Un crujido en el aparato[464]

Una divulgación popular de derecha e izquierda

13 de abril de 1930

En el Pravda del 30 de marzo hay un artículo de Iaroslavski titulado De izquierda a derecha. El artículo se ocupa del «pasaje» de la Oposición de Izquierda… al bando de la socialdemocracia. ¿Cómo es posible que personas encarceladas y exiliadas desde hace dos años por sus actividades «contrarrevolucionarias», e incluso por «preparar una lucha armada contra el gobierno soviético» (el motivo oficial por el que se exilió a Trotsky), estos «contrarrevolucionarios» de viejo cuño, tan sólo ahora empiecen a «pasar» al bando de la socialdemocracia? Misterio. Pero lo que sí queda claro es que Iaroslavski todavía tiene que empeñarse en la tarea de encontrarle una explicación «científica» al Artículo 58 del Código Penal, que sirve de fundamento para perseguir a la Oposición. La búsqueda de esa explicación se volvió sumamente ruidosa, porque hay un crujido en el aparato y es menester ahogar ese ruido.

No es casual que hayan lanzado a Iaroslavski contra la Oposición, a pesar de que en el partido hay personas más ilustradas y más sabias que él. Pero en la actualidad los más ilustrados, los más sabios, los más conscientes, no quieren convertirse en pregoneros de Iaroslavski, aunque no pueden —en parte no se atreven a hacerlo— decir de viva voz lo que piensan; o sino, están simplemente confundidos. Los Iaroslavski no están confundidos, porque nada hay en ellos que se pueda confundir. Por eso Iaroslavski asume la defensa de la política stalinista frente a la Oposición y nos da, de paso, un ejemplo notable de las inmundicias con que se alimenta al partido en la actualidad.

Si por esta vez hacemos una excepción y respondemos al artículo de Iaroslavski se debe a que, a pesar de su insignificancia, es sintomático y muestra muy bien en qué lugar —para usar una expresión alemana— le aprieta el zapato a Stalin.

El ritmo de la industrialización

Hace varios meses escribimos a los camaradas de la URSS que se multiplican los síntomas de un ritmo excesivo de industrialización. Iaroslavski cita nuestro Biulleten y escribe que esta evaluación «no difiere en nada, en absoluto, de lo que escriben los mencheviques». ¡En absoluto y en nada!

A Iaroslavski jamás se le ocurre que la cuestión de si los ritmos son correctos o incorrectos, realistas o no, es independiente de lo que digan los mencheviques, y que se resuelve en relación con factores materiales y organizativos, no con citas extraídas de periódicos, menos aún cuando las mismas están tergiversadas.

En el período en que en la Oposición luchábamos por imponer ritmos de industrialización más elevados (1923-1929), la prensa burguesa de todo el mundo, junto con la socialdemocracia, se unió al coro stalinista que nos tachaba de «románticos», «fanáticos» y «superindustrializadores».

En 1923-1925 demostramos que, a pesar de haberse agotado todos los medios de producción existentes antes de la Revolución, la industria soviética podía crecer a un ritmo del veinte por ciento anual. Basamos esta afirmación en consideraciones de tipo económico que no repetiremos aquí (véase ¿Adónde va Rusia: hacia el capitalismo o hacia el socialismo?). Un año más tarde, en los sanctasanctórum del Gosplan [Comisión Estatal de Planeamiento] se elaboró un plan quinquenal. Según ese plan el desarrollo de la industria avanzaría a velocidad decreciente, del nueve al cuatro por ciento anual. La Oposición atacó implacablemente ese plan. Se nos acusó de «demagogia». Un año después el Buró Político aprobó un nuevo plan quinquenal con una tasa de crecimiento anual del nueve por ciento. El Decimoquinto Congreso del partido aprobó esa cifra y acusó a la Oposición de «incredulidad» y «escepticismo». Ello no le impidió a la Oposición repudiar sin ambages el nuevo plan quinquenal. Un año y medio más tarde, el Gosplan elaboró un tercer plan quinquenal con un ritmo de incremento anual del veintinueve por ciento. El crecimiento coincidía —mucho más de lo que se podía esperar— con el pronóstico hipotético que lanzó la Oposición en 1925, y refutó totalmente las ruidosas acusaciones de romanticismo industrial y demagogia. Tal es la breve prehistoria del asunto.

El incremento real de la industrialización en el primer año del plan quinquenal (1928-1929) superó al plan en un diez por ciento. Basándose en ese éxito, la dirección resolvió inmediatamente cumplir el plan quinquenal en cuatro años. En contra de esa política, la Oposición inmediatamente hizo oír su voz de alerta, esta vez desde la «derecha». ¿Qué sosteníamos?

1. Es imposible que el proyecto de plan quinquenal no contenga desproporciones. Las mismas se irán acumulando a medida que se lo vaya cumpliendo y podrían producir manifestaciones graves —si no en el primer año, en el segundo o en el tercero— que detendrían el crecimiento. Antes de imprimirle a la industria un ritmo mayor, debemos —hablando en términos militares— examinar cuidadosamente los contrafuertes o empalmes en los que confluyen todas las ramas de la industria.

2. La notable disminución de la calidad de los productos, que ya es sumamente baja, constituye un gran peligro no sólo para el consumidor sino también para la industria, porque ésta es el principal consumidor de productos. La baja calidad redundara inevitablemente en una drástica disminución de la cantidad de productos.

3. No se debe separar el problema de los ritmos de desarrollo industrial del de los niveles de vida de las masas trabajadoras, porque el proletariado constituye la principal fuerza productiva, y sólo el alza correspondiente de su nivel material y cultura] puede garantizar un elevado ritmo de industrialización para el futuro. Otorgamos a esta cuestión una enorme importancia.

