Florencia, viernes 3 de marzo
El ministro inglés en Florencia estaba consternado. La razón era una nota enviada por la representación británica en Génova. La firmaba Sir Neil Campbell; decía que, al fondear en Portoferraio, un agente británico le comunicó que Bonaparte se había hecho a la mar el domingo 26, con su tropa. De ciertos papeles encontrados en i Mulini se deducía que su rumbo era Génova, para desde allí ganar Nápoles, por tierra; era el camino que le permitiría estar menos tiempo a flote, reduciendo el riesgo de ser interceptado por un man o’war inglés. De ahí, pues, marchó a Génova, donde acababa de fondear, pero allí nadie sabía nada de Bonaparte. Su intención era volver al mar a fin de cortar cualquier rumbo meridional, ya que si hubiese aproado a Francia no le podría interceptar. Le rogaba que retransmitiese aquella nota, junto a cualquier otra información que pudiese recabar, al First Sea Lord y a Lord Castlereagh, en Londres, a Lord Wellington, en Viena, y a la embajada de Su Majestad en París.
La consternación de Lord Burghersh partía de una seguridad: las potencias aliadas pensarían que Lord Liverpool dejaba escapar al Ogro para crear inestabilidad. El riesgo de una guerra civil en Francia si el tal osara regresar allí serviría para que su rey se volviese más sumiso de lo que acostumbraba, lo que sólo podría ir en beneficio de Inglaterra. Se organizaría un escándalo, del tipo que acaba en la horca con el que hubiera metido más la pata. Ese puesto era de Sir Neil; su irresponsabilidad en la vigilancia de Bonaparte resultaba clamorosa, y encima por un asunto de faldas, un affaire peor que tormentoso con una signora Cecilia Bartoli, Contesse di Miniacci, que sin duda redondeaba sus ingresos de meretriz elegante trasladando a Bonaparte todo lo que dijese aquel imbécil. Bien, el colgado sería Sir Neil, pero él no saldría indemne. Su sentido de la cortesía le había llevado a no ser tan explícito como habría debido en sus críticas a Sir Neil. Una imprevisión de la que no tardaría en arrepentirse, volvió a pensar tras empuñar la pluma, no sin antes ordenar que se alistasen los mejores correos, porque antes de una hora deberían salir hacia Viena, París y Londres.