido Comunista Alemán, incomparablemente más fuerte que los demás partidos, cuenta también con una tradición más seria y mayor cantidad de cuadros militantes. Pero en 1928 la clase obrera alemana apenas comenzaba a salir de la parálisis que afectaba a su abrumadora mayoría desde la catástrofe de 1923. Al otorgarle nueve millones de sufragios a la socialdemocracia, los obreros alemanes explícitamente se declararon dispuestos a probar suerte de nuevo por la senda pacífica de la reforma.

El Partido Comunista de China tiene ahora tres o cuatro mil afiliados, no cien mil, como proclamaron los irresponsables burócratas de la Comintern en el Sexto Congreso. Pero este pequeño partido sigue aún en proceso de desintegración. La dirección de Stalin, mezcla de aventurerismo y oportunismo, liquidó la revolución china por muchos años y, con ella, al joven Partido Comunista Chino. La promesa del Comité Central del partido francés, que afirma que el 1.º de agosto habrá batallones proletarios en las calles de Shangai y en las de París, sólo puede calificarse de retórica barata. Desgraciadamente, todo tiende a indicar que no habrá batallones en marcha en Shangai ni en París. Ni el Partido Comunista Francés, ni su pálida sombra, la Confederación General del Trabajo Unitaria[146], han aumentado su influencia en los últimos años. No existe la menor esperanza de que el 1.º de agosto sea más revolucionario en París de lo que fue el 1.º de mayo. Semard y Monmousseau[147] se comprometen a todo para no hacer nada.

¿Y el resultado de las elecciones belgas acaso permite abrigar la esperanza de que los obreros de Bruselas y Amberes respondan al llamado de los Jacquemottes y salgan a hacer manifestaciones[148]?

No nos detendremos en los demás partidos de la Internacional Comunista. Todos revelan exactamente los mismos rasgos: descenso de su influencia, debilitamiento organizativo, ruptura ideológica y desconfianza de las masas hacia sus llamados.

Se consideraba al partido checoslovaco como una de las secciones más poderosas de la Comintern. Pero el año pasado, su intento de establecer un «día rojo», reveló un alarmante reformismo estancado, envenenado por el espíritu de Smeral y los de su especie[149]. Apenas se le ordenó desde arriba que se volviera revolucionario, en veinticuatro horas el partido checoslovaco comenzó a desintegrarse.

En la época del Sexto Congreso se nos decía que la situación alemana colocaba la revolución a la orden del día. Thaelmann anunció sin ambages: «La situación se vuelve más revolucionaria cada día». Pero ese juicio resultó totalmente erróneo. El camarada Trotsky en nombre de la Oposición envió una carta al Sexto Congreso, ¿Y ahora?, en la que analizaba detalladamente la evaluación oficial de la situación, y el año pasado advirtió correctamente que esa evaluación conduciría a conclusiones aventureras funestas, la Oposición no niega que la clase obrera alemana muestra síntomas de un desplazamiento a la izquierda. Todo lo contrario: para nosotros este «desplazamiento hacia la izquierda» se expresó claramente en las últimas elecciones parlamentarias [mayo de 1928]. Pero el eje del problema es saber en qué etapa se encuentra este proceso actualmente. En Alemania se ha producido un crecimiento simultáneo de la socialdemocracia y del comunismo. Indudablemente, eso significa que amplios sectores obreros se alejan de los partidos burgueses. Pero la corriente principal todavía fluye por los canales de la socialdemocracia. En estas circunstancias, la afirmación de que «la situación se vuelve más revolucionaria cada día» resulta intolerablemente irresponsable. La socialdemocracia no es parte de la revolución. Hermann Mueller y Zoergiebel[150] se lo recordaron al mundo entero el 1.º de mayo.

