El conflicto sino-soviético y la oposición[186]

4 de agosto de 1929

El 22 de julio publiqué la siguiente declaración en respuesta a las preguntas de una agencia noticiosa norteamericana:

Por supuesto, mis opiniones sobre el conflicto sino-soviético son personales. No tengo informes fuera de lo publicado por los diarios. En estos casos, lo que aparece en los diarios siempre es insuficiente.

No cabe duda de que el papel de agresor lo cumplió el gobierno chino y no el soviético. El aparato administrativo del Ferrocarril Oriental de China existe desde hace años. Las organizaciones obreras atacadas por el régimen chino también existen desde hace tiempo. Las disposiciones administrativas para el Ferrocarril Oriental Chino fueron elaboradas cuidadosamente por una comisión especial, que yo presidí. Y sus resoluciones fueron ratificadas en abril de 1926 tomando en cuenta, como es debido, los intereses chinos.

La conducta del actual gobierno chino obedece a que éste se fortaleció con la aplastante derrota sufrida por los obreros y los campesinos. No me detendré aquí en las causas de la derrota de la movilización revolucionaria del pueblo chino porque ya las analicé exhaustivamente en trabajos publicados anteriormente. El gobierno, surgido de una revolución totalmente derrotada, se siente débil, como siempre ocurre en estos casos, frente a las potencias que esa revolución combatió, sobre todo el imperialismo británico y el japonés. Por eso se ve obligado a tratar de incrementar su poder e influencia con actitudes aventureristas hacia su vecino revolucionario.

¿Es inevitable que la provocación, fruto de la derrota de la revolución china, desemboque en una guerra? No lo creo. ¿Por qué? Porque el gobierno soviético no quiere la guerra y el gobierno chino es incapaz de librarla.

El ejército de Chiang Kai-shek triunfó en 1925-1927 [contra los señores de la guerra] gracias a la insurrección revolucionaria de las masas. Al volverse en contra de éstas, perdió su fuente principal de poder. Como organización puramente militar, el ejército de Chiang Kai-shek es extremadamente débil, y él no puede desconocer que el gobierno soviético está muy al tanto de la debilidad de su ejército. Es inconcebible que Chiang Kai-shek pueda declararle la guerra al Ejército Rojo sin ayuda de otras potencias. Más precisamente, Chiang Kai-shek sólo podría hacer la guerra si su ejército fuera el destacamento auxiliar de otra potencia. No creo que esta combinación sea factible actualmente, sobre todo en vista del deseo sincero del gobierno soviético de buscar soluciones pacificas a los problemas […]

Sobra decir que, en la eventualidad de que el pueblo soviético se vea obligado a ir a la guerra, la Oposición participará plenamente en la defensa de la Revolución de Octubre.

Yo creía que en esta declaración expresaba la posición de toda la Oposición de Izquierda Comunista. Lamentó decir que no es totalmente cierto. En la Oposición surgieron individuos y grupos que, en su primera prueba política seria, tomaron una posición equivocada o totalmente errónea, extraña a la Oposición revolucionaria o muy próxima a la socialdemocracia.

En el número 26 de Die Fahne des Kommunismus apareció un artículo firmado por un tal H. P. Según este articulo, el conflicto fue provocado por una violación del derecho de autodeterminación de China por parte de la república soviética. En otras palabras, era esencialmente una defensa de Chiang Kai-shek. No me detendré en este articulo, ya que el camarada Kurt Landau[187], quien encaró la cuestión como corresponde a un marxista, refutó acertadamente el artículo.

El director de Fahne des Kommunismus lo publicó como articulo polémico, precedido por una nota en la que declara que no se solidariza con el autor. Es incomprensible que haya que iniciar una polémica en torno a un problema tan elemental para cualquier revolucionario, sobre todo en un momento en que es necesario actuar políticamente. La situación empeoró aún más cuando el director del periódico publicó también el artículo de Landau como «artículo polémico». El artículo de H. P. expresa los prejuicios de la democracia vulgar combinados con los del anarquismo, el de Landau formula la posición marxista. ¿Cuál es la posición del director?