Éstos son los tres factores principales que llevaron a la Oposición a levantar su voz de alerta contra el alza irresponsable de los ritmos que vino a remplazar el retraso económico del periodo anterior. Si en 1923-1928 el Buró Político del partido, sin comprender las inmensas posibilidades inherentes a la industria nacionalizada y la producción con métodos planificados, estaba dispuesto a aceptar un ritmo de crecimiento del cuatro o el nueve por ciento, ahora, al no tener en cuenta las limitaciones materiales de la industrialización, salta irresponsablemente del veinte al treinta por ciento tratando en forma aventurera de transformar cada conquista parcial y temporal en norma absoluta, y desconociendo totalmente la dependencia mutua de las distintas fases del proceso industrial.

Cuando exigimos que se abandonen los esfuerzos tendientes a lograr un aumento de la cantidad formal, y que se busque mejorar la calidad real, ¿significa que llamamos a retroceder desde las conquistas logradas? Cuando exigimos que se utilice parte del producto acumulado para satisfacer las necesidades inmediatas de los trabajadores, ¿significa que ponemos en peligro la industrialización? Cuando exigimos que, antes de transformar la tasa del crecimiento anual del treinta por ciento en una ley de hierro, estudiemos la interrelación entre las distintas ramas de la industria y la economía nacional en su conjunto desde el punto de vista de la productividad del trabajo y los costos de producción, ¿significa que queremos retroceder a las posiciones que Stalin sustentaba ayer?

Si el problema admite una solución tan sencilla, ¿para qué detenernos en el treinta por ciento? El cincuenta por ciento es más. Quien no desea «retroceder» debe enarbolar, por lo menos, la bandera del setenta y cinco por ciento. ¿Acaso el treinta por ciento está destinado a convertirse en norma? ¿Destinado por quién? ¿Cómo? Los infelices dirigentes llegaron a esta norma al chocar ciegamente con ella en las primeras etapas del cumplimiento del plan del veinte por ciento, al que ellos mismos habían combatido con uñas y dientes durante varios años. Ahora parece que sólo el treinta por ciento es leninista. El que les diga a los atemorizados oportunistas que no pierdan la cabeza, que no lleven a la industria a una severa crisis, vean ustedes, «no difiere en absoluto y en nada de los social-demócratas». ¡En absoluto, en nada!

¡Qué gente bromista!

Colectivización

El asunto se agrava más aún, si cabe, en relación a la política agraria. Durante algunos años el Buró Político construyó su política agraria sobre la idolatría al poderoso campesino medio y la economía campesina individual en general. Al kulak lo ignoraron o lo declararon insignificante, hasta que acaparó el cuarenta por ciento de los granos comerciables y para colmo se transformó en la dirección del campesinado medio. El kulak creó sus propios vínculos y canales económicos y se negó a entregar el grano a la industria gubernamental. Después de esto (para ser exactos, después del 15 de febrero de 1928), la dirección, tardíamente sorprendida y asustada, cayó sobre el kulak con una lluvia de medidas administrativas que inmediatamente atascaron la circulación de mercancías campesinas, prácticamente liquidaron la NEP y arrojaron al campesino medio a un callejón sin salida.

Cuando decimos que este callejón sin salida fue el punto de partida para el nuevo capitulo de la colectivización no descubrimos ni inventamos nada nuevo. Nos limitamos a repetir lo que la prensa oficial soviética afirmó en repetidas ocasiones. Cuando Iaroslavski llora porque «a ni un solo reaccionario se le ha ocurrido una explicación tan abominable», demuestra simplemente que, absorbido en la lectura de la correspondencia de la Oposición, el pobre hombre no lee los artículos económicos de la prensa soviética. Iaroslavski se agita sobremanera cuando afirmamos que los campesinos medios vienen oscilando entre la colectivización total y la guerra civil. Tacha esta afirmación de «traición total». (El vocabulario de éste espía no es muy rico). Pero toda la prensa soviética está llena de informes de que los campesinos, es decir los campesinos medios, destruyen y venden su ganado y sus aperos con una rapacidad feroz. Todos los dirigentes califican esta situación como «amenazante». Los diarios la atribuyen a la influencia del kulak. Pero aquí no se puede hablar de influencia «ideológica», sino sólo de vínculos económicos entre el kulak y el campesino medio, de cierto grado de interdependencia que atraviesa al conjunto de la economía campesina de mercado, de la economía mercancía-dinero del campesinado. La venta mayorista de ganado como fenómeno de masas no es más que una forma de guerra civil discreta, saboteadora. Por otra parte, la tendencia a ingresar a las granjas colectivas también reviste un carácter masivo. ¿No es indudable que el carácter dual del campesino medio, que combina en su persona al trabajador con el mercader, alcanzó en esta etapa su expresión más contradictoria? El campesino medio oscila entre la colectivización y la guerra civil, y en cierta medida combina ambos fenómenos. Allí reside la gravedad de la situación y sus peligros. Se decuplicará si no lo comprendemos oportunamente.

