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Al día siguiente fue a ver a Martín en su despacho de la Alcaldía. El Alcalde era un hombre fornido, no muy alto, de grandes entradas y cabello ondulado entrecano. Tenía cara de persona decente.
—Me ha mandado llamar, y aquí me tiene —explicó sencillamente.
Martín se mostró amable con él desde el primer momento. Sin embargo, le dijo sin rodeos que su presencia allí, en el pueblo, soliviantaba los ánimos de ciertas gentes.
—Supongo que sabe usted a qué clase de gentes me refiero.
—Los comunistas, claro. Nos tienen declarada una guerra a muerte.
—Quizá. Sobre usted, circulan diversas versiones. Ya sabe cómo son los pueblos. Dicen que ha venido a reforzar los cuadros de Falange de cara a lo que pueda venir, que conspira con los demás reaccionarios, que ha traído armas. La verdad es que yo, personalmente, no creo nada de todo eso.
—Al menos sabrá la causa de que se preocupen tanto de mí.
—La gente está excitada. Los actos de terrorismo, las alarmantes noticias de los periódicos, los rumores que corren, todo contribuye a que los dedos se les antojen huéspedes como se suele decir. Usted aparece por aquí en un momento digamos delicado, habla con unos y con otros. ¿Qué más quiere? Es una persona significada dentro de la Falange.
»Yo me imagino que ha venido pongamos a descansar. Las cosas por Madrid no les van bien. Tienen al jefe entre rejas. ¿Dónde mejor que en el pueblo de uno? Sin embargo, creo que es como meterse en la boca del lobo.
—¿Sugiere que me vaya? ¿O piensa desterrarme?
—Ninguna de las dos cosas. Me limito a poner en su conocimiento cómo está el patio. Es usted quien ha de decidir lo que le conviene. Porque lo que no puedo hacer es ponerle una guardia de corps. Ayer le siguió un chico de mi confianza para, llegado el caso, protegerle. Éste es un pueblo tranquilo. Desde que estoy en la Alcaldía, nunca ha habido el menor altercado. Y usted ya sabe cómo son estas cosas. Se empieza por unas cuantas bofetadas y se acaba en un baño de sangre. Soy responsable del orden ciudadano. Compréndalo.
—Está bien. Me iré.
—¿Cuándo piensa hacerlo?
—Hasta las seis de la tarde no tengo tren.
—Tome un taxi. La Alcaldía lo pagará. Es preferible. Y hágalo cuanto antes. Usted no tiene más que decirme la hora, y lo tendrá a la puerta de casa. Ese chico de que le hablé le acompañará hasta el tren que va a Madrid.
—¿De verdad piensa que corro peligro? ¿Un peligro inminente?
—¿Sabe lo que pasó ayer en Yeste?
—No.
—La Guardia Civil mató a diecisiete campesinos.
—¡Qué barbaridad!
—Un nuevo Casas Viejas. Pero esta vez ha sido peor, porque esos campesinos sólo pedían trabajo. A título personal, le diré que esta misma mañana he recibido órdenes del Gobierno Civil. Quieren que extreme las medidas de seguridad. Se hace cargo.
—Perfectamente.
Martín le deseó suerte. No volverían a verse nunca más.