La crisis austríaca y el comunismo[271]
13 de noviembre de 1929
La crisis austriaca es una manifestación particular de la crisis de la democracia como forma principal de la dominación burguesa. La tensión excesivamente alta de la lucha internacional y de la lucha de clases produce el corto circuito de la dictadura, que hace saltar uno tras otro todos los tapones de la democracia. El proceso comenzó en la periferia de Europa, en los países más atrasados, los eslabones más débiles de la cadena capitalista. Pero avanza a paso firme. Lo que se denomina crisis del parlamentarismo es la expresión política de la crisis de todo el sistema de la sociedad burguesa. La democracia se mantiene en pie o cae junto con el capitalismo. Al defender a una democracia que sobrevive, la socialdemocracia conduce el proceso social al callejón sin salida del fascismo.
La fuerza de la socialdemocracia austriaca se deriva fundamentalmente de la gran debilidad de la burguesía austriaca después de la guerra y la revolución y de la consecuente dependencia económica y política del país. Al cumplir con su función de salvadora y consolidadora del régimen burgués, la socialdemocracia austriaca pudo diferenciarse, en su propaganda, tanto de la burguesía nativa como de la extranjera (inglesa y norteamericana). En la primera etapa de la estabilización del régimen burgués posterior a la revolución, la socialdemocracia fue el agente directo del capital extranjero. Esto le permitió atribuirle a la burguesía nacional la responsabilidad de todas las calamidades y tomar una posición respecto a la burguesía más independiente y crítica —al menos en apariencia— que la que le resultaba factible adoptar a la socialdemocracia de cualquier otro país, incluso a la alemana. Cuanto más progresaba la consolidación del régimen burgués, más frecuentemente denunciaban los socialdemócratas a la burguesía nacional por obedecer simplemente las órdenes del capital anglo-sajón. Mientras tanto, utilizaban un lugar común para defender ante los obreros la inviolabilidad de la propiedad privada: «Naturalmente, podríamos terminar con nuestra burguesía, pero el problema no es ésta sino la burguesía inglesa y norteamericana».
Los partidos burgueses de Austria perdían rápidamente las características que los diferenciaban entre si porque se veían obligados a depender de la palabra del patrón anglo-sajón. En esencia, la socialdemocracia juega el mismo papel, pero, debido a que se apoya en los trabajadores, tiene por fuerza que oponerse al bloque de los partidos burgueses. Y es justamente esta «oposición» lo que en realidad le permite salvar a la burguesía. Hemos visto fenómenos y procesos similares en Alemania, que contribuyeron en gran medida a la preservación de la socialdemocracia en ese país. Pero como la burguesía alemana es mucho más fuerte e independiente, la socialdemocracia alemana tuvo que actuar de manera más abierta y evidente, adaptarse, formar un bloque con ella y responsabilizarse directamente por ella ante las masas trabajadoras. Esta situación presentó grandes posibilidades para el desarrollo del Partido Comunista Alemán.
Austria es un cuerpo pequeño con una cabeza muy grande. La capital está en manos de la socialdemocracia, que, sin embargo, cuenta con menos de la mitad de los votos en el parlamento nacional (el cuarenta y tres por ciento). Este equilibrio inestable, que sólo se mantiene gracias a la política conservadora-conciliadora de la socialdemocracia, facilita en gran medida la posición del austro-marxismo[272]. Lo que hace en el consejo de la ciudad de Viena basta para diferenciarla de los partidos burgueses a los ojos de los obreros. Y por lo que no hace —es decir, lo más importante—, siempre le puede achacar la responsabilidad a los partidos burgueses. Mientras el austro-marxismo denuncia a la burguesía en sus discursos y artículos, utiliza muy hábilmente, como ya dijimos, la dependencia internacional de Austria para impedir que los obreros se rebelen contra el enemigo de clase. «En Viena somos fuertes, pero en el campo todavía somos débiles. Además, hay un patrón que nos sojuzga. Tenemos que mantener nuestras posiciones dentro de la democracia… y esperar». Tal es la idea central de la política del austro-marxismo y todo esto le permitió jugar hasta ahora el papel de ala «izquierda» de la Segunda Internacional y mantener su posición contra el Partido Comunista, que continúa acumulando error tras error.