En la época en que las tres cuartas partes del Buró Político y el noventa por ciento del aparato gubernamental se orientaban hacia el «poderoso campesino» —el kulak—, la Oposición exigía que se tomaran medidas enérgicas en favor de la colectivización agraria. Recordemos que el programa de la Oposición formulaba esas exigencias de la siguiente manera:

Al incremento de la propiedad privada en el campo se debe contraponer un desarrollo más rápido de la propiedad colectiva agraria. Es necesario subsidiar de manera sistemática y año tras año los esfuerzos que hacen los campesinos pobres por organizarse en granjas colectivas [La verdadera situación en Rusia, p. 68].[465]

Y más abajo:

Se debería destinar sumas de dinero mucho mayores para la creación de granjas colectivas y estatales. Habría que otorgar las máximas concesiones a las granjas colectivas recientemente organizadas y a otras formas de colectivización. Las personas privadas de derechos electorales no pueden ser miembros de propiedades colectivas. Todo el trabajo de las cooperativas tendría que estar imbuido de la conciencia del problema de transformar la producción en pequeña escala en producción colectiva a gran escala. Se debe emplear una enérgica política clasista para la provisión de maquinarias y librar una lucha especial dirigida contra las empresas fraudulentas de maquinarias [ibíd, p. 71].

No establecimos a priori un ritmo de colectivización porque para nosotros ésta era (y sigue siendo) una magnitud derivada del ritmo de industrialización y de una serie de factores económicos y culturales adicionales.

Dos años después el plan del Buró Político esbozó la colectivización de la quinta parte del campesinado en el curso del plan quinquenal. Suponemos que Krzhizhanovski no soñó con esta cifra, sino que la elaboró en base a consideraciones de índole técnica y económica. ¿Fue así, o no? Sin embargo, en el transcurso de los primeros dieciocho meses se colectivizó a las tres quintas partes del campesinado. Aun en el caso de que una colectivización de tanto alcance fuera una gran conquista del socialismo, debemos afirmar que la bancarrota total de la dirección es un hecho, porque la economía planificada supone que la dirección prevé en cierta medida el curso de los procesos económicos fundamentales.

Pero no hay ni rastros de ello. Bujarin, el nuevo, el reconstituido, el totalmente colectivizado e industrializado Bujarin, reconoce en Pravda que la nueva etapa de la colectivización fue fruto de medidas administrativas tomadas en la lucha por el pan y que la dirección no previó esta etapa «con todos sus fenómenos concretos». No está mal dicho. Los errores de ritmo contenidos en la planificación suman el mil por ciento. ¿Y en qué terreno? No en el de la producción de dedales, sino en el de la transformación socialista de toda la agricultura. Es claro que ni Stalin ni Iaroslavski previeron algunos de estos «fenómenos concretos». Aquí Bujarin da en el clavo.

Como se sabe, nosotros jamás atribuimos a la dirección actual un exceso de perspicacia clarividente. Pero nunca habría podido cometer tamaño error si la colectivización se hubiera encarado luego de convencer a los campesinos, en base a la experiencia, de las ventajas de la economía colectiva a gran escala sobre la individual.

Desde luego, ni por un instante cuestionamos el carácter profundamente progresivo y creador de la colectivización. Estamos dispuestos a suponer condicionalmente que su alcance corresponde aproximadamente con el del plan quinquenal. Pero ¿de dónde salió el éxito adicional del mil por ciento? ¡Hay que explicarlo! Supongamos que en el transcurso de los últimos doce años el trabajo de las granjas colectivas cosechó éxitos tan grandes que pudo convencer al conjunto del campesinado de que la colectivización general es ventajosa y además factible. Esta convicción, claro está, sólo podrían impartirla las granjas colectivas que dispusieran de tractores y otras maquinarias. Es de suponer que la abrumadora mayoría de los campesinos medios reconoce hoy en día las ventajas de trabajar la tierra con tractores. Pero la «tractorización» total no es una consecuencia de ello, porque lo que se necesita no es la convicción de las ventajas del tractor, sino el propio tractor. ¿Expusieron las autoridades ante los campesinos la verdadera situación referente a las posibilidades técnicas disponibles? ¡No! En lugar de poner coto a una colectivización hija del pánico, la fomentaron con sus presiones enloquecidas. Es cierto que ahora, para defender el error del ritmo de mil por ciento, se ha creado una nueva teoría que le otorga al problema de los recursos técnicos el décimo lugar en importancia y sostiene que la agricultura socialista («de tipo manufacturero») se puede construir en base a un catecismo, independientemente de los medios de producción. Por nuestra parte, estamos resueltos a rechazar esta teoría mística. No creemos en esa concepción del socialismo. Además, declaramos una guerra implacable contra esta mitología, porque la desilusión inexorable de los campesinos amenaza con generar una seria reacción contra el socialismo en general, reacción que bien podría extenderse a importantes sectores obreros. Stalin no previó la inevitabilidad de su última retirada en vísperas de la misma, así como tampoco previó la colectivización total seis meses antes, cuando se ocupaba de banales «teorías» acerca de lo inoportuno que resulta un régimen socialista para las aves de corral de los campesinos. Los últimos cables informan que Stalin logró marchar una buena distancia… no hacia adelante (¡oh sabio Iaroslavski!) sino hacia atrás: de la colectivización del sesenta por ciento de la propiedad a la del cuarenta por ciento. No tenemos la menor duda de que deberá seguir retrocediendo hasta un porcentaje bastante menor, siempre a la zaga del proceso real. Al preverlo hace varios meses —en el periodo más álgido de la campaña de colectivización—, advertimos contra las consecuencias del aventurerismo burocrático. Si el partido hubiera leído nuestras advertencias tal como las formulamos, no como las distorsiona tardíamente Iaroslavski, se habrían evitado o por lo menos atenuado muchos errores.

