Prólogo a mis peripecias en España[157]
Junio de 1929
Este libro es fruto de la casualidad. A fines de 1916 yo no había planeado viajar a España, y menos aún hacer un estudio del interior de la cárcel «modelo» de Madrid. El nombre Cádiz sonaba en mis oídos casi como algo exótico. Mi imaginación lo asociaba a los árabes, al mar y a las palmeras. Hasta el otoño de 1916 jamás me había preguntado si la bella ciudad sureña de Cádiz contaría con una fuerza policial. No obstante, debí pasar algunas semanas bajo su custodia. Toda esta experiencia fue para mi fortuita, a veces me parecía estar viviendo un agradable sueño. Pero no fue una fantasía ni un sueño. Los sueños no suelen dejar huellas digitales. A pesar de eso las huellas de todos mis dedos están en la oficina de la cárcel modelo de Madrid. Ningún filósofo podría dar mejor prueba de la veracidad de lo ocurrido.
En la cárcel de Madrid, en el tren, en el hotel de Cádiz, anoté mis impresiones sin ningún propósito ulterior en mente. Mis cuadernos de apuntes hicieron conmigo la travesía del Atlántico; permanecieron en mi equipaje las semanas que gocé de la hospitalidad del rey de Inglaterra, en el campo de concentración en Canadá, y volvieron a atravesar conmigo el océano y la Península Escandinava hasta llegar a Petrogrado. En medio del torbellino de los acontecimientos de la revolución y la Guerra Civil, olvidé su existencia. En 1925, en una conversación con mi amigo Voronski, mencioné al pasar mis impresiones y mis notas de España. En aquella época Voronski editaba la mejor revista literaria mensual de la república soviética, y con su talento de periodista nato aprovechó inmediatamente de mi indiscreción para arrancarme la promesa solemne de buscar mis cuadernos para que él los copiara y ordenara de alguna manera. Así nació este libro. Otro amigo, Andrés Nin[158], resolvió traducirlo al español. Yo tenía grandes dudas de que valiera la pena hacerlo, pero Nin insistió mucho. Él es el principal responsable de la aparición de este libro en español.
Mi conocimiento del idioma español era muy elemental: el gobierno español no me dejó aprender mejor la lengua de Cervantes. Basta esta circunstancia para explicar el carácter superficial y simplista de mis observaciones. Sería inútil buscar en este libro un cuadro más o menos completo de las costumbres o de la vida política y cultural de España, lo que demuestra que su autor no abriga ninguna pretensión. No viví en España como investigador, ni como observador, ni siquiera como turista en libertad. Ingresé en el país expulsado de Francia y viví en él alojado en la cárcel de Madrid y sometido a vigilancia en Cádiz, mientras esperaba una nueva expulsión. Estas circunstancias restringieron el radio de mis observaciones y al mismo tiempo condicionaron de antemano mi reacción ante los aspectos de la vida española con los que entré en contacto. Sin una buena pizca de sal irónica, el libro de mis peripecias en España constituiría, inclusive para mí, un plato imposible de digerir. Su tono general expresa, con toda espontaneidad, mis sentimientos en el viaje desde Irún hasta Cádiz, pasando por San Sebastián y Madrid, y luego desde Cádiz nuevamente a Madrid y Barcelona, hasta abandonar la costa de Europa y desembarcar del otro lado del Atlántico.
Pero si este libro suscita el interés del lector español y lo induce a penetrar en la psicología de la Revolución Rusa, no tendré ocasión de lamentar que mi amigo Nin se haya tomado el trabajo de traducir estas páginas sencillas y carentes de toda pretensión.