La socialdemocracia austriaca ayudó a la Entente[273] a derrotar la revolución húngara y a su propia burguesía a superar la crisis de posguerra, creando un asilo democrático para la propiedad privada cuando ésta agonizaba y estaba próxima al colapso. Así, durante toda la época de posguerra fue el principal instrumento de la dominación de la burguesía sobre la clase obrera.
Pero este instrumento es una organización independiente, con una gran burocracia y una aristocracia laboral que tiene sus propios intereses y exigencias. Esta burocracia, totalmente identificada con la pequeña burguesía en sus ideas, costumbres y forma de vida, se apoya no obstante en una clase obrera activa y muy real, y vive con el temor constante de su descontento. Esta circunstancia es la fuente principal de las fricciones y conflictos entre la burguesía y la socialdemocracia, entre el patrón y su agente o mayordomo local.
Por más que la socialdemocracia austriaca haya enredado a la clase obrera en su red de instituciones políticas, sindicales, municipales, culturales y deportivas, es evidente —y las Jornadas de Julio de 1927[274] lo demuestran con especial claridad— que estos métodos reformistas-pacifistas no bastan para otorgar a la burguesía las garantías necesarias.
Lo que dijimos explica la función social del fascismo austriaco. Es el segundo mayordomo de la burguesía, muy distinto del primero y opuesto a él. Los sectores más bajos de la socialdemocracia están impulsados por un instinto proletario, si bien adulterado. Los sectores más bajos del fascismo se nutren de la desesperación de la pequeña burguesía y de los elementos desclasados que tanto abundan en Austria. Los dirigentes de la socialdemocracia mantienen bajo control el instinto de clase del proletariado por medio de las consignas e instituciones de la democracia. Los dirigentes del fascismo canalizan el desaliento de la pequeña burguesía en decadencia ofreciéndole una perspectiva de salvación a través de un golpe de estado, después del cual los «marxistas» ya no podrán poner obstáculos a la marcha favorable de la agricultura, el comercio y las profesiones.
De este modo, Austria constituye la refutación clásica de la teoría filistea de que el fascismo es un producto del bolchevismo revolucionario. En cualquier país, el fascismo comienza a jugar un papel más importante a medida que se hace más evidente e insoportable la contradicción entre la política de la socialdemocracia como partido de masas y las necesidades urgentes del desarrollo histórico. En Austria, como en cualquier otra parte, el fascismo aparece como el complemento necesario de la socialdemocracia, se nutre de ésta y llega al poder con su colaboración.
El fascismo es el hijo legítimo de la democracia formal en su época de decadencia. En Austria, de manera especialmente ilustrativa, se llevaron hasta el absurdo los principios de la democracia. A la socialdemocracia le falta muy poco para ser mayoría. Sin embargo, se puede decir —y no es una paradoja sino simplemente la verdad desnuda— que su inmovilidad política no tiene por base el cuarenta y tres por ciento de los votos con que cuenta sino el siete por ciento que le falta para ser mayoría. Los fundamentos del capitalismo continuarían inviolables aunque los socialdemócratas austriacos ganaran la mayoría. Pero ese triunfo no está garantizado. Es una idiotez creer que la propaganda resuelve todos los problemas.