Debemos comprender claramente qué significa el crecimiento de la socialdemocracia en las circunstancias imperantes. Después de la experiencia de la guerra y la derrota del militarismo alemán, de la insurrección revolucionaria y las amargas derrotas del proletariado, amplias masas obreras, que incluyen una nueva generación, sienten la necesidad de pasar nuevamente por la escuela del reformismo. En esta época, en la que todos los procesos llegan rápidamente a su culminación, dicha experiencia no durará décadas como la escuela de la socialdemocracia de antes de la guerra, sino probablemente unos pocos años. Pero la clase obrera alemana y la de todo el mundo atraviesan precisamente esta etapa. La aparición de la fracción independiente de Brandler es un pequeño síntoma accidental de este proceso. El viraje de los obreros de la burguesía hacia la socialdemocracia demuestra que las masas se desplazan hacia la izquierda. Sin embargo, este desplazamiento reviste todavía un carácter puramente pacifista, reformista y nacionalista. El desarrollo ulterior de este proceso depende de una serie de factores nacionales e internacionales y, en gran medida, de nuestra política, de nuestra capacidad de comprender la esencia del proceso y de nuestra habilidad para distinguir sus etapas sucesivas.

El desplazamiento reformista hacia la izquierda comenzará a ser sustituido por un desplazamiento revolucionario en el momento en que las masas comiencen a pasar en forma creciente, de la socialdemocracia hacia los partidos comunistas. Pero eso aún no ha ocurrido. Las manifestaciones individuales, episódicas, no tienen importancia. Es necesario considerar al proceso en su conjunto. Cuando en julio de 1928 Thaelmann, imitando a Stalin y a otros líderes de la Comintern, dijo que «la situación se vuelve más revolucionaria cada día», sólo reveló su total incapacidad para comprender la dialéctica del proceso que vive actualmente la clase obrera.

El Partido Comunista Alemán recibió tres millones doscientos mil votos en las elecciones del año pasado. Este resultado, posterior a la derrota de 1923, es decir, al derrumbe del brandlerismo, y a los errores monstruosos que cometieron los ultraizquierdistas en 1924 y 1925, fue sumamente significativo y prometedor. Pero de ninguna manera es un síntoma de una situación revolucionaria. Sobre esos tres millones doscientos mil pesan nueve millones, lo que resultó claro en la campaña del acorazado[151], que refutó rotundamente la cháchara de Thaelmann acerca de que la situación se vuelve «más revolucionaria cada día».

Las masas obreras, sobre todo la nueva generación, viven ahora una repetición acelerada del curso reformista. Éste es el hecho fundamental. De allí no se desprende, desde luego, que debamos adoptar una actitud menos implacable hacia la socialdemocracia y la Oposición de Derecha (Bujarin, Brandler y Cía.); pero nuestros objetivos tácticos deben ser producto de una clara comprensión de lo que está ocurriendo. La celebración del Día del Trabajo de 1929 no pudo ir más allá de lo que permitía el contexto político. No pudo hacer que el Partido Comunista se volviera en veinticuatro horas más fuerte de lo que era. El Primero de Mayo sólo podía ser un episodio en medio del proceso de «desplazamiento hacia la izquierda», aún pacifista y reformista, de las masas. El intento de alcanzar las estrellas en veinticuatro horas fue producto de una evaluación errónea de los procesos que se desarrollan en el seno de las masas, y condujo a una derrota en la que indudablemente intervinieron elementos aventureros. Los oportunistas siempre se benefician con los errores del aventurerismo revolucionario. En este caso los beneficiados fueron los socialdemócratas, y en parte también los brandleristas, que son la versión más uniforme, honrada y nueva de la socialdemocracia «revolucionaria» y que utilizan el desastre del aventurerismo revolucionario para desacreditar los métodos revolucionarios en general.

No cabe duda de que la celebración del Día del Trabajo fue un revés para el Partido Comunista Alemán. Esto no significa, desde luego que el partido haya retrocedido en forma definitiva o por mucho tiempo. La conciencia de las masas trabajadoras asimilará gradualmente el crimen sin precedentes de la socialdemocracia y esto les facilitará la transición hacia el comunismo. Sin duda así será… con una sola condición: que el propio Partido Comunista tenga una línea general correcta.

