El plan quinquenal y la desocupación mundial[430]

14 de marzo de 1930

El desarrollo interno de la Unión Soviética ha alcanzado un punto crítico. Sea cual fuere nuestra evaluación de un proceso de colectivización que en un año ha superado en un doscientos cincuenta por ciento lo proyectado para los cinco años (se colectivizó el cincuenta por ciento de los predios campesinos, contra el veinte por ciento proyectado para dentro de cinco años), es obvio que la velocidad de la colectivización ya ha desbaratado al plan quinquenal en su conjunto. Hasta ahora la dirección oficial no ha dicho nada al respecto. Pero es imposible permanecer en silencio. Creer que todos los demás elementos del plan —industria, transporte, comercio, finanzas— pueden desarrollarse según la escala programada anteriormente, mientras la agricultura pega saltos totalmente imprevistos, significaría no considerar al plan como un todo orgánico sino como una simple suma de directivas departamentales. Hasta hace poco se reconocía, al menos en principio, que el vínculo entre la industria y la agricultura (smichka) es el eje principal del plan. Y bien, ¿qué le ocurrió a este eje? Si la smichka estaba contemplada en el plan original, esos tremendos saltos de la colectivización que nadie previó la deben de haber destruido. ¿En qué dirección se orientarán ahora los lineamientos del plan?

En el momento de escribir estas líneas, la «colectivización total» ya ha obligado a la atemorizada dirección a retroceder en cierta medida[431]. ¿En qué punto se detendrá la retirada? Todavía es imposible predecirlo. Es probable que esta vez también sea mucho mayor de lo que requieren las condiciones objetivas. Pero la retirada en sí es inevitable. Debido a la inflación, hasta es posible que se revise la consigna «el plan quinquenal en cuatro años».

Retroceder siempre es penoso, tanto en lo político como en lo militar. Pero una retirada realizada oportuna y ordenadamente puede impedir bajas innecesarias y sentar la posibilidad de retomar la ofensiva en el futuro. Lo que constituye un peligro funesto es retirarse tardíamente, bajo el fuego, en el pánico, con el enemigo pisándole a uno los talones. Y es por eso que nosotros, la Oposición de Izquierda, no tenemos miedo de decirle a la burocracia, que corre ciegamente hacia adelante:

¡Atrás! Es necesario poner fin a la industrialización a la carrera, revisar el ritmo a la luz de la experiencia y la previsión teórica, coordinar la colectivización con los recursos técnicos y de todo tipo, elaborar la política hacia el kulak según las posibilidades reales de la colectivización. En síntesis, terminada la política del seguidismo y la del aventurerismo hay que embarcarse en la senda del realismo marxista.

La rectificación del plan según estos lineamientos sería una variante mínima. Tomaría necesariamente como punto de partida la situación existente, que es fruto de grandes aciertos y de errores no menores. Ese proyecto no puede eliminar las contradicciones creadas por el pasado histórico y el entorno mundial. Pero reduciría al mínimo los resultados de los errores, en parte mitigando y en parte postergando las manifestaciones de la crisis, ganando así un nuevo respiro para el estado obrero aislado. La tarea del momento es efectuar una retirada planificada de las posiciones del aventurerismo.

Además de esta variante «mínima», es necesario preparar inmediatamente otra variante más extensa, basada tanto en los recursos internos como en los internacionales. La perspectiva de la revolución proletaria en Europa no es de ningún modo, menos real que la perspectiva de la auténtica colectivización del campesinado ruso. Mejor dicho, la segunda perspectiva sólo se convierte en realidad ligada a la primera. La dirección oficial de la Comintern elabora sus tácticas como si estuviera en la víspera de una insurrección del proletariado europeo. Al mismo tiempo, el objetivo del plan económico para la próxima década o década y media es que el estado obrero aislado «deje atrás» a todo el mundo capitalista. Esta dualidad, hija de la teoría utópico-reaccionaria del socialismo en un solo país, impregna el programa de la Internacional Comunista y sus tácticas. Nadie conoce las fechas, pero puede predecirse con certeza: indudablemente estamos más cerca de la conquista del poder por el proletariado europeo que de la liquidación de las clases en la Unión Soviética.

La elaboración de un plan mínimo con el fin de mitigar las crisis que se avecinan debe partir necesariamente de la situación actual de aislamiento de la economía soviética. Pero al mismo tiempo hay que elaborar una variante basada en una amplia relación entre la economía soviética y la mundial. No hay otra forma de elaborar un plan general a diez, quince o más años de plazo.

Es obvio que la colaboración internacional sistemática y global sólo será posible a partir de la conquista del poder por el proletariado de los países capitalistas adelantados. Pero la fecha de ese vuelco es imposible de prever. Por eso los preparativos además de económicos, deben ser políticos.