Si se parte de la premisa de que Austria continuará viviendo dentro de los marcos de la democracia, no hay razones para concluir que en algún momento, dentro de los próximos veinticinco o cincuenta años, la socialdemocracia austriaca obtendrá inevitablemente la mayoría. La economía de toda la Europa capitalista enfrenta la enorme amenaza de Estados Unidos y de otros países de ultramar. Es más probable que la descomposición económica de Austria, absolutamente inevitable dentro de esta perspectiva de desarrollo pacífico, le haga perder votos a la socialdemocracia. En consecuencia, de acuerdo a la lógica de la democracia, la transición al socialismo es inaceptable, ya que un escaso porcentaje del electorado, el menos esclarecido, el más atrasado, el más envilecido, quedará al margen de la lucha, vegetará en la inconsciencia y en el momento crucial le dará al fascismo sus votos y sus puños. Y esto a pesar de que la continuación de la dominación burguesa condena a la nación a la decadencia económica y cultural, a pesar de que la inmensa mayoría del proletariado, la columna vertebral del país, está totalmente dispuesta a efectuar la transición al socialismo.
La democracia llegó al absurdo total. En la época de crecimiento orgánico e ininterrumpido del capitalismo, que estaba relacionado con la sistemática diferenciación en clases de la nación, la democracia jugó un papel histórico fundamental, incluyendo la educación del proletariado. Jugó ese papel sobre todo en Europa. Pero en la etapa del imperialismo, que en Europa es sobre todo la de la decadencia del capitalismo, la democracia llegó a un callejón sin salida. En Austria los socialdemócratas elaboraron la constitución y mantienen una posición de excepcional importancia, ya que controlan la capital. En consecuencia, allí se tendría que dar la expresión más acabada de la transición democrática del capitalismo al socialismo. En cambio, vemos que la política está gobernada por las bandas de choque fascistas por un lado y por destacamentos en repliegue de obreros socialdemócratas semiarmados por el otro, mientras oficia de gran director de orquesta de esta democracia un viejo oficial de policía de la escuela de los Habsburgo[275].
El fascismo es la segunda agencia autorizada de la burguesía. Como la socialdemocracia, y aún en mayor medida, cuenta con su propio ejército, sus propios intereses y su propia lógica para la acción. Sabemos que en Italia, para salvar y consolidar la sociedad burguesa, el fascismo se vio obligado a chocar violentamente no sólo con la socialdemocracia sino también con los partidos tradicionales de la burguesía. Lo mismo puede observarse en Polonia. No hay que suponer que todas las agencias de la dominación burguesa funcionan en armonía total. Afortunadamente no es así. La anarquía económica está complementada por la anarquía política. El fascismo, alimentado por la socialdemocracia, está obligado a quebrarle a ésta la espina dorsal para llegar al poder y la socialdemocracia austriaca está haciendo todo lo posible para facilitarles a los fascistas esta operación quirúrgica.
Es difícil imaginar tontería más concentrada que la de los argumentos de Otto Bauer sobre la inadmisibilidad de la violencia excepto en defensa de la democracia existente. Traducido al lenguaje de las clases esto significa: la violencia es admisible para defender los intereses de la burguesía organizada como estado, pero no lo es para implantar un estado proletario.
Esta teoría lleva como apéndice una fórmula jurídica. Bauer se burla de las viejas formulaciones de Lasalle sobre la ley y la revolución[276]. Pero Lasalle planteaba sus argumentos durante un juicio, donde eran pertinentes. En cambio, el intento de convertir un duelo jurídico con un fiscal en una teoría del desarrollo histórico no es más que un subterfugio cobarde. Según Bauer, la utilización de la violencia es admisible como respuesta a un golpe de estado ya realizado, cuando la «ley» perdió todo fundamento, pero es inadmisible veinticuatro horas antes del golpe, con el objetivo de evitarlo. Siguiendo esta línea, Bauer traza la demarcatoria entre el austro-marxismo y el bolchevismo como si se tratara de dos escuelas de criminología. La diferencia real está en que el bolchevismo pretende derrocar el gobierno burgués mientras que la socialdemocracia pretende eternizarlo. No caben dudas de que si se diera un golpe, Bauer declararía: «No llamamos a los obreros a tomar las armas contra los fascistas cuando contábamos con organizaciones poderosas, una prensa legal, el cuarenta y tres por ciento de los votos y la municipalidad de Viena, cuando los fascistas eran bandas ilegales que atacaban la ley y el orden. ¿Cómo podríamos hacerlo ahora que los fascistas controlan el aparato estatal y se apoyan en las leyes que ellos mismos crearon, cuando se nos quitó todo, se nos puso fuera de la ley y ya no tenemos contacto legal con las masas (que, por otra parte, están desilusionadas y desalentadas y se pasaron en gran proporción al fascismo)? Llamar ahora a la insurrección armada seria propio de aventureros criminales o de bolcheviques». Con este giro filosófico de ciento ochenta grados los austro-marxistas seguirían simplemente siendo fieles a sí mismos en un cien por ciento.
