New Masses: «defensor» de la Revolución de Octubre[532]
10 de junio de 1930
Estimado amigo:
Recibí un ejemplar de la revista neoyorquina New Masses con los artículos sobre mi autobiografía y sobre el suicidio de Maiakovski[533]. No me arrepiento de haber dedicado quince minutos a conocer a la intelectualidad de izquierda norteamericana. En varios países se publican revistas de este tipo. Dicen que una de sus tareas más importantes es la «defensa» de la Unión Soviética. Se trata de una empresa digna de todo elogio, independientemente de si los señores «defensores» lo hacen movidos por sus propias convicciones o —como suele suceder— por motivos menos altruistas. Pero sería estúpido exagerar la importancia de esta defensa. Estos grupos, de composición bastante heterogénea, se ocupan, por un lado, de la periferia de la burguesía y, por el otro, de la periferia del proletariado, y no ofrecen la menor garantía sobre su propio futuro. Así como la mayoría de los pacifistas no luchan contra la guerra sino en tiempos de paz, estos «defensores» izquierdistas de la Unión Soviética, los elementos bohemios que llevan el título de «amigos», cumplirán su misión mientras ésta no les exija verdadero coraje y auténtica abnegación al servicio de la revolución. Son cualidades que no poseen. ¿De dónde habrían de sacarlas? Su izquierdismo exige una coloración protectora. Por eso se expresa principalmente en la «defensa» de la Unión Soviética: la defensa de un estado que posee poder, riqueza y autoridad. Se trata de defender lo existente y lo ya conquistado. Para ejercer esa defensa no es necesario ser un revolucionario. Se puede seguir siendo una mezcla de anarquista y conservador. Pero al mismo tiempo se puede parecer revolucionario, engañar a los demás y, en cierta medida, a sí mismo. Lo hemos visto con el ejemplo de Barbusse y el diario francés Le Monde. Desde la perspectiva temporal, su izquierdismo se dirige principalmente hacia el pasado. Desde la perspectiva espacial, es directamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa del teatro de los acontecimientos. En relación a su propio país, estos audaces siempre fueron y siempre serán infinitamente más cautelosos y evasivos que en relación a los demás países, principalmente a los de Oriente.
El mejor representante de este tipo, que tanto por su talento como por su carácter supera a los demás en varias cabezas, es indudablemente Máximo Gorki[534]. Durante años simpatizó con los bolcheviques y consideró a los enemigos de ellos sus enemigos. Esto no le impidió aparecer en el campo de los enemigos en la época de la revolución proletaria. Tras la victoria de la revolución, permaneció durante mucho tiempo en el campo de sus enemigos. Se reconcilió con la república soviética cuando ésta se convirtió, para él, en un hecho inalterable: es decir, cuando pudo reconciliarse con ella sin abandonar su visión esencialmente conservadora. Es irónico que Gorki combatiera a Lenin en el período culminante de la creatividad de Lenin, mientras que ahora, tantos años después, mantiene tan buenas relaciones con Stalin. ¿Qué podemos esperar de los Gorkis enanos?
La esencia de estos elementos provenientes del ala izquierda de la bohemia burguesa radica en que son capaces de defender la revolución sólo cuando ésta triunfa y demuestra su permanencia. Al defender el ayer de la revolución, adoptan una actitud de hostilidad conservadora hacia quienes allanan el camino de su mañana. El futuro sólo se puede preparar con métodos revolucionarios, métodos que les son tan ajenos a los bohemios conservadores como lo fueron las ideas y consignas de la revolución proletaria en vísperas de la Revolución de Octubre. Por consiguiente, estos caballeros permanecen fieles a sí mismos y a las clases sociales que los crearon y los nutren. Además, a pesar de girar formalmente a la izquierda, hacia las «masas nuevas» (!), su conservadurismo en realidad se ha fortalecido, puesto que apoyan sus espaldas —no en la Revolución de Octubre, ¡jamás!— en un gran estado en tanto que «institución», independientemente de sus ideas directrices y su política. Estuvieron con Lenin y Trotsky —no todos ellos, dicho sea de paso—, después estuvieron con Zinoviev, después con Bujarin y Rikov y ahora están con Stalin. ¿Y mañana? Eso lo dirán cuando mañana se haya vuelto ayer. Aceptaron todos los cambios de política del gobierno, así como los funcionarios patriotas aceptan los cambios de uniforme. Siempre hay burócratas en potencia dentro de la bohemia. Son cortesanos del poder soviético, no soldados de la revolución proletaria.
El estado obrero, en tanto que estado, podía necesitar de estos personajes para algunos objetivos circunstanciales, aunque siempre he creído que los epígonos miopes exageran enormemente el peso de estos grupos… así como exageraron el valor de la «defensa» de Purcell o de la «amistad» de Chiang Kai-shek. En cuanto a estos personajes, estoy dispuesto a reconocer que es mejor ser cortesano del poder soviético que de los reyes del petróleo o del espionaje británico. Pero la revolución proletaria no sería tal si permitiera que sus filas se confundan con esta caterva problemática, indigna de confianza, veleidosa y vacilante.