Nuestra consigna de colaboración con la Unión Soviética

La crisis inminente de la economía soviética coincide con la crisis creciente del capitalismo mundial. En última instancia, esta coincidencia obedece a razones compartidas. El capitalismo mundial se sobrevivió a sí mismo, pero el sepulturero todavía no está preparado para su tarea. La crisis de la economía soviética, haciendo abstracción de los errores de la dirección, es una consecuencia económica del aislamiento de la URSS, es decir, del hecho de que el proletariado mundial todavía no ha liquidado el capitalismo. El problema de la revolución proletaria es el problema de la organización de la economía socialista a escala mundial. Para Europa, cuyo capitalismo pasó el punto de maduración y está en descomposición, la revolución proletaria significa antes que nada la unificación económica del continente.

La única manera en que podemos y debemos preparar a los obreros europeos para la conquista del poder es demostrándoles las ventajas incalculables que tiene una organización correctamente planificada de la economía socialista, primero a nivel paneuropeo y luego a nivel mundial. La consigna de los estados unidos soviéticos de Europa, hoy más imperiosa que nunca, es, empero, deficiente en su forma política abstracta. Es necesario darle a esta consigna un contenido económico concreto. La experiencia económica de la Unión Soviética basta para crear una variante ejemplarizadora del plan basada en la colaboración económica entre la URSS y los países industriales de Europa. En la última instancia histórica, la URSS no tiene otra forma de superar sus crecientes contradicciones internas. Tampoco Europa tiene otra salida a la crisis (desocupación, el creciente dominio de Norteamérica, la perspectiva de nuevas guerras). El problema de la colaboración sólo será resuelto en toda su envergadura mediante una revolución proletaria y la creación de los estados unidos soviéticos de Europa que, por intermedio de la Unión Soviética, se vincularan también al Asia liberada.

Hay que dirigir a los obreros europeos con esta perspectiva. Es necesario presentarles un plan claro y amplio de colaboración económica basado en los coeficientes de crecimiento excepcionalmente elevados que un país tan aislado y atrasado como Rusia fue capaz de lograr. Ésta es la incalculable importancia revolucionaria de la consigna de colaboración económica con la URSS siempre que se levante correctamente, es decir, de manera revolucionaria.

En las circunstancias imperantes esta consigna es, sobre todo, una de las armas más valiosas para movilizar a los desocupados y a todos los trabajadores contra la desocupación. No se trata solamente del posible envío de mercancías a la Unión Soviética, por importante que sea este aspecto. Se trata de salir del impasse histórico, de crear posibilidades económicas enteramente nuevas, de una economía europea unificada. Teniendo en sus manos ese plan «supranacional» concreto basado en nuestra experiencia, el obrero comunista puede y debe acercarse al obrero socialdemócrata. Éste es, en las circunstancias creadas por la crisis, el enfoque más importante de la reconstrucción socialista de Europa. Con una aplicación acertada de la política del frente único, la consigna de colaboración con la URSS y de transformación de Europa puede convertirse en la cuña que separará a grandes sectores de obreros socialdemócratas de sus dirigentes actuales.

Pero para ello debemos, en primer lugar, liquidar, rechazar y repudiar la teoría del socialismo en un solo país. Tenemos que explicar claramente al proletariado mundial que los rusos no están construyendo un hogar socialista para ellos solos y que esa estructura es, en general, imposible de construir a escala nacional. Están construyendo un muro del hogar socialista europeo y mundial. Cuanto más avancen, más difícil les resultará construir esta pared porque la misma podría derrumbarse si no se construyen otras oportunamente. No se puede siquiera hablar de techar el muro nacional. Debemos iniciar un trabajo simultaneo en otros países según un plan común. El gobierno de la Unión Soviética debe elaborar este plan, o al menos sus lineamientos fundamentales, para el impetuoso crecimiento material y espiritual de los pueblos de Europa y el mundo entero.

Ése es el significado amplio de la consigna de colaboración económica con la Unión Soviética, dadas las circunstancias históricas imperantes. Pero esa política requiere una revisión drástica de la teoría y práctica de la dirección soviética. Los Iaroslavskis son muy poco aptos para esa política.

¿Desde la derecha o desde la izquierda?

Como era de prever, Iaroslavski ahora «atestigua» que la Oposición de Izquierda se pasó a la derecha. Cuando nos pronunciábamos contra la tasa de desarrollo industrial del cuatro por ciento y a favor de la del veinte por ciento, éramos «ultraizquierdistas». Ahora que prevenimos contra el salto por encima del treinta por ciento, el empeoramiento de la calidad de la producción y las exigencias desmedidas a la fuerza de trabajo, somos «derechistas».

Cuando nos opusimos a la política termidoriana de confiar en el poderoso campesino medio y exigimos que se aplicara una política de colectivización, nos denunciaron por «ultraizquierdistas». Ahora que, propagandizamos el ateísmo, nos pronunciamos en contra del mito de la inmaculada concepción del socialismo, somos «derechistas».

Desde que los pies de Molotov se convirtieron en la norma de medida de todas las cosas, los problemas se resuelven con gran facilidad.

Todos los mencheviques, cacarea Iaroslavski, se pronunciaron en contra de los ritmos de industrialización y colectivización actuales. Queda claro, entonces, que la Oposición comparte la posición menchevique. Iaroslavski busca asustar a alguien. ¿A nosotros? No; trata de intimidar a su propia gente… porque escucha el chirrido del aparato.

El menchevismo aboga por el retorno de la URSS al capitalismo, coronado, para satisfacción menchevique, por la democracia burguesa. Digamos de paso que los mencheviques apoyaron el plan industrial stalinista de ayer contra el programa de la Oposición, pues venían en el primero elementos de «realismo» económico y tachaban al segundo de «romántico». Éste es un hecho histórico. Es de por sí evidente que ahora los mencheviques también están a favor de la reducción del ritmo de industrialización. ¿Significa esto que, desde el punto de vista marxista, los ritmos de industrialización en general no tienen límites?

