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Sofía se cubrió la cara con las manos.
—¡Si tu padre está loco! Siempre lo he dicho. Lo que pasa es que vosotros, como sois sus hijos, no os dais cuenta. ¡Está loco de remate! Mira que meterse, a su edad, en ese berenjenal. Además, no piensa que tiene una mujer. Unos hijos. ¿A quién se le ocurre meterse a redentor a estas alturas?
Se levantó indignada.
—¡Ah, no!, pues conmigo se equivoca. Yo no estoy dispuesta a que me salve nadie. Y menos mi suegro. ¡Es una bestia parda! Y, por si fuera poco, teniendo un hijo en el Ejército. ¿No comprende que los apellidos son los mismos? Mira lo que te digo, si en las elecciones pasadas voté a Felipe, en las próximas te juro que voy a votar a Carrillo. ¡O me hago anarquista!
Paseaba agitada por d dormitorio. De pronto se volvió hacia d marido:
—¿Qué piensas hacer? —preguntó.
—Le llamaré. Pero antes necesito reflexionar.
Los ojos de Sofía llamearon.
—¡No tienes que llamar a nadie! ¿Lo entiendes? Tu padre es un loco y podría involucrarte en este asunto. Y no me da la gana. Nosotros vivimos nuestra vida y él la suya. Total, ya estamos acabando el año. A principios del setenta y nueve cuelgas d uniforme y a trabajar en lo que a ti te gusta. No faltaría más que ahora, que las cosas se arreglan, viniera tu padre a estropearlas. ¡Ni pensarlo! ¿Me has oído?
José estaba perplejo.
—Al menos tendré que decírselo a mamá. Ella...
Sofía le cortó:
—Ella es tan culpable como su marido. O más. A su edad, y en sus condiciones, teniendo a los hijos casados y situados, lo mejor que podría hacer es cuidar a su marido y jugar con Yalito. Tú sabes muy bien que es la primera en despotricar contra Suárez. Sin saber de qué va la cosa. Porque tu madre, y perdona, es lerda.
Oían el tictac del despertador como si se les hubiera metido en d cerebro. Sofía rompió el silencio para sugerir al marido que hablara con su tío Alejandro. Sentía una viva simpatía por él y le gustaba lo que escribía.
—Llámalo —dijo—. A estas horas sude estar trabajando en su apartamento.
José no parecía decidirse. Ella insistió:
—Poco te cuesta, ¿no crees?
—Si hablo con él tendré que contárselo todo.
—Se lo cuentas. Tu tío es de confianza. Sabes que, llegado el caso, defendería a su hermano. Le quiere. Reniega de él porque es insoportable. Y porque está loco, qué córcholis. ¿O quieres más locura que desprenderse de dos millones de pesetas para dárselos a esos carcas? Cuando se entere tu madre vas a ver la que arma. José seguía vacilando. Preguntó:
—¿Qué hacemos, le llamo?
—Sí, hombre.
—Marca el número tú misma.