Enfocando la situación desde este punto de vista, es necesario plantear en primer término la siguiente pregunta: ¿Qué necesitan ahora los obreros berlineses, los obreros alemanes y todos los demás obreros? ¿Repetir el Primero de Mayo o aprender sus lecciones? La pregunta se responde por sí misma. Es inconcebible que se repita la experiencia; no hay que permitirlo. Sería una burda aventura sin sentido. Lo que queremos es aprender las lecciones, hacer una evaluación correcta de lo sucedido. Lo que queremos es una línea política correcta.

Dijimos que no se puede colocar artificialmente al Primero de Mayo por encima del nivel político del movimiento. Menos aún podemos hacer esto con «jornadas rojas» adicionales, decididas burocráticamente de antemano en base al calendario. Por otra parte, la Comintern quiere convertir el 1.º de agosto en una venganza por lo que sucedió el 1.º de mayo. Desde ya se puede afirmar, y hay que hacerlo para que todos lo oigan, que la «jornada roja» del 1.º de agosto está condenada de antemano al fracaso. Además, lo que el 1.º de mayo tuvo de valioso (la abnegación de una parte de la vanguardia proletaria) quedará reducido al mínimo el 1.º de agosto. Y lo que el 1.º de mayo tuvo de malo (los elementos aventureros) se incrementará aún más.

En el otoño de 1923, cuando la vida ideológica de la Internacional Comunista todavía no estaba totalmente estrangulada, se desarrolló en los organismos más importantes del comunismo, una polémica sobre si es o no viable fijar de antemano la fecha de una insurrección[152]. Basándose en las experiencias de todas las revoluciones, los marxistas demostraron que sí es viable, y además necesario. Haciéndose eco de Stalin y Zinoviev, Brandler y Maslow se mofaron de la idea de fijar fecha para la insurrección, con lo que demostraron que en lo referente a los problemas fundamentales de la revolución seguían siendo unos filisteos sin remedio. Cuanto más revolucionaria es la situación, más necesario es que la vanguardia proletaria posea un plan de acción claro y concreto. La dirección del partido debe tomar el timón con firmeza y mirar al futuro. Una de las actividades fundamentales de la dirección revolucionaria en tales circunstancias es preparar prácticamente la insurrección. Y puesto que toda insurrección, como toda actividad humana, se desarrolla en el tiempo, la dirección debe señalar oportunamente la fecha de la insurrección. Lógicamente, si cambian las circunstancias se puede cambiar la fecha: fue lo que sucedió en Petrogrado en 1917. Pero una dirección incapaz de comprender la importancia del factor tiempo, que se limita a nadar a favor de la corriente, haciendo gárgaras y burbujas, está condenada a la derrota. Una situación revolucionaria exige un calendario revolucionario.

Pero esto no significa, por cierto, que basta con que Thaelmann, Stalin, Manuilski o Semard tomen el calendario y marquen con un puntito rojo el 1.º de agosto para que ese día se transforme en un acontecimiento revolucionario. Semejante enfoque combina los rasgos más funestos del burocratismo y el aventurerismo. En los países y partidos dominados por el burocratismo liso y llano, que son mayoría, lo más probable es que el 1.º de agosto culmine en un cómico fracaso, como ocurrió con la manifestación de Vincennes de Semard y Monmousseau[153]. En los países donde predominan los rasgos aventureristas, el 1.º de agosto bien puede desembocar en una tragedia, que esta vez —a diferencia del Día del Trabajo— beneficiará pura, exclusiva y fatalmente al enemigo.

Aunque ya estamos acostumbrados a muchas cosas, el manifiesto del Buró de Europa occidental de la Internacional Comunista publicado el 8 de mayo en Berlín, nos asombró por su falta de seriedad, su retórica, su jactancia y su irresponsabilidad repugnante. «¡A la calle, proletarios!». «¡Abajo la guerra imperialista!». «¡Apropiaos de la experiencia política y técnico-militar de la lucha del proletariado berlinés!». «¡Adquirid los métodos de combate de la policía!». «¡Aseguraos de vuestra capacidad de maniobra!». «¡Unificad vuestro apoyo al proletariado berlinés con las reivindicaciones cotidianas de las más amplias masas obreras!». «¡Abajo la guerra imperialista!». «¡A la calle, proletarios!».