Además, existen todas las razones para prever que, en las circunstancias creadas por la crisis comercial e industrial en curso, y sobre todo si ésta se profundiza, una política acertada puede darle al gobierno soviético un acceso inconmensurablemente mayor a los recursos del mercado mundial. La desocupación es un factor de gran importancia que puede influir sobre todo el proceso de la política en un futuro próximo. Bajo los golpes de la desocupación, la poderosa estructura de los sindicatos conservadores y de la socialdemocracia puede mostrar profundas grietas antes de que la estructura del estado capitalista, infinitamente más poderosa, empiece a resquebrajarse. Pero ello no ocurrirá por sí solo. En períodos de crisis social es muy importante para la lucha de la clase obrera contar con una buena dirección. Es obvio que, más que nunca, la línea estratégica general del comunismo debe apuntar a la toma del poder. Pero esta política revolucionaria tiene que nutrirse de las situaciones y tareas concretas del período de transición. Entre ellas, la desocupación desempeña un papel cada vez más central. Una de las consignas más importantes que pueden y deben agitarse en el período de transición es la de colaboración económica con la Unión Soviética. Pero la agitación en torno a esta consigna debe ser muy concreta, apoyarse en cifras y estadísticas. Tiene que basarse en un plan económico general que tome en consideración la creciente interrelación de las economías soviética y mundial. Eso significa que el plan general ha de elaborarse sobre auténticas bases marxistas, no sobre la teoría de una sociedad socialista aislada.

En la actual crisis de desocupación europea y mundial, los acontecimientos coyunturales están ligados a los procesos orgánicos de la decadencia capitalista. Dijimos más de una vez que los ciclos coyunturales son y inherentes a todas las etapas del desarrollo de la sociedad capitalista. Pero en distintas etapas los ciclos revisten distinto carácter. Así como el resurgir de la vitalidad de un ser humano en sus últimos años de vida es tan incierto como breve, y cada enfermedad afecta a todo el organismo, los ciclos coyunturales del capitalismo imperialista, especialmente el europeo, muestran una tendencia a sufrir crisis cada vez más prolongadas, aliviadas por reanimamientos relativamente breves. En dichas circunstancias, la cuestión de la desocupación puede convertirse en el problema central para la mayoría de los países capitalistas. Es allí donde se anudan los intereses de la Unión Soviética con los del proletariado mundial.

La tarea en sí es clara e indiscutible. Sólo se requiere un enfoque correcto. Pero allí reside precisamente la dificultad. En la actualidad, la educación internacional de la vanguardia proletaria mundial se basa en dos ideas: «la Unión Soviética construirá el socialismo sin nuestro concurso» y «la Unión Soviética es la patria de todos los trabajadores». La primera idea es falsa, la segunda abstracta. Por otra parte, la una se opone a la otra. Eso explica el hecho asombroso de que la lucha contra la desocupación se libre de acuerdo al calendario de bolsillo de Kuusinen y Manuilski («6 de marzo», etcétera[432]) e ignore los problemas económicos de la Unión Soviética. Sin embargo, la relación entre ambas tareas es evidente.

La colectivización total sobre la base de las propiedades campesinas es una aventura que genera crisis en la producción agrícola, con peligrosas consecuencias políticas. Pero si mediante el influjo de tecnología avanzada se adquiere oportunamente la posibilidad de fertilizar la tierra de las granjas colectivas, la agricultura colectivizada podría superar sus dificultades iniciales mucho más fácilmente y, en cuestión de pocos años, sería capaz de obtener una cosecha muy mejorada, con una cantidad de productos de exportación que cambiarían radicalmente el panorama del mercado cerealero europeo y luego sentaría nuevas bases para el consumo de las masas trabajadoras. La ominosa desproporción entre la envergadura de la colectivización y el nivel de la tecnología surge directamente del aislamiento económico de la Unión Soviética. Si el gobierno soviético pudiera obtener aunque sea los créditos capitalistas que se otorgan «normalmente» en las relaciones internacionales, tanto la tasa de industrialización como los alcances de la colectivización aumentarían en forma considerable.

Debido a estas circunstancias, la agitación de los partidos comunistas occidentales debe ligar el problema del desempleo a los factores esenciales de la situación mundial y, en primer término, al desarrollo económico de la Unión Soviética. ¿Qué se requiere para ello?

Primero, dejar de engañar a los obreros de Occidente sobre la verdadera situación de la Unión Soviética. Con toda honestidad hay que mostrarles, junto a los éxitos gigantescos e indiscutibles que derivan de la nacionalización, las contradicciones internas provocadas por el aislamiento de la Unión Soviética y los errores de la dirección, que dan lugar a peligros políticos.

Segundo, explicarles que se podría paliar y luego superar esos peligros mediante un intercambio amplio y planificado entre la Unión Soviética por un lado y, por ejemplo, Alemania y Gran Bretaña por el otro.

Tercero, demostrarles que muchas decenas y después centenas de miles de trabajadores podrían encontrar trabajo como resultado de los pedidos anuales y planificados de maquinaria industrial y agrícola que haría la Unión Soviética.

Cuarto, explicarles que todo eso le permitiría a la Unión Soviética exportar cantidades mucho mayores de madera y otras materias primas y de cereales, mantequilla, carne y otros productos para el consumo de las más amplias masas.