La consigna desarme interno supera por su vileza reaccionaria todo lo que produjo hasta ahora la socialdemocracia. Estos caballeros les piden a los obreros que se desarmen en presencia del estado burgués armado. Después de todo, las bandas fascistas son sólo destacamentos auxiliares de la burguesía; así como hoy las disuelven, las pueden resucitar mañana, doblemente armadas. En cambio, a los obreros nadie los rearmará si la socialdemocracia apela al estado burgués para desarmarlos. Naturalmente, la socialdemocracia teme las armas de los fascistas. Pero siente el mismo temor por los obreros armados. Todavía la burguesía tiene miedo de la guerra civil, en primer lugar porque no está segura de su resultado, y en segundo lugar porque no quiere perturbaciones económicas. El desarme de los obreros es para la burguesía una garantía contra la guerra civil, y en consecuencia aumenta al máximo las posibilidades de un golpe fascista.
La exigencia de desarme interno de Austria favorece a los países de la Entente, antes que nada a Francia y en segundo lugar a Inglaterra. El periódico francés semioficial Le Temps le explica severamente a Schober que el desarme interno es necesario tanto en interés de la paz internacional como de la propiedad privada. En el discurso que pronunció en la Cámara de los Comunes, Henderson desarrolló el mismo argumento. Al defender la democracia austriaca, defendió el Tratado de Versalles[277]. En ésta como en todas las cuestiones importantes, la socialdemocracia austriaca sirvió simplemente de correa de transmisión de la burguesía de los países vencedores.
La socialdemocracia es incapaz de tomar el poder y no quiere hacerlo. Sin embargo, el costo de disciplinar a los obreros a través de su agencia socialdemócrata le resulta demasiado elevado a la burguesía. Esta necesita al fascismo para mantener bajo control a la socialdemocracia y, en el caso en que sea necesario, para hacerla completamente a un lado. El fascismo quiere el poder y es capaz de tomarlo. Una vez en él, no dudaría en ponerlo totalmente a disposición del capital financiero. Pero esa vía conduce a convulsiones sociales cuyo costo también sería muy elevado. Eso explica las dudas de la burguesía y las luchas de sus distintos sectores, y determina su política más probable para la próxima etapa: utilizar a los fascistas para obligar a los socialdemócratas a colaborar con la burguesía en la revisión de la constitución, con el objetivo de que ésta combine las ventajas de la democracia con las del fascismo —fascismo en esencia, democracia en la forma—, librándose así de pagar el precio exorbitante de las reformas democráticas y ahorrándose, si es posible, el precio también muy alto del golpe fascista.
¿Tendrá éxito la burguesía por este camino? No totalmente, ni por un período prolongado. En otras palabras, la burguesía no puede implantar un régimen que le permita apoyarse tanto en los obreros como en la pequeña burguesía arruinada sin enfrentar los gastos de las reformas sociales o los de las convulsiones de la guerra civil. Las contradicciones son demasiado grandes. Tienen que estallar e impulsar los acontecimientos en una u otra dirección.