Algo mucho peor sucedió en uno de los numerosos grupos de la Oposición francesa. El número 35 de Contre le Courant (28 de julio de 1929) publicó un editorial sobre el conflicto sino-soviético que es, del principio al fin, una miserable sarta de errores, en parte de tipo socialdemócrata y en parte de tipo ultraizquierdista. El editorial comienza con la afirmación de que la política aventurerista de la burocracia soviética es responsable del conflicto; en otras palabras, el periódico se hace cargo del papel de abogado de Chiang Kai-shek. El editorial ubica la política del gobierno soviético sobre el Ferrocarril Oriental de China en la categoría de una política capitalista imperialista que recurre al apoyo de las potencias imperialistas.

«La Oposición comunista —pontifica el editorial— no puede apoyar la guerra de Stalin, que no es una guerra defensiva del proletariado sino una guerra semicolonial». En otro pasaje dice: «La Oposición debe tener la valentía de decirle a la clase obrera que no irá a la zaga de los burócratas stalinistas, que no apoyará su guerra aventurera». Esta oración esta subrayada en el original, y no es casual. Expresa el eje del editorial y coloca al autor en oposición implacable con la izquierda comunista.

¿En qué sentido es responsable la burocracia stalinista por el conflicto en curso? En uno solo: con toda su política anterior ayudó a Chiang Kai-shek a destruir la revolución de los obreros y campesinos chinos. Ya lo dije en un artículo contra Radek y Cía.: «La provocación de Chiang Kai-shek es la liquidación de las cuentas contraídas por Stalin con la derrota de la revolución china. Dimos la voz de alarma en cientos de ocasiones: en cuanto Stalin ayude a Chiang Kai-shek a afianzarse en la silla, éste le dará un latigazo. Así fue».

La raíz del conflicto sino-soviético ésta en la provocación de Chiang Kai-shek, la cual fue precedida por el aplastamiento de la revolución china. Ahora estamos frente a una aventura de la potencia militar bonapartista que dirige Chiang Kai-shek.

Según el editorial, la causa principal del conflicto reside en las «pretensiones» imperialistas de la república soviética sobre el Ferrocarril Oriental de China.

¡Fuera las manos de China!, gritan los defensores involuntarios de Chiang Kai-shek, repitiendo las consignas y los argumentos fundamentales de los socialdemócratas. Hasta ahora creíamos que sólo la burguesía capitalista como clase podía representar una política imperialista. ¿Hay algo que indique lo contrario? ¿O acaso alguna clase por el estilo tomó el poder en la URSS? Si es así, ¿desde cuando? Combatimos el centrismo de la burocracia stalinista (recordemos que el centrismo es una tendencia dentro de la clase obrera) porque la política centrista puede ayudar a la burguesía a conquistar el poder, primero a la pequeña y mediana burguesía y, eventualmente, al capital financiero. Ése es el peligro histórico, pero es un proceso que de ninguna manera está a punto de culminar.

El mismo número de Contre le Courant incluye un presunto proyecto de programa. Allí leemos, entre otras cosas: «No podemos afirmar que el termidor ya es un hecho consumado». Esto demuestra que la repetición continua de las fórmulas generales de la Oposición de ninguna manera revela una comprensión política de dichas fórmulas. Si no podemos decir que el termidor es un hecho consumado, tampoco podemos decir que la política soviética se ha vuelto capitalista o imperialista. El centrismo oscila entre el proletariado y la pequeña burguesía. Identificar el centrismo con el gran capital es no entender nada y por consiguiente apoyar al capital financiero, no sólo contra el proletariado sino también contra la pequeña burguesía.

La sabiduría teórica de los ultraizquierdistas berlineses y parisienses se reduce a unas cuantas abstracciones democráticas basadas en la geografía, no en el socialismo. El Ferrocarril Oriental de China atraviesa Manchuria, que pertenece a China. Ésta tiene derecho a su autodeterminación; por lo tanto, la pretensión de la Rusia soviética de quedarse con este ferrocarril es imperialista. Hay que entregarlo. ¿A quién? ¿A Chiang Kai-shek o al hijo de Chang Tso-lin[188]?

