Las Tareas de la Oposición Norteamericana[112]

Mayo de 1929

A los Bolcheviques Leninistas (Oposición) de Estados Unidos.

Directores de The Militant

Estimados amigos:

Sigo vuestro periódico con gran interés y me agrada su espíritu combativo. La historia del origen de la Oposición norteamericana es muy típica y aleccionadora. Después de cinco años de lucha contra la Oposición rusa, fue necesario que cinco miembros del Comité Central del partido norteamericano e incluso de su Comité Político concurrieran a un congreso en Moscú para que descubrieran por primera vez qué es lo que se dio en llamar «trotskismo». Éste solo hecho constituye una acusación aniquilante al régimen que se apoya en la conducción policíaca del partido y en la calumnia venenosa. Lovestone y Pepper no crearon este régimen, pero son sus lugartenientes[113], Ya demostré que Lovestone es culpable de groseras distorsiones ideológicas (ver mi folleto Europa y Norteamérica)[114]. Con un funcionamiento más o menos normal eso hubiera bastado para aplastar al hombre, si no definitivamente al menos por un buen tiempo, o como mínimo para obligarlo a retractarse y disculparse. Pero con el régimen imperante, los Lovestones no necesitan más que repetir con insistencia sus fraudes ya desenmascarados para fortalecer su posición. Lo hacen con absoluta desvergüenza, imitando a sus maestros, o mejor dicho a sus jefes administrativos. El espíritu de los Lovestones y los Peppers es exactamente el opuesto al de un revolucionario proletario. La disciplina que tratamos de imponer —una disciplina de hierro— sólo puede apoyarse en convicciones adquiridas conscientemente, que se hayan hecho carne en nosotros.

No tuve oportunidad de conocer de cerca a los demás líderes del Partido Comunista norteamericano salvo, por supuesto, a Foster. Siempre me pareció más digno de confianza que Lovestone y Pepper. En las críticas de Foster contra la dirección oficial del partido siempre había muchos elementos correctos y pertinentes. Pero, por lo que puedo juzgar, Foster es un empírico. No quiere, o no puede, completar su razonamiento y hacer, a partir de sus criticas, las generalizaciones necesarias. Por eso nunca me resultó claro si sus criticas lo llevan hacia la izquierda o hacia la derecha del centrismo oficial. Debemos recordar que además de la Oposición marxista existe una oposición oportunista (la de Brandler, Thalheimer, Souvarine y otros). Aparentemente es este mismo empirismo lo que determina su manera de actuar, que consiste en apoyarse en Satanás para combatir a los diablos menores. Foster trata de cubrirse con el manto protector del stalinismo y, mediante ese ardid, avanzar hacia los puestos dirigentes del partido estadounidense. En política, jugar al escondite jamás dio buenos resultados. Sin una posición general principista respecto de todos los problemas fundamentales de la revolución mundial y, en primer término, del socialismo en un solo país, no se puede obtener victorias revolucionarias serias y duraderas. Es posible lograr éxitos burocráticos, como los de Stalin; pero el precio de estos éxitos circunstanciales es la derrota del proletariado y la desintegración de la Comintern. No creo que Foster logre siquiera los objetivos secundarios que persigue. Los Lovestones y Peppers son mucho más aptos para aplicar la política del centrismo burocrático; su falta de carácter les permite realizar en veinticuatro horas cualquier zigzag que exijan las necesidades administrativas del aparato stalinista.

La tarea que debe realizar la Oposición norteamericana tiene una importancia histórica internacional porque, en última instancia, todos los problemas de nuestro planeta se resolverán en suelo norteamericano. Existen muchos elementos en apoyo a la idea de que, desde el punto de vista de la sucesión temporal de la revolución, Europa y Oriente aventajan a Estados Unidos. Pero los acontecimientos pueden desarrollarse de modo que la secuencia se modifique en favor del proletariado de Estados Unidos. Además, aun suponiendo que Estados Unidos, que ahora conmueve al mundo entero, sea el último país en caer, subsiste el peligro de que se produzca allí una situación revolucionaria que tome desprevenida a la vanguardia del proletariado estadounidense, como ocurrió en Alemania en 1923, en Gran Bretaña en 1926 y en China en 1925-1927. No debemos olvidar ni un instante que el poder del capitalismo norteamericano descansa cada vez más sobre los cimientos de la economía mundial y sus crisis militares y revolucionarias. Esto significa que puede sobrevenir en Estados Unidos una crisis social antes de lo que muchos creen, y que la misma puede adquirir desde el comienzo un ritmo febril. De ahí la conclusión: es necesario prepararse.

Por lo que puedo juzgar, vuestro Partido Comunista oficial heredó no pocas características del viejo Partido Socialista. Lo comprendí claramente cuando Pepper logró arrastrar al Partido Comunista de Estados Unidos a esa nefasta aventura con el partido de La Follette[115]. Encubrió su política de mezquino oportunismo parlamentario con patrañas «revolucionarias» para demostrar que en Estados Unidos la revolución social no la hará el proletariado sino los campesinos arruinados. Cuando Pepper me explicó esta teoría, a su regreso de Estados Unidos, creí hallarme ante un extraño caso de aberración individual. Me costó un menudo esfuerzo comprender que se trataba de todo un sistema y que el Partido Comunista norteamericano había sido arrastrado a ese sistema. Entonces comprendí que este pequeño partido no podría desarrollarse sin profundas crisis internas que lo inmunizarían contra el pepperismo y otras graves enfermedades, a las que no puedo calificar infantiles. Por el contrario, son enfermedades seniles, de esterilidad burocrática e impotencia revolucionaria.

