De las circulares de la Oposición[289]
20 y 28 de diciembre de 1929
20 de diciembre de 1929
Resulta muy evidente que no se comprende que el funcionamiento del partido corre peligro mortal —lo repito, peligro mortal— en el plano de la economía. Ellos dijeron que nuestra posición era superindustrializante. Sin embargo, sólo combatíamos el menchevismo económico cuando señalábamos que las posibilidades reales de la industrialización eran inconmensurablemente mayores que lo que suponían los derechistas y los centristas, pero nunca consideramos que estas posibilidades fueran ilimitadas. En el folleto que escribí en 1925, ¿Hacia el capitalismo o hacia el socialismo?, expresé mi confianza de que, una vez completada la etapa de reconstrucción, podríamos alcanzar un incremento anual de la producción industrial de un quince o un veinte por ciento. Molotov y los demás filisteos se burlaron de nuestro «optimismo». Pero éste no es el problema. El cálculo aproximado del coeficiente de desarrollo se basaba en las estimaciones económicas (muy aproximadas, por supuesto) de los recursos disponibles. Eso significa que siempre tuvimos la perspectiva de la industrialización real, no de la superindustrialización.
Recordemos que en 1925 nuestra industria vivió un tormentoso florecimiento. En mayo, cuando volví del Cáucaso, me encontré con un cuadro típicamente agiotista. Todos los trusts trataban de invertir capital; las acciones del Banco Industrial subían a un ritmo enloquecido. En junio les escribí a Dzershinski y a Piatakov, previniéndoles que este tráfago llevaba fatalmente a una crisis financiera e industrial. Ninguno de los dos me entendió, e incluso me acusaron (sobre todo Piatakov) de pronunciarme «en contra» de la industrialización. Les señalé que con una política correcta se podría aumentar considerablemente la base material de la industrialización, pero que sobre la base existente no avanzaría, por más que se apelara a créditos irreales. Probablemente todos recuerden que en setiembre de 1925 estalló efectivamente una crisis profunda, que implicó el despido de obreros, etcétera.
Doy este ejemplo para demostrar que nuestro programa de industrialización nunca fue una «línea general» abstracta y burocrática sino el resultado de una caracterización del equilibrio vivo y activo entre los factores económicos y las relaciones de clase, incluidas las internacionales.
¿Se dan hoy estas condiciones necesarias para el desarrollo de la industria? Por lo que puedo juzgar desde aquí, ni en lo más mínimo. En lugar de una dirección y una administración de la economía, tenemos una carrera por la industrialización.
Todas las consideraciones teóricas y los síntomas económicos específicos nos señalan que la economía se enfrenta a una repetición de los mismos errores de cálculo que en 1925, sólo que ahora a una escala gigantesca. En ese momento la industria sobrepasó la barrera de recursos materiales impuesta por la política de centro-derecha. Entonces había dos maneras de corregir ese «error de cálculo» coyuntural: restringir rápida y aceleradamente la industria o aumentar la proporción de su participación en la economía nacional. La dirección intentó primero una vía y luego la otra, y así venció las dificultades.
Ahora el frenesí de 1925 se convirtió en línea general. Me pregunto: ¿existen límites materiales objetivos para el ritmo de industrialización? ¿Se tienen en cuenta estos límites en la «carrera» actual? Más precisamente: ¿se los tiene en cuenta de manera sistemática? No lo veo. Puede ser que yo no conozca toda la historia, pero en mi opinión nos encaminamos hacía una ruptura del equilibrio económico general, y en consecuencia del equilibrio social.
En este punto llegamos a la relación entre la economía y el régimen. Siguiendo a nuestros maestros, dijimos que el verdadero triunfo de la economía socialista no tendrá que ver con la liquidación de la discusión y las luchas sino que, por el contrario, éstas florecerán sobre nuevas bases. Habrá fracciones de «electrificadores», de «petrolistas», de «gasolistas», de «tractoristas», de «colectivistas», etcétera, y en esta democracia industrial la lucha será uno de los más importantes factores de regulación del desarrollo industrial, en cierta medida como lo que sucedió en la Edad Media, cuando la lucha entre los gremios controlaba la producción de ese entonces.
¿Qué vemos en cambio? Un régimen que excluye absolutamente todo agrupamiento ideológico, todo tipo de lucha alrededor de los objetivos económicos, todo control del proceso económico en base a la experiencia viva de sus protagonistas. Todos los elementos que componen la industrialización —la relación entre la agricultura y la industria, entre las distintas ramas de la industria, entre la cantidad y la calidad de la producción, entre el consumo y la acumulación— no pueden ser determinados a priori por una «línea general» ni estar subordinados al interés de correr cada vez más rápido. Es un método más peligroso que el capitalista ya que, por así decirlo, socializa el frenesí, y en lugar de eliminar las dificultades las multiplica a través de la compulsión y el estímulo del estado.
Debido a las gigantescas ventajas de la economía estatal centralizada, las crisis periódicas parciales y coyunturales se pueden prever y evitar durante un lapso prolongado. Pero estas mismas condiciones, ante la falta de un control interno y vital del proceso económico —dado el carácter monstruosamente burocrático de la dirección todopoderosa—, pueden llevar a tal acumulación de crisis y contradicciones que cualquier crisis capitalista parecería en comparación un juego de niños.