Durante las negociaciones de paz en Brest-Litovsk[189], von Kuehlmann exigió la independencia de Letonia y Estonia, con el argumento de que los Landstag instituidos allí con ayuda alemana le habían dado instrucciones de exigir la separación. Nos negamos a aceptarlo, y toda la prensa oficial alemana nos denunció como imperialistas.

Supongamos que estalla una contrarrevolución en el Cáucaso que con ayuda —digamos— de Inglaterra logra la victoria. Supongamos también que los obreros de Bakú, con ayuda de la Unión Soviética, logran mantener toda la zona de Bakú en sus manos. Demás está decir que la contrarrevolución transcaucásica exigiría la entrega de este distrito. Es perfectamente claro que la república soviética no lo aceptaría. ¿No es igualmente evidente que en ese caso el enemigo acusaría de imperialista al gobierno soviético?

Si la revolución de los obreros y los campesinos chinos hubiera triunfado, no habría la menor dificultad con el Ferrocarril Oriental de China. Se habrían entregado las líneas férreas al pueblo chino victorioso. Pero el hecho es que el pueblo chino fue derrotado por la burguesía dominante asistida por el imperialismo foráneo. En tales circunstancias, entregarle el ferrocarril a Chiang Kai-shek habría significado ayudar y fomentar la contrarrevolución bonapartista china contra el pueblo. Esto es, de por sí, decisivo. Pero existe otra consideración de idéntico peso. Chiang Kai-shek jamás podría hacerse cargo de esa línea por sus propios medios político-financieros… ni que hablar de mantenerla. No es casual que tolere la independencia de Manchuria como protectorado japonés. En manos de Chiang Kai-shek, las líneas férreas se convertían en prenda de los préstamos extranjeros recibidos. Pasarían a manos de los verdaderos imperialistas y se convertirían en sus más importantes puestos de avanzada económica y estratégica en el Lejano Oriente… en contra de una revolución china potencial y de la república soviética. Sabemos que los imperialistas conocen perfectamente la forma de valerse de la consigna de autodeterminación para sus sucios fines. Pero no creo que los marxistas tengan la menor obligación de ayudarlos.

El punto de partida de los ultraizquierdistas es el hecho de que el Ferrocarril Oriental de China le fue arrancado a ese pueblo por el imperialismo zarista, codicioso y ladrón. Éste es un hecho discutible. Sin embargo, se olvidan de señalar que este mismo imperialismo dominaba al pueblo ruso. Sí, este ferrocarril se construyó con el propósito de robarles a los obreros y campesinos chinos. Pero fue construido mediante la explotación y robo de los obreros y campesinos rusos. Luego vino la Revolución de Octubre. ¿Se modificaron con ello las relaciones reciprocas de chinos y rusos? Sobre la base de la revolución, que terminó con la reacción, se reconstruyó la estructura estatal. ¿Puede volver Rusia al punto de partida? Desde el punto de vista histórico —independientemente de Stalin y Molotov, del exilio de la Oposición, etcétera—, ¿podemos imaginar algo más beneficioso para el proletariado internacional y la revolución china que el hecho de que el Ferrocarril Oriental de China esté en manos soviéticas? Así se debe plantear el problema.

Los guardias blancos exiliados encaran este problema con un enfoque clasista, no nacionalista ni geográfico. A despecho de sus diferencias internas, los principales grupos de emigrados rusos están de acuerdo en que la internacionalización del Ferrocarril Oriental de China, es decir, que se lo ponga bajo el control del imperialismo mundial, seria más ventajoso para la Rusia «futura», o sea burguesa, que dejarlo en manos del estado soviético. Con ese mismo criterio, podemos afirmar que a una China independiente le convendría más dejarlo bajo el control del gobierno soviético, que su entrega a cualquiera de los que lo reclaman actualmente.