Es notable que en el mismo artículo Iaroslavski hable con gran satisfacción del viejo social-revolucionario Minor, que en un discurso pronunciado en algún mitin en París habló a favor de la colectivización en la URSS. Desde el punto de vista personal, es una declaración que honra a Minor, porque demuestra que tiene una conciencia socialista y trata de comprender qué está ocurriendo Sin caer en los prejuicios maliciosos de un pequeño burgués ofendido. Pero desde el punto de vista político, no debe olvidarse por un sólo instante que Minor es uno de los más viejos narodnikis[466] y, en virtud de todo su pasado, el más impermeabilizado contra las ideas marxistas. ¿Cuántas veces polemizaron violentamente los marxistas con los populistas utópicos y su concepción de la construcción del socialismo basado en el arado primitivo y la comuna campesina? El socialismo agrario tenía la marca del aventurerismo en los social-revolucionarios de izquierda y un carácter burocrático en los social-revolucionarios de derecha. Los elementos aventureristas y burocráticos se unen en la política stalinista. No es de extrañar que Minor encontrara en el nuevo stalinismo algunos elementos de su viejo pasado.

Una manera de definir el bolchevismo es que su práctica constituyó la síntesis más notable de reforma y revolución. Al principio la socialdemocracia estaba a favor de la reforma y en contra de la revolución; ahora se opone incluso a la reforma por temor a la revolución. La socialdemocracia siempre estuvo en contra de la revolución. ¿Significa eso que el negar que exista una situación revolucionaria en un momento dado es menchevismo?

Los mencheviques se opusieron a la Revolución de Octubre, junto con Zinoviev, Kamenev, Rikov, Miliutin[467] y otros. Los mencheviques (junto con Stalin) se opusieron a la ofensiva revolucionaria en Alemania en 1923. Los mencheviques se opusieron a la ruptura con el Kuomintang y la construcción de soviets en China en 1925-1927, apoyando abiertamente a Stalin contra nuestras posiciones. Cuando exigimos que se declarara la guerra contra el Consejo General del Congreso Sindical en el conflicto del carbón británico en 1926, los mencheviques, junto con Stalin, tacharon la propuesta de «aventura».

También se opusieron a la insurrección de Estonia de 1924, a la aventura terrorista de Bulgaria, a la insurrección de Cantón de 1927. ¿Significa eso que debemos apoyar u organizar insurrecciones aventureras?

En nuestro trabajo sobre el «tercer periodo» demostramos con estadísticas y hechos que Molotov y Cía. revelan una irresponsabilidad criminal al declarar que Francia se encuentra en el umbral de la revolución. Es posible que los reformistas y capitalistas traten de consolarse con nuestras estadísticas. ¿Significa eso que debemos ignorar las estadísticas y los hechos? ¿Que debemos apagar la linterna? ¿Deambular en la oscuridad?

En base a esta síntesis breve e incompleta vemos que, en todos los momentos críticos en el transcurso de los últimos trece años, los mencheviques, junto con los epígonos, negaban la existencia de una situación revolucionaria siempre que ésta se producía. En todas esas instancias estuvieron contra nosotros. En cambio, la posición de los mencheviques casualmente «coincidió» con la nuestra, de manera episódica y puramente formal, cada vez que repudiaban la insurrección en sí, a la vez que nosotros negábamos que existieran las condiciones para el triunfo de una insurrección. Lo mismo ocurre ahora con el ritmo de industrialización y colectivización.

Seguidismo o aventurerismo

A algunos camaradas les perturba que denunciemos la política actual del stalinismo como aventurerismo ultraizquierdista Uno de nuestros amigos demuestra que, desde el punto de vista de la dirección, la «colectivización total» no tiene un carácter aventurero sino puramente «seguidista». Aquí no hay ninguna contradicción. El «seguidismo» desemboca siempre e inexorablemente en el aventurerismo ultraizquierdista, indirecta o directamente. La regeneración del bolchevismo entraña inexorablemente la descomposición química de los elementos de oportunismo y «revolucionarismo» hueco.

No debe olvidarse que puede haber dos tipos de aventurerismo. Uno expresa la impaciencia revolucionaria de la vanguardia y desemboca en avances excesivamente precipitados; el otro expresa la desesperación política de la retaguardia que se queda atrás. Es indudable que ciertos bolcheviques aportaron a las manifestaciones de abril y julio de 1917 algunos elementos de aventurerismo. La misma tendencia, pero con una expresión mucho más grave y con consecuencias mucho peores, se puede observar en la insurrección de los espartaquistas de 1919[468], cuando trataron de saltar la etapa de la Asamblea Constituyente. En cambio, la táctica de la dirección alemana en las Jornadas de Marzo de 1921 fue el intento de lanzar una insurrección cuando la oleada estaba en reflujo. La táctica de la dirección ultraizquierdista alemana en 1924 fue el complemento aventurero del seguidismo de 1923[469]. La insurrección de Cantón de 1927 fue la transformación aventurerista del oportunismo de 1925-1927, y constituye junto con ella un ejemplo clásico de la desesperación de la retaguardia.

El movimiento de los campesinos hacia las tierras colectivas, fruto de una combinación de medidas económicas y administrativas, se convirtió en una fuerza irresistible. La política de la burocracia era en el fondo un modelo de seguidismo. Pero la burocracia no sólo proclamó que esta política constituía su mayor conquista —«¡Ya que vamos a pasear, hagámoslo en serio!», gritó el loro cuando el gato lo arrastraba por el rabo— sino que aplicó una tremenda presión sobre el campesinado levantando la bandera de la liquidación de las clases. El seguidismo se transformó directamente en aventurerismo.