De cualquier modo, la «democracia» austriaca está condenada. Por supuesto, después de este ataque de apoplejía puede recobrarse y vivir un tiempo, casi muda y con una pierna paralizada. Es posible que tenga que sufrir un segundo ataque antes de caer. Pero su futuro está decidido de antemano.
El austro-marxismo entró a una etapa histórica en la que tiene que pagar por sus errores pasados. La socialdemocracia, después que salvó del bolchevismo a la burguesía, le está permitiendo ahora salvarse de la propia socialdemocracia. Sería totalmente absurdo cerrar los ojos a la evidencia de que el triunfo de fascismo no implicaría sólo la exterminación física del puñado de comunistas sino también el aplastamiento implacable de las organizaciones y bases de apoyo de la socialdemocracia. En este aspecto, como en tantos otros, la socialdemocracia no hace más que repetir la historia del liberalismo, del que es un hijo tardío. Más de una vez sucedió en la historia que los liberales ayudaran a la reacción feudal a triunfar sobre las masas populares para ser a su vez liquidados por la reacción.
Es como si la historia hubiera asumido la tarea especial de encontrar las formas más notorias de refutar los pronósticos y directivas que la Internacional Comunista viene planteando desde 1923. Así sucedió con su análisis de la situación revolucionaria que vivió Alemania en 1923, con su caracterización del papel mundial de Norteamérica y el antagonismo anglo-norteamericano, con la orientación que planteó en 1924-1925 hacia la insurrección revolucionaria, con su posición sobre las fuerzas motrices y las perspectivas de la revolución china (1925-1927), con su caracterización del sindicalismo británico (1925-1927) con su línea sobre la industrialización y el kulak en la URSS, y así sucesivamente. Hoy el engendro del «tercer periodo» y del social-fascismo sufre la misma suerte. Molotov descubrió que «Francia está a la vanguardia de la insurrección revolucionaria». Pero en realidad, de todos los países de Europa es Austria el que vive una situación más revolucionaria; y allí —éste es el hecho más significativo— el punto de partida de los posibles procesos revolucionarios no será la lucha entre el comunismo y el «social-fascismo» sino el choque entre la socialdemocracia y el fascismo. Frente a esta situación, el infortunado Partido Comunista austríaco se halla en un callejón sin salida.
Por cierto, el choque entre la socialdemocracia y el fascismo es el hecho fundamental de la política austriaca actual. La socialdemocracia retrocede y hace concesiones en toda la línea, se arrastra de rodillas, ruega y entrega una posición tras otra. Pero no por eso el conflicto es menos real, ya que la socialdemocracia está en la picota. Un avance ulterior de los fascistas podría —y debería— empujar a los obreros socialdemócratas, e incluso a un sector del aparato socialdemócrata, más allá de los límites que se imponen los Seitzes[278], Otto Bauers y otros. Así como más de una vez el choque entre el liberalismo y la monarquía provocó situaciones revolucionarias que superaron a ambos contrincantes, el choque entre esos dos agentes antagónicos de la burguesía —la socialdemocracia y el fascismo— puede provocar en el futuro una situación revolucionaría que los supere.
En la época de las revoluciones burguesas no habría servido para nada el proletariado revolucionario incapaz de analizar y comprender las diferencias entre los liberales y la monarquía, que hubiera puesto en la misma bolsa a estos adversarios en vez de aprovechar sus conflictos de manera revolucionaria. Tampoco sirve para nada el comunista que hoy, frente al conflicto que se desarrolla entre el fascismo y la socialdemocracia, trata simplemente de ignorarlo con la sola fórmula del social-fascismo, carente de todo contenido.
Esta posición —la política del izquierdismo absoluto y vacío— obstruye de antemano el camino del Partido Comunista hacia los obreros socialdemócratas y favorece en gran medida al ala derecha del campo comunista. Una de las razones del fortalecimiento de la derecha es que con sus críticas pone el dedo en las llagas más evidentes e indiscutibles del comunismo oficial. Cuanto más incapaz es el partido de ligarse con los obreros socialdemócratas, más fácil le resulta a la Oposición de Derecha ligarse con el aparato socialdemócrata.