¿Significa esto que el aparato administrativo del ferrocarril es perfecto? ¡De ninguna manera! El imperialismo zarista dejó sus huellas. Todos los zigzags de la política interna soviética, indudablemente, se reflejan también en ese aparato. La Oposición también debe ocuparse de estas cuestiones.

Quisiera referirme a mi experiencia personal en esta Cuestión. Más de una vez tuve que pelear para que mejorara la administración del ferrocarril chino. La ultima vez que trabajé en este problema fue en marzo de 1926, en una comisión especial presidida por mí. La Comisión estaba formada además por Voroshilov, Dzershinski y Chicherin[190]. De común acuerdo con los revolucionarios chinos, no sólo con los comunistas sino también con el Kuomintang de aquella época, la comisión consideró absolutamente necesario «mantener estrictamente el aparato del Ferrocarril Oriental de China en manos del gobierno soviético; en la próxima etapa, ésta será la única manera de proteger al ferrocarril de los imperialistas […]».

Respecto a cómo se administraría en el ínterin, la resolución aprobada al efecto decía:

Es necesario adoptar inmediatamente amplias medidas de carácter político-cultural que apunten a la chinificación del ferrocarril.

a) La administración debe ser bilingüe; los carteles en las estaciones y las instrucciones escritas en vagones, estaciones, etcétera, deben ser bilingües.

b) Hay que crear escuelas chinas para los obreros ferroviarios que combinen la capacitación política y técnica.

c) Fundar, instituciones culturales y educativas para los obreros chinos y las colonias chinas que están a la vera del ferrocarril en lugares apropiados a lo largo de la vía.

En cuanto a la política de los representantes rusos respecto a China, la resolución decía:

No cabe la menor duda de que en las acciones de los distintos representantes departamentales se manifestaron inadmisibles actitudes de gran potencia que comprometen a la administración soviética y crean la impresión de imperialismo soviético.

Es necesario inculcar a las agencias y personas correspondientes la importancia vital que reviste para nosotros esa política y aun la forma externa de esa política en relación a China, de manera que se elimine todo rastro de sospecha de que nuestras intenciones son las de una gran potencia. Hay que poner en práctica en todos los niveles esta política basada en el más estricto respeto por los derechos chinos, en subrayar su soberanía, etcétera. Cada caso de violación de esta política, aun el más leve, será castigado y el hecho puesto a consideración de la opinión pública china.

Además, tengo que señalar que los dueños chinos del ferrocarril, incluido Chiang Kai-shek, no opusieron al aparato de administración del ferrocarril un aparato chino sino guardias blancos a sueldo de los imperialistas de todo el mundo. Los guardias blancos empleados en los escuadrones policiales y militares de las ferrovías chinas cometieron frecuentes actos de violencia contra los obreros. Frente a esto, la resolución aprobada por la comisión decía:

[…] Es necesario abocarse ya mismo a la recopilación (y posterior examen) de todos los casos de tiranía y violencia perpetrados por los militaristas chinos, la policía y elementos rusos blancos contra obreros y empleados rusos del Ferrocarril y también todos los casos de conflictos entre rusos y chinos motivados por problemas de tipo nacional y social. También hay que elaborar la política y crear los medios para defender la dignidad personal y nacional de los obreros rusos, de manera que los conflictos que obedezcan a dichas causas, en lugar de inflamar los sentimientos chovinistas de ambos bandos, revistan, por el contrario, un carácter político y pedagógico. Es necesario instituir comisiones especiales de conciliación o tribunales de honor adjuntos a los sindicatos, con participación igualitaria de ambos bandos, orientados por comunistas serios que comprendan la gran importancia y gravedad de la cuestión nacional.

Esto no tiene nada que ver con el imperialismo. Creo que los ultraizquierdistas tienen una buena oportunidad de aprender algo. También estoy dispuesto a reconocer que no todas nuestras resoluciones se pusieron en vigor. Probablemente se producen más actos delictivos en el ferrocarril que en Moscú. Precisamente por eso, la Oposición libra una lucha implacable. Sin embargo, es un mal político el que arroja al bebé junto con el agua sucia de la bañera.