La importación de maquinarias y la exportación de materias primas y productos alimenticios podrían, mediante un acuerdo adecuado, llegar a ser mutuamente dependientes en base a un plan de largo alcance, sujeto a la comprensión y verificación por parte de los obreros soviéticos y extranjeros.

Los éxitos alcanzados por la industria soviética proporcionan la base necesaria para penetrar en la escena internacional. No se trata sólo de hacer agitación sino también de hacer propuestas económicas serias, bien elaboradas, motivadas por las experiencias actuales y claramente formuladas en el lenguaje de la tecnología, la economía y la estadística. En este sentido, el gobierno soviético debe ciertamente proclamar que está totalmente dispuesto a facilitar el examen global de los alcances del acuerdo económico por parte de las organizaciones obreras interesadas (sindicatos, comités de fábrica, etcétera).

Enfocada desde el punto de vista político, y en primer lugar desde el punto de vista de las relaciones con la socialdemocracia y con Amsterdam, la tarea puede plantearse como una aplicación de la política del frente único a una escala nunca vista e inaccesible hasta ahora.

Pero ¿existe alguna esperanza de que Macdonald[433], Hermann Mueller, los sindicalistas de Amsterdam y la American Federation of Labor [Federación Norteamericana del Trabajo[434]] acepten un acuerdo de ese tipo? ¿No es algo utópico? ¿No es una política de conciliación? Y así sucesivamente. Es indudable que escucharemos esas objeciones en boca de quienes hasta ayer suponían que el sindicalismo británico combatiría al imperialismo y defendería a la Unión Soviética (Stalin y Cía.). En ese momento no alimentamos estas lamentables ilusiones, ni lo hacemos ahora. No obstante, hay que considerar que la concertación de acuerdos económicos de un gobierno socialdemócrata con los soviets para paliar el desempleo en su propio país es algo mucho más factible que la lucha de los reformistas contra el imperialismo. Si la crisis se agrava, los gobiernos reformistas, que se apoyan en millones de obreros organizados, podrían encontrarse en un brete tal que se verían obligados —en cierta medida— a aceptar la colaboración económica con la URSS.

No queremos ni necesitamos adivinar hasta qué punto es realizable este plan. Si la socialdemocracia se niega siquiera a discutir —lo que es, en la primera etapa, lo más probable—, desde el comienzo el plan impulsaría a las masas trabajadoras a luchar contra la socialdemocracia. En todo caso, a los reformistas en el poder les resultará más difícil defenderse de la agitación basada en un plan concreto de colaboración económicamente ventajosa con la Unión Soviética que de las ruidosas acusaciones de «social-fascismo[435]».

Es evidente que una campaña así no supone un ablandamiento de nuestras relaciones políticas con la socialdemocracia. Por el contrario, la aplicación correcta del plan bosquejado más arriba puede comprometer seriamente las posiciones de la socialdemocracia internacional, que durante los últimos años recibió un apoyo inestimable por parte de la política de Stalin-Molotov.

La necesidad de plantear con un sentido internacional la tarea de la construcción socialista surge de las necesidades internas del desarrollo económico de la Unión Soviética y representa a la vez la propaganda más convincente e irrefutable a favor de la revolución internacional. Pero para tomar esta senda hay que reencontrarla. En lugar de caer en el optimismo adormecedor, hay que hacer sonar la alarma revolucionaria. No es lícito declararse satisfecho con meras imprecaciones rituales contra la intervención militar. Es necesario enfrentarse al problema económico. El agitador comunista debe dirigirse con franqueza y honestidad a las masas occidentales para decirles:

«No crean que Moscú construirá el socialismo sin ustedes. Ya han hecho bastante, pero no pueden hacerlo todo. Lo mucho que se hizo es sólo una pequeña parte de lo que queda por hacer. Para ayudarlos, es necesario tomar medidas que al mismo tiempo los ayuden a ustedes, obreros, a combatir la desocupación y el alza del costo de la vida. El gobierno soviético tiene un plan de acuerdos económicos con la industria extranjera[436]. Todos los obreros pueden conocerlo. Demás está decir que no tienen por qué confiar ciegamente en mí ni en el gobierno soviético. Exijan a sus sindicatos, a su partido, a su gobierno socialdemócrata (Alemania, Inglaterra) que estudien las propuestas soviéticas. Deben obligar al gobierno a aceptar la colaboración económica con la Unión Soviética, porque ésa es la forma más efectiva y ventajosa de combatir la desocupación».

¿Cabe alguna esperanza de que los partidos comunistas, con sus direcciones actuales, sean capaces de iniciar una movilización revolucionaria seria de las masas? No responderemos de antemano. La política que defendemos tiene sus raíces tan profundamente hundidas en la situación objetiva y en los intereses históricos del proletariado que terminará por vencer todos los obstáculos. Es un problema exclusivamente de tiempo, pero sumamente importante. Por eso, la Oposición de Izquierda comunista tiene el deber de empeñar todas sus fuerzas para acortar el período.

Escritos , Tomo I
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