La negativa a reconocer, o la incapacidad de comprender, el carácter de la crisis revolucionaria, el minimalismo político y la perspectiva de la preparación eterna, son los rasgos principales de la política de la derecha. Éstos pesan más cuando la dirección de la Internacional pretende crear artificialmente, con medios administrativos, una situación revolucionaría. Entonces, la crítica de la derecha resulta superficialmente convincente, pero no tiene nada en común con una estrategia revolucionaria. La derecha apoyó la política oportunista en las etapas más revolucionarias (en Alemania, China e Inglaterra). Aumenta su prestigio con su critica al aventurerismo burocrático, para luego poder actuar una vez más como freno en el momento decisivo.
La política de los centristas, que están perdiendo su presa y por eso se ponen furiosos, además de favorecer a la derecha lleva agua al molino del austro-marxismo. Lo único que podrá salvar a la democracia austriaca en la próxima etapa es una política equivocada del comunismo oficial.
¿Qué significa exactamente «social-fascismo»? Por más astucia que pongan en sus improvisaciones estos malhadados «teóricos», sólo pueden responder a este interrogante diciendo que la socialdemocracia está dispuesta a defender los fundamentos de la dominación burguesa y sus propias posiciones dentro del régimen burgués utilizando la fuerza armada en contra de los trabajadores. ¿Pero acaso ésa no es una característica común a todos los partidos «democráticos», sin excepción? ¿Pensamos o dijimos alguna vez que la democracia es el reino de la paz social? ¿Acaso Kerenski y Seretelli[279] no aplastaron a los campesinos y a los obreros durante la luna de miel de la revolución democrática? ¿No utilizaron los radicales franceses la fuerza armada contra los huelguistas antes y después de la guerra? Y la historia de los gobiernos de los partidos Republicano y Demócrata de Estados Unidos, ¿no está plagada de represiones sangrientas contra los obreros en huelga? Si esto es fascismo, entonces la historia de la sociedad de clases es la historia del fascismo. En ese caso, hay tantas clases de fascismo como partidos burgueses: fascistas liberales, fascistas radicales, fascistas nacionales, etcétera. Entonces, ¿qué sentido tiene esta definición del fascismo? Ninguno. Es sólo un sinónimo rimbombante de violencia de clase.
En agosto de 1914 le dimos a la socialdemocracia el nombre de social-imperialismo. Con él queríamos significar que la socialdemocracia es una forma especial de imperialismo adaptada a la clase obrera. Su imperialismo unifica a la socialdemocracia con todos los partidos burgueses sin excepción. Su «socialismo» la diferencia de estos partidos. Social-imperialismo es una definición total.
Pero el fascismo no es, de ninguna manera —salvo que se desee jugar insensatamente con las palabras—, un rasgo característico de todos los partidos burgueses. Por el contrario, constituye un partido burgués específico, adecuado para determinadas tareas y circunstancias, enemigo de los demás partidos burgueses, sobre todo, precisamente, de la socialdemocracia.
Se puede intentar refutar esta afirmación con el argumento de que la hostilidad entre los partidos burgueses es muy relativa. Esto es verdad, pero es una verdad general que no nos hace avanzar un solo paso. El hecho de que todos los partidos burgueses, desde el fascismo hasta la socialdemocracia, ponen la defensa de la dominación burguesa por encima de sus diferencias programáticas, no elimina estas diferencias, ni el hecho de que luchan entre sí, ni nuestra obligación de aprovechar esta lucha.