¿Puede llamarse ultraizquierdismo a este aventurerismo, y decir que nosotros, los de la Oposición, lo atacaremos desde la derecha? Desde el punto de vista estratégico carecería, por supuesto, de sentido, porque la oscilación táctica de Stalin Socava la estrategia revolucionaría de la clase. No obstante, tácticamente, este zigzag de los stalinistas no es hacia la derecha sino hacia la ultraizquierda: no se lo puede llamar de otra manera.

Cuando elaborábamos las tácticas y la estrategia en el Tercer Congreso de la Comintern, rechazamos el aventurerismo ultraizquierdista de Zinoviev, Bela Kun, Maslow[470] y demás. Lenín no tuvo temor de afirmar que esta vez los criticaba desde la derecha. Esto confundió a algunos amigos. El fetichismo de las palabras es un mal desagradable.

El curso derechista como línea estratégica significa confiar en el campesino capitalista de la aldea: capitalismo en cuotas. En los Primeros años Stalin avanzó mucho por este camino. En la actualidad se desplaza en la dirección opuesta. El programa de liquidación administrativa del kulak es la caricatura ultraizquierdista de una línea revolucionaria. Tácticamente estamos, por el momento, a la derecha de la oscilación. Estratégicamente, nos mantenemos en la misma línea revolucionaria.

El 14 de julio de 1929, cuando ya se hacía sentir el giro oficial a la izquierda, escribí a Cristian Rakovski y a otros exiliados lo siguiente:

Luego de que los seguidistas desaprovecharon la situación revolucionaría alemana de 1923, se produjo un profundo zigzag ultraizquierdista (1924-1925). La oscilación hacia la ultraizquierda desembocó en canales derechistas: la lucha contra los industrializadores, el coqueteo con La Follette y Radich, la Internacional Campesina[471], el Kuomintang, etcétera. Cuando el ultraizquierdismo se estrelló contra la derecha, cambió su curso hacia ella. Por lo tanto, no es inconcebible que nos encontremos ante una extensión del mismo fenómeno en una nueva etapa, es decir, ante el ultraizquierdismo que se apoya en premisas oportunistas. Sin embargo, es posible que las fuerzas económicas contingentes destruyan la política ultraizquierdista en el comienzo mismo e impriman inmediatamente un giro decisivo hacia la derecha.

Puesto que la tarea principal de Iaroslavski es vigilar la correspondencia de la Oposición, le resultará fácil compulsar esta cita. Ni el ultraizquierdismo stalinista ni el ultimo viraje a la derecha nos tomaron por sorpresa. Como marxistas no debemos orientarnos con base en la psicología de los burócratas sino con base en las «fuerzas económicas contingentes».

¿Debemos llamar «a retirada»?

El camarada antes mencionado afirma la idea de que la consigna de «retroceder» no nos conviene. Así y todo, dice, Stalin seguirá retrocediendo. ¿Vale la pena que nos sumemos al coro vocinglero de estos politices rastreros? Si se tratara de un estado burgués, esa crítica sería justa. No tenemos la menor obligación de aconsejar a la burguesía más democrática y socialdemócrata cómo salir de sus dificultades. Por el contrario debemos explotar implacablemente todas sus dificultades para levantar a la clase obrera contra el estado capitalista. La posición de Urbahns en relación a la URSS es la caricatura de la política marxista en relación al estado burgués. Pero, a pesar de las mil y una mentiras de Iaroslavski, considerábamos y seguimos considerando que el estado soviético es un estado proletario Aunque Iaroslavski nos atribuya la frase sobre «la muerte inevitable de la Revolución de Octubre» en base a «citas» tomadas del Biulleten, este honorable espía miente. Jamás lo dijimos, jamás lo escribimos y jamás lo pensamos, aunque no nos ocultamos, a nosotros mismos ni al partido, que a la Revolución de Octubre la acechan gravísimos peligros a consecuencia de los errores monstruosos del último periodo la Oposición no identifica al estado soviético con Iaroslavski ni con Stalin. Considera al estado soviético su propio estado y lo defenderá tanto de sus enemigos de clase declarados como de sus usurpadores internos, entre los cuales Iaroslavski no ocupa el último lugar.

En el mismo artículo acerca de «la evolución de los trotskistas». Iaroslavski repite una vez más que «hace un ano L. D. Trotsky estaba convencido de que nuestro partido se vería obligado a pedirle que vuelva para brindar su ayuda». En ese sentido se dice que Trotsky advirtió a quienes «lo acompañaban» (agentes de la GPU) que probablemente se le llamaría para salvar la situación en cuestión de pocos meses. ¡Iaroslavski miente! No dije eso. No hablé de esa manera. Afirmé, junto con toda la Oposición, que el país está entrando en un período de nuevas dificultades en un plano histórico más elevado, que la dirección no ve nada y no prevé que estas dificultades podrían provocar una seria crisis en dos años, un año o inclusive en pocos meses. Entonces, dije, se verá que tanto el aparato gubernamental como el partido están invadidos por burócratas, arribistas, traidores, políticos, etcétera, pero que la Oposición seguirá luchando abnegadamente junto al núcleo revolucionario del partido. Se avergonzarán ustedes, dije a mis «acompañantes», si tienen que sacar a los militantes de la Oposición de las cárceles y el exilio para que presten ayuda en ese momento difícil. Este pronóstico sigue siendo válido hasta el día de hoy. Lo que es más cierto que antes, es que su carácter es más real y apremiante.

