Respuesta al Camarada K.[526]
Junio de 1930
Querido amigo:
Gracias por su carta del 2 de mayo [publicada en Biulleten Opozitsi, número 12-13]. No existen diferencias fundamentales entre nosotros. En el Biulleten, sobre todo en el número 11, esto aparece, espero, con toda claridad. Es evidente que ahora, como antes, estamos a favor de la máxima tasa de industrialización y colectivización. Pero obtener la mayor tasa posible en el marco de un proceso aislado supone, en cada momento, no la tasa máxima desde el punto de vista estadístico, sino una tasa económicamente óptima, vale decir, la más lógica y económicamente segura. Esto es lo único que puede garantizar una tasa elevada en el futuro.
En un momento dado, esto significaba, no estratégica sino tácticamente: «¡No se mareen, alto!». Consideré necesario gritar estas sencillas palabras con toda mi voz, aunque no dudé ni por un instante que los burócratas con anteojeras, que mañana no se detendrán sino que pegarán un salto enloquecido para alejarse del borde del abismo al que llegaron, nos acusaran… de caer en una desviación derechista. ¡Miserable charlatanería! El hecho de que la Oposición de Izquierda, que desde hace años viene exigiendo la aceleración de la industrialización y la colectivización, haya podido gritar «¡alto!» a los egoístas y haraganes de la burocracia, será reconocido por todos.
Desde luego, «detener, frenar la colectivización» significa restringir la colectivización administrativa, de ninguna manera la construcción de verdaderas granjas colectivas. Pero las tasas deben fijarse sobre bases económicas. La voluntad de colectivizar no excluye la presión económica, que difiere de la presión administrativa en el sentido de que ofrece ventajas reales, no las amenazas de un miliciano. En un plan de colectivización elaborado correctamente, la actividad ideológica se combina con la presión económica. Pero, puesto que ésta opera con cifras reales, se la debe calcular con exactitud y realizar con un método que asegure el crecimiento constante de la colectivización, junto con el debilitamiento, no el fortalecimiento, del factor administrativo.
Demás está decir que el poder revolucionario debe ajustar cuentas con los kulakis que se rebelaron, y lo hará de la manera más estricta. Pero si a los kulakis, a los que hasta ayer se lisonjeaba («¡Enriqueceos! ¡Creced!»), se les amenaza hoy con la deskulakización, es decir con la expropiación total en dos o tres años, significa que se los ha obligado administrativamente a rebelarse. Contra esta deskulakización era necesario levantar la voz de «¡alto!».
En lo que se refiere a la reducción de los gastos, nuestro programa mantiene plena vigencia. Usted recordará que Stalin, junto con Rikov y Kuibishev[527], prometió, en el manifiesto especial de 1927, que los gastos burocráticos serían reducidos en trescientos o cuatrocientos millones de rublos. En realidad, no redujeron nada. Jamás se ha visto a una burocracia que se reduzca a sí misma.
Pero las reivindicaciones generales de nuestro programa no descartan la necesidad de efectuar una drástica revisión de todos los planes industriales complementarios de uno o dos años atrás. Ahora, bajo la inspiración del secretario general y los secretarios regionales y distritales, se inflan los programas. ¿Cómo se los cubre económicamente? Primero, rebajando la calidad de la producción; segundo, mediante la inflación. Ambas golpean a los obreros y al campesinado pobre y preparan el cruel derrumbe de la industrialización. También por esto era necesario dar la voz de «¡alto!».
Los arribistas que hoy establecen las tasas máximas, mañana —cuando los procesos económicos, que para ellos constituyen un misterio, les golpeen duramente en la cabeza— describirán un arco por encima de nuestras cabezas para arrastrarnos al viejo camino de Ustrialov; en eso estamos perfectamente de acuerdo. Dicho sea de paso, usted acertó plenamente cuando leyó entre líneas nuestra solidaridad con un artículo de uno de los profesores rojo-amarillos stalinistas (los llaman profesores por su poco envidiable profesión).
Lo abrazo y le deseo buena salud.
Suyo,
L. T.