La socialdemocracia austriaca está más ligada a la clase obrera que cualquier otro partido de la Segunda Internacional. Éste solo hecho determina que el desarrollo de la crisis revolucionaria en ese país implique una serie de profundas crisis internas en el Partido Socialdemócrata. Aunque allí la diferenciación se haya demorado, no es imposible que de una ruptura del Partido oficial surja un partido «independiente» que pase a ser de inmediato, como sucedió en Alemania, una posible base de masas para el Partido Comunista[280]. No es indefectible que se dé esta variante, pero sí muy posible dadas las circunstancias. La perspectiva de una posible ruptura de la socialdemocracia ante el impacto directo de una crisis revolucionaria no implica que los comunistas deban adoptar una actitud más moderada hacia los futuros o potenciales «independientes». No hace falta demostrar la necesidad de denunciar implacablemente a los «izquierdistas» tipo Max Adler[281], o de modelos más recientes. Pero sería desastroso no prever que en el curso de la lucha contra el fascismo es inevitable el acercamiento entre el Partido Comunista y las masas de obreros socialdemócratas, que todavía se sienten y se consideran socialdemócratas. El Partido Comunista tiene la obligación directa de criticar ante este público el carácter burgués de la socialdemocracia, de demostrarles a estos obreros que la política socialdemócrata es la política de la capitulación ante el fascismo. Cuanto más severa sea la crisis, más oportunidades tendrán las masas de confirmar la critica comunista con su experiencia. Pero poner a la socialdemocracia en un mismo plano con el fascismo, cuando los obreros socialdemócratas lo odian mortalmente y los dirigentes lo temen en igual medida, implica entrar en contradicción con las relaciones políticas reales, hacer que las masas desconfíen del comunismo y fortalecer los lazos que las unen con sus dirigentes.
No es difícil prever que la igualación de la socialdemocracia con el fascismo crea un nuevo peligro, el de la idealización de la socialdemocracia de izquierda en el momento en que ésta se enfrente más seriamente con el fascismo. Ya lo demostró la experiencia histórica. Hay que recordar que la asimilación de la socialdemocracia con el fascismo, proclamada por primera vez en el desgraciado Quinto Congreso de la Internacional, tuvo su antítesis inevitable en la capitulación ante Purcell, Pilsudski, Chiang Kai-shek, Radich[282] y La Follette, lo que está muy de acuerdo con las leyes de la política. Quien pone en el mismo plano a la extrema izquierda de la sociedad burguesa con su extrema derecha, al austro-marxismo con el fascismo, sienta inevitablemente las bases de la capitulación del Partido Comunista ante la socialdemocracia de izquierda en el momento más crítico[283].
Esta cuestión está estrechamente ligada con las consignas a largo plazo que desde hace tiempo levanta la clase obrera austriaca: soviets de diputados obreros y dictadura del proletariado. En un sentido general, ambas están muy relacionadas. Sólo se concibe la formación de soviets en una situación revolucionaria, con un turbulento movimiento de masas en el que el Partido Comunista juega un papel cada vez más importante, condiciones éstas que preceden o acompañan la conquista del poder por el proletariado.
Pero en Austria, más que en cualquier otro país, existe la posibilidad no sólo de que la consigna de soviets pueda no coincidir con la dictadura del proletariado, sino incluso de que se contrapongan, es decir, que los soviets lleguen a transformarse en un bastión contra la dictadura del proletariado. Es importante comprenderlo y preverlo porque los epígonos (Zinoviev, Stalin y otros) hicieron de la consigna de soviets un fetiche vulgar, sustituyendo su contenido de clase por una forma organizativa.