Halagos al campesinado

Al campesinado se lo arrastra económicamente de un lado a otro de la manera más grosera e insensata. Iaroslavski complementa este curso con la más obscena adulonería política. Sobre mi frase de que el campesinado, al encontrar que las puertas del mercado están cerradas, «se lanza al galope» hacia la colectivización, Iaroslavski comenta: «Trotsky, que igual que en el pasado sigue creyendo que el campesinado es una fuerza enemiga, no lo ve como otra cosa que ganado que “se lanza al galope” hacia las puertas abiertas de la colectivización». Nunca comparé al campesinado con el ganado. Para hacer esa clase de comparaciones hace falta la psicología lacayuna de Iaroslavski. En ningún momento consideré al campesinado como una fuerza enemiga; tampoco lo considero una fuerza socialista consciente. El campesinado es contradictorio. Su dependencia de las fuerzas elementales de la naturaleza sigue siendo, aun hoy, terriblemente fuerte, debido al carácter tan disperso e impotente de su economía. Ya Marx y Engels[472] hablaban del idiotismo de la vida rural. Los populistas dijeron no pocas idioteces al respecto y dedujeron del Manifiesto Comunista una supuesta animosidad de los marxistas contra el campesinado. ¿En qué se diferencia Iaroslavski de ellos? En la medida en que el campesino es realista en cuanto a todo lo que hace a su entorno inmediato, se convierte en juguete del instinto ciego en los problemas más amplios.

Toda la historia del campesinado nos muestra que éste, después de décadas y siglos de pesada inmovilidad, se arroja hacia una u otra dirección. Los soldados campesinos aplastaron la revolución de 1905. El campesinado eligió a los social-revolucionarios para la Asamblea Constituyente de 1917, pero luego ayudó a los bolcheviques a expulsar a los «social-revolucionarios». ¿Cuántas veces salió al galope en talo cual dirección durante la Guerra Civil, antes de jugar su suerte definitivamente a favor de la del estado soviético? Para liberar al campesino de las fuerzas elementales que oprimen su conciencia, es necesario «descampesinizarlo». Ésa es la tarea del socialismo. Pero no la resuelve la colectivización Bino la revolución de la tecnología agraria. El campesino de vanguardia comprenderá tarde o temprano que el militante de la Oposición es mucho más clarividente en materia de economía campesina que los burócratas gobernantes.

Es evidente que el destino quiso gastarle una buena broma a Iaroslavski. En el mismo número de Pravda (30 de marzo) en el que aparece este artículo malicioso y lamentable, se informa de un discurso que pronunció Bulat ante la sesión plenaria de la conferencia distrital de Moscú. Dice Bulat que en una de las secciones «las tendencias derechistas dentro de la organización partidaria eran muy fuertes. El comité distrital removió a varios funcionarios importantes. Y luego toda la organización se arrojó hacia la ‘izquierda» hasta efectuar un «viraje completo». Esta cita es textual. El discurso no se refiere a una masa campesina sino a una organización partidaria, que supuestamente corporiza la conciencia de la clase obrera. Y el dirigente oficial nos dice que después de expulsar a varios «derechistas», la organización «se arrojó» hacia el ultraizquierdismo. Esto es mucho más típico del «ganado», para emplear el vocabulario lacayuno de Iaroslavski.

No obstante, el cuadro que pinta Bulat simboliza la suerte del partido en estos dos últimos años. Después del curso ultraderechista, cuyo teórico fue Bujarin, el partido, atontado por el aparato stalinista, salió al galope hacia la colectivización total. Si para el campesinado precipitarse de un lado a otro constituye un infortunio histórico, para el partido, en tanto que selección consciente, constituye no sólo un infortunio sino también una vergüenza. Es el régimen stalinista, en el que Iaroslavski ocupa un lugar vergonzoso pero no carente de importancia, el que arrojó al partido a esta desgracia.

Acerca de los adulones y calumniadores en general

Pero ¿a cuál de mis viejas posiciones acerca del campesinado como fuerza enemiga se refiere Iaroslavski? ¿No serán acaso las que expresé, digamos, hace treinta años, durante mi primer exilio, y que Iaroslavski alabó con tanto entusiasmo en la primavera de 1923? «A su alrededor —escribió Iaroslavski—, Trotsky sólo veía la aldea. Se condolía de sus problemas. Lo deprimían su aislamiento y su falta de derechos», etcétera. Iaroslavski consideró oportuno ensalzar la atención excepcional que le presté al campesinado y mi intimo conocimiento de todo lo que tuviera que ver con la vida campesina, y llegó a exigir que se reunieran en un texto todos mis escritos juveniles sobre el campesinado, para que lo estudiara la joven generación. ¡Esto es textual!

Mencioné en mi autobiografía esta reacción groseramente adulona para arrojar a la cara de Iaroslavski y de muchos otros de mis detractores sus propias palabras de ayer. Al respecto, Iaroslavski habla ahora de la «autoadulación» en la autobiografía de Trotsky. Sólo olvida agregar que esta «autoadulación» consiste enteramente de citas tomadas a quienes han dirigido la campaña de veneno y calumnias —cuyas dimensiones no registran precedentes en la historia— durante los últimos siete años. Remover este montón de basura no me causa ningún placer. No lo pondrá en duda ningún revolucionario ni cualquier persona racional, no envenenada por el espíritu degradante del burócrata arribista. Sólo cumplí con lo que constituía, a mi mejor saber y entender, mi deber revolucionario. Stalin y sus Iaroslavskis me odian precisamente porque represento un sistema de ideas que ellos repudian.