Ya demostré en qué sentido la fracción stalinista es responsable de las provocaciones de Chiang Kai-shek. Pero aun suponiendo que los burócratas de Stalin volvieran a actuar insensatamente, ayudando así al enemigo a asestarle un golpe a la Unión Soviética, ¿Qué conclusiones tenemos que sacar? ¿Qué no debemos defender a la república soviética? ¿O que debemos liberar a la república soviética de la dirección stalinista? Es indignante que el editorial de Contre le Courant haya arribado a la primera conclusión. Afirma que no tenemos que apoyar a la burocracia de Stalin y su guerra aventurera, como si en caso de guerra lo que se juega fuera la burocracia stalinista y no la Revolución de Octubre y sus posibilidades. En un alarde de sabiduría, el editorial dice: «No le corresponde a la Oposición encontrar un remedio para la crisis en desarrollo». No podemos imaginar una posición peor. Éste no es el enfoque de un revolucionario sino el de un espectador indiferente. ¿Qué hará el revolucionario ruso? ¿Qué harán los combatientes de la Oposición en caso de guerra? ¿Asumirán, quizás, una posición neutral? El autor del editorial no parece pensar en eso. Y se debe a que no se guía por la posición de un revolucionario que se enrolará incondicionalmente en la guerra, sino que actúa como un escribano que registra las acciones de ambos partidos sin intervenir.

Los stalinistas nos han acusado más de una vez de ser derrotistas o defensistas condicionales. Me referí a este tema en un plenario conjunto del Comité Central y de la Comisión Central de Control, el 1° de agosto de 1927. «Arrojamos esa mentira del defensismo condicional […] a la cara de los calumniadores».

De esta manera repudié la idea de neutralidad y de defensa condicional, la califiqué de calumnia y arrojé la calumnia a la cara de los stalinistas. ¿Acaso el autor del editorial no se percató de eso? Y si lo hizo… ¿por qué no me atacó? El discurso al que me refiero apareció en mi último libro, publicado en francés con el título La Revolution defigurée.

No me referí a una guerra específica sino a cualquier guerra que se pudiera lanzar contra la república soviética. Sólo un ignorante podría desconocer que de la combinación de los acontecimientos arriba mencionados surge el antagonismo básico entre las potencias imperialistas y la Rusia soviética. Sí, en lo concerniente a mi visa los imperialistas se complacen en concordar con Stalin. Pero en lo que se refiere a la república soviética siguen siendo sus enemigos mortales, independientemente de Stalin. Cualquier guerra desnudaría este antagonismo e inexorablemente pondría en peligro la existencia misma de la Unión Soviética. Por eso dije en mi discurso:

¿Acaso nosotros, la Oposición, abrigamos la menor duda respecto de la defensa de la patria socialista? En absoluto. Tenemos la esperanza de participar en su defensa y de poder enseñar algunas cosas a los demás. ¿Tenemos dudas acerca de la capacidad de Stalin para elaborar una línea correcta para la defensa de la patria socialista? En efecto: tenemos las más grandes dudas.

La Oposición está a favor de la victoria de la URSS; lo ha demostrado y seguirá demostrándolo en la acción, y en primera fila. Pero no es eso lo que le preocupa a Stalin. Lo que Stalin tiene en mente es una cuestión esencialmente distinta, que no osa expresar:

«¿Cree la Oposición realmente que la dirección de Stalin es incapaz de garantizar la victoria de la URSS?». Sí, eso creemos.

Zinoviev: «¡Exacto!».

[…] Ni un solo militante de la Oposición renunciará a su derecho y a su deber, en vísperas de la guerra o durante la guerra, de luchar por enderezar el rumbo del partido —como siempre sucedió en nuestro partido— porque ésa es la premisa principal de la victoria. En resumen. ¿Por la patria socialista? ¡Sí! ¿Por el curso stalinista? ¡No!

Creo que esta posición sigue siendo perfectamente válida.

Escritos , Tomo I
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