Por eso sospecho que el partido Comunista asimiló muchas de las características del Partido Socialista, el que, a pesar de su juventud, me pareció decrépito. Para la mayoría de estos socialistas —me refiero a la cúpula—, el socialismo es una cuestión carente de importancia, una ocupación secundaría a realizarse durante las horas de ocio. Esos caballeros dedican seis días de la semana a sus profesiones liberales o comerciales, y no les va nada mal; el séptimo día, aceptan dedicarlo a la salvación de sus almas. En un libro de memorias intenté retratar este tipo de Babbitt socialista. Evidentemente, no pocos de ellos lograron hacerse pasar por comunistas. No son adversarios intelectuales sino enemigos de clase. La Oposición debe enderezar el rumbo, no hacia los Babbitts pequeñoburgueses, sino hacia los Jimmy Higgins[116] proletarios, que una vez imbuidos de la idea del comunismo hacen de ella el eje de toda su vida y actividad. No hay nada más repugnante ni peligroso para la actividad revolucionaría que el diletantismo pequeñoburgués, conservador, satisfecho de sí mismo e incapaz de sacrificarse por la gran causa. Los obreros de vanguardia deben adoptar con firmeza una regla sencilla pero invariable: los dirigentes o candidatos al puesto de dirigentes que en épocas pacificas y normales son incapaces de sacrificar su tiempo, su talento y su dinero para la causa del comunismo, son los primeros que en un periodo revolucionario traicionarán o se pasaran al bando de los que esperan a ver quién gana. Si esta clase de elementos está a la cabeza del partido, lo llevarán inexorablemente al desastre cuando venga la gran prueba. Y los burócratas imbéciles, que se emplean a sueldo de la Comintern como se emplearían a sueldo de una notaría, y se adaptan dócilmente a cada nuevo jefe, no son mejores.

Es evidente que la Oposición, es decir, los bolcheviques leninistas, también tienen compañeros de ruta que, sin dedicarse por entero a la revolución, le prestan tal o cual servicio a la causa del comunismo. Seria un grave error no utilizarlos; pueden hacer un aporte importante al trabajo. Pero los camaradas de ruta, aun los más honestos y serios, no deben pretender la dirección. Los dirigentes deben estar ligados a las bases en el trabajo cotidiano. Su trabajo debe realizarse ante los ojos de aquéllas, por poco numerosas que sean en un momento dado. No doy un centavo por una dirección que se va a Moscú o a cualquier otra parte cuando recibe un simple telegrama, sin que las bases se enteren. Tal dirección es una garantía de fracaso. Debemos orientarnos hacia el obrero joven que quiere comprender y luchar y es capaz de poner en ello entusiasmo y abnegación. Ésta es la gente que debemos atraer y educar y de la que saldrán los auténticos cuadros del partido y del proletariado.

Cada militante de la Oposición debería estar obligado a tener bajo su tutela a varios obreros jóvenes, adolescentes de catorce y quince años y más, permanecer en contacto con ellos, ayudarles a educarse, instruirlos en los problemas del socialismo científico e iniciarlos sistemáticamente en la política revolucionaria de la vanguardia proletaria. Los militantes de la Oposición que no están preparados para ese trabajo tienen que confiar a camaradas más preparados y experimentados los jóvenes obreros que han captado. No queremos a los que le temen al trabajo duro. La profesión de bolchevique revolucionario impone ciertas obligaciones. La principal es ganar a la juventud proletaria, abrir el camino hacia sus estratos más oprimidos y abandonados, que son los primeros que reivindicamos.

Los burócratas sindicales, igual que los del seudocomunismo, viven en una atmósfera saturada con los prejuicios aristocráticos del estrato obrero superior. Sería trágico que los militantes de la Oposición se contagiaran aunque sea mínimamente de dichas características. Debemos rechazar y repudiar esos prejuicios, borrar de nuestras conciencias hasta el último vestigio de los mismos. Tenemos que encontrar el camino hacia los estratos menos privilegiados y más oprimidos del proletariado, principalmente los negros, convertidos en parias por la sociedad capitalista, que deben aprender a considerarnos sus hermanos. Y esto depende exclusivamente de la energía y abnegación que empeñemos en esta tarea.

Leo en la carta del camarada Cannon que tienen la intención de organizar mejor la Oposición[117]. Sólo puedo decir que esta noticia me es muy grata; coincide plenamente con las posiciones expuestas más arriba. El trabajo de ustedes requiere una organización bien estructurada. La falta de relaciones organizativas claras resulta de la confusión intelectual o conduce a ella. Los clamores por un segundo partido y una cuarta internacional son simplemente ridículos y no deben ser obstáculo en nuestro camino. No identificamos a la Internacional Comunista con la burocracia stalinista, es decir, con la jerarquía de Peppers en distintos grados de desmoralización. Los cimientos de la Internacional son un conjunto definido de ideas y principios, que emergen de la lucha del proletariado mundial. Nosotros, la Oposición, representamos esas ideas. Las defenderemos frente a los monstruosos errores y violaciones del Quito y Sexto congresos y contra el aparato usurpador de los centristas, una de cuyas alas se desplaza hacia los termidorianos. Es demasiado evidente para un marxista que, a pesar de los enormes recursos materiales del aparato stalinista, la actual fracción dominante de la Comintern es, política y teóricamente, un cadáver. La bandera de Marx y Lenin está en manos de la Oposición. No me cabe la menor duda de que el contingente bolchevique norteamericano ocupará un lugar digno bajo esa bandera.

Con cálidos saludos oposicionistas,

L. Trotsky

Escritos , Tomo I
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