En aras de esta lucha consideraron necesario remover toda la historia del partido y la revolución, sin dejar piedra sin volcar. Derrotar el frente de los calumniadores no obedecía tanto a razones de autodefensa personal como de necesidad política. Lo hice en varias obras, en los libros La revolución desfigurada, Mi vida y, por último, La revolución permanente. En todos estos trabajos pongo al desnudo, en base a datos históricos exactos, la telaraña fraudulenta de la escuela stalinista, en la que Iaroslavski ocupa un vergonzoso primer lugar. Frente a estos libros, que ya aparecieron en varios idiomas y se los sigue traduciendo y publicando, los stalinistas mantienen un silencio absoluto. Que traten de refutar mi tesis. Que nieguen esas contradicciones difamantes, falsificaciones y calumnias de las que los acuso en base a documentos incontrovertibles y más frecuentemente a sus propias declaraciones previas. Que nieguen una sola de las citas que empleo, una sola de las pruebas que presento. No pueden: sus propios actos los condenan. Atrapados por sus propias contradicciones, comprometidos por sus propias negativas, la de sus mentiras revela su impotencia ideológica. La vida no se detiene. La vida continúa, y a cada paso confirma las críticas y pronósticos de la Oposición.

¿Por qué una nueva polémica?

¿Por qué después de todas las liquidaciones, aplastamientos y funerales de la Oposición, Iaroslavski se considera obligado a iniciar una polémica de tan alto vuelo principista con la Oposición? Más correctamente, ¿por qué se le encarga a él que lo haga? El espía se vio obligado a citar el Biulleten Opozitsi, aunque con las más groseras distorsiones, y a divulgar, en parte por necesidad, en parte por irresponsabilidad, cosas que le vienen muy mal a la fracción stalinista.

Si echamos una mirada más de cerca al articulo de Iaroslavski, sólo podemos llegar a la conclusión de que lo escribió principalmente para asustar a las capas más bajas del aparato de Stalin. Al tomar citas del Biulleten que le hacen un favor muy flaco a Stalin, Iaroslavski se dirige a alguien: ¿Escuchan lo que dice la Oposición? ¡Cuidado con repetirlo! Al aumentar la presión desde abajo, crece el miedo en el aparato, crecen las dudas de la dirección y crece el coro de voces que repudian el viraje más reciente. Por eso precisamente Iaroslavski hace esa referencia tan inesperada a las esperanzas que alberga Trotsky de que se lo convoque para «salvar» a la revolución. Iaroslavski actuó con excesivo celo; se adelantó demasiado y reveló en demasía su miedo. Se escucha un crujido en el aparato y Iaroslavski «asusta»… ¿a quién? A su propia gente. Siéntense bien, guarden silencio. Tengan confianza en la dirección o no, mantengan silencio; no provoquen dudas; ¡si no, el aparato correrá peligro ante la «intervención» del trotskismo! Éste es el sentido del artículo de Iaroslavski; ésa es su música política.

Pero su música ya no puede ahogar el crujido del aparato. Como fruto de las últimas experiencias, que demostraron que la dirección actúa con la mayor inconsciencia, las diferenciaciones en el seno del partido sufrirán un fuerte incremento. La derecha crecerá, producirá nuevos dirigentes, quizás de nombres menos conocidos pero más importantes y persistentes. Hay que prever ese peligro. Pero también se producirá —indudablemente ya se está produciendo— un gran despertar en el partido.

Día a día se hará más fuerte el deseo de comprender cómo se relaciona este último salto a la izquierda con la «línea general» en su conjunto, que —¡ay!— jamás existió en la realidad. Es posible que la discusión de precongreso no sea tan tranquila como lo desearían los elementos bonapartistas de la burocracia. La noticia de que Stalin intentó postergar nuevamente el congreso hasta el otoño, es decir, completar un nuevo «vuelco» de alternativa, que ya seria el número ciento uno, y que su propio Comité Central opuso resistencia, es muy digna de crédito y a la vez altamente sintomática. Significa que el partido comienza a despertar.

Ante la Oposición se abre un nuevo capítulo, un capítulo de gran responsabilidad. Fuera de ella nadie le dará al partido un panorama claro de lo que está ocurriendo, lo que está indisolublemente ligado a la política de todo el período posterior a la muerte de Lenin. Sólo la Oposición es capaz de darle al partido una orientación principista correcta.

El espía cita nuevas declaraciones de arrepentimiento y voces escépticas de oposicionistas aislados. Las fuerzas combinadas del hambre, las medidas de la GPU, las amonestaciones de Iaroslavski y las elucubraciones teóricas de los profesores rojo-amarillos preparan un nuevo grupo de capituladores para el Decimosexto Congreso. Pero Iaroslavski pasa por alto a los cientos de oposicionistas recientemente arrestados solamente en Moscú, a la reactivación de las actividades de la Oposición en las filas del partido y al crecimiento y consolidación de la Oposición Internacional.

Los oposicionistas que se marearon con la colectivización total se ven obligados, por la lógica de la inercia, individualmente y en grupo, a declarar su arrepentimiento ante el Decimosexto Congreso, justamente cuando se inicia el difícil proceso de volver a la cordura. Y bien, habrá un nuevo lote de reputaciones revolucionarias aplastadas. Sus lugares han sido ocupados por cientos más, según las estadísticas de la GPU. Mañana los seguirán miles y decenas de miles. No son los Iaroslavskis quienes separaran a la Oposición del partido, ahora menos que nunca.

Escritos , Tomo I
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