No en esta etapa de la lucha pero si en la próxima, cabe la posibilidad de que la socialdemocracia austriaca se vea obligada a dirigir una huelga general (como lo hizo en 1926 el Consejo General del Congreso Sindical Británico) e incluso a aceptar la formación de soviets para asegurarse la dirección. Naturalmente, esto produciría en el partido una crisis de mayor o menor envergadura. Friedrich Adler[284] y los otros tendrían que retirarse. Max Adler, o algún otro todavía más «izquierdista», argumentaría nuevamente que los soviets más la democracia pueden producir algún tipo combinado de estado, lo que nos ahorra la necesidad de tomar el poder e implantar la dictadura. Esta etapa de la lucha entre la socialdemocracia y el fascismo tomaría desprevenidos tanto a los obreros socialdemócratas como a los comunistas, que se acostumbraron a escuchar todos los días que la socialdemocracia y el fascismo son gemelos. Pero esta etapa sólo representaría un sistema de traición más complejo y combinado de los intereses del proletariado por la socialdemocracia, pues bajo la dirección de los austro-marxistas los soviets no serían las organizaciones de la lucha proletaria por el poder, sino un instrumento para impedir que el proletariado intente apoderarse del estado.
En Alemania ya no es posible que se dé esa situación, por lo menos con una base de apoyo importante, porque el Partido Comunista es también muy fuerte. Pero en Austria las cosas son diferentes. Si los acontecimientos se desarrollan rápidamente, se podría llegar al punto culminante mucho antes de que el Partido Comunista supere su aislamiento y debilidad. Los soviets en manos de los austro-marxistas podrían servirles de mecanismo para lograr una vez más que el proletariado deje pasar la situación revolucionaria, salvando así nuevamente a la sociedad burguesa, con la inevitable consecuencia del ascenso del fascismo. Sobra decir que en ese caso la bota fascista aplastaría a la propia socialdemocracia. En política la gratitud no existe.
En este momento, en Austria las consignas de soviets y dictadura del proletariado son sólo propagandísticas. No porque esté muy lejana la situación revolucionaria sino porque allí el régimen burgués todavía cuenta con un vasto sistema de válvulas y frenos de seguridad constituido por la socialdemocracia. Contra las prédicas de los bravucones y charlatanes, la tarea actual del Partido Comunista austriaco no es «armar» (¿con qué?) a las masas (¿cuáles?) y conducirlas al «conflicto final», sino «explicar pacientemente» (como dijo Lenin… ¡en abril de 1917!). Ese trabajo rendirá frutos rápidos y poderosos en la medida en que el propio Partido Comunista entienda qué está pasando.
Lo primero, entonces, es dejar de lado esa fórmula insensata, tan llena de bravatas como vacía de contenido, que iguala a la socialdemocracia con el fascismo.
Hay que recordarles a los comunistas austriacos la experiencia de 1918-1919 y el papel que jugaron los socialdemócratas en el sistema de consejos obreros.
Hay que oponer al «desarme interno» el llamado al armamento de los obreros. Esta consigna es ahora mucho más inmediata e importante que las de soviets y dictadura del proletariado. Los obreros no comprenderán la afirmación de que Bauer es un fascista. Pero sí pueden comprender muy bien, porque tiene que ver con su experiencia política, que Bauer quiere desarmar a los obreros de una vez por todas para entregarlos a los fascistas.
No es posible suponer que se superará la debilidad gritando frases radicales. Basta de tratar de adecuar el proceso real a las fórmulas esquemáticas y baratas de Stalin y Molotov. Hay que tener claro que ellos no entienden nada. El primer paso para el resurgimiento del partido es la readmisión de la Oposición de Izquierda. Pero es evidente que en Austria, como en todos los demás lugares, hacen falta unas cuantas lecciones más de historia antes de que el partido encuentre el camino correcto. Preparar el camino para este cambio es tarea de la Oposición. Por débil que sea numéricamente la Oposición en comparación con el Partido Comunista, su función es la misma: hacer propaganda y explicar pacientemente. Tenemos la esperanza de que la Oposición comunista austriaca pueda sacar próximamente una publicación regular —un periódico semanal, si es posible— para hacer propaganda de acuerdo a las exigencias de los acontecimientos.
Crear esa publicación demandará grandes esfuerzos. Pero es una tarea impostergable, por eso hay que cumplirla[285].