Teóricamente todo esto es absolutamente claro e indiscutible. En realidad, sólo se puede determinar la profundidad del peligro, su grado de proximidad, etcétera, con un cambio radical del régimen de los soviets y del partido.
¿Significa esto que ahora el peligro es la «superindustrialización», que la Oposición de Derecha tiene razón? La «Derecha» está tan acertada en el problema de la industrialización como lo está, por ejemplo, la derecha socialdemócrata francesa cuando afirma, aunque le pese a Molotov, que hoy en Francia no hay una situación revolucionaria. La «Derecha» parte del minimalismo económico. Si la línea general hubiera conducido a una crisis irreparable, la derecha rusa, naturalmente, habría podido regocijarse, así como se regocijó la derecha internacional ante el fracaso de las manifestaciones del 1.º de agosto. Por supuesto, en lo que se refiere a este problema no tenemos nada en común con la derecha, sobre todo desde que, como culminación de sus desventuras, estos defensores del paso de tortuga decidieron capitular ante el ritmo enloquecido precisamente en el momento en que empieza a hacerse evidente el peligro que entraña.
El régimen partidario se convirtió ahora en el nudo de todos los problemas económicos, régimen que empeoró después de las últimas capitulaciones y tiende a seguir empeorando como consecuencia de las contradicciones provocadas y acumuladas por la «línea general».
Estas ideas exigen una elaboración profunda, y tenemos que abocarnos enérgicamente a esa tarea. No obstante, es evidente que esa elaboración nos llevará por un camino totalmente opuesto al de la capitulación y al del conciliacionismo y el oportunismo vulgares.
Suyo,
L. T.
28 de diciembre de 1929
Estimado amigo:
De sus cartas no se desprende claramente qué clase de actitudes dice usted que yo propongo ni qué cambio de táctica usted rechaza. ¿No hay aquí algún malentendido?
El objetivo de la última declaración de la Oposición era informar al partido y al país, que aquélla no cierra los ojos ante el cambio producido en la línea oficial y que está plenamente dispuesta a apoyarse en este cambio para llevar adelante un trabajo en común con la mayoría del partido y a combatir por sus posiciones dentro de éste de manera pacífica, «no fraccional», en la medida en que esto sea posible. Si se considera el contenido de la declaración y no tal o cual formulación es imposible encontrar en ella ni la más mínima sombra de diplomacia. Pero, como usted sabe, hubo una respuesta a la declaración. ¿Cree usted posible ignorarla? No, naturalmente. Eso significaría simplemente que usted no se toma en serio su propia declaración. La respuesta no la dio el partido sino la cúpula del aparato. ¿Se considera usted obligado a informar al partido sobre lo que piensa hacer en el futuro? No se puede eludir esta pregunta con una respuesta diplomática. La respuesta debe ser de tono calmado y explicativo, pero tiene que decirle al partido si piensa seguir luchando por sus ideas. Si estas ideas no merecen que se luche por ellas, habrá de comportarse como lo hicieron Radek y Smirnov. Su relación con el problema no puede ser ésa. En consecuencia, estamos obligados a señalar ante el partido y la Internacional que la respuesta que dio la cúpula del aparato a nuestra declaración no nos deja otra vía para defender nuestras ideas, a las que no estamos dispuestos a renunciar (el giro a la izquierda del Comité Central confirma su corrección), que la lucha fraccional tal como lo vinimos haciendo hasta ahora, lucha que tuvo su repercusión en el cambio de la línea oficial del partido. De la misma manera, esperamos contribuir en el futuro a que el partido supere sus contradicciones y liquide sus errores con el mínimo de perturbaciones posibles.
Se puede hacer una declaración de este tipo en un estilo seco y formal, como el de la explicación que acabo de darle. También se la puede transformar en una declaración política, lo que sería más difícil en las condiciones actuales. De todos modos, la declaración política es inevitable, aunque se la puede formular un tiempo después de la declaración formal.
Me escribe que en la situación actual el régimen centrista de izquierda sólo puede girar a la derecha. Lo podemos aceptar condicionalmente, haciendo abstracción del factor internacional. Pero ¿nos estamos preparando para derrocar el aparato centrista? ¿Cómo podríamos hacerlo, si somos una pequeña minoría? ¿Cunden entre nosotros estas ideas aventureras? Es la primera vez que escucho hablar de eso. Combatimos y continuamos haciéndolo para influir sobre la vanguardia obrera. Una de las consecuencias de nuestra lucha implacable fue el giro a la izquierda de los centristas. Naturalmente, jugaron un papel decisivo las condiciones «objetivas». Pero la fuerza de nuestro programa reside en el análisis correcto de las condiciones objetivas.
La tarea de la Oposición no es derrocar al aparato centrista por medio de la acción aventurera de una minoría sino cambiar la relación de fuerzas en favor de la izquierda. Naturalmente, la izquierda estará al frente de esta lucha contra los peligros de la derecha.