Su banalidad moral se vuelve cínica, a veces intolerable, cuando, en su carácter de «amigos de la familia», se inmiscuyen en los problemas internos del comunismo. El número mencionado de New Masses (¡nombre paradójico para una publicación bohemia, dicho sea de paso!) avala mi afirmación. Esta gente, vea usted, cree que mi autobiografía servirá a la burguesía contra el proletariado, mientras que New Masses, Le Monde y otras publicaciones por el estilo le son necesarias al proletariado contra la burguesía. Esta aberración se explica fácilmente. Revoloteando siempre en torno a la periferia de dos clases hostiles y girando continuamente alrededor de sus propios ejes, los Barbusses de todos los países naturalmente confunden dónde encontrar a la burguesía y dónde al proletariado. Sus criterios son sencillos. Puesto que los trabajos de la Oposición critican implacablemente la política interna de la Unión Soviética y la política mundial de la Comintern, y puesto que los diarios burgueses se regocijan con esta crítica y tratan de aprovecharla… la conclusión es perfectamente obvia: ¡los cortesanos están en el campo de la revolución y nosotros, la Izquierda comunista, en el campo de sus enemigos! Ésta es, en general, la altura máxima que alcanza el pensamiento político de la bohemia.
La burguesía sería estúpida si no tratara de aprovechar las contradicciones internas del campo revolucionario. ¿Acaso estas cuestiones se plantean en mi autobiografía por primera vez? El presidente de la Comintern, Zinoviev, y uno de los presidentes del gobierno soviético, Kamenev, fueron expulsados del partido: ¿no fue éste un regalo para la burguesía? Trotsky fue deportado y posteriormente enviado al exilio: ¿no fue éste un buen tema para la agitación contra la Revolución de Octubre de la prensa burguesa de todo el mundo? El jefe de gobierno Rikov y el presidente de la Comintern, Bujarin, fueron acusados de «liberales burgueses»: ¿no lo aprovecharon la burguesía y la socialdemocracia? Estos hechos, presentados ante el mundo entero, fueron mucho más útiles para la burguesía que las reflexiones teóricas o las disquisiciones históricas de Trotsky. ¿Pero qué interés tiene todo esto para la bohemia anarco-conservadora? Para ella todos los acontecimientos que mencionamos son cosa hecha y eterna para todos los tiempos, porque llevan estampado el sello oficial. Les resulta imposible criticar a los stalinistas, no porque los stalinistas tengan razón sino porque hoy son gobierno. Repito: son cortesanos del poder soviético, no revolucionarios.
Para los revolucionarios, el problema se resuelve en la línea clasista, el contenido de las ideas, la posición teórica, el pronóstico histórico y la metodología política de cada uno de los bandos antagónicos. Si se opina, como nosotros, —y como lo hemos demostrado a escala mundial con la experiencia de los últimos seis años—, que la política de la fracción stalinista debilita la Revolución de Octubre, liquidó la revolución china, prepara la derrota de la revolución hindú y socava a la Comintern, entonces, sólo entonces, nuestra política está justificada ¿Que la burguesía utilizará los fragmentos de nuestra crítica veraz y necesaria? ¡Por supuesto! ¿Pero acaso eso cambia siquiera en un ápice la esencia de un gran problema histórico? ¿Acaso el pensamiento revolucionario no ha avanzado siempre por la senda de la lucha interna despiadada, a cuyo rescoldo la reacción trató siempre de calentarse las manos?
Entre paréntesis: observo que toda la prensa burguesa, desde el New York Times hasta el Arbeiter Zeitung de los austro-marxistas, al hacer una caracterización política de la pugna entre la Oposición de Izquierda y el centrismo stalinista, se encuentra muchísimo más cerca de éste y no lo oculta. Podría publicarse toda una antología de recortes de diarios para demostrarlo. Así, junto con todo lo demás, los «amigos» y «defensores» de la revolución, que no tienen nada que ver con las masas, sean viejas o nuevas, distorsionan groseramente la distribución de simpatías y antipatías políticas entre la burguesía y los socialdemócratas.
Digamos de paso que el mentir es un atributo necesario del cortesano. Hojeando el artículo sobre Maiakovski, tropecé con el nombre de Rakovski. Leí ocho o diez oraciones y, aunque ya estoy acostumbrado a casi todo, de todas maneras quedé anonadado. Se dice allí que Maiakovski «odiaba la guerra» («odiaba la guerra»: ¡qué forma vulgar de explicar la actitud de un revolucionario hacia la guerra!) y que, a diferencia de esa posición, Rakovski, en Zimmerwald, «estuvo a punto de sacarse el saco para trompear a Lenin y a Zinoviev […]en la mandíbula» porque éstos libraban la lucha revolucionaria contra la guerra. Aquí se menciona a Rakovski nada más que para difundir esta escandalosa mentira. Es necesario difundirla porque Rakovski está en el exilio y hay que justificar ese hecho. De manera que el cortesano se convierte en un despreciable calumniador. Difunde esta escandalosa patraña en lugar de señalar —ya que menciona a Rakovski en relación con la guerra— con qué coraje revolucionario Rakovski luchó contra la guerra, bajo una tormenta de persecuciones, calumnias, ataques y represión policial. Debido precisamente a esa lucha, la oligarquía rumana encarceló a Rakovski, y sólo el Ejército Rojo pudo salvarlo de la suerte que corrieron Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.
Con esto basta. Si la Revolución de Octubre hubiera dependido de sus futuros cortesanos, jamás habría ocurrido. Y si su destino dependiera de la «defensa» de éstos, estaría condenada a la ruina. La vanguardia proletaria sólo puede garantizar el futuro de la tierra de los soviets y el avance por la senda de la revolución mundial mediante una política correcta. Debemos elaborar esa política, sentar sus bases teóricas y defenderla con uñas y dientes frente al mundo entero y, si es necesario, contra las «más altas» instituciones que se han encaramado (mejor dicho, se han deslizado) sobre las espaldas de la Revolución de Octubre. Pero no tenemos por qué hablar de estas cuestiones en relación a los cortesanos seudorrevolucionarios provenientes de las filas de la pequeña burguesía bohemia. De ellos ya se habló bastante.