En otras palabras, los partidos comunistas europeos tienen una tarea con fecha rigurosamente fijada: en tres meses (de mayo a agosto), deben unificarse con las más amplias masas obreras (ni más ni menos), aprender el arte de maniobrar, adquirir los métodos de combate de la policía, apropiarse de la experiencia política y técnico-militar de la lucha, y salir a las calles contra… la guerra imperialista. Realmente, cuesta imaginar un documento más lamentable, lo que demuestra que los sucesivos golpes del aparato gubernamental sobre las cabezas de la Internacional Comunista las han reducido a un nefasto grado de estupidez. Y ahora esta dirección insensata, armada con las ideas y consignas arriba citadas, le advierte a la burguesía de toda Europa que el 1.º de agosto tiene la intención de arrastrar a los obreros a la calle «bien armados con métodos técnico-militares». ¿Puede haber una forma de jugar más desvergonzadamente con las vidas de la vanguardia proletaria y el honor de la Internacional Comunista que la de estos despreciables epígonos que encabeza Stalin?

Las tareas y deberes de los bolcheviques leninistas surgen muy claramente de la situación de conjunto. Somos una pequeña minoría en el movimiento obrero; ello se debe a las mismas razones que hacen fuerte a la burguesía; la socialdemocracia ha crecido, el ala derecha de la Internacional Comunista se consolida y el centrismo tiene el aparato en sus manos. La minoría marxista debe analizar, evaluar, prever, advertir los peligros y señalar el rumbo. ¿Qué hacer en lo inmediato? Lo primero es corregir lo hecho. Es necesario cancelar la manifestación del 1.º de agosto.

Pero ¿esto no dañará el prestigio de la Internacional Comunista y sus secciones nacionales? Indudablemente. Un burdo error político no puede dejar de afectar su autoridad. Pero el daño será menor si se cancela la manifestación que, si se insiste obstinadamente en el error, convirtiendo así a la manifestación en una comedia indigna o en un combate guerrillero entre fuerzas revolucionarias poco numerosas y la policía.

El último congreso del Partido Comunista Alemán al parecer quería desoír el llamado del Buró de Europa occidental y guiarse por el sentido común. Pero en lugar de rechazarlo clara y enérgicamente, el manifiesto del congreso se limita a embellecer y diluir las consignas técnico-militares de la Internacional Comunista. Ésta es la peor de todas las actitudes posibles, porque combina las desventajas de la retirada con los peligros del aventurerismo.

Es necesario cancelar la manifestación. La Oposición debe empeñar todos sus esfuerzos para lograrlo. Debemos ser capaces de llamar a las puertas de todas las organizaciones partidarias, a cuyas espaldas se anunció la manifestación. Debemos dirigirnos a los elementos de vanguardia de los sindicatos, no escatimar esfuerzos para explicar el error y el peligro de este nuevo invento. Debemos explicarles a los obreros comunistas y revolucionarios en general que la premisa básica para que el partido pueda llamar a una manifestación combativa de las masas es que goce entre ellas de una influencia ganada día a día, con una política clara, previsora y correcta. La actual política de la Internacional Comunista socava y destruye la influencia que obtuvo con la Revolución de Octubre y durante el periodo de sus cuatro primeros congresos. Tenemos que cambiar la línea radicalmente. El punto de partida ha de ser la cancelación de la manifestación del 1.º de agosto.

La Oposición no permitirá, bajo ninguna circunstancia, que se la separe de las masas, y sobre todo no dejará de fijar oportunamente la fecha de la insurrección. La Oposición es la vanguardia de la vanguardia. Cumplirá con su deber en éste y en todo momento.

Escritos , Tomo I
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